El dilema del Mercosur: integración o entreguismo
Carlos Flanagan|
La reunión de los cancilleres de los cuatro países miembros del Mercosur prevista para el 16 de junio fue pospuesta por segunda vez y ahora sin fecha. El motivo de esta situación de parálisis radica en las sustanciales diferencias en materia comercial planteadas dentro del bloque, referidas a dos temas fundamentales: la propuesta de flexibilización del Mercosur y la rebaja del Arancel Externo Común (AEC).
Cuando se cumplen 30 años de su fundación, el 26 de marzo de 1991, y para comprender el porqué del título, es bueno hacer una breve introducción histórica. No es menor recordar la realidad política continental en general y en particular la de los cuatro países fundadores del Mercosur cuando se firmó el Tratado de Asunción en la fecha antes citada.
En la década de los años 90, vivíamos un período de despliegue de una nueva fase de dominación imperialista, mediante la estrategia global del neoliberalismo. Luego del derrumbe de la URSS y su área de influencia en los llamados países del socialismo real, se proclamó a los cuatro vientos el fin de la historia y de las ideologías; y que la humanidad habría llegado en su desarrollo a su etapa superior y permanente: el capitalismo neoliberal.
Repasemos quiénes fueron los Presidentes que firmaron el Tratado de Asunción: Carlos Menem por Argentina, Fernando Collor de Mello por Brasil, Andrés Rodríguez (quien derrocara a su suegro Alfredo Stroessner) por Paraguay y Luis A. Lacalle Herrera (padre del actual Presidente) por Uruguay.
Todos acérrimos partidarios del neoliberalismo expresado en el achicamiento del Estado mediante la ruinosa privatización de sus empresas estratégicas y el cercenamiento de sus funciones de motor económico y de protección social.
Sumado a ello, una política fiscal que gravaba los ingresos salariales dejando intactos los intereses de grandes empresarios y terratenientes y una política de endeudamiento externo (muchas veces innecesario como en el caso de Uruguay) con los organismos financieros internacionales (FMI, BM), aceptando de buen grado los condicionamientos en materia política y económica impuestos para el otorgamiento de los préstamos; e incluso tomándolos como excusa para la “ineludible” aplicación de esta política económica regresiva.
En síntesis, el objetivo de los cuatro firmantes del tratado era que el Mercosur fuera el instrumento para la construcción de una zona de libre comercio mediante desgravaciones progresivas entre sus socios.
Algunas cifras elocuentes
El Mercosur compuesto hoy por seis miembros -los 4 fundadores más Venezuela y Bolivia (con voz y sin voto hasta que el Parlamento paraguayo apruebe formalmente su ingreso) es de por sí una potencia económica a nivel mundial. Cubriendo un área de 12.795.579 kilómetros cuadrados, tiene una población de más de 275 millones de habitantes (casi el 70% de América del Sur).
Tiene un PIB de 4.580.000.000.000 de dólares (4.580 billones) que representa el 82,3% del PIB total de toda Sudamérica. Está considerado como el cuarto bloque económico del mundo, en importancia y volumen de negocios, y la quinta economía mundial, si se considera el PIB nominal producido por todo el bloque.
Posee las mayores reservas energéticas, minerales, naturales, de recursos hídricos y de petróleo del planeta; y también la selva tropical más grande, la selva amazónica.
Es el mayor productor de alimentos del mundo. Vende el 63 por ciento de la soja y es el principal exportador mundial de carne vacuna y de pollo, de café y maíz. En materia industrial, es el principal exportador de hierro y el octavo productor de automotores.
Las tareas inconclusas del progresismo
Hoy, la propuesta de “flexibilización del Mercosur” formulada por Uruguay (con el respaldo de Brasil) en la reunión virtual del Consejo del Mercado Común (CMC) celebratoria del 30º aniversario de su fundación, implica en los hechos y por sus consecuencias si se aprobara, un nefasto retroceso político. Sería la vuelta a la concepción neoliberal de los años ‘90 de los cuatro presidentes que firmaron el Tratado de Asunción.
Previo a referirme a los aspectos medulares de esta propuesta, creo necesario insistir en que la actual situación creada – que debemos enfrentar enérgicamente desde ya – es en gran parte una consecuencia no deseada de las carencias y limitaciones que mostraron los gobiernos progresistas que gobernaron la región del Mercosur por más de un período a partir de finales del siglo XX y los primeros años del presente siglo (Venezuela en 1999, Brasil y Argentina en 2003, Uruguay en 2005, Bolivia en 2006, Paraguay en 2008).
