Petro, el camino de la esperanza para cambiar un país desigual y violento
Camilo Rengifo Marín
En Colombia renació la esperanza, tras siete décadas de conflicto armado y 30 de neoliberalismo y dependencia de Estados Unidos, con la elección del centroizquierdista Gustavo Petro como próximo presidente, que abre la posibilidad de un gobierno que proponga cambiar el statu quo conservador, desigual y sistémicamente violento.
Por primera vez en su historia republicana, Colombia tendrá un presidente de izquierda y una vicepresidenta, Francia Márquez, afrodescendiente y feminista. A pesar del miedo y los mitos que durante décadas mantuvieron la barrera entre Petro y la Casa de Nariño, su discurso de cambio y justicia social se impuso sobre la publicitaria bandera anticorrupción del millonario Rodolfo Hernández, admirador de Hitler y Donald Trump.
Gustavo Petro, de 62 años, senador y exguerrillero, se impuso en la segunda vuelta electoral con un discurso de cambio y la promesa de transformar un país dividido y en crisis, dejando atrás el odio e impulsando una política del amor, sin dejar de lado el capitalismo. El Pacto Histórico conquistó la presidencia con la mayor participación electoral de este siglo: 58 por ciento de los 39 millones habilitados para votar acudieron a las urnas.
Se trata de una victoria histórica para la sociedad colombiana, para América Latina y para todos los que anhelan dejar atrás la larga noche neoliberal y construir un mundo más justo, basado en la solidaridad y en la paz. Petro será el primer mandatario de la nación caribeña emanado del progresismo, un hito que logró enfrentando no sólo a su rival en la segunda vuelta, sino a toda la oligarquía que durante siglos mantuvo asfixiado al país y cerró cualquier posibilidad de cambio por canales democráticos.
La permanente corrupción, el sabotaje oficial al proceso de paz, el intento de imponer medidas lesivas a la economía de las mayorías en medio de la pandemia, así como la brutal represión desatada por el gobierno de Duque para tratar de apagar el descontento que dejó decenas de muertos y centenares de heridos y desaparecidos, llevó a un despertar de las conciencias que cristalizó en las urnas.
Quienes votaron por la esperanza, lo hicieron para poner fin a un ininterrumpido dominio de unas élites caracterizadas por su indiferencia ante las necesidades sociales, su sumisión a los designios de Washington, los salvajes niveles de violencia que están dispuestas a alcanzar para imponer sus intereses y su manipulación de los temores de las clases medias para cerrar el camino a cualquier alternativa ya no socialista o revolucionaria, sino mínimamente justa y apegada a los derechos humanos.
La derecha no ha dudado en recurrir a la mentira, la suplantación de la democracia por el poder del dinero, la criminalización de la disidencia, e incluso el asesinato de líderes sindicales, campesinos, indígenas y ambientalistas para mantenerse en el poder, sigue activa.
Si bien las encuestas manipuladas por el establishment y sus repetidoras de los medios hegemónicos vaticinaron un ajustado triunfo de Rodolfo Hernández y otras mediciones indicaron que el voto “finish” sería el escenario más posible y más difícil para esta elección presidencial, los números estuvieron a favor del senador de la Colombia Humana.
Se trata de un resultado que expresa el repudio a la derecha en su conjunto, no solo a la uribista, que se expresó ya en la primera vuelta. Rodolfo Hernández intentó mostrarse como un outsider, también fue visto como parte de esa derecha rancia colombiana. La victoria de Petro corta una larga etapa en un país donde la derecha tradicional nunca ha perdido las riendas políticas, manteniendo históricamente su alineamiento con Estados Unidos y constituyendo uno de sus principales bastiones en la región.
El liberal Alejandro Gaviria, académico y ex precandidato lo explicó así: “Hay mucho malestar. Podría ser mejor tener una explosión controlada con Petro que dejar el volcán embotellado. El país está pidiendo un cambio”.
Petro predominó en toda la Costa Caribe, la Costa Pacífica y parte de la Amazonía (Putumayo, Amazonas, Vaupés y Guainía). Con respecto a los porcentajes en varias de las principales capitales del país, Gustavo Petro ganó en Barranquilla (64,16 %), Cartagena (67,46), Cali (63,76) y Bogotá (58,59). Mientras, el candidato de la derecha, Rodolfo Hernández, conquistó los votos de Medellín (62,55 %) y Bucaramanga (73,58).
Estas elecciones se realizaron tras los estallidos sociales de 2019 y del 2021 que enfrentaron al gobierno del ultraderechista Iván Duque y el régimen político. Una explosión social sin precedentes cercanos, en un país donde se fueron acumulando tensiones internas paralelas al deterioro de las condiciones de vida de millones de personas, acelerando todo un proceso que tuvo como resultado la irrupción del movimiento de masas que estremeció a toda Colombia.
El pueblo se ganó la oportunidad de la paz, del fin de las masacres, de avanzar en combatir la desigualdad y el hambre. El 7 de agosto marcará el inicio de una nueva oportunidad para un país que tanto la ha buscado. Y quizá por ello hubo júbilo en las calles de las ciudades y en las veredas de los pueblos. Júbilo y cierta tranquilidad, por el rápido reconocimiento del presidente saliente Iván Duque y también del contrincante en la segunda vuelta, el ultraderechista Rodolfo Hernández, quien escribió: “llamé a Gustavo para felicitarlo por el triunfo y ofrecerle mi apoyo para cumplir con las promesas de cambio por las que Colombia votó hoy”.
