Hacia una nueva concepción de lo político en Ecuador
Claves para entender la coyuntura nacional poselectoral y el futuro de la izquierda
Emilio Campos
El pasado 24 de mayo tuvo lugar la posesión de Daniel Noboa Azín como presidente de Ecuador asegurando, pese a las impugnaciones presentadas por la Revolución Ciudadana, el giro neoliberal en Ecuador hasta el año 2029. La ceremonia tuvo lugar en la Asamblea Nacional como es costumbre y estuvo marcada por importantes ausencias.

Por un lado, de las más de 90 delegaciones que asistieron al evento tan sólo dos jefes de Estado estuvieron presentes, y por el otro, horas antes de la posesión presidencial la bancada de la Revolución Ciudadana comunicó su decisión de no asistir a la misma a causa de las sospechas de fraude que todavía pesan sobre el proceso electoral del pasado 13 de abril.
Noboa, fiel a su estilo, fue breve en su discurso, prometiendo más seguridad al igual que lo hizo en su pasada investidura y comprometiéndose a reactivar la economía. Lo cierto es que el año 2025, con más de 3.000 asesinatos intencionales entre enero y abril, se perfila a convertirse en el año más sangriento registrado hasta el momento. Por su parte, la economía no ha dado señales de recuperación desde la primera investidura de Noboa y tras una contracción de más de 2% en 2024, la situación en este 2025 no augura mejoras sustanciales para solventar los déficits de inversión social que necesita el país.
Mientras tanto, la izquierda social y política del país sigue sin encontrar la estrategia que le permita llegar nuevamente al Palacio de Carondelet, lugar que ocupó ininterrumpidamente entre el periodo 2006-2017 bajo el mando de Rafael Correa. Una vez ratificada la victoria de Noboa por parte del Consejo Nacional Electoral, es momento de reflexionar sobre las bases mismas sobre las que se construye lo político en el Ecuador, país con altos niveles de polarización donde la inseguridad, la corrupción y los escándalos ocupan los principales titulares de los medios de comunicación, tanto nacionales como extranjeros
Quizás la izquierda ecuatoriana no se ha parado a pensar en los nuevos códigos que rigen el sistema político nacional y que también pueden vislumbrarse en otros países de la región. Entre recuerdos nostálgicos del pasado, discursos desgastados, alianzas superficiales e improvisaciones, la izquierda ecuatoriana encabezada por la Revolución Ciudadana camina sin un norte claro, acumulando derrota tras derrota y con un futuro incierto.
Lo cierto es que, luego del fervor electoral de los últimos años y la inestabilidad política generada tras la muerte cruzada decretada por parte del expresidente Guillermo Lasso cuando decidió disolver el poder legislativo y ejecutivo dando paso a unas nuevas elecciones generales, es momento de pensar en la coyuntura actual, dejando de lado recetas preconcebidas, estrategias comunicaciones anticuadas y ejes programáticos desgastados. Cómo entender lo político en el Ecuador es la primera y más urgente tarea del ala progresista, indigenista y social del país.
La primera clave es regional. La bukelización de la política y el efecto Milei son dos fenómenos que describen perfectamente la nueva coyuntura regional. El antistablishment y lo políticamente incorrecto han sido invadidos por la derecha reaccionaria regional. La izquierda, hoy en día, ya no controla los discursos revolucionarios, transformadores y desafiantes de principios de siglo. Por el contrario, parece que la izquierda regional, así como lo hizo la socialdemocracia europea, se ha visto obligada a adoptar claves discursivas de la derecha.
El securitismo, el acercamiento a los Estados Unidos, el mayor control de las fronteras gracias al diseño de una política anti migratoria más severa promovida por la administración Trump y la infaltable deslegitimación del gobierno venezolano son actualmente puntos comunes en el espectro político regional.
Cada uno de ellos representa una victoria de la derecha, son ellos sus principales propulsores, y son ellos y los medios de comunicación los que han obligado a construir estos grandes acuerdos, donde la única perdedora es la izquierda social y política, incapaz de influir y posicionar sus propuestas en las prioridades regionales.
La segunda clave es ideológica. El clivaje izquierda-derecha parece haber mutado hacia un modelo difuso que combina nuevos lenguajes y estrategias comunicacionales. El discurso de Daniel Noboa se ha adaptado según las condiciones del escenario político, desde la postura de conciliación de su primera candidatura, pasando por el anticorreísmo más rancio, hasta su incorporación en el eje reaccionario continental que incluyen a Donald Trump, Javier Milei y Nayib Bukele, impulsores de un nuevo securitismo y dogmatismo conservador.
