Brasil: frente al nuevo golpismo, no alcanza con reivindicar esta democracia
Juan Guahán
En Brasil nuevamente revolotean ideas golpistas, reaparecieron cuando Luis Inácio “Lula” Da Silva todavía no había acomodado sus efectos personales en la oficina que ocuparía en los próximos años. Ocurrió cuando -en los despachos oficiales- cada nuevo funcionario hurgaba en los temas a los que debería dar prioridad. Este fenómeno tomó cuerpo en la calle mientras todavía no se habían apagado los ecos de los festejos por la asunción del nuevo gobierno.
Jair Bolsonaro, desde su refugio en Miami, calló durante un par de días y según su oficina de prensa balbuceó algunas palabras de circunstancia mientras se anunciaba su internación por imaginables asuntos estomacales.
Resulta interesante entrometerse en algunos motivos y modalidades de esta nueva situación. No fue una simple y ruidosa manifestación, pero tampoco una tradicional proclama y golpe militar.
Fueron decenas de miles de simpatizantes de Bolsonaro movilizados en Brasilia, capital del país y sede de las instituciones que expresan su sistema de poder. El Palacio de Planalto (sede presidencial), el Parlamento y las oficinas del Supremo Tribunal de Justicia, son la cabeza de los tres poderes tradicionales y fueron los blancos elegidos.
Resultaron inútiles las previsiones del arquitecto Oscar Niemeyer, diseñador de Brasilia. Él pretendía que las máximas autoridades de los poderes estatales estuvieran a resguardo del “mundanal ruido” y de las masivas presiones de diversos reclamantes.
Autoridades políticas que responden al viejo gobierno y responsables de estructuras de seguridad sumaron su complicidad o ineficacia para que tales símbolos padecieran las consecuencias. Todo parece indicar que el poder tradicional está dispuesto a pelear por lo que perdieron, por una mínima diferencia, en el plano electoral.
Es motivo de preocupación que las fuerzas triunfantes no sean capaces de sostener en la calle el poder alcanzado. La apelación general a la defensa de una democracia que no llega a gran parte de los brasileños, no es una motivación que conmueva y movilice suficientemente a esa mayoría electoral. El llamado a la intervención de la Justicia, sin el masivo apoyo del pueblo movilizado corre el riesgo de diluirse en burocracias palaciegas.
No hay que olvidar que esa Justicia tuvo preso –indebidamente- al Presidente Lula. Estas situaciones son indicativas de las debilidades del actual gobierno brasileño, que Lula deberá corregir rápidamente o quedará condicionado por las fuerzas sociales reaccionarias dispuestas a pelear por sus intereses y el poder militar prendido –como garrapatas- en diversas estructuras del aparato estatal.
Desde el día que asumió Lula, había unos 3 mil bolsonaristas que acampan en un terreno militar. El nuevo gobierno refirió no enfrentarlos abiertamente, jugó a desgastarlos. El resultado fue que -desde allí- y su apoyo logístico, vino un aporte vital para lo sucedido el domingo pasado.
La intentona fue desbaratada, pero quedaron secuelas. Entre ellas 1028 arrestados oficialmente, al mismo tiempo que el poder militar permanece “neutral”, aunque –por detrás del escenario- demanda el control del sistema de “orden y seguridad” dentro del nuevo gobierno.
Una serie de consignas, levantadas por Lula, molestan al poder tradicional. Ante mandatarios de 15 países se comprometió a tres tareas más que significativas: Reimpulsar los organismos regionales de integración.
Analizar un cambio en las políticas antidrogas impuestas por EEUU y suscribir un pacto para proteger la Amazonia. Esas acciones se articulan con lo que es considerado como objetivo prioritario, para comenzar por el mínimo de dignidad que se merece el pueblo brasileño: “El hambre cero”.
Se trata de una agenda imposible de llevar adelante sin un pueblo organizado que esté dispuesto a dar pelea por sus derechos. Es responsabilidad del gobierno promover y alentar esa organización que tiene en el MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra) su principal baluarte social.
Desde la derecha, además de los votos y de su fuerte presencia institucional, existen otros grandes factores que promueven articulación, unidad y lucha; ellos son: Un proyecto cultural de largo plazo, guiado por las iglesias evangélicas, junto a un financiamiento de los sectores más poderosos y reaccionarios encabezados por los protagonistas de los agro negocios.
Todo ello bajo la atenta mirada de las fuerzas armadas y la protección del paraguas del tradicional poder de los EEUU y sus intereses en la región.
Estos fueron los principales protagonistas de lo acontecido, el domingo pasado, en Brasilia. Por el lado de los pastores las invocaciones fueron desde pedir “un ayuno por la patria”, como lo hizo un pastor de la iglesia batista de la Barra de Tiyuca (Río de Janeiro), hasta la convocatoria a tomar las armas para defenderse planteada por un pastor de la iglesia presbiteriana de San Pablo.
Las caravanas de buses que marcharon hacia Brasilia, fueron bendecidas por muchos de estos pastores, mientras que los intereses de los agro negocios se hacían cargo de los costos de los mismos.
“Lucha ahora y sé parte de la historia” fue una de las consignas que sintetizó el espíritu con el que los movilizados daban cuenta del sentido profundo de su presencia.
Desde el campo popular, la defensa de esta democracia fue la principal bandera que la mayor parte de la vigente institucionalidad desplegó. Esto transcurre en momentos -como los actuales- donde una profunda desigualdad, pobreza e indigencia campea en Brasil y por distintos territorios de Nuestra América.
Si agregamos que en algunos casos -el argentino es ejemplificador en este sentido- esa situación se da luego de largas décadas de vigencia ininterrumpida del llamado sistema democrático, podemos concluir que esa bandera es débil para contener a estas políticas conservadoras. Éstas aprovechan ese agotamiento y carencia de respuestas para ofrecerse como alternativa de cambios -aunque sean por derecha- a nuestros pueblos.
Si bien se trató de un intento de Golpe de Estado, sus características son muy distinta a los conocidos décadas atrás.
Las tradiciones golpistas de nuestra zona trataban, en general, de corregir lo que consideraban desviaciones del modelo liberal. Estos intentos actuales, como el recientemente perpretado en Brasilia, son más profundos. Sabedores de la crisis institucional por la que atraviesan nuestras sociedades, sus ideólogos van mucho más allá.
Ante una sociedad descontenta y asustada apuntan a transformaciones culturales de largo plazo centradas en pensamientos de tipo elitista y de características racistas.
Para hacerlos realidad cuentan, además de las broncas actuales, con el poder construido en estos años. En este tiempo, a la frustración del progresismo le siguió un fuerte avance de los sectores más conservadores al amparo de las políticas de Bolsonaro.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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