No es sólo Trump, es el modelo de la democracia que hoy Biden quiere exportar
Álvaro Verzi Rangel
El discurso del actual presidente “demócrata” estadounidense Joe Biden puede servir, quizá, para sus ciudadanos, bombardeados permanentemente, durante décadas, con la ida de que dentro y fuera de Estados Unidos se vive una lucha entre la democracia y la autocracia; entre las aspiraciones de la mayoría y la avaricia de unos pocos. Pero, en realidad, ese podría ser un espejo de Estados Unidos.
La realidad del modelo estadounidense es el enorme poder de los grandes capitales y de los medios de información dominantes para influir sobre las decisiones políticas e imponer su agenda por encima de la voluntad popular, que en la práctica anula la pretendida igualdad de derechos de los ciudadanos. Y a ello se suma un racismo estructural que mantiene a millones de personas fuera del cuerpo político, condenados a ser carne de cañón pata las aventuras imperiales y el negocio de las transnacionales de la guerra y los armamentos..
Biden acusó a su predecesor Dondal Trump de haber intentado impedir un traspaso pacífico del poder, denunció la red de mentiras sobre las elecciones de 2020 creada por el equipo de su antecesor, a un año de que una turba azuzada por Trump asaltó el Capitolio en Washington. “No se equivoquen: estamos viviendo un punto de inflexión en la historia. Tanto aquí en casa como en el exterior, estamos de nuevo en una lucha entre la democracia y la autocracia”, señaló, en una revival de discursos de décadas atrás.
El actual mandatario intentó echar todas las culpas de la crisis sobre su antecesor. “Ahora nos toca a todos defender el imperio de la ley, preservar la flama de la democracia, mantener viva la promesa de Estados Unidos. Esa promesa está en riesgo, atacada por poderes que valoran la fuerza bruta sobre la santidad de la democracia, el temor sobre la esperanza, el beneficio personal sobre el bien público”, afirmó.
Mientras, aprobó el presupuesto militar más grande la historia del país y sus soldados siguen masacrando, torturando, asesinando pueblos a lo largo y ancho del mundo. Biden, quien a propósito casi nunca menciona el nombre de Trump,
El ex presidente Barack Obama subrayó que el ataque al Capitolio dejó claro qué tan frágil es el experimento estadounidense en la democracia, y advirtió ésta está en mayor riesgo hoy que hace un año. “Históricamente, los estadounidenses han sido defensores de la democracia y la libertad en el mundo… pero no podemos desempeñar ese papel cuando figuras de liderazgo en uno de nuestros dos partidos políticos principales están activamente minando la democracia en casa”.
En el momento de silencio que se observó en el pleno de la cámara baja para las víctimas de la violencia durante el asalto, sólo se presentaron dos republicanos: el ex vicepresidente Dick Cheney y su hija, la diputada federal Liz Cheney. Que el vicepresidente de George W. Bush de repente se convirtiera en una especie de disidente dentro de su partido, marcó para algunos qué tan extremo ha sido el deterioro del terreno político tradicional del país.
David Remnick, director de The New Yorker, señaló que por primera vez en 200 años estamos suspendidos entre democracia y autocracia. El 6 de enero del 2021, cuando supremacistas blancos, miembros de milicias y simpatizantes de Trump asaltaron el Capitolio para tratar de revertir los resultados de la elección presidencial dejamos de ser una democracia plena. Con ello, Estados Unidos dejó de poder autoelogiarse como la democracia continua más vieja del planeta, señaló Remnick.
El diputado demócrata Jamie Raskin, quien forma parte del comité selecto que investiga el asalto, recordó en The Washington Post que ese 6 de enero en que se estaba certificando el resultado del voto presidencial en el Capitolio, los legisladores pensaban que se habían preparado para todo tipo de problemas parlamentarios, pero no para la violencia fascista desatada contra nosotros, coordinada en este intento para cometer un golpe de Estado.
