La frustración oculta: violencia y fracaso de un deseo indecible

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Jorge Elbaum

Las ramificaciones de la célula terrorista que quiso asesinar a Cristina continúan ampliándose. Su rastro nos guía, como siempre, hacia la ruta del dinero. En forma simultánea, los propagandistas del odio insisten en banalizar el suceso con la intención de transformarlo en una comedia de enredos turbios, protagonizado por un grupo de marginales desgajados del clima de violencia simbólica en el fueron instruidos.

Al bautizarlos como “los copitos” se pretende disminuir su peligrosidad. Como si el algodón rosado tuviese la inmensa capacidad de reducir el espacio de sangre que estuvieron al borde de imponer.

Cuando se pretende convertir a los asesinos en cándidos portadores de una violencia irracional se está buscando disipar su responsabilidad y la consiguiente complicidad de quienes cargaron las cuatro balas que no salieron. Sabag Montiel (el asesino frustrado) buscó se el héroe de quienes han impuesto una persecución feroz contra Cristina. Se dispuso a inmolarse en nombre de unas deidades gráficas con nombres de Clarín, Infobae y La Nación, entre otros.

Pretendió ser idolatrado –de forma pública, en silencio, o por lo menos en una gestualidad disimulada– por todos aquellos que se tomaron el trabajo de demonizar a Cristina durante más de una década. El proto-asesino se sintió legitimado por los balbuceos de las maldiciones previas. Se erigió como vengador anónimo de un fascismo rampante que no soporta verse en la imagen de esa catalogación que siempre deparan a terceros.

Se identificó con una comunidad de aversión irracional que necesita la continuidad de un status quo inequitativo porque le tiene terror a la democracia y a la equidad.

Se enhebró con el pastiche de los antivacunas, los trumpistas, los desclasados que desprecian su origen, los xenófobos que aspiran a ser validados por negar su origen periférico y/o suburbanoLos comentaristas que ahora desmienten haber impulsado sinuosamente a Sabag Motel tratan de disimular las marcas identitarias de sus brazos.

Su Cruz Gamada, su Sol Negro. Ambas insignias de las Schutzstaffel (las conocidas como SS). ¿No será que los nazis, otra vez, le disparan al corazón de las mayorías populares? Esos que hoy se llaman a silencio –que miran para otro lado– son los mismos que niegan el carácter fascista de la dictadura genocida de 1976/1983. Y son los mismos que torpedearon los programas de vacunación en la pandemia y que pintan con los colores ucro-nazis para invisibilizar el carácter banderitas y genocida del gobierno de Kiev.

La banalización instaurada a través de la nominación de “los copitos” es el prólogo del negacionismo. De la misma manera que –para los ultraliberales mencionados como libertarios– no existieron los 30 mil compañerxs detenidxs-desaparecidxs, tampoco puede observarse una relación entre la persecución jurídico-mediática a Cristina y la mano del que apretó el gatillo.

Agustina Díaz, CFK y Brenda Uliarte

La indiferencia, insensibilidad, banalización y negación son los pasos obligados de una derecha que exhibe en formato sincericida una incomodidad manifiesta. Una doble frustración. Por un lado porque no salió la bala.

Por el otro por constatar el amor de una gran parte de la sociedad por la vicepresidenta. La diputada Graciela Camaño –recordada por pegarle por la espalada al diputado Carlos Kunkel– lo dijo con claridad: “debe preguntarse qué hizo para generar el atentado”.

La revictimización siempre será la apelación posible de la perversión política. Y ésta siempre estará ubicada en los territorios donde la derecha sigue regando de divisiones y violencia el cuerpo dolorido de la Patria.

*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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