Vaticano: ¿volver al oscurantismo o seguir el camino de Francisco?
Isabella Arria
El funeral del papa Francisco se celebrará el sábado 26 a las 10 horas de Italia, en la plaza San Pedro del Vaticano. Su féretro será trasladado luego a la basílica Santa María la Mayor, donde será enterrado, tal como Jorge Bergoglio lo estableció en su testamento. Será el primer Papa en más de cien años enterrado fuera de San Pedro.
Francisco pidió una ceremonmia austera y simplificó el protocolo para que el ritual fuese como “el de un pastor y no el de un poderoso”.
Este miércoles, tras el momento de oración presidido por el cardenal camarlengo Kevin Joseph Farrell, comenzará la llamada “traslación” del cuerpo, desde la plaza de Santa Marta, y entrará en la Basílica Vaticana por la puerta principal, donde se celebrará la Liturgia de la Palabra.
Los 135 cardenales de 71 países elegirán al sucesor de Francisco: es ujn grupo por demás heterogéneo y sin una idea común sobre el futuro de la Iglesia Católica. Tendrá poco que ver con el cónclave que doce años atrás eligió a Bergoglio, ya que tienen variada procedencia y no son tantos los que tienen menos de 80 años al día de la muerte de Francisco.
La muerte del papa Francisco pone en suspenso el proceso de renovación y apertura más significativo en la Iglesia católica desde el malogrado Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII, cancelado por Pablo VI y completamente revertido por Juan Pablo II, el pontífice del dinero y de los poderosos, quien se empeñó en convertir a la Iglesia en el aliado más útil del imperialismo estadunidense y en impedir a toda costa la entrada del catolicismo en la modernidad.
La Iglesia Católica no es ajena a la sociedad de la que forma parte, donde conviven un sector conservador, ytradicionalista y sobre todo retrógrado, que odio los cambios reralizados por Bergoglio en su pontificado. Comunista, populista, peronista, demagogo, basura, representante del diblo en la tierra, progresista, antipapa: sus detractores auguran que arderá en el infierno. Son esos jerarcas católicos que siguen mostrando su desprecio por la inmigración y por los derechos de las personas LGTBIQ+.
La tarea de Francisco fue más notoria, si cabe, por haber tenido lugar después del largo periodo de oscuridad de Wojtyla y Benedicto XVI: el Vaticano pasó de ser la correa de transmisión del poder a ser un verdadero puente para el entendimiento entre las naciones y entre los pueblos fracturados.
Dos cualidades marcaron su pontificado: la sincera disposición a escuchar y la humildad de reconocer los errores. Aunque la Iglesia sigue muy lejos de reparar sus agravios históricos contra las mujeres, la comunidad de la diversidad sexual, los pueblos indígenas evangelizados de manera forzosa y esclavizados bajo el signo de la cruz y otros grupos históricamente marginados, es innegable que propició cambios que a principios de este siglo parecían impensables.
Bergoglio no les recetó resignación a los pobres, sino que recordó a los ricos que la explotación es incompatible con el mensaje cristiano. No dijo a las mujeres que se mantuvieran sumisas; denunció en cambio la violencia de género como un mal intolerable; no facilitó el colonialismo, sino que alzó la voz por la comunidad más agraviada de nuestros tiempos, el pueblo palestino. E inisitió en las disculpas de la Iglesia a los nativos americanos, una lección de ética a los reyezuelos que se niegan a pedir perdón por el mayor genocidio de la historia.
El presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, lo tildó como el Papa de todos, pero intentó cambiar la Iglesia y si no avanzó más fue porque se lo impidió el peso de una institución atrozmente reaccionaria, regresiva y anquilosada en las peores tradiciones, recuerda La Jornada de México. Se dice que Benedicto XVI, el primer Papa en renunciar en seis siglos, se bajó del trono de San Pedro porque se reconoció carente de las energías necesarias para limpiar la podredumbre financiera y moral que tejió su antecesor, el Papa polaco.
Francisco intentó el aseo material y espiritual del Vaticano,, pero su determinación le pasó factura en su salud por el permanente enfrentamiento con miembros de la Iglesia y de las congregaciones religiosas que no sólo se negaron en redondo a revisar dogmas cavernarios y carentes de sustento en el Evangelio, sino que pretendieron incluso continuar la protección a la mayor lacra del catolicismo contemporáneo: los clérigos pedófilos que destrozaron las vidas de decenas de miles de personas.
Cuando los cardenales comienzan a debatir sobre la identidad del nuevo Papa, lo harán con una disyuntiva ineludible frente a sí: mantener una Iglesia donde entra la luz, o devolverla a las catacumbas en que la hundieron Wojtyla y Ratzinger. Buena la definición de Carlos Sánchez Mato: Bergoglio, más lejos de lo que querían, menos de lo que esperábamos.
*Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)