Colombia: renace la esperanza y la lucha hasta que la dignidad se haga costumbre

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Camilo Rengifo Marín

Cada 7 de agosto en Colombia se celebra la derrota militar del invasor español en la Batalla de Boyacá en 1819, de la mano del Libertador Simón Bolívar, que marca el final de la colonización. Al menos la de la española. Esa es la fecha que, cada cuatro años, toman posesión los nuevos presidentes del país.

Pese a las dificultades, en la Colombia profunda hay muchas esperanzas depositadas en el nuevo Gobierno popular que arrancó este domingo ante el júbilo popular. Llegó el momento de hablar y apostar por el diálogo. Gustavo Petro, un economista progresista, exguerrillero y ecologista, y Francia Márquez, una lideresa popular de las comunidades negras, ecologista y feminista. La conjunción de ambos afirmó el imaginario colectivo que se inicia un gobierno popular.

Ante cientos de miles de personas en la céntrica plaza Bolívar del centro de Bogotá, Petro tomó juramento en una emotiva ceremonia cargada de simbolismo: el recuerdo a su compañero Carlos Pizarro -asesinado por el terrorismo de Estado en 1990- y la primera decisión presidencial, que quiebra una orden de Iván Duque.

Hacia las 3:20 de la tarde de este 7 de agosto, 203 años después de la batalla de Boyacá, el centroizquierdista Gustavo Petro juró como nuevo primer mandatario. El evento lo presidió el presidente del Congreso, Roy Barreras. Luego, Gustavo Petro le tomó el juramento a la nueva vicepresidenta de la Nación, Francia Márquez Mina.

“Llamo ahora a una hija de la izquierda, a una hija de la historia, una historia que fue interrumpida por las balas asesinas pero que gracias a que usted -Petro- encarnó esa voluntad, hoy retoma el cauce, la senadora María José Pizarro”, señaló Barreras, desatando ovaciones y aplausos entre los miles de personas que arribaron a la Plaza de Bolívar para presencial la posesión de Petro.

María José, senadora, artista plástica y copresidenta de la Comisión de Paz, es hija del comandante del Movimiento 18 de Abril (M-19) –el movimiento guerrillero donde militara Petro- y candidato presidencial Carlos Pizarro Leóngómez, asesinado el 26 de abril de 1990.

Tras asumir el poder, Petro le ordenó a la Casa Militar que trajera la Espada de Bolívar, la misma que el M-19 robó y luego entregó. El expresidente Iván Duque no dio el aval para que la misma fuera usada en la posesión de su sucesor, por lo que esa solicitud fue el primer decreto que Petro tomó como nuevo presidente.

Gustavo Petro recibió la banda presidencial de manos de la senadora María José Pizarro y del presidente del Senado, Roy Barreras. (Photo by JUAN BARRETO / AFP)Acto seguido, le tomó el juramento a Francia, quien aseguró: Juro a Dios y al pueblo cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia, también juro ante mis ancestros y ancestras, hasta que la dignidad se haga costumbre”.

En el Macondo de Gabriel García Márquez, la historia da vueltas en redondo y lo cierto es que el conflicto con los importadores que golpean y arrasan la producción nacional sigue siendo casi el mismo y se refleja en la quiebra del campesinado y de los medianos productores. Los Tratados de Libre Comercio (TLC) han paralizado progresivamente la industria.

Y la Colombia de los gobiernos derechistas y ultraderechistas, era un país algodonero con sus propios telares industriales, hoy no produce ni algodón ni telas, aunque sí tiene maquilas de telas importadas. El país del mejor café del mundo importa café. Pero también importa arroz, maíz y granos, fertilizantes y alimento pecuario, mientras los productores empobrecen.

En medio de la violencia, con mil vientos en contra, cada nuevo día, los colombianos saben  hay que rebuscar cómo seguir viviendo y sobreviviendo.

Raíces

El Parque Tercer Milenio se bamboleó el sábado con un ritual indígena que le dio la bienvenida primero a Francia Márquez y más tarde a Gustavo Petro. Entre el millar de asistentes había familias con hijos, jóvenes, militantes, pertenecientes a pueblos originarios, afrodescendientes y zonas rurales de toda Colombia.

Con cánticos en lenguas ancentrales de los «mayores» y un gran mandala lleno de elementos de la naturaleza, la vicepresidenta y el presidente electos por la alianza Pacto Histórico fueron investidos espiritualmente en la víspera a la toma de posesión formal del domingo.

Será el primer gobierno de izquierda en la historia de Colombia y allí Petro se dirigió a los diversos movimientos sociales. «Les quiero agradecer su presencia en este acto ceremonial. Aquí va a comenzar un gobierno de la paz, de la justicia ambiental, de la justicia social. El poder real está aquí, en el movimiento popular».

Prometió inaugurar «un gobierno con los movimientos sociales y no sobre los movimientos sociales. El presidente los convoca a organizarse» y construir una democracia multicolor. «Es una construcción nueva, democrática. Nunca se ha vivido en el país una democracia multicolor. El gobierno se pone al servicio de su pueblo».

De Boyacá a la actualidad

Dos horas. Eso fue lo que duró la batalla de Boyacá, el enfrentamiento entre las tropas reales y las libertadoras cerca de Tunja, que marcó el fin del dominio español sobre el territorio de lo que entonces era Nueva Granada el 7 de agosto de 1819 y dio paso a la creación de la «Gran Colombia» de Simón Bolívar.

