Sergio Ferrari
Sólo un tercio de las metas que las Naciones Unidas (ONU) definieron en 2015 para reducir la pobreza van por buen camino o progresan moderadamente. Y 2030 está muy cerca.

En opinión de António Guterres, secretario general de la ONU, “Hay que ser claros: no estamos donde tenemos que estar”. Con esta constatación hecha pública el 13 de julio, arrancó una quincena importante para medir la salud (o la enfermedad) del planeta. Recién había concluido en Sevilla la Cuarta Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo (30 de junio-3 de julio) y pocas horas después se aprestaba a comenzar en Nueva York el Foro Político de Alto Nivel sobre el Desarrollo Sostenible (14-24 julio).
Este Foro constituye la plataforma central de las Naciones Unidas para el seguimiento y la revisión de la Agenda 2030 y de sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados en 2015. En la actual sesión se está evaluando el cumplimiento de cinco de estos objetivos: Buena salud y bienestar, Igualdad de género, Trabajo decente y crecimiento económico, Vida submarina y las Alianzas para implementar los propios ODS.
Según el Informe de la ONU que sirve de referencia para esta evaluación, casi la mitad de las metas definidas en 2015 avanzan “demasiado despacio” y un 18% camina “a la inversa”. Para Guterres, el mundo se confronta con “una emergencia mundial de desarrollo”. Agravada por la intensificación de los impactos climáticos y la deuda, la cual “agota los recursos que los países necesitan para invertir en su gente”.
Balance mitigado, por no decir pesimista
En la planilla del “haber”, Naciones Unidas incorpora señales positivas a nivel mundial. Por ejemplo, la cantidad de personas que ya tienen acceso a la electricidad, aproximadamente un 92%.
Así mismo, desde 2015 hasta ahora el acceso a Internet creció del 40% al 68%, lo cual facilita que millones de seres humanos aspiren a mejores niveles de educación y empleo.
La protección social cubre a más de la mitad de la población del planeta; se incrementó la llegada de más niñas a la escuela y se redujo el matrimonio infantil (menos de 18 años de edad), aunque todavía hay 12 millones de casamientos de niñas menores cada año.
En la última década, otros 110 millones de niños, niñas y jóvenes se han matriculado en la escuela y 54 países han eliminado al menos una enfermedad tropical. Según la ONU, también se ha reducido la tasa de mortalidad de menores de cinco años, así como el índice de mortalidad neonatal.

Estos resultados positivos parciales, sin embargo, no pueden “ocultar la realidad de la pobreza persistente, la creciente desigualdad y la crisis climática”. Los 800 millones de personas, incluidos 38 millones de refugiados, que aún viven en situación de pobreza extrema, representan una cifra escalofriante. Unos 1.120 millones de personas viven en barrios marginales, sin servicios básicos. Una de cada cuatro personas no tiene acceso a agua potable.
En paralelo, según el Banco Mundial, en 2023 los países en desarrollo destinaron la cifra récord de 1,4 billones de dólares a pagos de su deuda externa. Con el agravante que los costos de los intereses aumentaron casi un tercio hasta alcanzar los 406.000 millones de dólares, llegando así al nivel más alto de los últimos 20 años. Lo que redujo los presupuestos de muchos países para áreas críticas como salud, educación y medio ambiente.
El Informe reconoce que, “en promedio, a nivel mundial, los Objetivos de Desarrollo Sostenible están muy lejos de alcanzarse”. Ninguno de estos 17 objetivos podrá lograrse hacia el año 2030. Entre los principales obstáculos: los conflictos bélicos, las vulnerabilidades estructurales y el limitado margen fiscal. Todo ello impide el progreso hacia las metas fijadas en muchas partes del mundo.
En síntesis: en el libro contable del “debe” y el “haber”, los logros, según la propia ONU, son claramente insuficientes si se piensa en las esperanzas cifradas por el consenso mundial alcanzado en 2015 para eliminar la pobreza en 15 años.
Perspectivas inciertas sin reformas de fondo
Para el secretario general de las Naciones Unidas, “El progreso es imposible sin un desbloque de la financiación” a gran escala. De allí que esta organización llame a una reforma de la arquitectura financiera internacional (la actual “está deteriorada”), la adopción de medidas de alivio de la deuda y la triplicación de la capacidad de préstamo de los bancos multilaterales de desarrollo. Según la ONU, aunque el desarrollo sostenible ofrece altos rendimientos, “el dinero fluye con facilidad hacia los países ricos y no hacia las economías emergentes y en desarrollo, que son las que ofrecen mayor potencial de crecimiento y tasas de rentabilidad”. En consecuencia, reclama que el capital fluya hacia los países emergentes y en desarrollo y en condiciones más favorables, con el fin de apoyar los bienes públicos globales y lograr el desarrollo sostenible.
En plan de corregir el incumplimiento de la Agenda, las Naciones Unidas identifican seis áreas en las que más esfuerzos podrían producir efectos más significativos: sistemas alimentarios, energía, digital, educación, empleo y acción climática. Para Guterres, “las transformaciones estructurales […] son nuestra hoja de ruta … y los avances en un área pueden multiplicar el progreso en todas ellas”.