Para ello transcribiré un pasaje referido a la integración regional y extra-regional, parte de un ensayo que escribí en el año 2018 (“Sobre derrotas previsibles y desafíos inmediatos: un debate urgente para la izquierda”) para la antología Los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina[1]:
“Analizar cada una de las experiencias de integración excedería el espacio disponible para este ensayo. Sí podemos decir que no supimos aprovechar la pasada década de auge de los gobiernos progresistas en la región para avanzar en la consolidación de las mismas.
Es de innegable importancia política que se hayan creado el ALBA (2004), la UNASUR (2008), y la CELAC (2010). Pero nos quedó en el debe el no haber acompasado el discurso político con la acción concreta; o para ser más específicos, la superestructura con la correspondiente infraestructura.
Esto se hace evidente en el caso del Banco del Sur. Fue creado en diciembre de 2007 con el objetivo de ser la banca al servicio de la integración regional, financiando proyectos y programas de desarrollo de infraestructuras básicas, proporcionando asesoría y asistencia técnicas y capacitación en la preparación de proyectos. Pero lamentablemente la mayoría de sus miembros, a pesar de tener importantes reservas internacionales netas disponibles, no proveyeron los fondos necesarios para su puesta en marcha.
En el caso del Mercosur, cabe recordarse su ‘partida de nacimiento’ bajo la impronta neoliberal de la década de los años 90; con la única intención de una aproximación al logro de una zona de libre comercio mediante un programa de liberalización comercial con desgravaciones progresivas entre sus países miembros. Desaprovechamos el momento histórico de confluencia de gobiernos progresistas y sólo avanzamos en aspectos de coordinación de políticas sociales.
No supimos avanzar en una visión regional de conjunto que abordara de lleno aspectos sustanciales de planificación de complementariedad y costos, financiación y política de inversiones; como única forma efectiva de eliminar las asimetrías hasta hoy existentes y que atentan contra cualquier proyecto auténticamente integrador. Lamentablemente, hoy la restauración neoliberal en los gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay echan por tierra por ahora este propósito.
A modo de síntesis de este punto, nos debe quedar claro que estas derrotas políticas parciales no pueden hacer que perdamos claridad en el objetivo a alcanzar: el de revertir la situación y encaminarnos definitivamente en el proceso de dar el salto en calidad y pasar de una concepción de Estado Nación a una superior de Estado Región.
Por los mismos motivos antes expuestos, la integración extra regional se nos presenta como un fenómeno lleno de complejidades y amenazas.
En un escenario en el cual el gobierno de Donald Trump apuesta a salirse de los acuerdos multilaterales y propiciar a cambio los bilaterales en los que pueda hacer sentir a la contraparte la prepotencia de su fuerza negociadora asimétrica, el movimiento popular organizado de nuestros países deberá movilizarse fuertemente a los efectos de desalentar cualquier intención gubernamental de firmar este tipo de acuerdos en aras ‘de dar señales positivas a los mercados y atraer a los inversores extranjeros’.
El actual estado de situación de la negociación para la firma de un TLC entre el Mercosur y la UE – con los términos lesivos que pretende imponer esta última – es un claro ejemplo al que hay que oponer la enérgica movilización coordinada de los sindicatos, organizaciones sociales y fuerzas políticas de la región.”
Las propuestas concretas
La “flexibilización” planteada por el gobierno de Uruguay (conformado por una coalición neoliberal de todos los partidos excepto el Frente Amplio) el 26 de abril radica en que cada país miembro tenga la potestad de negociar la apertura hacia otros mercados en forma individual, más allá de la opinión que puedan tener los otros socios al respecto.
Implica ni más ni menos que torpedear una de las disposiciones fundacionales que hacen a la esencia misma de la integración regional y la razón de ser del Mercosur: actuar como bloque para tener más fuerza en las negociaciones internacionales.
Esta propuesta, que cuenta con el respaldo del gobierno derechista de Brasil de Jair Bolsonaro y su ministro de economía Paulo Guedes, un neoliberal a ultranza, no concita el apoyo de importantes sectores empresariales brasileños. Asimismo, los ex-presidentes Lula Da Silva, Fernando Henrique Cardoso y José Sarney se manifestaron claramente en contra de la misma. Tiene además la firme oposición de los gobiernos de Argentina y Paraguay.
