No es lo que ha ocurrido en las últimas tres semanas de transición entre el triunfo electoral y la asunción de la presidencia por parte de Javier Milei. Ha sido notable, por lo pronto, el contraste entre el uso previo de una referencia efectista con más impacto de la campaña, la exaltada vociferación contra la «casta», y el escenario observado en las últimas semanas de negociaciones ocultas, maniobras desconcertantes, cruces de denuncias y desplantes sorprendentes en las idas y venidas por los nombramientos a cargos clave del nuevo gobierno.
Se han puesto en evidencia en forma pública acuerdos oportunistas sobre la marcha, disputas y juegos de intereses para repartir lugar e influencia en y desde el Estado para nada idealistas o principistas, sino particulares y sectoriales. La verdad ha quedado rápidamente al descubierto: es el comportamiento de castas ávidas.
Amigos que piden
El comportamiento de sectores en disputa por el botín burocrático del gobierno de quien hasta poco tiempo atrás se presentaba a la opinión pública como un admirado provocador verbal representante de la desazón con «la clase política» y el adalid de «limpiar el Estado», pasó a ser evidente. Ya siquiera es ocultado por analistas adictos y admiradores que hasta hace muy poco presentaban a un Milei sin compromisos, un outsider (alguien externo y ajeno) a intereses creados. Ahora se hace referencia a su inocencia e inexperiencia: pero ¿cómo gobernará ?, ¿para quién y cómo?, ¿el país será entonces un conejillo de Indias anarco-capitalista?
Si bien las divisiones pueden ser circunstanciales y abiertas a cambios de posiciones y negociaciones de oportunidad y evolución del humor y la reacción de la sociedad, se han perfilado en un principio en forma diferenciada agrupamientos para ocupar las posiciones clave en el gobierno que comienza:
- «Leales» originales de La Libertad Avanza, ahora en muchos casos resentidos por ser desplazados por el propio Milei de cargos ministeriales o de poder, suponiendo que la «motosierra» salvaje iba ser para otros, no para ellos.
- «Patriotas del PRO» que, abandonando el derrotado Juntos por el Cambio, creen que fueron indispensables para el triunfo en la segunda vuelta de Milei y que suponen tener derecho a reclamar cargos y ventajas.
- «Nostálgicos de los ’90» que suponen que, por la falta de equipos de Milei y el olvido de tropelías, pueden tener la oportunidad de volver a contar con influencia.
- «Desinteresados» lobbies empresariales con posición dominante que pueden criticar el gasto público y las cargas tributarias en sus declaraciones, pero buscan continuar y aumentar negocios con obras públicas, concesiones, avales financieros, protecciones cambiarias y prebendas del Estado.
- «Confiables» sectores financieros, afirmando poseer la llave a «fondos frescos» y la «confianza de los mercados» para superar el ahogo inmediato de falta de divisas, pero que requieren que continúen los juegos especulativos con la deuda pública y los movimientos de capitales de corto plazo, ya muy conocidos por sus consecuencias desequilibrantes y ser la principal causa de la desarticulación monetaria y fiscal.
- «Gobernadores que dicen primero mi provincia«, suponiendo que podrán negociar un tratamiento favorable, cargos y concesiones por parte del gobierno nacional para su territorio a cambio del apoyo político.
De todas formas, no debe pensarse que todo son diferencias entre ellos. Al menos en lo económico, lo hagan con mayor o menor gusto o intensidad, comparten una perspectiva común: avalar el requerimiento central del influencer externo clave, el FMI, de un «un plan de estabilización fuerte y creíble». Para ello el propio Milei prometió sobre-cumplir con recortes fiscales drásticos, devaluar fuertemente el peso, y hasta llevar la economía argentina a la estanflación: es decir la confluencia de una fuerte caída de la actividad económica en paralelo a una alta inflación exaltada por la devaluación, como si fuera una combinación virtuosa, y no una causa/efecto terrible de disgregación y retroalimentación perversa.
Contradicciones e incoherencias
Ha sido notorio cómo el autodefinido como primer Presidente liberal libertario de la historia fue deformando o postergando sus más impactantes propuestas previas de «dolarización» de la economía y «liquidación del Banco Central». No las ha abandonado totalmente, pero ya no son parte del discurso agresivo y efectista que caracterizó su campaña mediática.
