Atentado a Cristina: hechos, antecedentes y efectos
Juan Guahán
La esquina de Juncal y Montevideo, a metros de la Plaza Vicente López de la ciudad de Buenos Aires, es bien conocida. Está poblada por antiguos y tradicionales apellidos del interior, los mismos que se pueden asociar a la vieja oligarquía. Algunos conservan tierras y otros…, apenas pueden exhibir la prosapia de su apellido.
En estas últimas dos semanas ese lugar fue ganando espacio mediático, pero el jueves primero pasó a la historia. Dentro de años o décadas vendrán turistas, visitantes extranjeros y nativos -de eso que llaman “interior”- y el acompañante les dirá: “Aquí fue el atentado a Cristina”.
Eso ocurrió aquel jueves, a las 21.30 horas. La Vicepresidenta venía de dirigir la sesión del Senado, donde se retiró a poco de iniciadas las sesiones. No quería darle el gusto a la oposición de criticarla y tenerla con la casi exclusiva defensa de la campanilla. Pero eso no es lo importante. Lo significativo ocurrió cuando llegaba a su residencia, en el barrio de La Recoleta.
Algunos centenares de simpatizantes vivaban su nombre, todos la querían saludar. Inesperadamente, la TV recogió una insólita imagen que dejó, a la vista de todos, la idea de cómo la realidad acecha y muestra la endeblez de la vida humana y pueda dar giros imprevistos a la historia. Se vio a un brazo extendido y una mano que empuñaba un arma, a centímetros de la cabeza de Cristina.
Lo que siguió fue la confusión. En medio de la alegría de ese grupo humano que –más tarde- podría contar “la saludé a Cristina”, se escuchó uno, para otros fueron dos, ruidos metálicos (detalle solo importante para la investigación policial). Después se iría dilucidando que era el martillo de un arma que, oprimido el gatillo, golpea sobre el percutor. Pero la ojiva de plomo no salió.
Más tarde se vio a la pistola Bersa 38 en el piso, con el cargador que daba la impresión que estaba fuera de lugar. ¿Habrá sido por eso que el proyectil no se alojó en la recámara? ¡O el “fanático”, “loco” o “sicario” se asustó y no corrió la corredera?. Si eso fue así el arma que portaba había perdido su función de disparar. También queda la duda si ese fue un error, los nervios, o si ése era justamente era su propósito
La seguridad de Cristina falló y la Policía Federal también
Que su equipo de seguridad, a cargo de una persona de la confianza de Cristina, el comisario inspector retirado de la Policía Federal Diego Carbone, no estuvo a la altura de las circunstancia, no quedan dudas. Días atrás, como parte de su formación, hicieron una prueba y todo habría andado a la perfección, dicen los funcionarios.
En este caso no fueron capaces de prevenir el hecho, ni actuaron con la celeridad necesaria una vez producido. Si bien falta información, los hechos indican que fueron los simpatizantes de Cristina quienes sí tuvieron un rol protagónico. El Jefe de la custodia se desplazaba cerca de Cristina pero los otros integrantes de la misma llegaron corriendo “a los postres”.
Evidentemente los mató la confianza de la rutina y aquello de ¿qué puede pasar? Eso los dejó a varios metros de distancia y sin capacidad de respuesta, quedaron como “testigos privilegiados” del hecho y del modo que la Vicepresidenta seguía en el mismo escenario prácticamente indefensa si el ataque hubiera incluido otras personas o mecanismos de ataque.
La custodia del lugar estaba en manos de la Policía Federal conducida desde el gobierno nacional, lo que le quita responsabilidad a la Policía de la Ciudad, involucrada en el conflictivo vallado del sábado anterior.
Cuando la Policía Federal introduce al atacante dentro de un patrullero, las cámaras muestran que se sienta junto a la puerta izquierda del vehículo, sin policías que lo separen de la puerta y detrás del conductor policía, quien queda al alcance de sus brazos libres. Un “descuido” que no condice con las circunstancias del momento y no está avalado en los manuales de procedimiento.
Es probable que ninguna de estas anomalías cambie lo sustancial del hecho, pero sí deja mal parados a la custodia de Cristina, la actuación de la Policía Federal y al Ministro de Seguridad, Aníbal Fernández.
Peligrosos antecedentes: echando leña al fuego y ocultando la realidad social
Al momento del atentado habían pasado nueve días desde aquel martes 23 de agosto cuando la actual Vicepresidenta hizo su defensa indignada por la impunidad que tienen quienes cometieron hechos semejantes a los que motivaban su persecución. En eso la ex Presidenta tiene razón.
En aquel extenso mensaje televisivo aportó información, no considerada por el Fiscal, sobre el modo que operan empresarios y funcionarios del Estado. Allí incluyó –obviamente- a los macristas, también a los propios. Entre ellos a su marido, a quien involucró en negocios que beneficiaron al grupo Clarín. Hasta se podría decir que se autoincriminó. Pero todo eso ¡qué importa! “Todo es así en la Argentina”, fue la justificación que sentenció.
Le siguieron febriles jornadas. Han pasado 12 agitados días que están influyendo sobre los rumbos políticos a los que asistiremos en los próximos meses. Fueron jornadas militantes donde sus adictos la rodearon, en su domicilio ubicado en un “territorio enemigo” -que ella eligió-, vitorearon su nombre y adelantaron su deseo que volviera a la Casa Rosada. El atentado del jueves pasado tuvo a esas movilizaciones como su eje principal.
