Trump en materia de comercio internacional: más de lo mismo, pero peor

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Eduardo Camín

 Con los deberes cumplidos y por las dudas, poco antes de terminar el año la Organización Mundial del Comercio (OMC) a través del Presidente del Consejo General el noruego Petter Ølberg dio a conocer a través de una conferencia la importante cantidad de trabajo realizado durante los últimos seis meses, que incluyó aproximadamente 170 horas de sesiones técnicas plenarias.  

Al resumir los progresos realizados hasta la fecha,  Ølberg dijo que los miembros tenían ahora un proyecto de documento de negociación sobre reformas de la apelación y el examen que reducirían las reclamaciones que pueden ser objeto de revisión en apelación o examen, aclararían las funciones de los árbitros con respecto al examen de la evaluación objetiva de los hechos por un grupo especial, mejorarían la etapa de examen intermedio para la corrección de errores y reforzarían el cumplimiento de los plazos procesales.

Dijo que el texto reconoce las necesidades de los Miembros en desarrollo, encomienda a la Secretaría de la OMC que emprenda actividades y apoyo adicionales adaptados a las necesidades, establece un diálogo entre los Miembros y la Secretaría, e introduce un mecanismo de examen y presentación de informes al Órgano de Solución de Diferencias (OSD). 

Las retóricas de una vieja historia  

Como recordaremos el sistema de solución de diferencias de la OMC es el elemento central en el que se basan las normas, procedimientos y prácticas elaborados en el marco del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1947.  Este sistema se ciñe a calendarios específicos y detallados que han de seguirse para concluir el examen de cada asunto. Los asuntos son examinados inicialmente por un grupo especial integrado por tres personas seleccionadas especialmente para el asunto. 

Dentro del marco de negociaciones, el sistema de solución de diferencias de la OMC alienta las soluciones amistosas, más que las carreras por vencer los asuntos. Más de la mitad de las diferencias planteadas durante los últimos 20 años ante la OMC se han resuelto de manera amistosa sin necesidad de establecer un grupo especial.  Pero este sistema en realidad supone la pesadilla del presidente estadounidense Donald Trump y sus asesores, en la materia.  

La historia viene de lejos, y debemos recordar que cuando Robert Lighthizer, el principal negociador comercial del gobierno estadounidense, tuvo sus inicios en la diplomacia comercial durante la presidencia de Ronald Reagan, y recordamos que por aquel entonces al coloso americano le gustaba resolver sus conflictos comerciales por la fuerza, al exigirle a sus socios que frenaran sus exportaciones o indicar que se enfrentarían a las consecuencias, irremediables de los aranceles. 

En la actualidad, los conflictos comerciales se adjudican de otra manera: desde 1995, fecha de creación de la OMC, Estados Unidos ha tenido que llevar sus quejas ante el sistema de solución de diferencias, como cualquier otro país. En el balance general, se puede decir que ha perdido en algunos casos, esencialmente en aquellos relacionados con la singular manera que tiene Washington de medir el dumping, una práctica de competencia desleal.

Colombia, México, Ecuador y República Dominicana, investigados por dumping  en EE. UU.Y también suele ganar en algunos cuando denuncia alguna práctica injusta en el extranjero. Pero este sistema parece no gustarle a Trump. Esto se puso en evidencia por ejemplo en la forma despreciable y agresiva en que los negociadores comerciales de Trump se han dirigido a sus contrapartes mexicanas y canadienses en el proceso de renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en su primer mandato y las presiones que ejerce actualmente incluso antes de tomar el cargo.

Esta diatriba lleva a que algunos diplomáticos y expertos en materia comercial converjan una vez más en que el objetivo final de la Casa Blanca no es otro que reventar todo el marco legal que regula el comercio mundial. Lo que Washington realmente pareciera desear es el tipo de carta blanca que gozaba en la década de 1980 para forzar a un país tras otro a reducir a cero el superávit comercial con Estados Unidos. 

Este hecho en sí mismo, no debería llamar la atención ya que, en diversos momentos de su campaña electoral, Trump amenazó con una posible salida de los Estados Unidos de la OMC. En su propuesta titulada Agenda de Política Comercial 2017 (Trade Policy Agenda 2017), que volvió a retomar Trump en su nuevo camino a la Casa Blanca, dejó en claro que tanto la OMC como las decisiones de las disputas en este ámbito puede ser repensadas y eventualmente no consideradas si, a juicio de la actual administración, los intereses estadounidenses no fuesen observados.

