Stephanie Demirdjián|
Hace cinco años, en Young, mujeres rurales organizadas de todas partes del país se reunieron para elaborar una agenda nacional que abordara de manera integral sus realidades, problemáticas y desafíos. Eligieron el 15 de octubre para, al mismo tiempo, celebrar juntas el Día Internacional de las Mujeres Rurales. Encontrarse. Sacar a relucir sus propias banderas. Agarrarse de las manos. Mirarse a la cara.
Ese encuentro fue organizado en conjunto con distintas instituciones del Estado comprometidas con trabajar para transformar la vida de las niñas, adolescentes y mujeres adultas que viven y trabajan en el campo. El Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) y el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) estaban a la cabeza.
El resultado de los talleres y debates que se dieron allí quedó plasmado en los seis ejes temáticos que se definieron para guiar la agenda: apoyo a la producción, acceso a la tierra, ocio y tiempo libre, trabajo, participación y salud –que, entre otras cosas, incluye la atención a las situaciones de violencia de género–. Ese día en el que nacieron muchas cosas también surgió el Espacio de Diálogo Mujeres Rurales, un ámbito de participación público-privado que tiene justamente el rol de monitorear el cumplimiento de esa agenda.
Cinco años después, la evaluación es que puede y debe rendir más. Hubo avances en varios de los puntos planteados, pero, en general, los obstáculos no se han podido superar del todo y, como si la realidad ya no fuera lo suficientemente adversa, la pandemia vino a tirar para atrás muchos de los logros conquistados.
Uno de los sectores más golpeados en este escenario es el trabajo, lo cual para las mujeres rurales –como para muchas otras– les pone un freno a la autonomía económica que reclaman. “El miedo está hoy en saber qué va a pasar con estas compañeras que cuesta que se vuelvan a reinsertar en la actividad laboral productiva, que les aporta una ayuda económica y que es una de las maneras de luchar contra la violencia patrimonial y desterrar de una vez por todas el patriarcado”, explica Silvia Páez, vicepresidenta de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay.
“¿Cómo volvemos a empezar? ¿Cómo volvemos a rescatar todo lo que está en el fondo de nuestros pensamientos, planificaciones, acciones y capacitaciones?”, se pregunta. Y asegura que, con su voz, habla por todas.
En Florida, su tierra natal, Páez cuenta con angustia la situación de “quietud” e incertidumbre que viven hoy muchas de sus compañeras. Piensa en lo que vivió una de ellas, que tiene vides y bodega en Canelones, cuando el coronavirus aterrizó en Uruguay. “En el momento de cortar el fruto apareció la pandemia y no había transporte para ir a buscar a trabajadores para hacer el corte”, recuerda. Entonces la uva se pasó y las pérdidas fueron grandes.
El caso de la compañera se replica en toda la zona de viñedos de Canelones, dice Páez, porque allí “prima la producción agrícola”. Y es similar, en mayor o menor medida, a lo que viven otras en distintas localidades rurales del país. “Todo ha tenido un proceso de detenimiento y de tener que pensar cómo volver a empezar”, asegura.
Antes de la pandemia, las mujeres rurales ya eran el sector de la población menos empleado. En 2019, la tasa de empleo de las mujeres que habitaban en localidades menores a 5.000 habitantes era de 43,7%, según datos del Inmujeres basados en la Encuesta Continua de Hogares de ese año. Esa cifra era de 52,5% para las mujeres que vivían en Montevideo y de 47,7% para aquellas que residían en localidades con más de 5.000 habitantes.
A la falta o pérdida de trabajo por el coronavirus, se le suma el factor “miedo”: al contacto, a contagiar o a contagiarse. Este miedo, para la referente rural, también repercutió en la actividad económica.
“El impacto de la pandemia en las mujeres rurales fue muy importante porque, amén del temor, hubo un importante shock en cuanto a su autonomía económica. Las mujeres dejaron de salir a vender sus productos en ferias vecinales, mercados de cercanías o lugares en los que acostumbraban a juntarse y que era lo que les permitía tener esa independencia económica tan necesaria”, reflexiona Páez.
En ese sentido, cree que hubo un retroceso. “La independencia económica es necesaria para cualquier persona, pero para la mujer, cuando realmente había empezado a manejar todo eso y a tener su pequeño o su gran capital, se ha perdido bastante”.
No sólo afectó la economía de las mujeres, aclara Páez, sino la autonomía e independencia que tenían en general en sus propios hogares. “Hemos visto que el temor logró aquietar aquello que habíamos logrado, porque las mujeres nos habíamos empoderado y, hoy por hoy, el temor al contacto, a contagiar o a contagiarse ha hecho que no se salga”, evalúa la vicepresidenta de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay.
En esa línea, la sobrecarga de las tareas de cuidados –un fenómeno que se agravó durante la pandemia para mujeres de todos los sectores– también cayó fuerte en los hombros de las mujeres rurales. “No nos olvidemos que la mujer sigue siendo el eje”, dice Páez: es la que está en la casa con sus hijos, con sus nietos y a veces con los hijos de los peones”.
