A fuerza de bombas EEUU destruye el derecho internacional
En un contexto de debilidad de la ONU y la diplomacia global
Gustavo Veiga
La retórica pacifista del agresor fue una sobreactuación que quedó al desnudo. Teatralizó el papel de mediador en un conflicto que siempre lo mantuvo de un solo lado. Como sostén de Israel y por la prepotencia de los hechos que provocó su aliado. Ya ocurrió en el pasado con cada uno de los gobernantes de EE.UU. Trump solo estaba tomando impulso para hacer lo que hizo. No hay fisuras ni las habrá entre la todavía principal potencia militar del planeta y su aliado incondicional en Medio Oriente. Son dos caras de una misma moneda.
Descargó napalm en Vietnam, bombas convencionales en Panamá, municiones de racimo en la guerra del Golfo, también en la exYugoslavia, la MOAB, una bomba gigantesca de 10 toneladas sobre Afganistán y sobre Irán las destructoras bombas antibunker. Y se puede escribir un capítulo aparte de las dos bombas atómicas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki.
En una conmemoración luctuosa de estos episodios, el 9 de agosto fue designado como el día de los crímenes estadounidenses contra la humanidad. Washington nunca se disculpó por la tragedia que provocó. Se contabilizaron alrededor de 250 mil muertes en el acto y en los años posteriores por la radiación.
EE.UU continúa hoy con su faena destructiva en un contexto de extrema debilidad de Naciones Unidas y la diplomacia toda, donde los belicistas imponen su lógica guerrerista. Una a una se van destruyendo todas las oportunidades para la paz.
Si Irán es estigmatizado como una amenaza para la estabilidad mundial, por su régimen teocrático y cuando todavía no alcanzó un desarrollo nuclear pleno, ¿qué debería decirse de esa sociedad de la furia entre Trump y el premier israelí Benjamín Netanyahu, el carnicero de Gaza?
Este último celebró la decisión tomada en Washington: “Cambiará la historia”, dijo. Y le deseó “bendiciones a Estados Unidos y su propio gobierno” mientras los proyectiles seguían cayendo con resultados de incomprobable eficacia. Es difícil saberlo. Porque también en paralelo se desarrolla una guerra cognitiva, una batalla tras otra por la construcción de sentido en un conflicto de final abierto.
El jefe de Estado de Israel se frota las manos de satisfacción ahora que consiguió arrastrar a EE.UU a su propia guerra, con las armas que le proveé para demoler Gaza y que hace caer también sobre Irán. Distrae y da un salto adelante para reordenar su frente interno. Su desgaste es creciente como la oposición de un sector importante de la ciudadanía a su política de tierra arrasada y no recuperación de todos los rehénes que tomó Hamás el 7 de octubre de 2023. El premier todavía tiene orden de arresto vigente por crímenes de guerra de la Corte Penal Internacional a la que no le reconoce jurisdicción para juzgarlo. Faltaría que el Tribunal vaya analizando el caso de Trump.
Un número considerable de líderes mundiales se pronunciaron contra los ataques de EE.UU que no fueron aprobados ni siquiera por su Congreso. No hay nada que celebrar en estas horas a no ser que se convalide la idea de una profecía autocumplida: el advenimiento de una posible tercera guerra mundial. O una guerra mundial en desarrollo que ya empezó y de la que todavía no nos percatamos.
La determinación de Estados Unidos de bombardear Irán a más de 10 mil kilómetros de distancia escaló el conflicto regional entre Teherán y Tel Aviv a un escenario más amplio, de imprevisibles consecuencias geopolíticas. Ya no es un problema de Medio Oriente, una zona sometida desde hace décadas al orden mundial que implantaron las principales potencias coloniales. Esto que pasa es para el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres: “una amenaza directa para la paz y la seguridad internacional”.
No es el único que lo advierte. Desde acá cerquita, en Chile, su presidente Gabriel Boric lanzó un comunicado que dice: “Tener poder no autoriza a utilizarlo vulnerando las reglas que como humanidad nos hemos dado. Aunque seas EE. UU. Exigimos y necesitamos paz”.
La prepotencia de las bombas la explicaba Henry Kissinger a fines de los años ’60. “Todo lo que vuela contra todo lo que se mueva”, le sugirió cuando era su consejero de Seguridad Nacional a Richard Nixon para empezar los bombardeos de 1969 sobre Camboya. El ex secretario de Estado, que murió centenario, no se privaba de nada.
En Latinoamérica se lo padeció en pleno auge del terrorismo de Estado, los golpes cívico-militares y las desapariciones en el marco del Plan Cóndor. Son distintos anabólicos para disuadir a audiencias mundiales de que las “bombas de destrucción masiva” nunca las tiene Estados Unidos. Sus únicos dueños son países hostiles como Irak en los años ’90 y ahora Irán con su plan de enriquecimiento de uranio.
* Periodista argentino. Es docente por concurso de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la tecnicatura de Periodismo Deportivo en la Universidad de La Plata (UNLP). Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)