Plata dulce raquítica: El abismo entre percepción y realidad en Argentina
Jorge Marchini
Existe una brecha profunda entre la percepción de la mayor parte de los argentinos sobre su situación personal y las cada vez más exaltadas afirmaciones emitidas por el Presidente Javier Milei (“la Argentina es un excelente caso de negocios”, ante empresarios del Coloquio del IDEA) y el ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, (“el gobierno y el programa no están anclados en promesas, sino en resultados”, al recibir el premio del ministro de Finanzas del año por parte de una publicación que refleja el entusiasmo de inversores financieros).
Las declaraciones eufóricas de Milei, Caputo y medios del establishment sobre el desempeño económico plantean un escenario contrapuesto que, por supuesto, no puede ser ocultado por la realidad cotidiana. Menos aún con datos antojadizos, que llegan hasta ser disparatados, como, por ejemplo, la repetida aseveración presidencial del mejoramiento de los ingresos de los jubilados o un equilibrio fiscal virtuoso inexistente. Según sus narrativas, lo meritorio es que la Argentina ha hecho “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”.
Se clama como mérito que, mientras se castiga a la población, se ofrecen oportunidades para rápidos negocios financieros. La mayoría de la sociedad enfrenta el empeoramiento de su vida por la caída de la actividad económica y los ingresos, el cierre de centenas de empresas, el aumento de la pobreza y la marginación, la pérdida de empleo junto con la mayor precariedad laboral y el desguasamiento del rol social del Estado en aspectos vitales esenciales (salud, vivienda, educación, previsión social).
La tónica no es nueva en la historia argentina. El país ha vivido repetidamente ciclos en los que se han generado auges financieros especulativos de corto plazo que terminaron en desmoronamientos. Estos períodos no solo generaron enormes desplazamientos de ingresos, sino que han dejado secuelas posteriores al endosarse sus consecuencias a la sociedad. No parece haberse aprendido.
Fanáticos del endeudamiento
La ilusión repetida, magnificada ahora con expresiones agresivas y soeces, se basa en la idea de que los altos retornos obtenidos por las tasas de interés locales, complementados con un anclaje cambiario garantizado inicialmente por el Estado, dan comienzo a un período virtuoso. Se promete que la estabilidad financiera será permanente con la eliminación del control cambiario por el libre juego de entrada y salida de capitales, no importando la moneda.
Sin embargo, lo que se oculta es que el ciclo de capitales especulativos tiene un carácter intrínsecamente volátil y depende de factores externos fuera del control de la política económica local. No se menciona que, cuando los flujos de capital se revierten, los efectos pueden ser inmediatos y devastadores.
El abismo entre percepción y realidad refleja un problema estructural de la economía mundial que es particularmente crónico en el caso de la Argentina: la desconexión entre juegos financieros especulativos y la economía real de sectores mayoritarios que sufren sus consecuencias regresivas.
Los inversores que actualmente ingresan capital en la Argentina, tanto de fondos de inversión como del reciente blanqueo impositivo de argentinos con tenencias ocultas evadidas, son centralmente de corto plazo, atraídos por oportunidades especulativas de diferenciales por tasas de interés que cuadruplican promedios mundiales.
No es casual que, en un ambiente de timba financiera esencialmente con títulos públicos, las inversiones hayan caído. El descenso estimado en 21,5% de estas en los primeros ocho meses del año ha sido impulsado por la incertidumbre de costos, alteración de precios relativos y desmesuras generadas por el propio gobierno, jugando con límites de la sociedad.
En un marco de caída general de las inversiones reales, estas tienden solo a concentrarse en sectores exportadores con ventajas competitivas naturales (agropecuarias, minería, energía), con grandes incentivos (RIGI), pero limitados multiplicadores de actividad y empleo para el resto de la economía. Con lógica capitalista, no se canalizan inversiones hacia sectores que se vinculan a un deprimido mercado interno.
La volatilidad aumenta la vulnerabilidad económica, ya que los fondos de inversión sin correlato productivo pueden retirarse rápidamente ante cualquier indicio de inestabilidad local o internacional, lo que genera presiones sobre el tipo de cambio y las muy limitadas reservas del Banco Central.
