Matías Strasorier|
La digitalización de muchas de las actividades agroalimentarias trastocó el tiempo y el espacio, haciendo que las horas de trabajo se reduzcan a minutos y las distancias pasen desde la cama al escritorio. La unión de lo real, lo virtual y lo biológico se materializa en nuevas herramientas que reemplazan tareas realizadas por hombres y mujeres.
En Argentina el éxito de la región central radica en la explotación de los recursos naturales extraordinarios de la pampa húmeda, utilizando conocimiento de punta y aprovechando la proximidad a los puertos, con lo que se logra competitividad global en materia de comercio exterior, ubicándose en el podio de países agroexportadores junto a EEUU y Brasil.
El desarrollo de este polo agroindustrial de alta competitividad, no ha logrado reducir las desigualdades sociales, ni el desarraigo, ni la dependencia económica, ni la pobreza, ni el hambre, entre otros flagelos que impactan en el conjunto de nuestros compatriotas. Así lo demuestran los indicadores de pobreza de la Universidad Católica Argentina o la disminución del número de productores según el Censo Nacional Agropecuario de 2018.
El modelo que ubica a la Argentina entre los principales países agroexportadores, es también un modelo que produce alimentos caros para nuestros compatriotas, y desplaza a quienes producen y trabajan el campo.
Un modelo en el que se funden cooperativas y agroPyMEs, en el que resulta “normal” el trabajo infantil, la servidumbre y la trata de personas. Un modelo cuya normalidad son campos despoblados, y las ciudades con pobreza y hambre.
Por eso ante un mundo en crisis que necesita producir alimentos, y al mismo tiempo debe proteger la biosfera y su biodiversidad, es fundamental construir a un modelo agroalimentario productivo y sustentable, con soberanía tecnológica y agroaliementaria, un modelo AgroBioIndustrial Federal e Inclusivo. Un modelo que aproveche las ventajas competitivas que aporta cada territorio de la Argentina, maximizando su potencial productivo de agro-alimentos con bioprocesos, biotecnologías, bioenergías, biomateriales, biocéuticos, etc.
Estamos ante la posibilidad de dejar de ser granero para ser la biofábrica. La transición está en marcha, basta recorrer las más de 10 bioindustrias instaladas en diferentes provincias, que desarrollan producción de biocontroladores, procesos de biorremediación de suelos y aguas, micropropagación in vitro de especies, bioinsumos y biofertilizantes de gran impacto regional.
En medio de la cuarta revolución industrial la Nueva Ruralidad digitalizada, informatizada y conectada es una realidad, no una opción.
Recuperar los dólares fugados del préstamo del FMI para invertirlos en innovación y desarrollo, en tecnología de punta, en bienes intangibles, en ciencia aplicada a la producción, es un punto estratégico para nuestra Patria y nuestro protagonismo global.
Es la oportunidad para ser protagonistas. La oportunidad para que esta ruralidad 4.0 sea Bioética y Bioeconómica, cuidando la Biodiversidad y la Biósfera, pero sobre todo sea generadora de desarrollo territorial y productivo, con comunidad organizada y soberanía alimentaria, con movilidad social ascendente en la que cada hombre, mujer, cada niña y niño, cada joven rural pueda desarrollarse sin desarraigo.
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https://www.youtube.com/watch?v=ul1tvwep2OY
*Director del Centro de Estudios Agrarios, Argentina. Analista agropecuario, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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