Desafíos que se mantienen
Más allá de la necesidad de trabajo y de una recuperación económica a raíz de la pandemia, ¿cuáles son hoy los principales desafíos de las mujeres rurales en Uruguay? Lo primero que se le viene a la mente a Páez es la salud, que ella entiende como “el completo bienestar biopsicosocial” de una persona.
En la agenda nacional diseñada cinco años atrás, este punto abarcaba la atención a la violencia de género en el medio rural, la accesibilidad de los servicios de salud y emergencias, la sensibilización en materia de derechos de salud sexual y reproductiva –especialmente en torno al parto humanizado, el embarazo adolescente y la ligadura tubaria– y la creación de servicios de cuidado.
Hoy en día, Páez considera que todavía falta avanzar en la atención integral de la salud en las policlínicas de zonas rurales y en el abordaje de las violencias machistas. Acerca de esto último, dice que son “muy difíciles de abordar” por dos motivos principales. “Uno es que a la mujer rural le cuesta desnudarse ante una problemática y considera que los problemas se resuelven en casa, algo que pasaba antes en zonas urbanas, pero que persiste en zonas rurales porque es más difícil salir de este encerramiento en que a veces nos encontramos”.
El otro es que “no hay un abordaje directo de la violencia en zonas rurales”. La referente dijo que hay dispositivos de articulación territorial, que son los equipos del Inmujeres que trabajan en la sensibilización en redes locales y primera respuesta de pequeñas localidades, pero que eso solo no es suficiente.
“Van a determinada zona rural y dan una charla, a través de la cual los colectivos rurales visitados manifiestan sus problemáticas. Si descubren, si se puede apreciar o si es muy evidente que hay una mujer víctima de violencia de género, tienen que trasladarla a la capital departamental y ahí es atendida por el equipo de intervención de violencia doméstica del Ministerio de Desarrollo Social”, explica.
Los datos del Inmujeres reflejan que las mujeres de las zonas rurales son las que menos han vivido situaciones de violencia de género: 13,8% declararon haberlas vivido en 2019, frente a 21,4% de las mujeres que residen en Montevideo. Sin embargo, dice Páez, esto no significa que no sufran violencia por ser mujeres.
De hecho, asegura que la forma de violencia de género que predomina en el medio rural es la patrimonial, definida en la Ley 19.580 como “toda conducta dirigida a afectar la libre disposición del patrimonio de una mujer, mediante la sustracción, destrucción, distracción, daño, pérdida, limitación o retención de objetos, documentos personales, instrumentos de trabajo, bienes, valores y derechos patrimoniales”.
En los encuentros entre las mujeres también emergen los casos de violencia psicológica, sobre todo para degradar o controlar el comportamiento y las opiniones. “Era muy común que cuando venían distintas organizaciones sociales a hacernos encuestas, por ejemplo, el hombre te mandara a aprontar el mate. Te decían ‘vos andá a aprontar el mate tranquila, que yo me encargo y contesto todas las preguntas’”, recuerda Páez. Habla en pasado pero se refiere a la situación antes de la pandemia; “hoy está todo parado en el tiempo, entonces no sabés qué respuesta puede haber”.
Trabajar por la salud es también tener una buena alimentación y, en ese sentido, otra de las reivindicaciones históricas de las mujeres rurales que se mantiene es la de la soberanía alimentaria, que no es más que “el derecho a elegir la alimentación que queremos para nuestras niñas y niños”, explica Páez. “Somos parte de la vida campesina y, para nosotras, dentro de los derechos de las mujeres y de la soberanía que como mujeres tenemos, también está la soberanía alimentaria”.
La líder asegura que las mujeres rurales plantean la soberanía alimentaria antes de la “seguridad alimentaria”, como proponen organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), porque defienden la calidad de lo que quieren darles como alimento a los niños. “Porque yo puedo llenar panzas con hamburguesas o con comida chatarra y eso no es una buena alimentación”, explica.
“No podemos ir contra un concepto que es la base de nuestros principios como parte de la vida campesina y como parte de población rural que se preocupa por trabajar con lo orgánico, por un plan de agroecología y por eliminar los agrotóxicos –con todo lo que han provocado–. Entonces, si estamos por un lado defendiendo y enarbolando banderas de un plan de agroecología, no podemos hablar de una seguridad alimentaria cuando les dan de comer galletas con chicharrones”. La clave, dice, “está en una alimentación balanceada, con base en frutas y verduras, con nutrientes, diferenciada; no que la carne sea la base de todo”.
Algunos pasos adelante
Páez afirma que uno de los puntos en los que se avanzó bastante en los últimos cinco años es en materia de ocio y tiempo libre. Incluso, dice que es un eje que “ha tenido mucha incidencia en el cambio de todas las mujeres”. “Ahí se pudo ver que las mujeres, no importa que vivan en el campo o no, tienen derecho a un momento de esparcimiento y de disfrute personal, a compartir con mujeres de zonas cercanas o lejanas y, por qué no, ir a la ciudad y tener un momento diferente”, asegura.
