La muerte por fentanilo llegó al sur
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)
Las muertes por fentanilo contaminado también en la Argentina parecen mostrar que el drama de los medicamentos se está expandiendo por la falta de controles. “Achicar el Estado”, ese mantra de moda entre economistas y comunicadores, no significa eliminar cargos innecesarios, sino vaciar servicios esenciales como el de salud y facilitar su traspaso al sector privado.
Todavía no queda claro el alcance que tuvo la distribución en los hospitales de las ampollas de fentanilo -potente opioide agonista sintético utilizado como analgésico- contaminado, pero ya han sonado las alarmas y no solo en la Argentina, sino también en varios países de la región. Lo que inicialmente fue un problema en Estados Unidos, donde el año pasado se registró más de 80 mil muertes por sobredosis, ahora se presenta también en América Latina.»
Un medicamento legal convertido en tragedia.
Según los análisis del Departamento de Justicia de los Estados Unidos el fentanilo es un opioide sintético aprobado que puede ser 50 veces más potente que la heroína como analgésico, y hasta 100 veces más que la morfina. Esto explica por qué se lo suele recetar para aliviar dolores fuertes cuando los tradicionales ya no alcanzan. Este opioide se comenzó a desarrollar a fines de la década de 1950 y principios de 1960 como analgésico intravenoso. En los años posteriores comenzó a producirse también en laboratorios clandestinos y a distribuirse de manera ilegal.
El problema no es su uso controlado por profesionales, sino la falta de controles, porque se ha convertido en la droga más común en las muertes por sobredosis en Estados Unidos. Al ser su producción de bajo costo rinde más cuando se mezcla con otras drogas –como la heroína- y es muy atractiva para su comercialización clandestina e ilegal.
La crisis de los opioides y la cadena de responsabilidades
En Estados Unidos se considera que hubo una “primera ola” de epidemia de sobredosis por opioides que comenzó en la década de 1990 con el abuso de opioides recetados. En esa ola se produjo el escándalo de la empresa farmacéutica Purdue Pharma que había crecido de manera exponencial por la venta de opioides, en particular del analgésico OxyContin. Este fue promocionado como un fármaco revolucionario de liberación prolongada y con bajo riesgo de adicción.
Gracias a campañas publicitarias y de difusión millonarias, en poco tiempo se convirtió en uno de los medicamentos más recetados del país. Sin embargo, la empresa fue demandada cuando se desató una crisis generalizada de adicción a los opioides. En las demandas se planteó que realizaron gigantescas campañas de marketing engañosas exagerando sus beneficios y minimizando los riesgos de adicción.
Como suele suceder, estas campañas requieren del acompañamiento del personal médico para que los sugieran y receten. Y no es casual que se realicen tantas conferencias sobre temas médicos en lugares paradisíacos. A buen entendedor pocas palabras.
En 2007, Purdue Pharma y tres de sus ejecutivos se declararon culpables de engañar al público sobre los riesgos de adicción del OxyContin y tuvieron que pagar más de 600 millones de dólares en multas. En 2019 la farmacéutica se declaró en bancarrota como parte de un acuerdo judicial por miles de demandas relacionadas con la crisis de los opioides. En síntesis, las demandas cuestionaron al fabricante privado, a quienes promovían el medicamento, a quienes lo recetaban y a quienes lo vendían. Toda una cadena que eludía los controles que –supuestamente- en Estados Unidos son muy rigurosos.
A partir de 2010 comenzó la “segunda ola” con el aumento de las sobredosis relacionadas con la heroína, y en 2013 la “tercera ola”, por el crecimiento del uso de los opioides sintéticos, principalmente el fentanilo. Con la llegada del Covid-19 en 2020 se produjo una epidemia de sobredosis. Según diversos registros en 2023 se produjeron casi 115.000 muertes por sobredosis, en su mayoría por los opioides sintéticos y su “estrella”, el fentanilo.
Quienes estudian el tema consideran que ahora existe una “cuarta ola” de epidemia de opioides, porque el fentanilo ilícito se mezcla con más frecuencia con otras drogas, especialmente estimulantes. Nadie cuestiona el uso del fentanilo bajo supervisión médica. El problema es la fabricación clandestina en un país donde gran parte de la población es adicta a las drogas.
Para abaratar costos en el mercado ilegal se mezcla el fentanilo con heroína, metanfetamina y cocaína. La falta de controles implica que las mezclas contienen dosis letales de fentanilo y casi nada de la droga original. Los consumidores no saben que contiene fentanilo, una sustancia letal, porque nadie los previene. Business are business (negocios son los negocios).
El drama de esta llamada “cuarta ola” es que se produce con Donald Trump en el gobierno y su política de recortes, también en los controles sanitarios que están en manos del Estado.
Tomando en cuenta lo que sucede en Estados Unidos no cabe la menor duda de que es imprescindible que las prescripciones provengan de profesionales matriculados, ya sea médicos o farmacéuticos. Pero hoy en muchos países las farmacias son atendidas por personas sin formación profesional que podrían estar trabajando en una zapatería o en una librería.
Por ahora, la producción y el tráfico ilegal de fentanilo en América del Sur siguen siendo bajos en comparación con Estados Unidos. Pero las muertes en la Argentina ya marcan una señal de alarma. Si se sigue desmantelando el Estado, especialmente en salud, el desenlace puede ser el mismo: una epidemia fuera de control.
*Colectivo del Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican), Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)