La narrativa de no ficción nació en América Latina
Gustavo González Rodríguez-Meer
A sangre fría ha sido durante muchos años una lectura obligatoria para los estudiantes de nuestras escuelas de Periodismo y en América Latina prevalece la idea de que el estadounidense Truman Capote es el padre de la narrativa de no ficción. Un mérito que puede ser cuestionado con numerosos antecedentes que validan como pioneros de este género periodístico-literario a dos latinoamericanos: el colombiano Gabriel García Márquez y el argentino Rodolfo Walsh.
No se trata de instalar una disputa artificial en un terreno que será siempre controvertido, pero sí de exigir a los formadores de periodistas y divulgadores literarios un mayor rigor intelectual que los aleje de una excesiva inclinación anglosajona que termina desconociendo la histórica contribución de las vertientes latinas europeas y americanas en el afortunado maridaje de periodismo y literatura.
A sangre fría fue publicada en 1966, un año después de la ejecución en la horca de Richard Hickock y Perry Smith, quienes asesinaron en noviembre de 1959 de los cuatro miembros de la familia Clutter en Kansas.
Once años antes, en 1955, Gabriel García Márquez publicó en 14 entregas diarias en el diario El Espectador su Relato de un náufrago, un texto testimonial basado en una extensa entrevista a Luis Alejandro Velasco, tripulante de un buque militar de la Armada colombiana, que sobrevivió durante diez días en una precaria balsa tras caer al mar desde el barco.
También se adelantó a Capote el periodista argentino Rodolfo Walsh, quien en 1957 publicó Operación Masacre, sobre una serie de asesinatos que agentes del Estado cometieron en junio de 1956 durante la llamada Revolución Libertadora, nombre que se dio la dictadura militar que en 1955 derrocó a Juan Domingo Perón.
Es cierto que ni Relato de un náufrago ni Operación Masacre, alcanzaron en su momento el impacto que tendría después A sangre fría, convertido en un best seller apenas lanzado el libro. El público adquirió masivamente esta obra, que con destreza literaria, una exhaustiva investigación y numerosas entrevistas, que incluyeron a Hickock y Smith, construyó una apasionante narración del antes, el ahora y el después de un crimen que conmovió a los Estados Unidos.
También es cierto que García Márquez y Walsh publicaron sus trabajos en condiciones políticas bastante adversas que les pasaron la cuenta en su momento y postergaron el reconocimiento de los lectores y de la industria editorial.
Relato de un náufrago no es solamente una extensa entrevista publicada en 14 entregas en El Espectador, al estilo de los viejos folletines policiales y románticos. El testimonio que el futuro nobel de Literatura construyó con las palabras de Luis Alejandro Velasco es un compendio de buen periodismo y buena literatura. Sobriedad y suspenso son ingredientes que atraviesan todo el relato y transmiten el mundo interior de un modesto marino enfrentado al gran desafío de la supervivencia.
Al estilo de los viejos cronistas, García Márquez puso un extenso título a su trabajo: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
Un título que es un buen resumen de la odisea de Velasco y sus consecuencias. El buque militar Caldas regresaba de Mobile, Alabama, donde había sido sometido a reparaciones. En la navegación de regreso a Colombia, Velasco cayó al océano. La versión oficial de la Armada fue que la caída se produjo a causa de una tormenta mientras el marino estaba en cubierta. Así, cuando finalmente fue rescatado tras una decena de días a la deriva en alta mar, fue recibido como un héroe, lo cual fue bien aprovechado como propaganda por la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
La entrevista con el joven periodista García Márquez reveló que nunca hubo tal tormenta y, aún más, puso al descubierto un escándalo de corrupción, ya que Velasco se precipitó por la borda del barco cuando intentaba con otros tripulantes contener una carga mal estibada, que contenía artículos de contrabando.
