La precarización violenta del trabajador brasileño
El sociólogo Ricardo Antunes hace ya un tiempo que viene advirtiendo a la clase política, los académicos, la prensa y la sociedad brasileña en general con respecto al acelerado proceso de precarización que viven los trabajadores de ese país. En su libro O privilégio da servidão (El privilegio de la servidumbre), el autor estudia la devastación de la categoría trabajo en Brasil y en el mundo, con la emergencia de formas cada vez más fragmentadas y precarias de una actividad esencial en la cultura y en el devenir de la humanidad.
Cuando Antunes piensa en la condición de los trabajadores actualmente, se inspira en la idea de que, en la lucha por ocupar un espacio dentro de la estructura productiva capitalista, los seres humanos deben necesariamente asumir el “privilegio” de transformarse en siervos del sistema, esclavos de los intereses del capital en escala nacional y global.
Esto quiere decir que en los días actuales las personas que tienen algún tipo de empleo, por muy indigno que este sea, viven efectivamente en una situación de privilegio, ya que pueden ser consideradas como seres humanos dignos y pasibles de tener derechos de ciudadanía. Si las personas no tienen es aprerrogativa de ser “siervos” en algún trabajo, se encontrarán en una situación de tragedia social, en la condición de transformarse en seres invisibles o superfluos, según la precisay contundente definición acuñada por IlijaTrajanov en su libro El hombre superfluo.
Para no situarse en la condición de seres residuales, invisibles, las personas estarán dispuestas a buscar cualquier vía para obtener una renta, por muy indigno o precario que sea este empleo. Una de las modalidades más extendida que asume esta precarización en nuestros días es la profusión de trabajos en que somos o nos creemos ser nuestros propios patrones.
En este caso se construye una falsa narrativa de autonomía, de emprendimiento, cuando lo que en realidad existe son nuevas formas de explotación encubierta, que pueden tener una expresión tanto o más violenta que la extracción de plusvalía absoluta o relativa experimentada históricamente por la clase trabajadora, según la clásica definición de la economía política marxiana.
Camuflada bajo la denominación de una economía colaborativa que se sustentaría en el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas digitales y aplicativos de celular, un sinnúmero de estas empresas (que gustan ser llamadas de entidades) han ido creciendo exponencialmente en los últimos seis años.
Existen para ello, una variedad de actividades a las cuales se dedican, como el traslado o movilidad de pasajeros (Uber, DiDi, Cabify, Beat, Grin, Awto, Lime, etc.); de compra y/o entrega de alimentos (Cornershop, Rappi, ifood, PedidosYa, Glovo, Uber Eats, etc.); de alojamiento o alquiler por temporada (Airbnb, HomeAway, HouseTrip, FlipKey, etc.) o de entrega de mercaderías de mayor tamaño.
En principio, estas empresas afirman que no establecen vínculos de jefatura/subordinación con sus miembros participantes, los que para efectos contractuales no serían sus empleados en los moldes convencionales. Por el tipo de vínculo que otorga mayor autonomía a los colaboradores, aquellos que se incorporan o pasan a “integrar” estas empresas lo hacen pensando en que van a disponer libremente de su tiempo, ya que podrán administrar mejor las horas destinadas al trabajo o a estar con la familia, a descansar o a la recreación. Falso.
La verdad constatada por muchos estudios, entre ellos los de Ricardo Antunes, es que quienes participan de estos emprendimientos terminan trabajando muchas más horas que las que demandaría un trabajo con contrato convencional, pues no hay horario que delimite el tiempo en que las personas deben o no parar de laborar. Mientras más horas destinen al trabajo, más rendimientos tendrán los “socios” de tales compañías.
Esta matemática simple fue retratada de manera excepcional por la película de Ken Loach, Sorry We Missed You (Lo siento, te extrañamos), en la cual una familia se embarca en un proyecto de emprendedorismo ofreciendo los servicios para una empresa de entrega de productos y, por lo mismo, debe endeudarse en la compra de una furgoneta.
Al inicio la apuesta parece que va a prosperar, pero luego el espectador puede observar como se da curso a una espiral descendente, en la cual el protagonista, Ricky, y su familia se ven transformados en esclavos de la empresa, en simples eslabones de una cadena de sobreexplotación, tapizada más bien con ribetes de auto-explotación.
Un estudio realizado recientemente en la ciudad de São Paulo -con entregadores de alimentos que hacen uso de su bicicleta-, comprobó que muchos de ellos viven en zonas o barrios muy apartados de los locales que producen estos alimentos (casi todos ubicados en el centro de la ciudad), razón por la cual deciden dormir en cualquier parque o plaza del mismo centro, pues el regreso a casa en bicicleta les demanda un gran esfuerzo, el que no pueden realizar o soportar después de pasarse un día completo trasladando alimentos de un sitio a otro en esta imponente e implacable megalópolis.
Muchos testimonios de estos jóvenes confirman que no tienen alternativa para sobrevivir o para aspirar atener mejores condiciones de vida.
Hace poco más de cinco años apuntaba en una columna escrita en el contexto de la crisis que atravesaba el gobierno de Dilma Rousseff (Dilma en su laberinto), que uno de los principales desafíos de dicho gobierno era el enfrentamiento de la alta tasa de desempleo que se verificaba en ese tiempo, la cual había aumentado de un 5 por ciento a cerca de un 9 por ciento, con casi 8 millones de desocupados. Eso era impensable y hasta considerado escandaloso en ese momento.
Actualmente la tasa de desempleo alcanza al 14,6 por ciento de la población con más de 15 millones de la población económicamente activa fuera de cualquier tipo de actividad laboral, excluyendo ciertamente a los trabajadores por cuenta propia que como se sabe, solo permiten camuflar u ocultar artificialmente las cifras oficiales de desempleo. Y las previsiones de gran parte de los economistas es que, de continuar la situación de crisis pandémica esta cifra superará el 17 por ciento durante el primer trimestre del presente año.
Con la retirada de la ayuda de emergencia por parte del gobierno, la tendencia es que millones de familias deberán inventar alguna fórmula para obtener un ingreso que les permita sobrevivir en estos tiempos aciagos. Mientras tanto, el ex capitán continúa preocupado con su reelección para el 2022, dejando tras de sí un rastro imborrable de muerte, angustia y sufrimiento.
- Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)