Argentina. El gobierno, ¿qué gobierno?
Juan Guahán
Que Argentina transita una profunda crisis es obvio. Ella continúa su expansión. En los manejos y relaciones del poder los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la propia situación del gobierno hoy ocupan el lugar central de la misma. Esta situación por la cual el gobierno ha llegado al punto de no saber dónde está parado. Mientras tanto, el pueblo se debate en medio de situaciones cargadas de tensión y necesidades que forman parte de una violencia cotidiana que –desde años- se está ejerciendo contra los más humildes.
Ante la debilidad o ausencia de las adecuadas respuestas estatales y la aparición de algunos signos de rebeldía, muchas veces esa violencia de arriba termina volcándose contra el pueblo, sus organizaciones y dirigentes. Es bueno advertirlo a tiempo, antes que esa modalidad se desparrame por el conjunto del territorio y la sociedad. En estas circunstancias, promover el incremento de la represión estatal es echarle nafta al fuego.
Los días que corren permitieron –a la luz del debate sobre el acuerdo con el FMI- poner en evidencia los límites de la unidad que el gobierno invocaba y observar la perspectiva de un nuevo panorama. Ahora habrá que ver si los hechos futuros ratifican la posibilidad de un intento novedoso o si habrá algún parche que mantenga la presente y desdibujada imagen de unidad.
El detonante de esta nueva situación fue el acuerdo con el FMI. Da la impresión que la anormalidad que una jefa política que designe al candidato presidencial por twiter parece haber llegado a su límite. Es obvio que Cristina Fernández de Kirchner suponía que colocar en la silla presidencial a un dirigente sin base propia le permitiría mantener el control sobre las principales decisiones del gobierno, sin correr el riesgo de ir a unas elecciones donde el peso de su imagen negativa podría llevarla a la derrota.
Lo que fue una estrategia apropiada para ganar las elecciones, no tuvo igual repercusión -con los mismos actores- en la función de gobierno. Con altibajos, barquinazos y varios despistes, la situación duró un buen rato, 27 meses. Pero esa dualidad entre el mando político y la responsabilidad institucional terminó por estallar y para los 21 meses que faltan se vislumbra otra realidad.
Cristina, cabeza del peronismo kirchnerista, consideró que reconociendo derechos varios de diversas minorías y con su posición de llevar adelante una mejor distribución de ingresos, pero sin avanzar sobre el poder real de los que mandan, sería suficiente para configurar un gobierno progresista.
El Presidente delegado, guardando ciertas reservas consecuentes con su extremada visión social demócrata europeísta y con modalidades formales algo distintas a las de Cristina pudo acompañar esa concepción de quien lo había ungido Presidente. La relación entre ambos se fue cargando de desconfianzas, entre otras cuestiones, por la no resolución de la situación legal de la ahora vicepresidenta. La pandemia, la situación económico-social, los reiterados errores y negligencias del gobierno, hicieron el resto.
¿Una “Nueva Mayoría”?
Cristina, acostumbrada a gobernar con mayores recursos, impulsó –a través de su hijo Máximo- más impuestos a las grandes riquezas y demandó que los subsidios se mantuvieran y las tarifas no subieran. Mientras tanto el Presidente abogaba por políticas de ajuste y arreglo con el FMI.
Las diferencias fueron creciendo hasta hacerse inocultables. El cristinismo, con diversas modalidades, votó en contra del Acuerdo con el FMI. Alberto y el gobierno salvaron la ropa gracias al voto de la coalición neoloiberal Juntos por el Cambio. La paradoja que una ley propuesta por el gobierno sea rechazada por una parte del oficialismo y apoyada por la oposición, marca un límite.
Éste se manifestó que –en la madrugada del viernes 18 de marzo- con la aprobación del acuerdo por el Senado, y a la hora de registrar lo que sería la Ley 27.668 entre las firmas que la legalizaban faltaba la de Cristina Firmó su reemplazante, la senadora tucumana Claudia Ledesma de Zamora, esposa del gobernador de aquella provincia. De esa manera quedaba rubricado un salto en la crítica relación entre el Presidente y su Vice.
Pero vale la pena penetrar en la situación actual y desmenuzar las posibilidades que estas nuevas perspectivas, impulsadas por el Jefe de Gabinete -Juan Manzur- se consoliden. Por el contrario, también es posible que sobreviva la idea de darle continuidad a las dos grandes coaliciones, Frente de Todos y Juntos por el Cambio, para que sigan jugando a la “grieta” de oficialismo y oposición.
Es difícil conocer los alcances de esta evidencia de la ruptura y su destino final. De todos modos ya se vienen insinuando señales de la construcción de una “Nueva Mayoría” En sectores del gobierno creen que lo más sensato es pensar en la construcción de un nuevo oficialismo que pueda transformarse en una nueva mayoría.
Esta perspectiva reconoce dos situaciones que es bueno mencionar: La profunda fragmentación existente en el seno de ambas identidades y el modo que un formato ideológico socialdemócrata de origen europeo recorre transversalmente ambas identidades. De allí que sus respuesta, en la coyuntura, sean muy semejantes.
Eso impregna a las políticas actuales de ese tufillo donde lo más importante, un objetivo casi excluyente, es “llegar” a la administración de este Estado a través de las próximas elecciones. En ese marco pensar un proyecto de país pasa a ser un tema irrelevante. Es imposible saber cuál de estas perspectivas lograrán fraguar al calor de la situación que estamos transitando. Tampoco es seguro que el intento de ese nuevo oficialismo alcance el carácter mayoritario que imaginan quienes piensan en esta posibilidad.