Esta mutación de la que hablo no se asemeja a un fin de la historia de corte fukuyamista. Por el contrario, es un nuevo capítulo en la lucha ideológica y en la batalla cultural latinoamericana, que exige renovación, adaptación y pragmatismo. La izquierda ecuatoriana no ha sabido descifrar estos nuevos códigos, permaneciendo en una especie de interregno entre un pasado glorioso y un futuro poco alentador.
La tercera clave son alianzas y cuadros políticos. La izquierda ecuatoriana encabezada por la Revolución Ciudadana es conocida por su arbitrariedad al momento de elegir cuadros políticos. La traición de Lenin Moreno tras su elección como sucesor de Correa fue el punto más álgido de este círculo vicioso que refleja la ruptura de los canales de comunicación entre las bases populares y el buró político de la organización. Tanto Andrés Arauz, candidato presidencial en 2019, como Luisa González, candidata presidencial en 2023 y 2025, son producto de cálculos electorales y racionalidades políticas que, como se puede constatar, no se materializaron en victorias electorales.
Así mismo, las alianzas políticas de la Revolución Ciudadana han representado un punto débil de su estrategia política. Su incapacidad de formar un frente amplio de izquierdas junto con el movimiento indígena, en parte por rupturas y fricciones irresueltas del pasado, le ha hecho presa fácil de las campañas millonarias de los candidatos de derecha, así como de las campañas de odio y difamación que se llevan a cabo principalmente desde los medios de comunicación.
Pero no sólo vemos incapacidad al momento de formar alianzas, sino también incoherencias. Raúl Chávez, presidente del Movimiento RETO y principal aliado de la Revolución Ciudadana en las últimas elecciones, es hoy uno de los principales voceros de la “centro izquierda” en el legislativo ecuatoriano.
El empresario guayaquileño, cercano al alcalde de Guayaquil Aquiles Álvarez, no es una figura que represente en lo más mínimo al legado histórico de lo que fue Alianza PAÍS —hoy Revolución Ciudadana— e incluso nos hace recordar a esa alianza entre el Correísmo y el partido Avanza, presidido por Ramiro González, hoy acusado por diversos delitos de corrupción en el país. Nuevamente los cálculos políticos se sobrepusieron a los procesos de deliberación interna y principios de horizontalidad característicos de cualquier partido de masas.
La cuarta y última clave es la ausencia de un significante vacío para la izquierda. La política ecuatoriana, asediada por el crimen organizado, la corrupción y la improvisación, se encuentra en un callejón sin salida. No existe, tanto en el espectro de la derecha como en la izquierda, un proyecto común capaz de reunir a diversos grupos sociales, como lo fue, por ejemplo, el proyecto constituyente propuesto por Alianza País en su primera campaña electoral.
La izquierda ecuatoriana necesita, desde hace varios años ya, un programa transformador, palpable y pragmático capaz de ilusionar y congregar a un país diverso. Por su parte, la derecha es la que más partido saca de las fisuras entre sindicatos, movimientos sociales y partidos políticos de izquierda, asumiendo el papel del mal menor, pero que únicamente se traduce en desinversión social, privatizaciones y reducción de las capacidades estatales.
Ecuador, hace menos de una década bastión del progresismo latinoamericano, es hoy un país totalmente distinto. El lawfare, la corrupción, el nepotismo y la narcopolítica han desmantelado al Estado, dejando al pueblo a su suerte, asediado por la inseguridad y la falta de servicios públicos. Hoy, la migración vuelve a ser un fenómeno central en la realidad ecuatoriana, como lo fue a principios de siglo tras el conocido como Feriado Bancario. El retroceso es palpable en todos los ámbitos. Cortes eléctricos, carencia de medicinas, desempleo, pobreza, crisis carcelaria, destrucción del sistema educativo son sólo algunos de los problemas que vive hoy el país.
La izquierda, mientras tanto, sigue viviendo un sueño del pasado, anhelando una victoria electoral que permita redirigir la situación política, social y económica. Sin embargo, la comprensión de la nueva coyuntura nacional y regional, así como de las bases mismas de lo político, es la principal tarea de la Revolución Ciudadana y de la izquierda social ecuatoriana. Es momento de reconstruir el movimiento desde sus cimientos, generando liderazgos frescos, alianzas que aporten y sean coherentes, recogiendo las principales necesidades del pueblo para construir un hilo conductor que permita de una vez por todas desmantelar el clivaje correísmo-anticorreísmo.
La pérdida de espacios de influencia política, tanto en el ejecutivo como en el legislativo, y la nueva concepción de lo político en el Ecuador obliga a la izquierda social y política a volcar nuevamente su mirada sobre las calles, las plazas, los campos, las periferias, y no tanto en los platós de televisión, los curules legislativos y los juzgados. Parafraseando al expresidente Correa, es imperante que la izquierda experimente un cambio de época, y no simplemente una época de cambios.
*Analista de El Salto