Fue tal el impacto de la denuncia que El Espectador optó por proteger a García Márquez sacándolo de Colombia y enviándolo como corresponsal a París, con una austera Jorge Ricardo Masetti, el Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias y Rodolfo Walsh, en la agencia de Prensa Latina.remuneración que desapareció por completo cuando la dictadura cerró el diario. Fue en una modesta buhardilla parisina de la rue Cujas, entre privaciones, que creó El coronel no tiene quien le escriba, su segunda novela después de La hojarasca.
El impacto que alcanzó Cien años de soledad desde su publicación en 1967, abrió las puertas de la industria editorial a textos anteriores de Gabo, como El coronel no tiene quien le escriba y el propio Relato de un náufrago, publicado como libro en 1970.
«Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar». La cita corresponde a un escrito del periodista argentino Horacio Verbistky, aunque la primera frase es atribuida indistintamente, entre otros, a George Orwell y Randolph Hearst.
Si esa condición se cumplió en Relato de un náufrago, con mayor razón se dio en Operación Masacre, un libro que, en un ambiente cargado de represión y violaciones de los derechos humanos, denunció un crimen masivo de una dictadura militar. Rodolfo Walsh construyó esta obra a partir de una hebra: un comentario que escuchó acerca de un sobreviviente de un fusilamiento. A partir de ahí fue armando la madeja, mediante entrevistas a otros peronistas que libraron con vida y a familiares de los asesinados.
El producto fue este libro, publicado en 1957, que se fue enriqueciendo en sucesivas ediciones con nuevos antecedentes y que incluso fue llevado al cine con el propio Walsh como co-guionista. Operación Masacre es una gran obra literaria en el mejor sentido y no es exagerado el papel fundacional de la narrativa de no ficción que algunos estudiosos le otorgan, destacando que se adelantó nueve años a Truman Capote y su A sangre fría.
Al igual que Relato de un náufrago, Operación Masacre fue inicialmente divulgado en varias entregas en un modesto diario, Revolución Nacional, entre enero y marzo de 1957. La investigación se enriqueció y en junio del mismo año publicó otros nueve artículos en la revista Mayoría. Fue en diciembre de 1957 cuando Ediciones Sigla lanzó el libro.
Walsh fue asesinado en Buenos Aires en una emboscada de un grupo de tareas de la tristemente célebre ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) el 25 de marzo de 1977. Los marinos se llevaron su cuerpo. Es uno de los miles de desaparecidos que dejó la dictadura encabezada en sus primeros años por el general Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Massera.
Fue el epílogo sangriento de un periodista y escritor que en su corta vida de cincuenta años radicalizó sus posiciones y su compromiso con las letras y la revolución socialista desde las tendencias más libertarias del peronismo. En aquellos años en que predominaba como respuesta a la llamada prensa burguesa el periodismo de trinchera, teñido a menudo de panfleto y maniqueísmo, Walsh y García Márquez instalaron una narrativa de no ficción de gran calidad periodística y literaria.
Así como a Capote se le atribuye que echó las raíces del nuevo periodismo que Tom Wolfe codificó a partir de 1960 en los Estados Unidos, puede afirmarse que Relato de un náufrago y Operación Masacre tuvieron un papel fundacional en las ricas expresiones que esta tendencia rupturista desarrolló en la América Latina desde un ejercicio periodístico permanentemente acosado por las dictaduras y los poderes empresariales.
Lo esencial desde nuestros autores latinoamericanos hasta Capote, Wolfe y sus seguidores está en el rescate de la alianza entre literatura y periodismo.
Un maridaje precisamente rechazado por seguidores de los formatos y técnicas que desde Estados Unidos adecuaron la redacción de las noticias a la industrialización de la prensa en la primera mitad del siglo XX. La pirámide invertida dispuso que las informaciones debían ser redactadas respondiendo a las «cinco W» (qué, quién, cuándo, dónde, por qué), en una secuencia jerarquizada que casi por obra de magia produciría objetividad.
