La pandemia de los partidos políticos
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)
Se cumplen 5 años del comienzo de una pandemia que conmovió al mundo y duró más de 10 días. La ciencia encontró una vacuna y como todo sucede a una velocidad trepidante, un hecho tapa otro. Es más, la mayoría de los sitios que brindaban los datos de las personas contagiadas y fallecidas no existen ya. Dejaron de contar.
Worldmeter, uno de los mejores que actualizaba en tiempo real, tiene como última fecha el 13 de abril de 2024. Allí señala que hubo 704.753.890 casos, 7.010.681 muertes y 675.619.811 personas recuperadas, aunque otros sitios expertos aseguran que las muertes se acercan a los 30 millones. El problema, según Worldometer, es que ya no brinda más datos porque los gobiernos dejaron de contar e informar. Punto.
Se suele decir que frente a una tragedia que azota a una sociedad, sea una inundación, un terremoto o una pandemia, todos deben unirse. Wishfull thinking como se dice en inglés. Expresión de deseos. Es una utopía muy lejos de la realidad. No solo que no se unen, sino que las tragedias se politizan y partidizan. Todos los gobiernos encontraron a los partidos opositores cuestionando sus medidas para enfrentar la pandemia, sea cual fuere su signo político.
Ni siquiera se trató del clivaje izquierda-derecha. Los gobiernos que decidieron duras cuarentenas fueron criticados por ello. A su vez, los que dejaron casi todo abierto, fueron cuestionados por no aplicar medidas restrictivas. Había que oponerse. Se podría decir que es el ABC de la política. Si un partido opositor apoya o elogia al gobierno difícilmente logre acceder al poder y lo más probable es que pierda su razón de ser.
Los resultados electorales negativos de casi todos los gobiernos que gestionaron la pandemia revelan las dificultades que tuvieron para gestionar inesperadamente lo desconocido. La ciudadanía exigía respuestas rápidas, aunque no las hubiera, y castigó en las urnas a quienes no podían brindar la calma que se buscaba con ansiedad. En el fragor de la batalla contra el COVID19 los gobiernos se centraron en lo urgente y crucial: evitar más muertes y contener las consecuencias económicas.
Pero a todos se les ha hecho muy difícil comprender como la frustración, el dolor, la incertidumbre, la sensación de fin del mundo, los encierros, el aburrimiento, la tristeza, los aislamientos, los quiebres de vínculos familiares, o los cambios emocionales, incidieron políticamente y al momento de votar. Cada muerte fue percibida por las familias como un fracaso de quienes gestionaban el COVID 19.
Una pandemia es un hecho excepcional y la traducción a la política es insondable dado que no se pueden medir las variables con los parámetros habituales. Por otra parte, una pandemia expone la contradicción entre el discurso que resalta la “libertad individual” por sobre lo colectivo, y convierte las medidas colectivas en intrusivas que parecen violar lo individual. En este contexto, a todos los gobiernos se les hizo muy difícil explicar que el interés colectivo para cuidar a la población debe primar por sobre el individual.
Algunos políticos supieron aprovechar muy bien su oposición a las prácticas de los gobiernos. Uno de los casos más destacados es el de Javier Milei. No se puede entender su meteórico ascenso sin sus apariciones públicas durante exigiendo “libertad” para la población mientras el gobierno de Alberto Fernández aplicaba férreos controles a quienes no respetaban la cuarentena.
Una vez terminada la fase crítica de contagio y muertes la vida parece haber regresado a la “normalidad”, como si la pandemia nunca hubiera existido. ¿Podemos pensar en “normalidad” cuando una veintena de países tuvo más de 100 mil muertes en un plazo tan corto? Y Estados Unidos más de un millón.
Las pandemias suelen tener efectos a corto, mediano y largo plazo en todas las sociedades. Sucedió con la famosa “peste bubónica” (1346-1353) que afectó a varios países europeos y asiáticos, y la mal llamada “gripe española” de 1918 que se expandió por el planeta. Hubo millones de muertos e innumerables modificaciones en la vida cotidiana.
¿Alguien puede pensar seriamente que la pandemia del COVID 19 no dejará secuelas solo porque hubo vacunas que evitaron más muertes? La periodista científica británica Laura Spinney estudió en profundidad las causas y consecuencias de la “gripe española”. En su libro de 2017 “El Jinete pálido. 1918: la epidemia que cambió el mundo” describe lo traumático que fue, no sólo para quienes la vivieron, sino por sus derivaciones en los años posteriores. Ahora se pretende que la pandemia quede en el arcón de los recuerdos. No sucederá.
La lucha anti epidémica no fue sencilla en 1918 y tampoco lo fue con la aparición del COVID19, aunque hubiera vacunas que se podían enviar por avión en pocas horas. Desde la política se confía en que la pandemia quedará atrás. En lo estadístico es posible. Sin embargo, lo más probable es que los efectos en lo social se sientan por años. Si la pandemia de 1918 cambió aquel mundo -como dice Spinney- cuesta creer que la de 2020 no modifique el actual y el que vendrá.
Y la única manera de prepararse para la próxima es aprendiendo de ésta y las anteriores. Según Spinney, después de 1918, hubo un gran desarrollo del concepto de medicina social porque se comprendió que la única manera de tratar una pandemia es a través de lo colectivo y que nadie se salva solo, aunque haya quienes pretendan negarlo.
La gran pregunta en 2025 es si la política tiene las herramientas para tomar conciencia de la magnitud de la catástrofe que hubo y se pone a pensar colectivamente hacia adelante. En este contexto, no hay que minimizar la ostensible ofensiva contra la ciencia, los organismos científicos y la Organización Mundial de la Salud desde la primera potencia mundial encabezada por Donald Trump y sus adláteres en otras latitudes.
* Colectivo del Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican) – Fundación para la Integración Latinoamericana