Sin dudas, la aceptación de la derrota disipó las posibilidades de un escenario de tensión. “Sí se pudo, sí se pudo”, coreó el estadio Movistar Arena ante la llegada del nuevo presidente y la nueva vicepresidenta. “Este día que indudablemente es histórico, es historia lo que estamos escribiendo en este momento, para Colombia, para América Latina, para el mundo, una historia nueva porque indudablemente aquí lo que ha ocurrido hoy con estos 11 millones de electores (…) es un cambio, un cambio real”, señaló Petro.
“El cambio significa la bienvenida a la esperanza, la posibilidad de abrir un futuro, el cambio significa abrir las oportunidades para todos y todas las colombianos y colombianas, que esa esperanza pueda llenar todos los rincones del territorio nacional, el cambio significa que llegó el gobierno de la esperanza”, afirmó.
“La paz es que la sociedad colombiana tenga oportunidades, es que alguien como yo pueda ser presidente, o alguien como Francia pueda ser vicepresidenta, la paz es que dejemos de matarnos los unos a los otros. Desde el gobierno que se iniciará el 7 de agosto comenzará la paz integral en Colombia, a partir del gran diálogo nacional entre la sociedad colombiana toda, y, en segundo lugar, a partir de lograr que las armas dejen de disparar”, dijo Petro.
“No es el momento de los odios. Este gobierno que va a iniciar el 7 de agosto es un gobierno de la vida. ¿En qué consiste un gobierno de la vida? Primero en la paz, segundo en la justicia social, tercero en la justicia ambiental, la paz como eje de un gobierno de la vida”, señaló, acompañado por su hija Sofía y su esposa Verónica Alcacer.
Y en seguida se refirió a Washington: “Creo que es el momento de sentarse con el gobierno de los Estados Unidos y hablar, dialogar, sobre lo que significa el hecho de que en todo el continente americano que compartimos, allá se emita como en casi ningún otro país gases de efecto invernadero, y aquí los asumimos, los absorbemos a partir de nuestra selva amazónica.”
Petro señaló que en el próximo gobierno nunca habrá persecución política, persecución jurídica: “habrá respeto y diálogo, es así como podremos construir el Gran Acuerdo Nacional, que ya se comenzó a construir entre 11 millones de colombianos y colombianas, pero tiene que ser con toda la sociedad colombiana”.
Y señaló que un Acuerdo Nacional es “para construir los máximos consensos para alcanzar las reformas que hagan que las personas tengan una vida mejor”, al referirse a las grandes transformaciones necesarias para Colombia, como la transición hacia las energías limpias, la justicia social, o la paz.
También anunció que restablecerá relaciones con Venezuela, rotas desde 2019, implementará el acuerdo de paz de 2016 con las extintas FARC y dialogará con el Ejército de Liberación Nacional, la última guerrilla reconocida en el país.
Dado el resultado de las elecciones legislativas de marzo de este año, Gustavo Petro tendrá que crear amplias coaliciones en ambas cámaras del Congreso para poder gobernar, estrechando alianzas con sectores más tradicionales.
Petro deberá vencer la resistencia de sectores poderosos y de las fuerzas armadas, que deben juarle obediencias, pero que todavía le reprochan su pasado como guerrillero del Movimiento 19 de Abril, pese a que firmó la paz en 1990. Temen que sus reformas afecten la propiedad privada. En campaña, Petro se comprometió ante notario a no expropiar bienes, y más adelante aseguró que tampoco reformará la Constitución para quedarse en el poder.
En Colombia ha habido momentos en los que se ha buscado un cambio histórico desde abajo. El protagonista del más importante del siglo pasado fue Jorge Eliécer Gaitán, líder liberal social que impulsó la idea de enfrentar a las oligarquías liberales y conservadoras para hacer reformas sociales: Su movimiento logró ser mayoritario y se perfilaba como seguro presidente, pero fue asesinado el 9 de abril de 1948.
El 19 de abril de 1970, cuando la Alianza Nacional Popular ganó las elecciones presidenciales hubo fraude y se frustró otra oportunidad de cambio. De ahí surgió el Movimiento 19 de Abril, del cual años después fue integrante Gustavo Petro.
Desde ya, algunos analistas insisten en que Colombia debe verse en el espejo de Chile con la elección de Gabriel Boric, quien centró grandes expectativas de un pueblo y una juventud que había estado en las calles, pero en dos meses frustró las esperanzas de amplios sectores con sus acuerdos con el establishment, el régimen político y con los militares chilenos. Un recorrido fugaz para nada cambiar en la situación del pueblo de Chile lo que lo llevó a perder rápidamente 20 puntos de popularidad.
Petro deberá tener en cuenta que la lucha por la conquista de las demandas populares que dieron origen a la rebelión social continúa planteada y es en las calles. Sin el apoyo de los sectores populares no habrá solución a la cuestión de la tierra, a las grandes demandas de los pueblos originarios, de las comunidades afrodescendientes, al problema estructural de la vivienda, de la salud, educación.
Ni se satisfarán las demandas históricas de los trabajadores urbanos y rurales, ni el problema que azota a la juventud con la desocupación crónica, el hambre de millones, las masacres llevadas a cabo por unas Fuerzas Armadas asesinas y sus bandas paramilitares, los pagos oprobiosos de la deuda externa que ahorca de la mano del Fondo Monetario Internacional y del sometimiento a Washington. Recién comenzó el esperado camino de la esperanza.
Petro deberá vencer la resistencia de sectores poderosos y de las fuerzas armadas, que todavía le reprochan su pasado como guerrillero del Movimiento 19 de Abril, pese a que firmó la paz en 1990.
* Economista y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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