Lo que no se dice
El carry trade es un fenómeno que ha desempeñado un papel central en la historia económica contemporánea argentina. A primera vista, parece una estrategia virtuosa: los inversores aprovechan tasas de interés locales altas para obtener rentabilidad, financiándose en monedas extranjeras o activos de bajo costo de crédito, generalmente en dólares. Sin embargo, la historia económica del país muestra que este tipo de esquema crea un castillo de naipes que, cuando cae, genera profundas y peores crisis macroeconómicas que las que se suponían que venían a superar.
Ciclos financieros especulativos se han reiterado en la Argentina en las últimas décadas. Para recordar: la “tablita” de Martínez de Hoz en la dictadura en los ‘70, el “austral” de Sourrouille en los ‘80, la “convertibilidad” de Cavallo en los ‘90 y el más reciente “levantamiento del cepo” de Caputo-Sturzenegger del gobierno de Mauricio Macri —notablemente, hoy también destacados funcionarios del gobierno libertario—.
Las secuencias han seguido un patrón común: una vez que surgen dudas sobre la sostenibilidad del esquema, sea por problemas fiscales por la imposibilidad de asumir pagos de deudas al cortarse el flujo de ingreso de capitales, créditos o de cuenta corriente, los capitales se fugaron de manera abrupta vaciando reservas del Banco Central, provocando devaluaciones drásticas y aumentos explosivos de una deuda pública impagable. Han dejado al país atrapado en un ciclo destructivo de endeudamiento gigantesco y ajustes regresivos recurrentes. La repetición de los errores del pasado, bajo la supervisión de los mismos actores que han fallado antes, es un claro indicativo de que se necesita un cambio de rumbo.
La economía argentina está atrapada en una dinámica distorsionada por factores superpuestos, donde los precios relativos están desarticulados. Esto se debe en gran parte a los juegos fiscales y financieros implementados por el gobierno, que buscan aparentar un equilibrio presupuestario inexistente. El llamado “déficit cero” es, en gran medida, una ficción sostenida por malabares contables, caídas de salarios y gastos sociales y postergación de obras públicas. El endeudamiento público pasó de ser equivalente a 370.673 millones de dólares a fines de diciembre de 2023, a 460.068 millones a fines de agosto. La manipulación financiera impide que el país logre una estabilidad económica y social real.
Ahora, en perspectiva de meses, la Argentina enfrenta serios problemas para cumplir los vencimientos de deuda pública programados para 2025. La falta de capacidad para pagar está planteada tanto por la desconfianza que va generando el aumento de la deuda pública en el período Milei, como por la reticencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) a otorgar más financiamiento inmediato “para brindar confianza a los mercados”, exigiendo la devaluación previa del peso —que, por supuesto, se manifestaría en un salto inflacionario— y mayores “ajustes estructurales”. Es decir, las recetas de siempre, solo acomodadas con un discurso de relaciones públicas de preocupación por los sectores más golpeados.
En la desesperación por conseguir “fondos frescos”, por 15.000 o 20.000 millones de dólares, Caputo espera lograr la calificación de “grado de inversión” para prometer más de lo mismo a sus amigos de Wall Street. En tanto, Milei espera el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, suponiendo que, por afinidad ideológica, incidirá para lograr ampliar el crédito récord que brindó el FMI en 2019 al gobierno de Mauricio Macri.
Como lo reconoce el Financial Times, periódico vocero de los gurús financieros de la city de Londres, en un artículo laudatorio de Milei del 23 de octubre, “tal vez la pregunta más importante en medio de la incertidumbre es cuánto tiempo va a durar la paciencia de los argentinos con la drástica terapia de shock económico de Milei”. A confesión de partes, relevo de pruebas.
Sin una solución de fondo a estas distorsiones y una estrategia clara para salir de la extorsión de la deuda, el riesgo de una nueva crisis económica se incrementa. La contracara a este camino debe ser una propuesta consistente que priorice la producción y el trabajo y la reversión de los abismos sociales. Es decir, una imprescindible apuesta a la vida y la justicia contra el vaciamiento, la decadencia y la postración.
* Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador para América Latina del Observatorio Internacional de la Deuda, investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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