«Los hechos son sagrados y las opiniones libres», fue una sentencia anglosajona que nos invitaba a reconocer una quinta esencia de virtud en el modelo, capaz entonces de conjugar, según el formato, el rigor informativo con la más completa libertad de expresión. La historia del periodismo, y también de la política, ofrece sin embargo innumerables episodios de invención, ocultamiento o distorsión de hechos, así como de manipulación, instrumentalización e incluso persecución de las opiniones.
Al final prevalece la ética como único canon válido para legitimar, no solo la función social del periodismo, sino sus niveles de calidad. Un terreno en que la trayectoria periodística de Truman Capote dejó zonas oscuras, según varios de sus biógrafos. Pero esto ya es materia para otro artículo.
Por ahora, consignemos que la narrativa de no ficción, el nuevo periodismo e incluso el periodismo de investigación han enriquecido el panorama literario mundial. A esta altura, cualquier enumeración puede parecer arbitraria, pero me atrevo a reivindicar una vez más a Tomás Eloy Martínez con Santa Evita y La novela de Perón y al uruguayo Ernesto González Bermejo con Las manos en el fuego, como ejemplos a mi juicio relevantes.
En 2018, el Premio Alfaguara, considerado el mayor galardón de narrativa en lengua hispana, recayó en el mexicano Jorge Volpi con Una novela criminal, texto que en la práctica no tiene nada de ficción, basado cien por ciento en un caso judicial real y reconocido por sus méritos periodísticos y literarios.
Tres años antes, 2015, la Academia Sueca otorgó el Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, autora entre otros libros de La guerra no tiene rostro de mujer, Los muchachos de zinc y Voces de Chernóbil, tres obras excepcionales construidas a partir de testimonios, ejemplos de narrativa de no ficción.
*Periodista y escritor. Magíster en Comunicación Política, Periodista y Diplomado en Periodismo y Crítica Cultural en la Universidad de Chile. Fue director de la Escuela de Periodismo de esa misma universidad (2003-2008) . Autor de los libros «Caso Spiniak. Poder, ética y operaciones mediáticas» (ensayo), «Nombres de mujer» (cuentos) y «La muerte de la bailarina» (novela).
A sangre fría ha sido durante muchos años una lectura obligatoria para los estudiantes de nuestras escuelas de Periodismo y en América Latina prevalece la idea de que el estadounidense Truman Capote es el padre de la narrativa de no ficción. Un mérito que puede ser cuestionado con numerosos antecedentes que validan como pioneros de este género periodístico-literario a dos latinoamericanos: el colombiano Gabriel García Márquez y el argentino Rodolfo Walsh.
No se trata de instalar una disputa artificial en un terreno que será siempre controvertido, pero sí de exigir a los formadores de periodistas y divulgadores literarios un mayor rigor intelectual que los aleje de una excesiva inclinación anglosajona que termina desconociendo la histórica contribución de las vertientes latinas europeas y americanas en el afortunado maridaje de periodismo y literatura.
A sangre fría fue publicada en 1966, un año después de la ejecución en la horca de Richard Hickock y Perry Smith, quienes asesinaron en noviembre de 1959 de los cuatro miembros de la familia Clutter en Kansas.
Once años antes, en 1955, Gabriel García Márquez publicó en 14 entregas diarias en el diario El Espectador su Relato de un náufrago, un texto testimonial basado en una extensa entrevista a Luis Alejandro Velasco, tripulante de un buque militar de la Armada colombiana, que sobrevivió durante diez días en una precaria balsa tras caer al mar desde el barco.
También se adelantó a Capote el periodista argentino Rodolfo Walsh, quien en 1957 publicó Operación Masacre, sobre una serie de asesinatos que agentes del Estado cometieron en junio de 1956 durante la llamada Revolución Libertadora, nombre que se dio la dictadura militar que en 1955 derrocó a Juan Domingo Perón.
Es cierto que ni Relato de un náufrago ni Operación Masacre, alcanzaron en su momento el impacto que tendría después A sangre fría, convertido en un best seller apenas lanzado el libro. El público adquirió masivamente esta obra, que con destreza literaria, una exhaustiva investigación y numerosas entrevistas, que incluyeron a Hickock y Smith, construyó una apasionante narración del antes, el ahora y el después de un crimen que conmovió a los Estados Unidos.
