Ballotage y después, ¿qué?
Solange Martínez
El domingo 2 de octubre casi 124 millones de brasileñas y brasileños participaron en las elecciones, es decir el 79.04% de los votantes habilitados. Casi tres veces la población de Argentina. Los resultados se conocieron esa misma noche. La jornada electoral contó con observadores internacionales, como la comitiva de la COPPPAL que publicó en sus redes “saludamos los esfuerzos del TSE en la realización de los comicios, tanto en la organización de la jornada electoral como en las herramientas para abordar las problemáticas que generaron mayor preocupación en este proceso: la violencia política y la desinformación”.
Lula da Silva se impuso con el 48,43%, más de 6 millones de votos por encima de Jair Bolsonaro. El ex obrero metalúrgico cuenta con la fuerza centrista que suma Geraldo Alckmin a la fórmula y también, por izquierda, con la fuerza de la Federación Brasil de la Esperanza, la coalición electoral con el histórico Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y el Partido Verde. Además, movimientos sociales y feministas, artistas, intelectuales y activistas a lo largo y ancho del país acompañaron su candidatura. Algo de esto explica que luego del lawfare en su contra y la demonización mediática del PT, Lula quedara a sólo un punto y medio de retornar al Planalto en primera vuelta.
Sin embargo, Bolsonaro alcanzó el 43,20%, es decir, diez puntos por encima de lo previsto, consolidando una fuerza política con amplia representatividad en el Congreso y los poderes ejecutivos estaduales. Al finalizar el recuento de votos, y con muy poca gente en el Palacio de la Alvorada dijo “entiendo que hay muchos votos que se debieron a la condición del pueblo brasileño, que sintió el aumento de los productos; en particular, la canasta básica de alimentos” y arremetió contra los gobiernos argentino, venezolano, nicaragüense y chileno como mal ejemplo de lo que podría suceder tras una victoria lulista definitiva.
Además, deslizó que su estrategia para las próximas semanas tendrá que ver con que la ciudadanía de los principales estados electorales escuche lo que quiere escuchar. Algo que los ideólogos de su campaña saben hacer muy bien, utilizando las abultadas redes sociales del actual presidente, que suma 14 millones de seguidores en Facebook, 9 millones en Twitter, 21,6 millones en Instagram y casi 3 millones en Tik Tok.
Por su parte la abogada Simone Tebet, candidata del Movimiento Democrático Brasileño, el partido del vicepresidente golpista Michel Temer y que opera como verdadero “Partido del Estado” brasilero, quedó en tercer lugar con 4.854.204 de votos, el 4,21% del electorado. Tebet ha criticado al actual presidente por sus políticas económicas y participó de la comisión parlamentaria que lo investiga por corrupción y negacionismo durante la Pandemia, lo que le costó al pueblo más de 700.000 vidas.
La actual senadora pidió 48 hs para debatir con su partido a quién apoyaría, además de hacerlo con los otros partidos de su coalición: Podemos, Ciudadanía, y el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), el partido tradicional de la derecha y el empresariado paulista de Brasil, con quienes ensayó, sin éxito, la construcción de una “tercera opción”.
Finalmente, el miércoles en twitter Tebet anunció “Mi apoyo a Lula Oficial no es por membresía. Mi apoyo es por un Brasil que sueño con ser para todos, incluyente, generoso, sin hambre y sin miseria, con educación y salud de calidad, con desarrollo sostenible”. Helder Zahluth Barbalho ex secretario Nacional de Puertos, exministro de Integración Nacional y actual gobernador de Pará (que fue reelecto con el 70% de los votos) se adhirió al apoyo al ex presidente. Sin embargo, el partido dio vía libre a sus afiliados para votar a quien quieran en segunda vuelta.
Carlos Lupi, presidente del Partido Democrático Laborista (PDT) que fue la cuarta fuerza, había anunciado el día anterior su decisión unánime, apoyar «a lo que es más próximo, que es la candidatura de Lula». Su representante, el exministro Ciro Gomes obtuvo 3.524.458 votos (3,08%). Nada despreciable el caudal de voluntades que se suman al lulismo el próximo 30 de octubre.
La derecha crece en el gobierno.
Los resultados ejecutivos a nivel estadual indican que habrá segunda vuelta para 12 gobernaciones, entre las 27 que estaban en juego. El PT ganó en Piauí, Ceará y Río Grande del Norte (3), la Unión Brasil -fusión entre el Demócratas (DEM) y el Partido Social Liberal (PSL)- se quedó con Goiás y Mato Grosso (2), y el Partido Liberal con Río de Janeiro (1). El resto se reparten entre el Movimiento Democrático Brasileño (2), Partido Socialista Brasileño (1), Partido Republicanos (1), Solidaridad (1), el Partido Progresista (2), NOVO (1) y el Partido Social Democrático (1). En líneas generales, la derecha, y particularmente el bolsonarismo, se quedó con gran parte del control territorial subnacional.
Los tres distritos electorales estratégicos son Sao Paulo donde Fernando Haddad (PT) quedó 7% abajo del Republicano Tarcísio Gomes de Freitas (42%) yendo a ballotage; Mina Gerais donde se reeligió el libertario Romeu Zema (NOVO) con el 57%; y Río de Janeiro donde se impuso el PL con el 58% de la mano de Claudio Castro.