De ese modo Cristina consiguió aunar tres objetivos inmediatos: Defenderse, atacando; alinear al peronismo y la mayor parte de sus aliados detrás de su suerte y poner un manto sobre la realidad la realidad social y el “ajuste” en marcha.
El sábado 27 la cuestión había dado otra vuelta de tuerca. El gobierno de la Ciudad Autónoma –CABA- ordenó impedir que los cristinistas se acercaran. Para ello cometió diversas tropelías que, además de afectar la libre circulación de personas, provocaron un escándalo aún mayor al que pretendían resolver.
Se pudieron escuchar órdenes policiales de prestar una “atención especial” a funcionarios sin fueros (diputados) o dejar “olvidado” un contenedor cargado de piedras al alcance de quienes acercaban su solidaridad con “la señora”, sin olvidarse de desplazar en una ambulancia –a la vista de los movilizados- a personal policial.
Pero fue este último viernes a la noche que se produjo el hecho más significativo, desde que estos sucesos se desataron. Lo temido se produjo y conmovió a la sociedad. Cientos de miles de argentinos marcharon para solidarizarse con lo acontecido a Cristina y “defender esta democracia”. De aquí en más esos sucesos formarían un aspecto principalísimo en los rumbos a seguir en el aparato político y la conducción del país.
Pero Cristina está consiguiendo y en exceso los objetivos planteados.
De todas maneras hay otra mirada. Transcurre el tiempo y las demandas de los millones de desamparados, que padecen los objetivos de oficialismo y oposición, no forman parte de la agenda del gobierno. Para tranquilidad de los oficialistas y del poder económico esas demandas han sido opacadas. Por lo cual pueden los primeros seguir con el “ajuste” y los segundos observar cómo el gobierno peronista aplica un Plan que a ellos les resultaría muy difícil sostener.
Dicho manto oculta el drama de los millones que son los que padecen las políticas aplicadas en estos años –incluido el actual “ajuste”- de todo lo cual no habla, como si fuera algo distante o ajeno, aunque la Vicepresidenta lo maneje tras las sombras a través de sus adláteres de agrupación kirchnerista La Cámpora.
Los efectos de lo acontecido
Da la impresión que lo ocurrido en estos días mostró los puntos más altos de esta “grieta”, hasta transformarla en un auténtico “abismo”. Ante los sucesos conocidos, Cristina y -con ella- el gobierno se proclamaron adalides de la “defensa de la democracia”. Con esa consigna ocuparon el centro del escenario promoviendo la multitudinaria movilización del día viernes. De ese modo el cristinismo marcó su victoria, pero también los límites de la misma.
El atentado del jueves colocó a Cristina en una óptima situación para su primer objetivo: “defenderse atacando”. Es difícil separar el reciente atentado del imperante odio gorila. El mismo no es producto del avance de sus ideas, sino del fracaso de las mismas, lo que abre las posibilidades de respuestas extremas. Ahora es la oposición la que está metida en una encerrona.
El segundo objetivo de Cristina, un disciplinamiento político de las distintas expresiones del peronismo y sus aliados detrás de su suerte es importante e imprevisto.
Todo aquello que parecía imposible fue evolucionando a su favor en la medida que fue creciendo el nivel de agresión de las políticas y decisiones procesales de sectores afines al macrismo.
Estos dos éxitos colocan a Cristina en una buena posición con vistas a los próximos procesos electorales. Las perspectivas que tenía la oposición de un triunfo casi asegurado, están zozobrando. A sus internas se les debe agregar el impacto que seguramente tendrá el atentado que sufrió la ex Presidenta.
Pero todo lo dicho aparece cuestionado cuando se coloca en el escenario la situación de los millones afectados por éstas y anteriores políticas en cuya decisión Cristina tiene grandes responsabilidades. Ello incluye variados temas, entre los cuales se destacan: la brutalmente errónea designación de Alberto Fernández para la presidencia y el aval a Sergio Massa para que actúe como bombero.
Aunque ella deba “tragarse el sapo” de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), las actuales políticas de “ajuste” desplegadas por un fervoroso crítico suyo, Gabriel Rubinstein, el vice de Massa. Ello sin contar las estrechas relaciones que Massa mantiene con funcionarios estadounidenses que “intoxican” los tradicionales vínculos que Cristina despliega, desde hace años, con la dirigencia progresista de la región.
Aquí el problema no está en la superestructura política sino en otras dos cuestiones que marcan los límites de Cristina. Uno de ellos tiene que ver con los principales afectados por esas políticas, los sectores más humildes, el núcleo duro de esa fuerza política y que resulta ser el principal damnificado por esas políticas.
Ese sector forma parte de la mitad de los argentinos que rondan el límite de pobreza. La orientación electoral de ese sector está estrechamente ligada a la evolución de la economía, particularmente la inflación. Esa definición será determinante a la hora de la opción electoral.
El segundo aspecto es más conceptual y tiene que ver con la credibilidad de su discurso que se vuelve cada vez más difícil de sostener para un peronismo hambriento de una bandera que es su nave insignia desde su aparición: la Justicia Social.
Por último, la “defensa de la democracia”, bandera con la que se convocó a la reciente y multitudinaria movilización, también tiene un límite con la actual política económica. Esa bandera puede perder fuerza en la medida que el pueblo trabajador no vea atisbos de la Justicia Social que una democracia supone.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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