¿Qué significa ese camino? ¿Quiénes lo podrían sostener?
Por una parte supone que integrantes de ambas identidades, invocando o no un carácter mayoritario al interior de cada una de ellas, plantee la articulación de una nueva coalición.Respecto a sus eventuales integrantes, observando el mapa actual permite señalar algunos naturales integrantes.
Por el lado del peronismo sus principales expresiones, forman parte del oficialismo gobernante, entre ellos cabe destacar al propio Alberto Fernández, a Sergio Massa y José Manzur. Desde el radicalismo, quien más se acerca a esta concepción es Facundo Manes, que llega a la política por afinidad familiar y desde su actividad de divulgador médico-científico. A ellos habrá que agregar a buena parte de los gobernadores y sus estructuras político-territoriales.
A lo que se puede llamar “izquierda” de esta formación, desde el punto de vista electoral, quedan las fuerzas del cristinismo y del trosquismo.
Lo que se puede reconocer como la “derecha” estarían fracciones del radicalismo, gran parte del macrismo (con Mauricio Macri y Patricia Bullrich a la cabeza) y los extremos liberales, los libertarios de Javier Milei a quienes les encanta ocultar su liberalismo detrás de consignas anarquistas; sin descartar que siempre hay algún peronista como Sergio Berni dispuesto a recorrer esos caminos.
Esta perspectiva de construir una “Nueva Mayoría” es una de las alternativas electorales ante la realidad de las actuales y deshilachadas coaliciones, Frente de Todos y Juntos por el Cambio.
La crisis económica y social sin techo
Los números de la votación en el Congreso sobre el acuerdo con el FMI ya han sido comunicados una y otra vez. De todas maneras se hará el ensayo de mirarlos desde otras perspectivas. Los votos que no avalaron el convenio no fueron importantes.
En Diputados, las abstenciones y votos en contra reunieron 19,4% y en el Senado el 22,2%. La identidad política de la mayoría de los votos a favor del proyecto oficialista del Acuerdo fueron aportados por la oposición, el 54,9% en Diputados y el 57,3% en Senadores. Eso da una idea del compromiso del Parlamento con este Acuerdo y del aporte de la oposición para su aprobación.
La voz parlamentaria mas disonante la dio el bloque cristinista del Senado que manifestó: “Con este pacto, millones de compatriotas seguirán afuera y otros tantos más, quedarán excluidos”.
Estamos transitando tiempos en los cuales la relación entre lo cotidiano y lo estratégico y lo local con lo global es mucho más fácil de percibir que en otros momentos. En estas situaciones encuentra su excusa el oficialismo para encubrir sus errores o negligencias. De todos modos, momentos de este tipo pueden servir para observar las gigantescas posibilidades que podría tener Argentina, como también para evidenciar sus graves falencias.
Hay dos temas cruciales que lo demuestran indiscutiblemente: Energía y alimentos. En esas dos cuestiones, la débil o inexistente soberanía nacional sobre la producción de combustibles y de alimentos avisa que cuando decimos soberanía hablamos de algo más rotundo e importante más que la bandera o el himno en las ceremonias escolares o eventos deportivos.
Nuestra capacidad de producir –de múltiples maneras- más energía de la que consumimos contrasta con la realidad actual. Hoy los precios internacionales, incrementados (400 a 500% en un año) por el conflicto armado en Eurasia, nos revelan que -en esta materia- tenemos severos problemas. No solo no estamos en condiciones de exportar con los elevados precios actuales, sino que no podemos asegurar el autoabastecimiento propio.
La carta del 15 de marzo de Darío Martínez -Secretario de Energía- a Martín Guzmán, el Ministro de Economía, da una idea de la dimensión de algunos problemas. Le reclama que, los fondos que Economía le aprobó, resultan insuficientes para subsidiar la tarifa social y asegurar el abastecimiento de gas para el invierno. La gravedad de este reconocimiento hizo que –después de un tirón de orejas- el Secretario de Energía reculara de su reclamo escrito.
Los alimentos constituyen el otro aspecto que la situación actual transforma en un tema clave. Es así por su incidencia en la inflación y por la creciente demanda internacional de los mismos, lo que incrementa su precio. Eso es particularmente importante en el tema de la harina, tema al que apuntan las medidas estatales que el gobierno intenta aplicar.
Los datos proporcionados por el propio Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), son más que preocupantes. El 4,7% de incremento inflacionario para febrero avisa sobre los riesgos futuros. Sobre todo si se tine en cuenta que todo indica que la inflación no bajará del 50% este año. Estas cifras se agravan desde el punto de vista social, si se tiene en cuenta que la inflación se incrementa en varios puntos cuando se habla de los productos alimenticios.
El anuncio del Consejo del Salario, de incrementar el mínimo en un 47% en cuatro etapas hasta fines de año, no es nada tranquilizador. El salario mínimo perdió un 23,5% de su valor durante el gobierno de Mauricio Macri y que con la actual administración esa pérdida se incrementó en otro 15,5%, a lo que habrá que agregar lo que se pierda este año, si se cumplen las estimaciones y decisiones actuales.
De todo lo visto surge que los salarios tienen techo, pero la crisis parece no tenerlo.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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