También es cierto que García Márquez y Walsh publicaron sus trabajos en condiciones políticas bastante adversas que les pasaron la cuenta en su momento y postergaron el reconocimiento de los lectores y de la industria editorial.
Relato de un náufrago no es solamente una extensa entrevista publicada en 14 entregas en El Espectador, al estilo de los viejos folletines policiales y románticos. El testimonio que el futuro nobel de Literatura construyó con las palabras de Luis Alejandro Velasco es un compendio de buen periodismo y buena literatura. Sobriedad y suspenso son ingredientes que atraviesan todo el relato y transmiten el mundo interior de un modesto marino enfrentado al gran desafío de la supervivencia.
Al estilo de los viejos cronistas, García Márquez puso un extenso título a su trabajo: Relato de un náufrago que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre.
Un título que es un buen resumen de la odisea de Velasco y sus consecuencias. El buque militar Caldas regresaba de Mobile, Alabama, donde había sido sometido a reparaciones. En la navegación de regreso a Colombia, Velasco cayó al océano. La versión oficial de la Armada fue que la caída se produjo a causa de una tormenta mientras el marino estaba en cubierta. Así, cuando finalmente fue rescatado tras una decena de días a la deriva en alta mar, fue recibido como un héroe, lo cual fue bien aprovechado como propaganda por la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla.
La entrevista con el joven periodista García Márquez reveló que nunca hubo tal tormenta y, aún más, puso al descubierto un escándalo de corrupción, ya que Velasco se precipitó por la borda del barco cuando intentaba con otros tripulantes contener una carga mal estibada, que contenía artículos de contrabando.
Fue tal el impacto de la denuncia que El Espectador optó por proteger a García Márquez sacándolo de Colombia y enviándolo como corresponsal a París, con una austera Jorge Ricardo Masetti, el Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias y Rodolfo Walsh, en la agencia de Prensa Latina.remuneración que desapareció por completo cuando la dictadura cerró el diario. Fue en una modesta buhardilla parisina de la rue Cujas, entre privaciones, que creó El coronel no tiene quien le escriba, su segunda novela después de La hojarasca.
El impacto que alcanzó Cien años de soledad desde su publicación en 1967, abrió las puertas de la industria editorial a textos anteriores de Gabo, como El coronel no tiene quien le escriba y el propio Relato de un náufrago, publicado como libro en 1970.
«Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar». La cita corresponde a un escrito del periodista argentino Horacio Verbistky, aunque la primera frase es atribuida indistintamente, entre otros, a George Orwell y Randolph Hearst.
Si esa condición se cumplió en Relato de un náufrago, con mayor razón se dio en Operación Masacre, un libro que, en un ambiente cargado de represión y violaciones de los derechos humanos, denunció un crimen masivo de una dictadura militar. Rodolfo Walsh construyó esta obra a partir de una hebra: un comentario que escuchó acerca de un sobreviviente de un fusilamiento. A partir de ahí fue armando la madeja, mediante entrevistas a otros peronistas que libraron con vida y a familiares de los asesinados.
El producto fue este libro, publicado en 1957, que se fue enriqueciendo en sucesivas ediciones con nuevos antecedentes y que incluso fue llevado al cine con el propio Walsh como co-guionista. Operación Masacre es una gran obra literaria en el mejor sentido y no es exagerado el papel fundacional de la narrativa de no ficción que algunos estudiosos le otorgan, destacando que se adelantó nueve años a Truman Capote y su A sangre fría.
Al igual que Relato de un náufrago, Operación Masacre fue inicialmente divulgado en varias entregas en un modesto diario, Revolución Nacional, entre enero y marzo de 1957. La investigación se enriqueció y en junio del mismo año publicó otros nueve artículos en la revista Mayoría. Fue en diciembre de 1957 cuando Ediciones Sigla lanzó el libro.
