María Rizzo y Matías Strasorier| CLAE
Debemos hablar del trigo HB4, debemos poder interpelar en lo profundo de un sistema que logra “SU” objetivo pero no el nuestro, que subsume todo a “SU” plan, muy alejado del bien común y de la casa común. Debemos, es nuestro deber, no podemos evitar esta batalla.
El trigo HB4 es un medio de producción, un descubrimiento científico, con innovación y desarrollo, que mediante la transgénesis logró, en mucho menos tiempo, mejorar la genética del trigo haciéndolo resistente a la sequía. Ante este hecho se alzan voces de alarmas, con argumentos para sospechar que este descubrimiento científico solo logre más dividendos para los ricos y más hambre y miseria para la comunidad, junto a mayor destrucción de nuestra biosfera y su biodiversidad. Antecedentes de que esto pueda ocurrir, sobran..
Entre los motivos por los cuales algunos actores se posicionan en contra del HB4, encontramos el riesgo de uso indiscriminado del glufosinato, un agroquímico emparentado con el glifosato.
El uso de este último en el paquete tecnológico de la producción sojera, a partir de mediados de la década de 1990, generó un negativo impacto ambiental y humano, con indicadores como el aumento de tasas de cáncer en la población, la destrucción de la flora y la fauna colindante de los lugares de aplicación, la contaminación de los ríos, lagunas y demás causes de agua dulce, entre otros.
Luego de más de 25 años de explotación sojera, el temor, se entiende, es totalmente fundado. El paquete tecnológico impulsado por Monsanto generó una fiebre de oro verde que encandiló a muchas personas, a quienes les importó más el dinero que la vida, dejando totalmente subsumida la vida a la ganancia.
El problema no fue la soja genéticamente modificada, ni la siembra directa, ni la molécula de glifosato. El problema fue, es y será el sistema social de producción capitalista que persigue solo el objetivo de ganar dinero, apropiarse y concentrar la mayor cantidad de riquezas socialmente producida. La maximización de ganancias como fin viene justificando los medios, a límites intolerables para la humanidad y para el ambiente.
Prima ante todo el afán de acumular lo más rápido posible la mayor cantidad de dinero, relegando los valores de uso de los productos agroalimentarios a los valores de cambio; de este modo, las actividades productivas no logran las metas que deberían para garantizar el derecho fundamental de cada hombre y mujer del mundo a vivir dignamente. Hablamos de alimentarse, de tener un techo y un abrigo, hablamos de educarse y formarse, hablamos de tener salud y recrearse.
Todo queda subsumido a la ganancia, hacen a una normalidad cotidiana prácticas fuera de la ley, pero dentro de la protección del poder, como la especulación y la usura, la explotación y trata de personas, la evasión y la fuga de capitales, entre otras. Han vapuleado a la ciencia y la arrodillaron ante el dios dinero, enfermaron la vida y arrasaron la naturaleza, al punto de que la ONU pronosticó el agotamiento y la destrucción del planeta, en un informe titulado “Perspectivas del Medio Ambiente Mundial” ( marzo 2019).
La pelea de los agricultores contra las empresas trasnacionales como Monsanto no es de ahora, ni es del campesinado. La película de Netflix, Percy contra Goliat, muestra cómo un agricultor, un farmmer canadiense, lucha por sus derechos contra Monsanto. La trama está basada en un caso real, en el cual Monsanto acusó a Percy Schmeiser por utilizar semillas genéticamente modificadas patentadas por la empresa sin pagarlas, e inició una demanda que incluía 10.000 dólares y quedarse con todas las semillas que el agricultor poseía.
Ante dicha demanda, este agricultor de más de 70 años decide llevar a la justicia y hasta las últimas consecuencias su lucha, aun estando en riesgo absolutamente todo su capital, que asciende a más de un millón de dólares.
Percy es un productor capitalizado, con maquinaria, propietario de la tierra, pero su mayor valor lo posee en el trabajo pasado de él y de su familia, que mediante un método propio seleccionaron sus semillas, generación tras generación, año tras año, logrando que en 50 años no perdiesen una sola cosecha. Este trabajo de selección, aprendido de sus padres y abuelos, le generó valor en materia de conocimiento y tecnología que Monsanto finalmente le expropió.
Percy llevó su lucha hasta la Corte Suprema de Justicia, aun con el riesgo de perderlo todo. En esta instancia la justicia máxima de Canadá, conformada por 9 jueces, con un fallo de 5 a 4, le permitió a la familia Schmeiser conservar su tierra, sus máquinas y demás bienes, sin pagarle nada a Monsanto, pero entregando a la empresa trasnacional todas las semillas que la familia Schmeiser había seleccionado durante generaciones.
Existen otros puntos interesantes de esta película: las extorsiones que sufre el agricultor y su familia; la condena social de sus pares, que rápidamente lo tratan de ladrón y se posicionan a favor de la empresa trasnacional; las mentiras de la ambientalista que dice ser nieta de agricultores sin serlo, solo para aprovechar la lucha de Percy en favor de otra causa propia.
Incluso el abandono de la misma cuando teme que la derrota del agricultor en el máximo tribunal de justicia, siente un precedente que empodere a Monsanto haciéndolo imbatible. Sin embargo, nada de esto resulta tan trascendente como el hecho de que Monsanto se apropió de todas las semillas de la familia Schmeiser.
En este punto radica lo determinante de estos tiempos de la humanidad. Durante el siglo XIX y el siglo XX grandes avances científicos y tecnológicos permitieron dar grande saltos en los tiempos sociales de producción, dominar a la naturaleza y mejorar sustancialmente la calidad de vida de la humanidad.
En el siglo XXI, la ciencia y la tecnología continúan la tarea de resolver problemas que parecían solo posibles con un milagro. Sin embargo, no logra cambiar las relaciones sociales, no ha logrado destronar al dinero como el dios supremo, ni mucho menos a sus discípulos, ese 1% que acumula las riquezas que generan quienes producen y trabajan.
Es en este punto donde no podemos perder el debate por el control de los eslabones claves de las cadenas productivas, de los medios de producción, como son los OMG (Organismos Genéticamente Modificados), la edición génica, entre otros. Dependerá de la lucha de los pueblos que la ciencia sea Conocimiento Comunal o Capital Trasnacional, que el sistema de producción social continúe explotando a la humanidad y a la naturaleza, o se transforme en un sistema que proteja la biosfera y su biodiversidad, que termine con la miseria y el hambre, las desigualdades y las injusticias.
El debate sobre el HB4 puede ser la puerta a un debate de fondo que revele la disputa entre quienes creen que los alimentos son una mercancía más para especular y maximizar ganancias, y quienes creemos que los alimentos tienen un rol social ineludible, y que mejorar la distribución entre quienes producen y trabajan no puede postergarse más. Resolver la contradicción entre colonia o patria, tiene un capitulo central en el conocimiento.
Será Ciencia Comunal o será Ciencia Colonial.
*Rizzo es médica veterinaria, Maestrando en Desarrollo Regional y Políticas Públicas de FLACSO, y co-Directora del Centro de Estudios Agrarios. Strasorier es Director del Centro de Estudios Agrarios, Argentina. Analista agropecuario, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.
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