Amén de prometer ahora priorizar el pago de la deuda satisfaciendo al FMI y tenedores de deuda pública, su eje de atención pasó a ser únicamente «desarmar la bomba de tiempo para evitar la hiperinflación» del endeudamiento del Banco Central. Hasta hace un mes, este endeudamiento estaba conformado por Letras de Liquidez (Leliqs) de renovación cada cuatro semanas, y en los últimos días, por crecientes operaciones de pases, de renovación diaria ante la incertidumbre y falta de definiciones por lo que se viene. Se está al borde de un precipicio financiero.
Llamativamente, el pago remunerado de encajes con instrumentos del Central surgió en el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), en el cual tuvieron directa incumbencia tanto Luis «Toto» Caputo como Federico Sturzenegger, ambos reciclados en el equipo de Milei. Se introdujo con el falso argumento de que era una forma de cubrir el déficit fiscal en «forma genuina» sin recurrir a la emisión monetaria, y, por lo tanto, sin consecuencias inflacionarias. Los resultados demostraron lo contrario. Se dio lugar a un mecanismo perverso de garantizar en forma cómoda y altamente nociva una alta rentabilidad especulativa con el endeudamiento público.
Avalados por la idea de «que cada uno haga lo que quiera con su dinero», su dinámica incentivada conllevó a que los bancos no cumplieran la función básica de canalizar ahorros en créditos para motorizar la economía real. La Argentina se convirtió en un festín para grandes fondos financieros internacionales con capitales golondrina y para grandes evasores argentinos: el famoso carry trade, que en la Argentina se llama bicicleta financiera.
La especulación parasitaria que benefició una minoría derivó en un desastre de endeudamiento, no superado sino solo dilatado por el gobierno de Alberto Fernández. Se plantea ahora, como siempre, que lo paguen mayorías que no lo provocaron ni usufructuaron. Por supuesto, no se reconoce que no son los salarios, las jubilaciones o los gastos sociales causantes de los desequilibrios fiscales y de la inflación, sino sus principales víctimas.
El propio Milei explicaba en forma terminante e impresionista en 2018 en el programa televisivo de Mauro Viale: «Se terminó en el Fondo Monetario Internacional (FMI), lo echaron a Sturzenegger acusándolo de manejar mal la mesa de dinero. Vino Caputo y se fumó 15.000 millones de dólares de reservas irresponsablemente, ineficientemente. Y nos deja este despiole de la Leliq».
Vaya a saberse en el futuro si por incapacidad, desorientación, presiones, olvido, o el simple oportunismo al cambiar el lado del mostrador, el nuevo Presidente ha nombrado al mismo Caputo como ministro de Economía. Sin explicación de por qué dijo antes lo contrario, exalta ahora que se trata de «una muñeca financiera experta» para «desarmar la bola de Leliqs» y «para evitar la hiperinflación». Se convoca al zorro para cuidar el gallinero.
Seguramente Toto ha prometido «fondos frescos», tal como lo hizo mientras estuvo como secretario y ministro de Finanzas y luego presidente del Banco Central de Mauricio Macri, hasta que fue echado por pedido del FMI. El problema es que la hipoteca del país ya es ahora desmesurada y quedan pocas «joyas de la abuela» por ofrecer como prendas: ¿fondos de ANSES?, ¿entrega de ARSAT, YPF?, ¿qué más?
Bien sabemos por experiencia histórica que segundas partes pueden ser más y peor de lo mismo, y no un camino de salida sino de empeoramiento. Bien lo supo Domingo Cavallo, el zar de la convertibilidad y las privatizaciones de los ’90 menemistas también idealizados por Milei. El regreso de Cavallo en 2001 como súper-ministro terminó en un enorme desmoronamiento.
Poniendo como siempre la excusa de «la herencia recibida», se apuntará sin gradualismo a disciplinar la sociedad con un shock recesivo y regresivo cuyas consecuencias deberían ser sufridas en caída de actividad, empleo, ingresos, derechos y de las condiciones de vida para la gran mayoría de la población (votante o no de Milei). Por supuesto, la incógnita pasará a ser cómo responderá la sociedad a una nueva gigantesca desarticulación promovida. Comienza un nuevo capítulo.
* Profesor Titular de Economía de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador para América Latina del Observatorio Internacional de la Deuda, investigador del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Vicepresidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.