El surgimiento político de una figura como Donald Trump es producto de la crisis económica crónica en amplios sectores de la población y de instituciones que durante décadas no han sabido (o querido) satisfacer las necesidades sociales. Es el fruto de un descontento profundo y legítimo de las mayorías y sin solucionar las crisis, sin un cambio social y político profundo, será imposible desactivar el riesgo de que él u otro personaje usen la ira de las mayorías empobrecidas para minar los fundamentos de la democracia.
Todos conocen en el mundo el desprecio de Trump hacia la legalidad, las formas democráticas y las mínimas normas del decoro institucional, pero la crisis moral en la que se encuentra sumergida la sociedad estadounidense se inició en 2015, cuando anunció su candidatura. El trumpismo es consecuencia de la disfuncionalidad del sistema político, y de la creciente incapacidad del mismo para responder a las demandas de la sociedad.
Este modelo democrático que Biden quiere vender al mundo está vaciada de contenidos verdaderamente democráticos hasta quedar reducido a un espectáculo, una simulación del gobierno del pueblo, con la inamovilidad de su oligarquía bipartidista. Con una clase política impermeable a la realidad, y la continuidad de un modelo de votación indirecta en el cual es factible ganar la elección, pese a perder la mayoría de los sufragios, como sucedió con Geoge W. Bush y el mismo Trump.
Más allá de esos problemas obvios, hay una palpable discordancia entre los principios políticos declarados y la realidad social e institucional. Todo ello redunda en un divorcio final entre clase política y sociedad, que desacredita por completo al sistema y abona al surgimiento de expresiones radicales como el propio trumpismo.
Trump no aguantó quedarse callado después del discurso de Biden y afirmó que éste está “destruyendo nuestra nación con políticas locas de fronteras abiertas, entre otras”, y que está intentando ocultar que la elección fue fraudulenta y están empleando este aniversario para nutrir temores y dividir a Estados Unidos.
*Sociólogo venezolano, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
VERSIÓN EN PORTUGUÉS
Muito além de Trump: o modelo de democracia que Biden também quer exportar
O discurso de Joe Biden, atual presidente “democrático” estadunidense, talvez possa servir aos seus cidadãos, bombardeados permanentemente, durante décadas, pela ideia de que há uma luta democracia e autocracia dentro e fora dos Estados Unidos, que contrapõe as aspirações da maioria e a ganância de poucos. Mas, na realidade, isso serve muito mais como um espelho dos Estados Unidos.
A realidade do modelo norte-americano mostra um enorme poder concentrado no grande capital e na mídia dominante, tão forte que influencia todas as decisões políticas e impõe uma agenda que passa por cima da vontade popular, e que, na prática, anula os alegados direitos iguais dos cidadãos. Isso sem contar o racismo estrutural, que mantém milhões de pessoas fora do sistema político, condenadas a ser bucha de canhão para as aventuras imperiais, para o mercado armamentista e da guerra transnacional.
Biden recordou Donald Trump e o acusou de impedir uma sucessão pacífica, denunciou a teia de mentiras da campanha trompista nas eleições de 2020, e lembrou, um ano depois, da invasão do Capitólio promovida pelos fãs do magnata. “Não se enganem, estamos passando por um ponto de inflexão na história. Tanto aqui como no exterior, estamos novamente na luta entre a democracia e a autocracia”, destacou o estadunidense, em um renascimento de discursos de décadas atrás.
O atual presidente tentou colocar toda a culpa pela crise em seu antecessor. “Agora depende de todos nós defender o Estado de Direito, preservar a chama da democracia e manter vivo o nosso modelo de vida americano. Este modelo está em risco, atacado por poderes que valorizam a força bruta sobre a santidade da democracia, o medo sobre a esperança, o ganho pessoal sobre o bem público” disse o mandatário.
Enquanto isso, seu governo aprovou o maior orçamento militar da história do país, e seus soldados continuam participando de massacres, torturas e execuções em todo o mundo.
O ex-presidente Barack Obama enfatizou que o ataque ao Capitólio deixou claro o quão frágil é a experiência estadunidense em democracia, e advertiu que esta democracia está em maior risco hoje do que há um ano. “Historicamente, nós norte-americanos defendemos a democracia e a liberdade no mundo… mas não podemos desempenhar esse papel quando há, em um dos nossos principais partidos políticos, líderes que estão minando ativamente a democracia, aqui mesmo em nossa casa”.