El presidente más cercano al progresismo fue el influyente dirigente liberal Alfonso López Pumarejo (1934-1938 y 1942-1945), miembro de la elite y a quien le correspondió llevar a cabo reformas que respondían, por miedo o por contagio, a una ola de transformaciones que se presentaban en América Latina bajo el influjo político de la República Española. Desde entonces, la mayoría de sus reformas fueron desmontadas.

Ella

Francia Márquez, vicepresidenta de ColombiaFrancia es mucho más que la vicepresidenta, es el puente de lo particular a lo universal político; es un impulso desde el territorio hacia un horizonte de dignidad compartida, que habla de un futuro mucho más fértil. Francia Elena Márquez Mina nació en 1981 en la vereda Yolombó, corregimiento de La Toma, al sur de Colombia, una región montañosa, fértil y rica en oro, cercana al océano Pacífico y justo antes del valle geográfico del río Cauca.

Francia  es la articuladora del mundo popular. Esta mujer afrodescendiente, feminista, anticapitalista, dijo que tienen enfrente a la «elite más peligrosa de la región», en clara alusión al probable acecho que tendrán de los sectores más conservadores del país. Por eso, insistió en el Gran Acuerdo Nacional para trabajar por el respeto a la vida y la paz.

Durante la Colonia, todas las minas eran propiedad de la Corona y se daban en concesión a familias acaudaladas. Cuenta Alfredo Molano Bravo –el más notable cronista del conflicto social en Colombia– que al principio la mano de obra en esa región fue indígena, pero las rebeliones fueron constantes y los españoles decidieron comprar esclavos africanos para la explotación del oro, pero también para el trabajo complementario en las haciendas de la planicie: la ganadería y la caña de azúcar.

Para disminuir costos de alimentación los patrones permitían a los esclavos que trabajaran la tierra cercana a la mina. Eso determinó que, desde mediados del siglo XVII hasta hoy, las familias tradicionales de la región no fueran sólo mineras, sino además agricultoras.

En la Colonia, y luego en la Independencia, cambiaban poco a poco los beneficiarios de las concesiones en la región, los grandes apellidos y hasta comunidades religiosas se repartían la tierra y las minas, negociaban montañas enteras desde las ciudades, pero las familias afrodescendientes permanecían.

Con la abolición de la esclavitud en 1851 hubo una indemnización a los esclavistas, pero se les dijo a los esclavos libertos que si querían seguir trabajando las minas –que ya habían trabajado en condición de esclavitud por doscientos años– debían arrendarlas o comprarlas. Es decir, no sólo no los indemnizaron por la injusticia histórica, sino que pasaron de trabajar como esclavos a pagar para poder trabajar en su propio territorio.

Francia tuvo su primer hijo a los dieciséis años (con un hombre que se fue). Trabajó en la mina hasta el día anterior al parto, que fue asistido por su madre, así como el de su segundo hijo algunos años después. Le tocó ser madre soltera, pero vivía en la casa familiar, y a veces vivían allí hasta más de veinte personas. Mamá, abuela, hermanas y hermanos, tíos… todos daban una mano en la crianza.

Muchas veces, por dedicar jornadas enteras al activismo, temió que al no trabajar en la mina no tendría con qué alimentar a sus hijos, pero su familia grande estuvo allí. Cuando estudiaba derecho en Cali no tenía el dinero de la matrícula, y algunos profesores la sacaban antes de los exámenes al comprobar en una lista que aún no había pagado. Tuvo que posponer varios semestres por falta de recursos.

Trabajó como empleada doméstica, donde no le pagaban ni el salario mínimo, y llegó a montar un pequeño local de tamales con sus primas –que tuvieron que cerrar después de recibir amenazas– para el que se despertaba a las tres de la mañana. Entre tanto continuaba su activismo político. Si bien ésta es la historia de Francia Márquez, también lo es la historia de la mayoría social en uno de los países más desiguales del planeta.

El 17 de noviembre de 2014, 15 mujeres salieron de La Toma –junto a treinta jóvenes que se convirtieron en guardianes cimarrones–, pasaron por otras comunidades, dialogando, explicando la necesidad de interpelar directamente al gobierno nacional, y muchas otras mujeres se fueron sumando en el camino. Después de nueve días de marcha, cuando llegaron a Bogotá, ya no eran quince sino ochenta mujeres.

La marcha de los turbantes –el nombre de la movilización– empezó a sonar en cada vez más medios, y Santos se vio forzado a establecer una mesa de diálogo. Se lograron valiosos reconocimientos y una serie de acuerdos (que, como de costumbre, el gobierno terminó incumpliendo), pero sobre todo se logró una gran visibilidad nacional e internacional.

Francia Márquez: historia de un milagro social | Biodiversidad en América  LatinaLa marcha de los turbantes era la muestra de una crisis ecológica y social que se replicaba en todo el país, pero también de una sociedad civil que –en simultáneo al Proceso de Paz con las FARC– ya no estaba dispuesta a soportar impotente hasta que las instituciones les prestaran atención, sino que estaba dispuesta a tomarse las instituciones mismas.

En Bogotá y en toda Colombia se sigue festejando, con la convicción de que Iván Duque fue el último presidente de la vieja Colombia. El lunes empezará la tarea titánica: la paz, la distribución de la riqueza, la igualdad, la Colombia Humana, ya no como slogan, sino como realidad de construcción política, por primera vez desde el Estado colombiano.

* Economista y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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