La agenda de 2015 incluía en este ítem la generación de medidas que permitieran el acceso a tiempo libre, el desarrollo de ofertas recreativas, estrategias de traslado y movilidad para permitir el acceso a esas ofertas de ocio, y el acceso al uso de espacios e infraestructura en el medio rural para el desarrollo de reuniones y actividades.
Para la referente, impulsar estas iniciativas cambió la visión que tenían del uso de su propio tiempo, más allá de que algunas se hayan podido bajar a tierra y otras no. “Nos parecía que el trabajo nuestro estaba determinado por atender el hogar y trabajar con pequeños animales domésticos ‒como conejos o gallinas, que muchas veces son los que sirven para tener una entrada y lograr una autonomía económica‒, pero no”, puntualiza.
También hubo avances en materia de emprendedurismo y capacitación en producción agropecuaria. Páez puso como ejemplo un convenio que tiene el Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL) con el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional que brinda la posibilidad de realizar talleres para el tratamiento de la lana.
“Nos enseñan desde el momento en que se esquila el ovino hasta que la lana puede ser utilizada en distintas prendas. Cómo se hace el vellón, cómo se tiñe, cómo se lava, cómo se lo trabaja para lograr después los distintos puntos de lana y los colores”, explica Páez.
“El SUL lo asumió pensando en el hashtag que es la bandera insignia que tenemos este año, que es #MujeresRuralesMujeresConDerechos”, agrega, en referencia a una campaña que lanzaron 28 organizaciones e instituciones de América Latina y el Caribe, incluido el MGAP de Uruguay, para promover la autonomía económica de las mujeres rurales.
Otro caso que muestra el avance en este terreno es la creación de la marca Murú, que se presentó en octubre de 2019 como un paraguas bajo el cual aglutinar el trabajo de las mujeres rurales.
“Todo lo que es conocimiento lo tenemos que ir no sólo aprendiendo sino también aprehendiendo”, reflexiona Páez, “para poder después transmitirlo en grupos más pequeños o que no están organizados”.
¿Qué rol cumplen las mujeres en el medio rural? Ante la pregunta, suspira. “Para mí, la mujer es el eje sobre el que giran la producción, la educación y el bienestar de un hogar, un emprendimiento y un trabajo”, responde. “Cuando falta, se siente muchísimo”.
Las resilientes
En un comunicado difundido ayer por el Día Internacional de las Mujeres Rurales, el Inmujeres reafirmó su compromiso con la conquista de los derechos de las niñas y mujeres que viven en el campo. “Son las mujeres rurales quienes garantizan la seguridad alimentaria de sus comunidades, generan resiliencia ante la variabilidad del cambio climático y agregan valor a nuestra economía”, destacó.
De acuerdo con el instituto rector de las políticas de género en el país, el Estado tiene que seguir trabajando para avanzar en cuatro puntos principales: la corresponsabilidad en los cuidados –“para que todas y todos puedan aprovechar sus oportunidades de empleo” y se reduzca la brecha de género en la participación laboral–; la autonomía económica –para que más mujeres rurales accedan a la tierra, a los créditos y a fondos–; el disfrute de una vida libre de violencia de género; y la participación de la sociedad civil en los espacios en los que se construyen las políticas públicas.
El Inmujeres también recordó que hace unos días el MGAP inició el camino para crear un Plan Nacional de Género para las Políticas Agropecuarias.
A nivel internacional, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) enmarcó el día en el contexto de la pandemia con una consigna que también puso el foco en la resiliencia: “Construyendo la resiliencia de las mujeres rurales a raíz del covid-19”.
La ONU recordó en una declaración que las mujeres rurales ya se enfrentaban a batallas previas específicas en su vida diaria, “a pesar de sus roles claves en la agricultura, el suministro alimentario y la nutrición”. Sin embargo, a partir del coronavirus, “les es menos probable tener acceso a servicios de salud de calidad, medicamentos esenciales y vacunas”, tanto por residir en “áreas remotas” como por la existencia de normas sociales restrictivas y estereotipos de género que pueden funcionar de barreras.
Otros problemas que surgieron para las mujeres rurales del mundo, dice el documento, tienen que ver con el aislamiento, el aumento de la carga de cuidados y la pérdida de derechos sobre la tierra y los recursos.
“Con pocas excepciones, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que las campesinas se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas” (ONU, 2020).
Las mujeres rurales, que según datos de la ONU representan una cuarta parte de la población mundial, “trabajan como agricultoras, asalariadas y empresarias”, “labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras”, y “ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático”. Sin embargo, dice el organismo internacional, “con pocas excepciones, todos los indicadores de género y desarrollo muestran que se encuentran en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas”.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe estima que, a raíz de la pandemia, seis millones de mujeres rurales podrían caer en la pobreza extrema, según datos publicados por la FAO.
*Periodista uruguaya, redactora de ladiaria. Nota reproducida por el Centro Lafinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)