Biden se encomienda a la clase trabajadora ante un Trump a la defensiva
Mirko C. Trudeau|
El candidato demócrata Joe Biden se encomendó a la clase trabajadora y apeló a su experiencia en la gestión para reclamar el voto de los estadounidenses en el debate que mantuvo con Donald Trump, quien mantuvo su maquinaria de la desinformación, a doce días de las elecciones del 3 de noviembre.
El candidato demócrata llegó al debate con una amplia ventaja de diez puntos sobre Trump a nivel nacional, según la Universidad de Quinnipiac . La expectación electoral en Estados Unidos hizo que más de 42 millones de estadounidenses habían votado hasta ayer de forma anticipada.
En dos Estados bisagra de peso, Pennsylvania y Florida, Biden va claramente en las encuestas por delante de Trump. La media de los sondeos de FiveThirtyEight da a Biden una ventaja de 6,3 puntos en el primer Estado (50,6% a 44,3%) y de 3,8 puntos en Florida (49,2% a 45,4%). Ya dijo Biden hace una semana: «Si ganamos Florida, esto está hecho».
Trump conmcluye su primer gobierno con una pérdida neta de cuatro millones de empleos, entre otros desastres y como un presidente incapaz de resolver los problemas más urgentes de la nación porque él es el problema más urgente de la nación, declaró la junta editorial del New York Times, que advirtió que su relección representa la amenaza más grande a la democracia estadunidense desde la Segunda Guerra Mundial.
Pero a pesar de todo eso también hay que tener en cuenta que, cuatro años después, goza de más de 40 por ciento de aprobación en los sondeos. De hecho, Trump declaró la semana pasada que la elección es una decisión “entre una pesadilla socialista y el sueño americano”, aunque para socialistas como Bernie Sanders, esa elección es entre Trump y la democracia.
Durante cuatro años la prensa mundial calificó de corrupto, traficante de influencias, mentiroso, incompetente, racista, neofascista, xenófobo, de ordenar la separación de familias inmigrantes a la fuerza y enjaular a niños inmigrantes, de violador y hostigador sexual, de rechazador de la ciencia, de enemigo de la prensa, represor y macartista, antimexicano y constructor de muros, delincuente de sus obligaciones fiscales y de servicio militar.
Al mismo tiempo, el senador socialista democrata Bernie Sanders, como aspirante presidencial este año fue el político nacional más popular, y su candidatura fue una grave amenaza a la cúpula del Partido Demócrata, la cual se dedicó a descarrilarla.
Pero Sanders y sus millones de seguidores son expresiones de algo nuevo, sobre toido cuando las encuestas señalan que la mayoría de los jóvenes de Estados Unidos favorecen el socialismo, y que 40 por ciento de todos los estadounidenses expresaron preferir vivir en un país socialista sobre uno capitalista. Pero los candidatos son otros.
Los medios se preocupan solamente del duelo Trump-Biden o demócratas contra republicanos, mientras ha surgido un masivo aunque fragmentado movimiento social conformado por diversas corrientes que de repente se encuentran en las calles y en el ciberespacio que incluyen –a veces juntos, a veces por separado– la amplia coalición bajo la etiqueta de Black Lives Matter.
Su parte más políticamente dinámica es el Movement for Black Lives, una red de 150 organizaciones, y sus aliados multirraciales e intergeneracionales, junto con viejas y nuevas expresiones latinas, maestros rebeldes, trabajadores, inmigrantes que salvan y reconstruyen el país todos los días, ambientalistas, estudiantes contra la violencia de las armas, los movimientos encabezados por mujeres y la comunidad gay.
Ellos son quienes están sacudiendo a Estados Unidos, con la promesa de consolidarse en el gran movimiento progresista que se requiere para rescatar a Estados Unidos de sí mismo.
Mientras, desviando la atención y tratando de influir en los comicios, agencias del gobierno denunciaron que hackers patrocinados por Rusia han estado tratando de entrar en redes de computadoras de gobiernos estatales y locales de Estados Unidos y en dos casos tuvieron éxito. El gobierno espera que aumentar el temor de una posible manipulación puede socavar la confianza en los resultados del 3 de noviembre.
El último debate
En el último debate, Trump rehusó hacer cualquier autocrítica, especialmente en cuanto a su gestión del coronavirus, que ya suma más de 220 mil muertes –más que cuatro veces los perecidos en Vietnam–, y se mantuvo durante la hora y media que duró el debate a la defensiva y lanzando descalificaciones y desinformación en torno a Biden, pero sin desgranar un programa de gobierno para los próximos cuatro años.