Nuevamente, durante los cinco años restantes la voluntad política de los Estados estará en juego en cualquier esfuerzo por avanzar hacia el cumplimiento de la Agenda 2030. Se trata de una coyuntura internacional donde no son pocas las voces que se oponen, que niegan, o que incluso ridiculizan la Agenda, fundamentalmente gobiernos de derecha o sectores reaccionarios de la comunidad internacional.
El 4 de marzo, Edward Heartney, representante estadounidense ante la Asamblea de la ONU, fue muy explícito: “Estados Unidos rechaza y denuncia la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible y los objetivos de desarrollo sostenible y no los reafirmará más como algo habitual”. Su más incondicional aliado latinoamericano, el Presidente argentino Javier Milei, ya había lanzado sus propias diatribas contra esa propuesta ante la Asamblea de la ONU en septiembre del año pasado.
En esa ocasión afirmó que, “aunque bien intencionada en sus metas, la Agenda 2030 no es otra cosa que un programa de gobierno supranacional de corte socialista que pretende resolver los problemas de la modernidad con soluciones que atentan contra la soberanía de los Estados nación y violentan el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas”. En noviembre de 2024, durante la Cumbre del Grupo de los 20 en Brasil, Milei se distanció de varios puntos del documento final que reivindican esta hoja de ruta internacional para enfrentar la pobreza.
Críticas ciudadanas, luces y sombras de Sevilla
Queda muy poco tiempo para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 y “estamos muy lejos de alcanzar los compromisos asumidos”, recuerda por su parte La Coordinadora de Organizaciones para el Desarrollo, plataforma española que reúne un centenar de organizaciones sociales y redes autonómicas dedicadas a la cooperación internacional, la educación para la ciudadanía global y la acción humanitaria. Cerca de 1.500 representantes de la sociedad civil de numerosos países participaron en un evento paralelo previo y siguieron in situ el desarrollo de la Conferencia de Sevilla. Promovieron, incluso, acciones de protesta antes y durante el propio evento para exigir la cancelación de la deuda externa, la justicia económica global, las tasas a ricos y las empresas contaminantes, así como la inversión en servicios públicos y la cooperación internacional.

En su balance final de la Conferencia de Sevilla, La Coordinadora criticó, en tanto eco de la voz mayoritaria de la sociedad civil internacional, que no se trata de una falta de recursos sino de un problema de prioridades. “Dinero hay, como demuestra el aumento sin control del gasto militar que en 2024 superó los 2.700 millones de dólares; los subsidios a los combustibles fósiles, o los 25.000 millones de dólares que se calcula están escondidos en guaridas fiscales sin pagar impuestos”. Mientras tanto, agregó, “millones de personas no tienen acceso a servicios básicos, como agua potable, alimentos o educación”.
La Coordinadora también señaló que más de 60 países –con unos 3.000 millones de habitantes— dedican más dinero a pagar la deuda externa que a la educación o la salud, situación que afecta a cerca de la mitad de la población mundial. Mientras tanto, los fondos que especulan con la vivienda, la salud o la educación lucran a costa de los derechos de millones de personas en todo el planeta. Por otra parte, tampoco dan respuesta a la emergencia climática que golpea gravemente a regiones enteras, especialmente las poblaciones que menos incidencia tienen en el calentamiento global. Ya son, por lo menos, 120 millones de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares.
El objetivo de erradicar la pobreza en el mundo hacia el año 2030, esbozado por la comunidad internacional hace diez años, parece hoy un sueño postergado o imposible. El letargo y la falta de voluntad política de los que hegemonizan el poder es evidente. La realidad actual prueba que, sin cambios de fondo del actual sistema internacional, 2030 no será más que el momento donde se constatará otro gran fracaso humano: el de un sueño que se convirtió en pesadilla.
*Periodista, investigador y analista argentino, radicado en Suiza. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)