Elecciones en Ecuador y la trampa del balotaje
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)
La segunda vuelta electoral en Ecuador entre el presidente Daniel Noboa y la correísta Luisa González es una buena oportunidad para preguntarse por qué hay balotaje –o segunda vuelta- en América Latina y para qué sirve, más allá de esta elección puntual.
Los sistemas políticos y electorales cambian de país en país, dependen de historias y culturas políticas y es difícil afirmar de manera categórica que unos sean mejores que otros. Los hay presidencialistas y parlamentarios, que, por diferentes razones, también tienen sistemas electorales muy diversos y algunos muy cuestionables.
Sin ir más lejos, en Estados Unidos, el país que muchos toman como “modelo” de democracia, no gana quien obtiene más votos, sino quien consigue más apoyos en el colegio electoral.
En la mayoría de los países de América Latina y el Caribe no hay balotaje. Quien consigue más votos gana, aunque sea por la mínima diferencia. Sin embargo, varios han adoptado el sistema de balotaje, palabra adaptada al castellano de la francesa ballotage y que se comenzó a utilizar en Francia después de la revolución francesa de 1789.
Quienes apoyan la implementación del balotaje sostienen que al haber solo dos contendientes el triunfo con más del 50 % de los votos válidos le da mayor legitimidad al ganador. Además, como se necesita negociar el apoyo de otros partidos para vencer, aseguran que estimula la articulación de coaliciones, modera la plataforma original del vencedor en caso de que fuera muy radical y tiende a impedir que ganen partidos extremistas aprovechando una coyuntura de crisis.
En cierta medida los argumentos son reales. Para las estadísticas –y el imaginario popular- siempre queda el resultado de la segunda vuelta, aunque en la primera la diferencia haya sido exigua, como sucede muchas veces por la fragmentación en múltiples partidos y candidaturas. Sin Balotaje se puede triunfar con un porcentaje muy bajo de votos y es lo que se querría evitar al implementar este sistema. Sucedió en la Argentina con Néstor Kirchner en la elección presidencial del año 2003. En la primera vuelta Carlos Menem había obtenido el 24,4% de los votos y Kirchner el 22.2%.
Sabiendo Menem que perdería por amplia mayoría en el balotaje decidió retirarse para impedir que Kirchner asumiera con una mayor legitimidad de origen. Kirchner asumió con apenas el 22.2% de los votos, a todas luces una legitimidad muy baja para gobernar, aunque él supo revertir la historia.
Pero hay que ser muy ingenuo para pensar que la implementación del balotaje tiene que ver con la ampliación de la democracia. Si bien es difícil encontrar “el” momento en que se extendió la práctica del balotaje en América Latina, hay un hecho bisagra que se puede tomar como hipótesis para comprender por qué se utiliza en tantos países: Chile 1970.
El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende consiguió el 36.6 % de los votos, seguido muy cerca por Jorge Alessandri (35,2 %) y Radomiro Tomic (28 %). La elección no era directa y no existía balotaje. Con balotaje lo más probable es que Allende no hubiera triunfado. Fue un caso testigo. Allende tenía un programa muy radical para la época y proponía la vía pacífica y electoral al socialismo, contrapuesto al modelo de la revolución cubana de 1959. Había que evitar su propagación.
Uno de los primeros que comprendió la utilidad del balotaje en América Latina fue Alejandro Agustín Lanusse, el militar que gobernó la Argentina entre 1971 y 1973, continuador del golpe de Estado de 1966. En 1972, ante la imposibilidad de evitar el retorno y posterior triunfo electoral de Juan Domingo Perón después de 18 años de exilio, promulgó una ley para modificar el sistema electoral. Con ésta, si ningún candidato lograba el 50 % más uno de los votos se realizaría un balotaje a los treinta días.
Lanusse estaba convencido de que el peronismo no se podría imponer en primera vuelta sin la candidatura de Perón. Se equivocó. El 11 de marzo de 1973 el candidato del peronismo, Héctor J. Cámpora, logró el 49,56 % de los votos. Ante el contundente resultado su contrincante más cercano –Ricardo Balbín con el 21 %- decidió no presentarse al balotaje. Meses después Perón fue el candidato y arrasó con el 61% de los votos.
La jugada de Lanusse fue claramente política. No se trataba de ninguna ampliación democrática, sino de evitar el triunfo de Perón y el peronismo.
En la década del ochenta del siglo pasado en varios países latinoamericanos los militares convocaron a elecciones y asumieron gobiernos civiles en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. En aquella época proliferaron los centros de estudios sobre las llamadas “transiciones democráticas” y los sistemas electorales. Muchos de estos centros fueron financiados por fundaciones vinculadas al Departamento de Estado de Estados Unidos y partidos políticos europeos de derecha, centro y de la socialdemocracia. Venían a dar lecciones de democracia.