Walsh fue asesinado en Buenos Aires en una emboscada de un grupo de tareas de la tristemente célebre ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) el 25 de marzo de 1977. Los marinos se llevaron su cuerpo. Es uno de los miles de desaparecidos que dejó la dictadura encabezada en sus primeros años por el general Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Massera.
Fue el epílogo sangriento de un periodista y escritor que en su corta vida de cincuenta años radicalizó sus posiciones y su compromiso con las letras y la revolución socialista desde las tendencias más libertarias del peronismo. En aquellos años en que predominaba como respuesta a la llamada prensa burguesa el periodismo de trinchera, teñido a menudo de panfleto y maniqueísmo, Walsh y García Márquez instalaron una narrativa de no ficción de gran calidad periodística y literaria.
Así como a Capote se le atribuye que echó las raíces del nuevo periodismo que Tom Wolfe codificó a partir de 1960 en los Estados Unidos, puede afirmarse que Relato de un náufrago y Operación Masacre tuvieron un papel fundacional en las ricas expresiones que esta tendencia rupturista desarrolló en la América Latina desde un ejercicio periodístico permanentemente acosado por las dictaduras y los poderes empresariales.
Lo esencial desde nuestros autores latinoamericanos hasta Capote, Wolfe y sus seguidores está en el rescate de la alianza entre literatura y periodismo.
Un maridaje precisamente rechazado por seguidores de los formatos y técnicas que desde Estados Unidos adecuaron la redacción de las noticias a la industrialización de la prensa en la primera mitad del siglo XX. La pirámide invertida dispuso que las informaciones debían ser redactadas respondiendo a las «cinco W» (qué, quién, cuándo, dónde, por qué), en una secuencia jerarquizada que casi por obra de magia produciría objetividad.
«Los hechos son sagrados y las opiniones libres», fue una sentencia anglosajona que nos invitaba a reconocer una quinta esencia de virtud en el modelo, capaz entonces de conjugar, según el formato, el rigor informativo con la más completa libertad de expresión. La historia del periodismo, y también de la política, ofrece sin embargo innumerables episodios de invención, ocultamiento o distorsión de hechos, así como de manipulación, instrumentalización e incluso persecución de las opiniones.
Al final prevalece la ética como único canon válido para legitimar, no solo la función social del periodismo, sino sus niveles de calidad. Un terreno en que la trayectoria periodística de Truman Capote dejó zonas oscuras, según varios de sus biógrafos. Pero esto ya es materia para otro artículo.
Por ahora, consignemos que la narrativa de no ficción, el nuevo periodismo e incluso el periodismo de investigación han enriquecido el panorama literario mundial. A esta altura, cualquier enumeración puede parecer arbitraria, pero me atrevo a reivindicar una vez más a Tomás Eloy Martínez con Santa Evita y La novela de Perón y al uruguayo Ernesto González Bermejo con Las manos en el fuego, como ejemplos a mi juicio relevantes.
En 2018, el Premio Alfaguara, considerado el mayor galardón de narrativa en lengua hispana, recayó en el mexicano Jorge Volpi con Una novela criminal, texto que en la práctica no tiene nada de ficción, basado cien por ciento en un caso judicial real y reconocido por sus méritos periodísticos y literarios.
Tres años antes, 2015, la Academia Sueca otorgó el Nobel de Literatura a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, autora entre otros libros de La guerra no tiene rostro de mujer, Los muchachos de zinc y Voces de Chernóbil, tres obras excepcionales construidas a partir de testimonios, ejemplos de narrativa de no ficción.
*Periodista y escritor. Magíster en Comunicación Política, Periodista y Diplomado en Periodismo y Crítica Cultural en la Universidad de Chile. Fue director de la Escuela de Periodismo de esa misma universidad (2003-2008) . Autor de los libros «Caso Spiniak. Poder, ética y operaciones mediáticas» (ensayo), «Nombres de mujer» (cuentos) y «La muerte de la bailarina» (novela).
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