Um momento de silêncio observado no plenário da Câmara de Representantes dos Estados Unidos, nesta semana, em homenagem às vítimas da violência durante a invasão ao Capitólio. Apenas dois membros do Partido Republicano estavam presentes: o ex-vice-presidente Dick Cheney e sua filha, a deputada Liz Cheney. O vice-presidente de George W. Bush se tornou, repentinamente, uma espécie de dissidente dentro de seu partido. Para alguns analistas, isso mostra a deterioração do terreno político tradicional no país.
David Remnick, editor da revista The New Yorker, observou que pela primeira vez em 200 anos, estamos em uma disputa de modelos entre democracia e autocracia. “Em 6 de janeiro de 2021, quando uma gangue de supremacistas brancos e partidários de Trump invadiram o Capitólio, para tentar reverter os resultados da eleição presidencial, deixamos de ser uma democracia plena. Os Estados Unidos não podem mais afirmar que são a mais antiga democracia contínua do planeta”, observou o jornalista.
O congressista democrata Jamie Raskin, que faz parte do seleto comitê que investiga o ataque ao Capitólio, publicou artigo no The Washington Post lembrando que naquele dia 6 de janeiro, quando o resultado da votação presidencial estava sendo analisado pelos parlamentares, havia a ideia de que a segurança do local estava preparada para qualquer tipo de situação. “Logo, perceberam que ninguém havia previsto aquele tipo de violência fascista e coordenada, e uma tentativa de golpe de Estado”, argumentou.
A chegada de uma figura como Donald Trump ao mundo da política é produto de uma longa e profunda crise econômica, que afeta muitos diferentes setores da população, enquanto algumas instituições já acumulam décadas em que não conseguem (ou mão desejam) satisfazer as necessidades sociais. Também é fruto de um legítimo descontentamento das maiorias, pela falta de solução a essa crise, que requer mudanças sociais e políticas, sem as quais será impossível desarmar o risco de que o próprio Trump ou outro personagem similar use essa ira das maiorias empobrecidas para minar os fundamentos da democracia.
Todo o mundo conhece o desprezo de Trump pela legalidade, pelas formas democráticas e pelos padrões mínimos de decoro institucional, mas a crise moral em que a sociedade estadunidense está submersa começou em 2015, quando ele anunciou sua candidatura. O trumpismo é uma consequência da disfuncionalidade do sistema político e de sua crescente incapacidade de responder às demandas da sociedade.
Esse modelo democrático que Biden quer vender ao mundo vem sofrendo um esvaziamento do seu conteúdo ser verdadeiramente democrático, e corre o risco de ser reduzida a um mero espetáculo, uma simulação de governo do povo, com sua oligarquia bipartidária intacta, uma classe política desconectada da realidade e um sistema de voto indireto em que é possível ganhar uma eleição sem ter a maioria dos votos, como aconteceu com George W. Bush e o próprio Trump.
Além desses problemas óbvios, há uma incompatibilidade palpável entre os princípios políticos declarados e a realidade social e institucional. Tudo isso leva a um divórcio final entre a classe política e a sociedade, que desacredita completamente o sistema e contribui para o surgimento de expressões radicais, como é o caso do próprio trumpismo.
Donald Trump não aguentou ficar calado depois do discurso de Biden e afirmou que seu sucessor está “destruindo nossa nação, com políticas malucas de fronteiras abertas, entre outras”, o acusou de destruir as provas da fraude nas eleições de 2020 e de aproveitar o aniversário da invasão ao Capitólio para alimentar medos e dividir os Estados Unidos.
Álvaro Verzi Rangel é sociólogo, codiretor do Observatório em Comunicação e Democracia e analista sênior do Centro Latino-Americano de Análise Estratégica (CLAE)
*Publicado originalmente em estrategia.la | Tradução de Victor Farinelli
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