Apuntes desde Bolivia por el 8 de marzo
Natalia Rodriguez Blanco|
A un año de desatarse la crisis sanitaria global, que profundizó las desigualdades entre hombres y mujeres a todo nivel, cabe plantearse algunas interrogantes con el objetivo de encarar este 8 de marzo, Día internacional de la mujer.
Serán 46 años de la institucionalización de la jornada por la lucha para nuestra emancipación. La noción más básica de emancipación designa la liberación frente a algún tipo de poder que subordina. Por tanto, conlleva una relación entre quién detenta el poder y sobre quién se lo ejerce. Estamos, así, ante una asimetría. ¿Cómo la vivimos, entonces? De modos muy variados, algunos sutiles, otros brutales.
Primero, la reciente riada de denuncias de abuso sufrido por estudiantes de la Universidad Católica por parte una red de abusadores, instalada en centros estudiantiles, operada por relacionadores y representantes universitarios por años, es solo un ejemplo. Otro son las recientes denuncias a candidatos ediles por acoso sexual y violencia.
La desigualdad radica no solamente en el poder que ejercen los acosadores sobre sus víctimas mediante diferentes modos de coerción y chantaje, sino en la exposición y omisión a las víctimas y los victimarios, respectivamente. Exposición de parte de los medios de comunicación que proyectan sistemáticamente imágenes atroces de víctimas de feminicidio o violencia; omisión al decidir expresamente obviar de su agenda mediática las denuncias en curso o socapar a los perpetradores, consolidando el pacto de silencio ya prevalente.
Por una parte, tratemos de dimensionar la perversidad multinivel del sistema patriarcal en relación con los años de silencio y dolor de las víctimas que buscaron “ser fuertes” y aguantar, pero que finalmente decidieron utilizar un Confesionario en Facebook para denunciar masivamente a sus agresores, respaldadas por el apoyo de la comunidad virtual.
Que Facebook sea el espacio elegido para denunciar –y lograr captar la atención de las instituciones y operadores de justicia– es diáfana muestra de la urgencia de replantear el sistema judicial, ineficiente frente a la violencia contra la mujer.
Por otra parte, es indignante que la respuesta a una denuncia pública por acoso sea burlarse de la víctima, arguyendo que se trataba de un #BesoDeNegro (campaña en redes sociales que juega con el mote del acusado y el acto no consentido, donde son mujeres quienes legitiman esa conducta), que se “quitaron la mochila” de golpeadores o que la víctima “no dijo no”, sin mencionar que tampoco dijo sí al haber sido drogada por sus agresores.
Al catalizar estas respuestas, los actores mediáticos normalizan la violencia, minimizan y revictimizan a las denunciantes, banalizan las denuncias. Cual prestidigitadores, vuelcan el parlamento violento para que lo repitamos, lo internalicemos. Así, vivimos la violencia desde la materialidad corporal del discurso. La vivimos desde este cuerpo que nos es tan nuestro como nos es ajeno, diría Simone.
Segundo, en este sistema asimétrico, resultan grandes las palabras como derechos o equidad de género. Suena a muletilla “el emprededurismo” de la mujer si ella cumple doble trabajo, dentro y fuera de casa.
La equidad es irreal mientras, a toda escala, se transmitan y reciclen consignas nocivas que nos calan y condicionan incesantemente nuestra conducta, disciplinando nuestro más esencial modo de ser. Esto lo ilustra ese ex vicepresidente que decía tener claro cómo educarnos para no ser violadas, acosadas o ultrajadas.
Tercero, los ataques a la mujer, por ser mujer, son pan de cada día en lo familiar, laboral, político. Sigue latente la doble moral a la hora de juzgar nuestro desempeño en cada una de esas esferas; moral que aún hoy nos pretende níveas, puras y castas, diría Alfonsina.
No lograremos una sociedad justa mientras se siga determinando que las mujeres ocupen cuantitavemente espacios diferentes que los hombres, infravalorando nuestro aporte, justificando así nuestra subordinación.
En esta jornada electoral, en Bolivia 92% de hombres y 8% de mujeres pugnan por las gobernaciones a nivel nacional en franca contradicción con nuestro derecho a la participación y representación política. Si hoy no votamos por mujeres, permítanme que me asombre, diría Adela.
En suma, la participación de la mujer es nuclear en cada esfera de la sociedad, de nuestra existencia como especie humana. La lucha por la emancipación de la mujer nos atraviesa a todas, calcemos abarcas, deportivos, tacones o chanclas. Y la lucha no ha concluido. Que los derechos y espacios conquistados no se queden en palabras altisonantes, que nos invisibilizan y tratan de frenar la imprescindible transformación.
* Lingüista, traductora e investigadora social asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).