Pero si algo tenían en común era el rechazo a los partidos nacionalistas y de izquierda latinoamericanos, influenciados todos –en mayor o menor medida- por la revolución cubana. Sin abonar a teorías conspirativas podemos decir que no es casual que todos los países mencionados adoptaran el balotaje.
Uruguay es un buen ejemplo.
A la salida de la dictadura, y después de años de represión, en las elecciones de 1984 y 1989 el Frente Amplio logró el 21 % de los votos, desafiando la hegemonía de los históricos partidos Blanco y Colorado. En 1994 Tabaré Vázquez logró el 30 %, cifra casi similar a los otros dos partidos. En 1999 ya era la primera fuerza con el 40 %, aunque perdió en el balotaje. En 2004 obtuvo la victoria en primera vuelta. Desde 1999 el Frente Amplio se consolidó como primera fuerza política y siempre un mínimo del 40 % de los votos. En países sin balotaje, estaría gobernando de manera ininterrumpida. Sin embargo, ha perdido en segundas vueltas por la votación conjunta de los otros partidos para impedir su triunfo.
En Brasil, las primeras elecciones después de la dictadura se realizaron en 1989 y se implementó el balotaje. A pesar de 21 años de dictadura y represión, el Partido de los Trabajadores, con Lula como candidato, obtuvo el 16 % de los votos y accedió al balotaje (que perdió). El ascenso del PT fue meteórico y desde 2002 es la primera fuerza política. A partir de entonces, y salvo en 2018 con Lula proscripto, el PT siempre tiene más del 40 % de los votos. Pero como existe el balotaje no siempre gana, porque la consigna es “todos contra el PT”.
Lo que suelen omitir quienes defienden este sistema es que uno de los motivos centrales para su implementación es evitar los triunfos de movimientos que tienen amplio apoyo popular pero no pueden franquear por sí solos el 50%. En muy pocos países –y no solo en América Latina- es excepcional que un partido obtenga más del 50% de los votos, sea en un sistema parlamentario o presidencialista. Para sortear la barrera del 50%, en varios países, se la bajó al 40% y algunas condiciones muy precisas como la diferencia de diez puntos. Pero ningún gobierno popular se atrevió a eliminar el balotaje; ni siquiera Evo Morales, que desde que ganó la primera vez en 2005 con su movimiento nunca tiene menos del 45% de los votos.
Volviendo a Ecuador
En el año 2006 un desconocido Rafael Correa accedió al balotaje con el 22 % de los votos para enfrentar al empresario Álvaro Noboa (padre del actual presidente) que había obtenido tan solo el 26%. En la segunda vuelta Correa obtuvo el 56% contra el 43% de Noboa. Ecuador venía de crisis en crisis desde la asunción en 1996 de Abdala Bucaram y su posterior destitución a los seis meses por “incapacidad mental”. Entre 1996 y 2007 Ecuador tuvo siete presidentes, sin contar a Correa que asumió el 15 de enero de 2007. De allí en más fueron diez años de estabilidad política y hegemonía del movimiento creado por Rafael Correa que se consolidó como la principal fuerza política a pesar de la persecución en su contra, la traición de Lenín Moreno, y la obligación de cambiarle varias veces el nombre a su movimiento.
De manera similar a la Argentina donde todos se unen para vencer al peronismo, en Brasil al PT, en Uruguay al Frente Amplio y en Bolivia a Evo Morales, en Ecuador el enemigo es el correísmo.
Gracias al balotaje Correa accedió por primera vez a la presidencia. Sin embargo, hoy es rehén de un sistema electoral que le impide consolidar las reformas estructurales que comenzó en 2007. En 2021 su candidato –Andrés Aráuz- obtuvo en la primera vuelta el 32 % de los votos, seguido por el empresario Guillermo Lasso con el 19%. Claramente la primera minoría. Pero Lasso ganó el balotaje porque todos se unieron contra Aráuz. La trampa del balotaje.
Hace ya casi 20 años que el correísmo es la principal fuerza política del Ecuador. Si hubiera eliminado el balotaje habría retornado al poder en 2021. El tema claramente excede la elección presidencial ecuatoriana. Debería ser motivo de reflexión para todos los movimientos populares que mantienen un sistema electoral que les impide profundizar reformas estructurales a largo plazo en beneficio de las grandes mayorías.
*Colectivo del Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican, Fundación para la Integración latinoamericana (FILA)