El actual gobernador de San Pablo, Rodrigo García, del PSDB también se posicionó el martes pasado. “Mi apoyo es incondicional para que el presidente Bolsonaro pueda ser reelecto” dijo luego de reunirse con él en el aeropuerto de Congonhas, indicando que no todo el PSDB apostaría por la decisión de su candidata presidencial, Simone Tebet.
En el Congreso, el escenario tampoco es alentador. De la totalidad de Senadores que se renovaban, si observamos las cinco primeras fuerzas, el bolsonarismo sumó 6 nuevas bancas, contabilizando 13 en total; mientras el PT sumó 2, quedándose con 9 legisladores; la Unión Brasil contará con 12; el PSD y el MDB con 10 cada uno. En Diputados la derecha brasileña tendrá la mayor bancada de la Cámara, con 96 escaños. Para el Partido de los Trabajadores (PT) será una condición sine quanon, para la gobernabilidad, negociar permanentemente.
La imposibilidad de construir una mayoría propia debilita su agenda programática, y preanuncia una agenda de gobierno centrista, cuidando mucho las relaciones parlamentarias, en un país donde la derecha acostumbra a jugar al Impeachment y a las desestabilizaciones palaciegas.
La victoria de Lula y el escenario de segunda vuelta
Como en 2002 y 2006, esta segunda vuelta representa, para Lula, tan sólo una dilación de la victoria definitiva. Así lo expresó en su mensaje la noche del domingo frente a una multitud: “esto para nosotros es apenas una prórroga, quiero agradecer al pueblo brasileño este gesto de generosidad, hay que recordar lo que ocurría hace 4 años cuando yo era expulsado de la política”. Objetivo que no ha logrado consumarse gracias a la resistencia y lucha del campo popular y democrático que no se resigna a vivir en una sociedad violenta y violentada por la derecha en el poder.
La violencia política de la que tanto se ha dicho por estos días, pero también la violencia económica responsable de que hoy 33 millones sufran hambre y poco más de la mitad de la población brasileña, unas 115 millones de personas padezcan inseguridad alimentaria en la novena economía mundial, país productor de alimentos y energía por excelencia. País del agronegocio.
La memoria popular del ascenso social y la presencia del Estado para garantizar los derechos básicos como el alimento, la educación y el trabajo se pone en juego y puja, de cara al 30 de octubre. También, la posibilidad que representa el progresismo, de avanzar en una agenda de nuevos derechos sociales para las mujeres y los sectores oprimidos y combatidos por el bolsonarismo por razones de etnia o género.
Pero este no es el mundo en el que Lula gobernó por ocho años, ni siquiera en los que Dilma Rousseff fue presidenta hasta el golpe parlamentario que la destituyó. Lo que no es tan novedoso es la dinámica del poder real frente al poder estatal. Justamente el Impeachment a la mandataria mediante argucias legislativas es un claro ejemplo de que ocupar el gobierno no es sinónimo de detentar el poder político.
Ganar una elección no es realizar políticamente una victoria y esto es algo que el pueblo brasileño no debería perder de vista en su lucha por mejores condiciones de vida. Los próximos treinta días de campaña serán un indicador más de la movilización y la articulación popular que viene tejiendose, que alcanzó para vencer en primera vuelta y muy probablemente en segunda, pero deberá permanecer activa durante los años venideros.
En la puja de intereses de la sociedad brasileña, que expresa esta contienda electoral, se dirime además el rol que Brasil ocupará los próximos años en la política regional y global, en un momento de reconfiguración de la geopolítica mundial y de un cambio de fase en el modo de producción capitalista.
Más allá de los análisis que centran su atención en el fortalecimiento de la derecha y que no desestimamos, los resultados del domingo asestaron un fuerte golpe al neoconservadurismo en la región. Steve Bannon, el principal asesor de Donald Trump y articulador transnacional de ese proyecto que enlaza a Demócratas suecos, Georgia Meloni en Italia y al hungaro Viktor Orbán, entre otros, declaraba en una entrevista con la BBC en Washington que “el éxito económico (del gobierno de Lula) está directamente ligado al negocio de exportación y materias primas del Partido Comunista Chino, que esencialmente ve a Brasil como una especie de colonia para ellos, principalmente en recursos naturales. Lula traerá todo de vuelta”.
La victoria del lulismo constituirá un avance popular contra el neoconservadurismo en la región, cada vez más con tintes fascistas, y la posibilidad para el pueblo brasileño de retomar un escenario en que la política pública habilite condiciones de mayor justicia social, pero no será sin lucha. Tal como sucede con los gobiernos nacionales, plurinacionales y populares que ocuparon la conducción del Estado a partir del 2018 y 2019 en la región, con administrar no alcanza, hay que construir poder popular frente al de las corporaciones, sean estas económicas, judiciales, militares y/o religiosas. Todo indica que Brasil no es la excepción. La buena noticia es que el peldaño más reciente en esta lucha es el triunfo electoral del 2 de octubre.
*Investigadora del CEIL Manuel Ugarte (UNLa), conductora de Esquina America (Radio Megafon UNLa) y analista argentina del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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