Frivolidad nazi

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Jorge Elbaum

Los medios de la derecha argentina no logran, aunque quieran, escaparle al inconsciente freudiano. El 6 de enero de 2025, el diario argentino La Nación publicó un  artículo que dejó en evidencia un evidente lapsus mediático en el que se describe una disputa entre dos cazadores de tesoros, los hermanos Felipe y Alfredo Etchegaray, contra el Estado uruguayo.

En la nota de marras se relata el logro alcanzado en 2006 cuando los Etchegaray recuperaron del fondo del Río de la Plata el Mascarón de Proa del buque alemán Graf Spee, hundido en las costas de Montevideo el 17 de diciembre de 1939. Dicha pieza, de 250 kilos y casi tres metros de diámetro, personifica el águila imperial del Tercer Reich, sostenida sobre una enorme cruz esvástica.Graf Spee - Montevideo Antiguo

La nota de La Nación omite, con superficial indiferencia, cualquier disquisición ética o histórica referida a los horrendos crímenes asociados a ambos símbolos. El artículo firmado por Mariano Chaluleu está ilustrado con las imágenes de varios referentes jet set participantes, en décadas pasadas, de las fastuosas fiestas de Punta del Este. En esos ágapes fastuosos, rememora Alfredo Etchegaray, se desempeñaba como «el más importante relacionista público de Uruguay», referencia ineludible de quienes cubrían la temporada en los años ’90, cuando el menemismo desplegaba su exhibicionismo en los salones VIP, mientras adornaba con oropeles kitsch a las vedetes de la época.

La nota está embebida en ese tono trivial y frívolo. Asoman fotos sonrientes de Mirtha Legrand, Pelé, Xuxa, el millonario brasileño Gilberto Scarpa, César Banana Pueyrredón, Sting y Billy Idol: todos acompañados con ilustraciones naturalizadas de águilas nazis y de esvásticas. Junto a sus estrellas de lujo festivo, característico de “la alta sociedad”, Etchegaray es caracterizado como un simple aventurero exitoso al que le han despojado de su merecido tesoro, sin ninguna justificación.

La imagen con la que se presenta a Etchegaray incluye su despreocupada sonrisa de Bon Vivant. Posa radiante cuál Indiana Jones del subdesarrollo, desplegando sus antecedentes de playboy en tratos con la esvástica. Reseña su aventura frente a la indulgencia del periodista e insiste en exhibir su indignación frente a la momentánea negativa –comunicada por el gobierno uruguayo– de entregar el trofeo nazi. Lo que está en juego –señala Etchegaray– es el desaprovechamiento de la inversión.

Amnesia histórica

Mirtha Legrand y Alfredo Etchegaray engalanan la nota sobre el Mascarón de Proa del Graf Spee

En ninguno de los párrafos de la nota se hace mención respecto a que el águila y su cruz permanecen salpicadas de sangre. No parece ser el tema. El cazatesoros cuestiona el intervencionismo estatal que siempre interviene de forma autoritaria en el libre mercado. Etchegaray le reclama a la República Oriental que le permita acceder al Mascarón de Proa, hoy confiscado, porque asegura que su trabajo en el fondo del Río de la Plata puede colocarse en el mercado por un valor aproximado de mercado de 15 millones de dólares.

En las diversas entrevistas que concedió. se mostró consternado sin hacer ninguna referencia la consideración emocional negativa que dichos emblemas poseen para los 60 millones de víctimas que produjo la Alemania nazi. Ni Etchegaray ni el reportero condescendiente hacen la más mínima referencia crítica al ultraje que supone el tratamiento mercantil de una pieza de esas características. De hecho, en Argentina, existen antecedentes jurídicos referidos a la comercialización de ese tipo de piezas: en 2018 la Sala III de la Cámara de Apelaciones en lo Penal de la Ciudad tipificó como delito la compra y la venta de objetos vinculados con el nazismo, en el marco de la Ley 23.592, sobre Actos Discriminatorios.

El inconsciente mediático-comunicacional también habla. Incluso cuando se busca, de forma denodada, que se llame a silencio. No se puede atribuir la pasividad ante la ignominia solo a una distracción del autor de la nota, del editor que la evaluó, o del medio que la publicó. Probablemente se trate de algo más normalizado y subrepticio: la permanencia indisoluble de una «constelación familiar» hereditaria del matutino fundado por Bartolomé Mitre, en el que se pueden detectar sensibilidades de autoritarias ligadas a la ultraderecha ideológica. Algunas referencias del pasado pueden exponer los antecedentes velados de su ADN editorial.

Vasos comunicantes

Recorte del diario La Nación de 1933 ante la asunción de Hitler en enero de 1933: “Desde la caída del imperio, no ha tenido acaso Alemania, un instante de tan honda expectativa”.