Ambos ofrecieron sus frases retóricas que repiten incesantemente en sus actos y discursos. Trump advirtiendo que si Biden es electo, se desplomará la bolsa de valores y habrá una depresión. Biden repitió que privilegiará la ciencia sobre la ficción, la esperanza sobre el temor y se restablecerán los conceptos de decencia, honor, respeto y dignidad que no han existido durante la actual presidencia.
Para atacar el plan de transición de ecológica de Biden llegó a asegurar que dicho plan «implicará reformar los edificios para hacer que tengan las ventanas más pequeñas e incluso que no tengan ni ventanas», ante lo que Biden tuvo hasta que reírse. Incluso lo acusó de corrupción, cuando indicó que el candidato demócrata y su familia «han crecibido dinero de China, Ucrania y Rusia».
Entretanto, el demócrata, en los dos minutos sin posibilidad de ser interrumpido con los que cada candidato empezaba cada cuestión, trataba de ir detallando su propuesta de gobierno, que siempre, fuera cual fuera el tema, lograba engarzar con la clase trabajadora.
Si se hablaba del coronavirus, porque esa clase es la que más está muriendo; si era de su propuesta sanitaria, porque prometió extender el Obamacare «con una opción de seguro médico público para que todo el mundo tenga derecho a una salud asequible, sobre todo aquellos que se han quedado sin trabajo o que no pueden pagar un seguro privado», dijo.
El debate del jueves fue mucho menos agresivo que el anterior que realizaron en Cleveland, Ohio, el 30 de setiembre, en parte por los cambios en el formato del programa Esta vez todo fue más fluido y no hubo insultos ni interrupciones constantes ni enganches de Trump con el moderador.
La acusación más grave fue la realizada por Biden cuando se abordó el asunto racial. Trump volvió a repetir su hiperbólica cantinela de que es «el presidente que más ha hecho por la comunidad negra con la posible excepción de Abraham Lincoln» y aseguró ser «la persona menos racista de todo este plató», ante lo que, en un momento dado, Biden llegó a reponer: «Este Abraham Lincoln es uno de los presidentes más racistas que hemos tenido en la historia moderna de este país».
Frente a otras ideas de Biden, Trump más que proponer las suyas, simplemente arremetía contra ellas. Si Biden hablaba de su estrategia para ampliar las coberturas sanitarias, el presidente lo acusaba de querer implantar «la medicina socializada».
Si el demócrata pedía para lidiar con el coronavirus que se volviera a la actividad normal siempre que se invierta en rastreadores, se financien hospitales o se pongan medidas protectoras en centros educativos y restaurantes, Trump tachaba a Nueva York, cuyo alcalde es demócrata, de «ciudad fantasma», o calificaba al Estado de Michigan (cuya gobernadora es demócrata) de «prisión» y zanjaba: «Estados Unidos no puede cerrar, no nos podemos meter en un sótano durante meses, como hace Joe».
Trump ignoraba los golpes o amagos del adversario y soltaba los suyos, vinieran o no a cuento. Hace cuatro años la táctica le funcionó para ganar a Hillary Clinton. En pocos días se verá si le funciona de nuevo electoralmente.
Lo cierto es que hay que recabar 270 asientos en el Colegio Electoral para ser presidente. Si Biden logra Pennsylvania y Florida, sólo esos tres Estados (hay 50 más el Distrito de Columbia) le darían entre ambos 49 miembros en dicho ente electoral. Si gana también Texas, serían 79 en total, lo que le pondrían la presidencia en bandeja.
Biden cuenta con feudos seguros como California, Nueva York, Illinois, Maryland, Nueva Jersey, Massachussets o el Estado Washington, entre otros, todos ellos estados bastante poblados y con muchos asientos en el Colegio Electoral.
La gran incógnita, como siempre, es si las encuestas no se estarán equivocando y estarán infravalorando el voto a Donald Trump. FiveThirtyEight prevé una participación total en las elecciones presidenciales de 154 millones de personas, muchos más que los 137 millones que votaron hace cuatro años. Si este aumento es una avalancha de votos para Biden como en rechazo a estos cuatro años de Trump o si van a apuntalar más aún a Trump en detrimento del demócrata, se verá el 3 de noviembre.
* Economista del Observatorio de Estudios Macroeconómicos (Nueva York), Analista de temas de EEUU y Europa, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)