Una Italia racista que se vacía, también cierra las puertas a los migrantes
Isabella Arria y Aram Aharonian
El parlamento italiano acaba de aprobar una controvertida ley para reprimir la inmigración irregular. Conocido como el decreto Cutro, en referencia a la ciudad del sur de Calabria donde murieron más de 90 personas en un naufragio en febrero, la legislación limita severamente el estatus de protección especial que las autoridades pueden conceder a los migrantes que no reúnen los requisitos para obtener asilo.
Italia ha registrado más de 42.000 llegadas irregulares desde principios de 2023, cuatro veces más que en el mismo periodo del año pasado, y el gobierno italiano afirma que la protección especial incentiva a los migrantes a emprender “peligrosos” viajes al país.
«La protección especial crea condiciones atractivas para la inmigración y vamos a eliminarla», dijo Nicola Molteni, del derechista Liga y subsecretario del Interior. El ministro de Agricultura, Francesco Lollobrigida, del ultraderechista Hermanos de Italia -de la primera ministra Giorgia Meloni-, desató recientemente la polémica al advertir contra la «sustitución étnica» de los italianos por inmigrantes, noción altamente racista.
Antes del decreto, las personas a las que se ofrecía el estatus de protección especial podían vivir en Italia durante dos años, renovar su permiso de residencia y convertirlo en permiso de trabajo. Se concedía a solicitantes de asilo que corrían el riesgo de ser perseguidos en su país de origen, a quienes huían de la guerra y las catástrofes naturales, así como a quienes tenían lazos familiares o un alto nivel de integración económica en Italia.
Sigue vigente la protección especial para quienes corren riesgo de tortura, trato inhumano o violación sistemática de sus derechos en su país de origen, pero la nueva ley limita el acceso al eliminar los criterios basados en los vínculos familiares o la integración económica.
Las personas que huyan de catástrofes naturales o busquen tratamiento para dolencias graves también verán restringido su acceso a la protección especial. Pero lo más importante es que no podrán convertirla en permiso de trabajo. También se suprimirán los cursos de idiomas y el asesoramiento jurídico en los centros de acogida.
Italia no es el único país que ofrece este tipo de protección. Aunque se utiliza una terminología diferente, otros 18 países europeos ofrecen protecciones especiales similares.
Restringir el acceso a la protección especial empujará a más inmigrantes a una vida indocumentada al margen de la ley y privará a las personas vulnerables de sus derechos fundamentales, especialmente después de que otro decreto limitara la labor de los barcos de rescate sin ánimo de lucro que operan en el Mediterráneo y de que Italia declarara el mes pasado el estado de emergencia durante seis meses para frenar los flujos migratorios.
A partir de 2013 a Italia entraron masas de inmigrantes irregulares, para los que sobre todo en un primer momento no había trabajo (porque regiones como Sicilia, Calabria, Puglia, Abruzzos o Basilicata hace décadas que envían a sus jóvenes al norte del país, hasta el punto de que solo Lombardía concentra, con sus 16 millones de habitantes, el 26-27% de la población total del país) y que, en principio, deberían haber sido redistribuidas hace tiempo por el conjunto de la Unión Europea (UE).
Un problema para Italia es que esos inmigrantes irregulares acaban atrapados en su país, porque ni Francia ni Austria ni Eslovenia (los tres miembros de la Unión Europea que poseen frontera con los italianos) dejan entrar a esos inmigrantes. Tampoco Suiza: nadie quiere a estos inmigrantes. Alemania, principal economía de la Unión Europea y con una población envejecida, necesita mucha mano de obra, pero, en el caso de la cualificada, es necesario el manejo de una lengua tan compleja como la de su país.
Francia también tiene un país envejecido, y en su caso esos inmigrantes irregulares sí hablan el idioma del país, pero la mayor parte de ellos no tienen cualificación y la población se encuentra tan preocupada por los problemas de inseguridad en las calles que, en las últimas elecciones presidenciales, la formación de ultraderecha Frente Nacional no sólo llegó a la segunda vuelta, sino que se acercó a casi el 40% de apoyos.
La crisis
Europa no tiene energía ni materias primas. La industria manufacturera europea las importa de otros lados, y para funcionar necesita energía que tampoco tiene (ni gas ni petróleo), pero si tiene alimentos. EEUU no quiere que Alemania le compre gas a Rusia y todo indica que destrozó el gasoducto para impedirlo o imposibilitarlo. Ahora le cuesta cuatro veces más caro que en EEUU.
En Europa hay trabajo, pero siguen sufriendo un viejo problema demográfico –no producen hijos, nuevas generaciones, mano de obra- y las sociedades son cada vez más viejas: por ejemplo, el promedio es de 1,25 hijos por mujer en Italia, muy bajo si se tiene en cuenta que debiera ser al menos de dos hijos por mujer, para que la población se mantenga. Y así, la riqueza se va acumulando en cada vez menos manos, en los escasos herederos de las fortunas. Los jóvenes de clase media no necesitan trabajar: el 80% vive en casa propia.
Si no llegaran más emigrantes de Túnez, Marruecos, Libia, Egipto, Siria y Líbano, principalmente, el país se desarma. Son éstos los que mantienen la economía. Pero no dejan que se sientan con derechos, para poder explotarlos más y mejor.
En Italia nacen 300 mil personas menos cada año. Por primera vez en la historia del país, nacen menos de 400.000 niños en un año. Eran poco más de 60 millones y hoy alcanzan a 58 millones. Incluso muchos universitarios emigran a otros países en busca de futuro. La única forma de compensar esta pérdida constante es con migrantes a quienes los políticos del país impiden integrarse: no les dan permiso de trabajo, ni de estadía, y mucho menos de atención sanitaria.
El trabajo pesado lo hacen los inmigrantes, con papeles o sin ellos, lo que facilita su explotación. Al no tener políticas de integración, muchos de los migrantes se ven obligados a caer en manos de la actividad criminal, o sobreviven como semiesclavos, en un país que necesita miles de personas, sobre todo en el campo. Migrantes de India y Paquistán, por ejemplo, se dedican a criar vacas y enseñan a los campesinos italianos.
Dicen que los africanos no saben trabajar, pero tampoco se los forma y quizá por ello vean a los italianos como enemigos, pero las escuelas primarias están llenas de niños extracomunitarios. Triste. Los italianos del norte descubrieron que eran racista y no solo con sus compatriotas del sur.
* Arria es una periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la) y Aharonian, comunicador uruguayo, es director de CLAE.
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