Hace cinco días, en el evento “Mercosur: presente y futuro” en el cual participaron más de 500 representantes empresariales y del mundo de los negocios, Jorge Neme, Secretario de Relaciones Económicas de la Cancillería argentina, fue tajante en sus dichos:
“Argentina no comparte la posición de que cada país inicie negociaciones de manera individual. El Mercosur constituye la plataforma de proyección internacional por excelencia para la Argentina y la región. Como bloque tenemos otra palabra y otro peso en el contexto internacional a la hora de iniciar negociaciones con el resto de los bloques regionales y terceros países.
Es fundamental para la industria argentina resguardar el Mercosur, que tiene como primer destino internacional los países del bloque. Desde este punto de vista es clave pensar que para la reconstrucción del tejido social y productivo es necesario fortalecernos como bloque y no pensar en salidas individuales.”
A su vez, el mismo día se llevó a cabo la primera reunión plenaria de 2021 del Consejo Empresario Argentina-Brasil -denominado CEMBRAR- donde la Unión Industrial Argentina (UIA) y la Confederación Nacional de la Industria de Brasil (CNI) rubricaron una declaración conjunta con apoyo a la posición argentina.
Por último, podemos afirmar que la propuesta de “flexibilización” es absolutamente falaz. El Mercosur no es rígido en sus instrumentos de negociaciones con otros países o bloques de países. Justamente teniendo en cuenta que los diferentes grados de relaciones entre países son producto de factores históricos, culturales y comerciales .
Y, en consecuencia, un país miembro del Mercosur podría tener una mayor facilidad de relacionamiento con uno u otro país extra regional respecto a los otros países socios, es que existe la posibilidad que dicho país pueda iniciar con el aval previo y en nombre de todo el Mercosur las gestiones de aproximación que se estimaren más convenientes. Así lo está haciendo el propio Uruguay con Corea del Sur en nombre de todo el bloque.
La otra propuesta formulada por Brasil es reducir el Arancel Externo Común en un 20% en todos los rubros, lo que facilitaría aún más la entrada de productos del exterior en muchos casos competitivos con los de nuestra región.
En la cruz de los caminos
Definitivamente de la aprobación o no de estas propuestas dependerá el futuro del Mercosur, de las economías de cada país socio y de sus pueblos.
Si se aprobaran, sería el fin del Mercosur como instrumento de integración económica y social y la ruina de las industrias de nuestros países, en aras de condenarnos a ser eternos exportadores de materias primas, para mayor ganancia de los ya poderosos sectores del agronegocio, principales beneficiarios y auspiciantes de la estrategia neoliberal dictada por el imperialismo y los organismos internacionales de crédito que a él responden.
Desde ya todos los partidos de izquierda y progresistas de la región (comenzando por el Frente Amplio en Uruguay) deberían estar denunciando en todos los ámbitos posibles esta política de entreguismo, a la vez que informando en detalle a la militancia sobre sus contenidos para poder así difundirlos masivamente a nuestros pueblos.
Sin dudas, el papel que en el campo internacional está jugando el gobierno de Uruguay es lamentable y retrógrado frente a sus posiciones históricas en diversos ámbitos, que le dieran justa fama y una incidencia política mucho mayor que la que correspondería a su tamaño como país.
El otro yo del Presidente
“Luis” (Lacalle Pou), como le gusta que lo llamen, afirmó en un reportaje: «Tengo un uruguayo, un ciudadano que me camina adentro todo el día y que todo el tiempo me dice: ‘no te olvides para qué llegaste, no te olvides para qué te votaron, no te olvides del mandato’. Lo tengo ahí agazapado, al cual le agradezco».
En realidad me temo que tiene a un viejo tocayo (Luis XIV) que todo el tiempo le dice: “el Estado soy yo” y no me importan otras opiniones[2]. Y que en vez de darnos erradas metáforas ciclísticas sobre el “malla oro” o de juego de cartas como el del “truco”, en cualquier momento se vuelva tanguero y nos aconseje: “porque ya comprendo que en la vida se cuidan los zapatos andando de rodillas”[3].
Notas
[1] Regalado, Roberto (comp) (2018). Los gobiernos progresistas y de izquierda en América Latina. Partido del Trabajo de México, Ciudad de México.
[2]“Létat c’est moi”. Famosa frase de Luis XIV rey de Francia (1638-1715).
[3]“Qué me van a hablar de amor” tango de Homero Expósito y Héctor Stamponi.
*Exembajador de Uruguay ante el Estado Plurinacional de Bolivia. Exsecretario de Relaciones Internacional del PCU. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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