Tras la llegada de Hitler al poder el diario La Nación caracterizó el hecho como un momento de gran expectativa, pese a los antecedentes que pesaban sobre el Führer. Diez años antes había liderado un Golpe de Estado, en 1923, conocido como el Putsch de Múnich. Y en 1925 había publicado, desde su cómoda detención, Mi lucha (Mein Kampf), donde se mencionaba 242 veces la apalabra “judío”, y se hacía referencia a dicha identidad con los siguientes interrogantes:

¿Es que había un solo caso de escándalo o de infamia, especialmente en lo relacionado con la vida cultural, donde no estuviese complicado por lo menos un judío? Quien, cautelosamente, abriese el tumor, habría de encontrar algún judío. Esto es tan fatal como la existencia de gusanos en los cuerpos putrefactos.

En julio de 1933, La Nación publicó una serie de notas enviadas por su corresponsal en Europa Jules Sauerwein, agrupadas bajo la volanta “Alemania, a siete meses del hitlerismo”.  Hitler había asumido como Canciller el 30 de enero y había cerrado el parlamento (Reichstag) en febrero. La serie incluía entrevistas amables y condescendientes a las máximas autoridades del nazismo. Entre ellas se publicaron los reportajes al ministro de propaganda Paul Joseph Goebbels; al comandante de la Luftwaffe, Hermann Wilhelm Göring; y al ideólogo de las Leyes de Núremberg, Alfred Rossemberg. De esa amanera el diario de los Mitre se mostraba como una tribuna de la doctrina nazi. No fue necesaria una autocrítica posterior. Cuando el Reino Unido les ordenó dejar de avalar al Reich cambiaron la perspectiva.

El 2 de octubre de 1933 el corresponsal del diario de La Nación Jules Sauerwein opinaba desde Europa que no era posible juzgar ni evaluar críticamente el nazismo porque “En un régimen de dictadura y de mística [y], el observador tropieza con grandes dificultades en la tarea de ir descorriendo velos.”. Ese mismo corresponsal, en un alarde de proporcionalidad entre represores y víctimas, señalaba que “Hay que desconfiar (…) de las exaltaciones [de los seguidores de Hitler] como [de la crítica] de sus adversarios.”

El principio del Führer

En otra de las ilustraciones de la nota se oculta la esvástica para no espantar a potenciales socios comerciales

El 16 de mayo de 1935, la editorial de La Nación fue titulada como: “El principio del Führer, o la desconstitucionalización del Estado”. En dicha columna se equiparaba la dictadura de Hitler con la democracia, caracterizando ambos como negativos: “según los principios del Estado del Führer– las decisiones importantes en la vida pública– deben tomarse por una sola persona y no por una multitud sin responsabilidad”.

Con el criterio impuesto por Hitler –agrega la editorial de La Nación– “se contraponen dos tipos de gobierno o de régimen político igualmente extremistas: es como si la pobre humanidad no pudiera elegir sino entre el absolutismo despótico y la anarquía demagógica.” Según el editorialista, el primero de esos modelos lo expresa autocráticamente el Führer. El segundo –tan desacertado como el anterior–, el vulgo, la masa inerme, la pluralidad desordenada que funda la democracia. Dos males semejantes. Portadores de similar riesgo y peligro.

¿Puede considerarse ingenua la distracción respecto al Mascarón de Proa que expresa una de las imágenes más icónicas de la crueldad humana? ¿O debe deducirse que su omisión legitima a la esvástica como una pieza de mercado?

En la película “Zona de Interés” escrita y dirigida por Jonathan Glazer se invisibiliza la crueldad y se exhiben, al mismo tiempo, los fantasmas que fundan el mutismo y la indiferencia. El rodaje se llevó a cabo en Auschwitz en el año 2021. Muestra cómo las formas más despiadadas pueden ir acompañadas de bailes, días de campo, fotos sonrientes, huertas y jardines repletos de flores.

Día de campo de los encargados de gestionar Auschwitz. Se cree que las fotos fueron tomadas por el teniente de la Waffen-SS Solahütte, Karl Höcker, en un predio cercano al campo de exterminio. Las sonrisas no siempre expresan un homenaje a la vida.

En tiempos de discursos de odio vomitados desde los gobiernos fascistas, que privan a los adultos mayores de medicamentos, que persiguen gremialistas, despiden trabajadores, clausuran los sueños de los universitarios y criminalizan a militantes, es necesario señalar que ciertas omisiones no son fortuitas ni circunstanciales. Que existen coherencias entre las omisiones históricas y las complicidades mediáticas con el orden de la crueldad. Ambos procesos contribuyen a un clima de aceptación y de modorra crítica que tiende a debilitar al herido y empoderar al verdugo.

Mientras el negacionismo y las políticas extremistas del libre mercado se alinean para favorecer la insensibilidad, la violencia y la amnesia histórica, la memoria se encargará de anotar, en la libretita de la reparación futura, las cifras del dolor acumulado. Ella –la memoria- sabe que muchas veces hemos vencido. Ella nos brinda el testimonio del final de los espantajos tatuados de esvásticas. Nos recuerda cómo desfilaron en los tribunales de Nuremberg. Y nos hace saber que los partisanos estaban ahí. Frente al patíbulo. Viendo cómo los temblores de sus uniformes, repletos de cruces gamadas, exhalaban su último aliento de atrocidad.

*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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