Boric, como presidente, vivirá en el barrio patrimonial Yungai, no en Palacio
Cecilia Vergara Mattei
El próximo presidente de Chile, Gabriel Boric, vivirá en una casona sobre Huérfanos, entre Libertad y Esperanza, calles del barrio patrimonial Yungay, de pasado glorioso y presente oxidado del centro de Santiago, reflejo de una sociedad dividida por la desigualdad.
El Boris, como es llamado popularmente el nuevo presidente cntroizquierdista, decidió dejar un departamento austero en Bellas Artes, otro histórico barrio de Santiago. Tras su toma de posesión, el 11 de marzo, Gabriel Boric seguirá viviendo de Plaza Italia –de Plaza Dignidad- hacia abajo. He ahí el límite que reconocen los satiagueños entre los privilegios de los de arriba y al este de esa plaza, que fue el epicentro de las protestas contra los gobiernos de derecha, hacia las necesidades de los demasiados.
Ya la prensa internacional lo difundió (obviamente no para alabarlo sino como muestra de populismo): Boric estará a 10 minutos en auto, 30 minutos caminando y dos o tres estaciones de Metro del palacio presidencial de La Moneda, pero lejos de las comunas ricas en las que habitaron la mayoría de sus predecesores.
La casa de 500 metros cuadrados que ocupará Boric con su pareja, Irina Karamanos, fue hostal, centro médico y pizzería, cuyo nombre en un cartel de la fachada ningún vecino parece dispuesto a descolgar: Sensato. Con 36 años asume el desafío de un gobierno que quiere implantar reformas ante una población que pidió a gritos y en las calles, un nuevo pacto social.
El barrio está contento, pero desde ya preocupado y receloso por el reciente arribo de policías que vigilan un barrio marcado de murales y grafitis, en una comuna popular, donde viven artistas, músicos, vendedores ambulantes, chilenos, venezolanos, colombianos, o sea, se vive la realidad de cómo está el país.
Es para estar contentos: ahora tienen de vecino a un joven que es el presidente que ellos eligieron y que conocen desde que lideraba las manifestaciones estudiantiles.
Yungay fue el primer barrio de Chile, también el más esplendoroso, donde se asentó la incipiente burguesía que fundó la república. Luego, en el siglo XX, sus descendientes emigraron al este de Santiago, donde se asientan los barrios altos. Chile, un país muy clasista y de grandes desigualdades, que la bonanza económica profundizó y que estalló con toda su bronca acumulaca en las manifestaciones de octubre de 2019.
Ricardo Candia Lares señala que ha causado revuelo la noticia. Las vecinas se han alegrado porque suponen que ese vecino notable permitirá algún sosiego en las calles otrora tranquilas y hoy peligrosas por la irrupción de la delincuencia, el narcotráfico y el abandono. Los pequeños negocios estarán sacando cuentas del aumento de las ventas a cargo de las visitas que vendrán a mirar la casa del vecino presidente.
Los negocios gastronómicos deberían ver aumentada sus clientelas: no es lo mismo comerse alguna cosita por ahí, que donde lo hace, o lo hará, el presidente. Al barrio le creció el pelo, asegura.
La derecha habla de un palacete y no de lo que es, una casa patrimonial que, de no ser por la gestión permanente, inteligente y decidida de sus habitantes, ya habría caído bajo la retroexcavadora de las grandes inmobiliarias. Hace muchos años que los vecinos organizados del Barrio Yungay vienen dando fiera pelea para defender una forma de vida en que las personas, hombres, mujeres, niños, ancianos, cuentan y se vinculan.
Y –cuenta Candia- se han ganado peleas importantes como limitar las construcciones en altura, lo que por cierto no es negocio para la voracidad de las constructoras cuya glotonería les hace construir miles de departamentos enanos, inhumanos, arracimados. El Barrio Yungay late a diario en su vida que compromete plazas, calles, arte, cultura y personas.
Un barrio que se resiste a morir y que no solo levanta su grito de auxilio a las autoridades, sino que actúa en las soluciones, luchas y propuestas de la manera más activa. Yungay es un barrio que debiera ser un país en el que es mejor hacer tanto como decir. La gente toma sus decisiones reunidas en sus plazas, compra el pan en la panadería del barrio y en los negocios que aún no han sido desplazados por la miserable glotonería de los supermercados.
* Periodista chilena, asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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