España frente al espejo del racismo y la migración
Pedro Brieger
La reciente persecución de personas de origen marroquí en la pequeña ciudad de Torre Pacheco, en la región española de Murcia, es otra prueba de la memoria selectiva que tienen los pueblos.
El 9 de julio un jubilado fue atacado de madrugada, supuestamente por unos vecinos jóvenes de origen marroquí. En horas, una ciudad de apenas 40 mil habitantes y desconocida para gran parte de la población, se convirtió en la noticia central de España. No es casual. El morbo que alimenta el racismo se agiganta cuando los acusados son inmigrantes o extranjeros.
En este caso se combina el vínculo especial que tiene España con Marruecos por su cercanía geográfica y la herencia colonial, y porque la comunidad marroquí es la extranjera más numerosa, pero representa apenas el 2 por ciento de la población.
Un poco de historia
En 1912 Francia estableció un Protectorado en Marruecos y le dejó a España la región del norte, alrededor de Tetuán y del Rif. En el sur, España también pasó a controlar algunas regiones, incluido el Sáhara Occidental, que fue administrado como un territorio colonial separado del Protectorado. Durante la presencia colonial española —que en el norte de Marruecos se extendió hasta la independencia en 1956— los marroquíes no tenían la ciudadanía española y no gozaban de derechos civiles y políticos.
En 1963 hubo un importante encuentro entre Francisco Franco y el rey Hassan II donde acordaron que trabajadores marroquíes podrían llegar sin demasiadas trabas a España. Fue uno de los primeros acuerdos de migración laboral firmado por Marruecos con un país europeo. Aunque en un principio no fue masivo, sentó las bases para futuros flujos migratorios.
En la memoria selectiva del franquismo 2.0 no suele recordarse el rol del generalísimo para la migración marroquí. Curiosa ironía de la historia.
Después de la muerte de Franco en 1975, España inició la llamada “transición democrática” y la integración con el resto de Europa. En ese contexto creció la demanda de mano de obra barata para sostener el desarrollo económico. Si durante décadas había sido un país de emigraciones, pasó a convertirse en un país receptor de inmigrantes.
Como suele suceder con las poblaciones migrantes, realizan trabajos temporales, mal pagos, poco protegidos socialmente y físicamente exigentes. La primera y segunda generación de marroquíes en la península son –en su mayoría- peones de obra, recolectores de frutas y verduras, albañiles, ayudantes de cocina o personal doméstico.
La cercanía geográfica fue —y sigue siendo— un factor decisivo para la migración marroquí a España. El famoso estrecho de Gibraltar, que separa ambos países, tiene apenas 14 kilómetros de ancho, lo que facilita tanto la migración legal como la irregular, especialmente hacia Andalucía. El otro camino, no menos peligroso, es entrando a Ceuta y Melilla, las dos ciudades españolas, antiguos enclaves coloniales en territorio marroquí, que están sobre el Mediterráneo. Cada tanto es noticia que miles de marroquíes arriesgan sus vidas intentando saltar las vallas para ingresar a territorio español, por ende, a la Unión Europea.
Recuerdos y olvidos
La memoria histórica de los racistas españoles es muy selectiva. Olvidan su propia emigración masiva del pasado. Olvidan que en el continente americano les abrieron las puertas de par en par cuando huían de la pobreza. Es posible que muchos de los impulsores de la “caza al inmigrante” crean que sus antepasados fueron grandes emprendedores que “hicieron la América”. Sin embargo, lo más probable es que muchos de ellos huyeran escapando de la miseria a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, o de la guerra civil (1936-1939) que azotó al país.

Tal vez no saben, o no quieren reconocer (se) que escapaban del hambre y llegaron a “la América” sin nada, con lo puesto, sin saber siquiera si volverían a su tierra o si tendrían contacto con sus familiares en épocas donde las comunicaciones eran escasas.
A nuestro continente llegaron miles de españolas y españoles, a vivir como se pudiera, y trabajar en lo que hubiera. Los recibieron con los brazos abiertos, sin cuestionar su origen o condición, fueran pobres o analfabetos, republicanos o franquistas.”
Una simple búsqueda en Argentina o México de los apellidos de los principales líderes de la extrema derecha española de VOX (Abascal, Garriga o Millán) los encontrará por doquier. Pero el racismo no tiene memoria, enceguece, y sale a cazar al diferente. Siempre hay una excusa. Puede ser el idioma, la religión, la cultura, las costumbres o el color de piel. El racismo no distingue cuando distingue.
Si pudieran mirar sin odio y con una dosis de ternura los rostros sufridos de quienes emigraron a España verían la misma expresión que tenían sus abuelos y abuelas…
*Periodista y sociólogo argentino