Es cierto que Trump proclama siempre un discurso más proteccionista y amenazador sobre el orden internacional global. Sin embargo, en lo que se refiere a la OMC, una posible salida de EE. UU. de esta Organización, priorizando acuerdos de comercio bilaterales, generará impactos no sólo para el sistema multilateral sino, sobre todo, para la propia administración americana. 

Una vez que logro el triunfo su dialéctica recorre los mismos andariveles del pasado reciente. Una eventual salida estadounidense impediría, por ejemplo, la utilización del OSD para resolver diferencias comerciales. Esto llevaría a Washington a discutir caso por caso las disputas comerciales que puedan surgir en el futuro, además de no poder exigir que los otros países cumplan la legislación común del comercio internacional en las operaciones de comercio exterior con Estados Unidos. 

La ausencia de esas reglas podría someter al país a innúmeras «guerras comerciales», que podrían perjudicar su propia economía y sobrecargar su diplomacia, buscando soluciones únicas para cada problema y disputa comercial que pudiera surgir. 

El efecto nocivo para la economía estadounidense, mayor importadora del planeta y el país con mayor número de empresas transnacionales hoy en día es incalculable. Sin duda, una eventual salida de este país de la OMC debe traer muchas más desventajas que ventajas para la economía y el efecto sería devastador para el país.  

Las administraciones que precedieron a la de Donald Trump fueron grandes portavoces del libre comercio, papel que Estados Unidos ha desempeñado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, como la economía más grande del planeta, hoy ya no es el caso. 

En lo que se refiere a desventajas, un pequeño ejemplo de la posible implosión en el mercado doméstico estadounidense es el efecto de las sanciones que el presidente Trump afirma que colocará en práctica contra China y México. 

Pequeño bemol en toda esta pantomima de D. Trump, seria recordar que China es la mayor acreedora de títulos de deuda pública de Estados Unidos y que gran parte de las plantas industriales de empresas estadounidenses se encuentran instaladas en México.  Y como recientemente se lo recordó la presidenta del gigante azteca Claudia Sheinbaum, que esta política comercial será motivo de perdida de eficiencia, aumento de costos y desempleo estos serían apenas algunos de los efectos inmediatos en un futuro, no tan distante. 

De esta forma, pregonar por la deconstrucción del modelo de globalización liderado por Estados Unidos a lo largo de las últimas décadas, además de significar el quebrantamiento de un importante patrón de la política exterior del país para temas de comercio internacional, seguramente traerá perjuicios aún inmensurables para el mundo entero, pero, sobre todo, para los propios estadounidenses. 

Aunque la OMC sufriera de esta amenaza americana, esta podría sobrevivir, ya que, en la actualidad, este país representa apenas el 13/15 por ciento del comercio mundial, una cifra inferior al 25 por ciento que ostentaba durante la década de 1980. 

Mientras tanto hoy el objetivo de esta guerra comercial no solamente está instalado en la burocracia internacional, el nuevo oeste adquiere un espacio en el concierto mundial, lógicamente en un mundo industrializado, los mecanismos de intervención son sutiles, la guerra en cuestión está dirigida contra los BRICS.

En este sentido pareciera que todas estas gesticulaciones y ocurrencias, de aparentes contradicciones de la globalización, debe entenderse como una nueva estrategia, al servicio de un viejo ideario, para que el capitalismo mundial y su principal exponente continúen obteniendo beneficios de amplios territorios mediante la acción de las grandes corporaciones transnacionales, que son, en definitiva, los principales exponentes del comercio mundial. 

Este marco económico global, tiene perversas consecuencias políticas, comerciales, socioeconómicas y financieras sobre la mayoría de los países, al perder elevadas cotas de soberanía. Continentes enteros como África, quedan totalmente al margen de estas batallas del nuevo orden, mientras que América Latina intenta con denuedo lograr una inserción adecuada al comercio mundial, pero sin arriesgar siendo sometido permanente al ideario fondomonetarista.  Lo cierto es que su papel, tanto en el capitalismo histórico como en su actual fase global, se reduce a ser meros espectadores dependientes, con las permanentes secuelas de la teoría de la dependencia que desde hace siglos nos fue asignada por los centros de poder capitalistas. 

 

*Periodista uruguayo residente en Ginebra, exmiembro de la Asociación de Corresponsales de Prensa de Naciones Unidas en Ginebra. Analista Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la 

 

 

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