De fuegos y humedales: Arde la vida
María Rizzo|
En estos últimos días nos asombran en Argentina las imágenes de millones de hectáreas que arden, producto de un fuego descomunal que no para de arrasar con la flora y la fauna de nuestros bosques nativos, sierras y humedales. Y con ellos arde la vida.
Una imagen que es síntesis de un modelo de producción que atenta contra todo tipo de vida, alterando el equilibrio natural de las cosas. El modelo ya no da para más. Intencionales o no, deja en claro que nos debemos una profunda transformación radical de nuestro paradigma agroindustrial. De no haber política que combine integralmente la bioeconomía, la bioética y la sustentabilidad, difícilmente se podrá seguir hablando de futuro.
Lejos de caer en designios apocalípticos, la realidad es que tanto Latinoamérica como Argentina, necesitan de una acción combinada de estrategias que, articulando lo real, lo virtual y lo biológico, logren un desarrollo sustentable de nuestras vidas sobre la tierra. Los grandes avances tecnológicos demuestran que esto es posible, que podemos darle una dinámica más armónica a nuestra manera de producir, anteponiendo la vida y no la ganancia como premisa.
Los pulmones de América latina dañados.
No son lejanas las imágenes de millones de hectáreas ardiendo en nuestras amazonas, cuando heroicamente hasta Evo Morales los combatía ayudando junto a sus hermanos bolivianos. El resplandor del fuego vuelve a recordarnos que no somos para nada solidarios con nuestro medio ambiente.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), se estima que en agosto de este año se quemaron 2,5 millones de hectáreas en la Amazonía. Sólo durante este mes, hubo 30.900 focos, casi el triple que en agosto de 2018. El incremento fue del 196%. Mientras que científicos y ONGs del Brasil informaron que esto llevó a 2.195 hospitalizaciones por enfermedades respiratorias relacionadas con los incendios de 2019, que incluyeron a 500 bebés de menos de un año y 1.080 personas mayores de 60 años.
Durante este 2020 se registró incluso un mayor número de fuegos en junio y julio, meses que corresponden a una temporada seca que se prolonga hasta septiembre-octubre y en la que suelen multiplicarse las llamas en el ecosistema.
En Argentina, la situación también es de extrema preocupación: el Gobierno emitió en su primer parte diario que los incendios se registran en al menos 10 provincias del país. Las provincias afectadas son Catamarca, La Rioja, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Buenos Aires, San Luis, Santiago del Estero, La Pampa y Misiones.
Sólo en la provincia de Córdoba, entre 14 mil y 18 mil hectáreas productivas fueron consumidas por el fuego, decenas de propiedades rurales incineradas y un daño ecológico sin precedentes. Los incendios sin control en el norte de la provincia de Córdoba son la expresión de una crisis mayúscula por la falta de lluvias que castiga a buena parte del país.
En el delta del Río Paraná se registraron 8.024 potenciales focos de incendios y, solamente en agosto 7.400. Pese a estas cifras alarmantes, los focos están lejos de ser controlados. Desde febrero, las quemas ilegales en el Delta ya arrasaron con 50 mil hectáreas. Éste es un ecosistema sumamente importante, es un gran sistema de humedales que abarca aproximadamente 19.000 kilómetros cuadrados.
Además, contiene unas 700 especies de vegetales y 543 especies de vertebrados, y alberga una gran diversidad de aves con 260 especies, lo que representa el 31% de la avifauna de Argentina.
¿Hay alternativas?
Si, por supuesto que las hay, y dependerán en gran medida de la construcción de una fuerza social que no sólo denuncie sino que sea capaz de transformar nuestras formas de relacionarnos con la Pachamama. Sin olvidarnos de la imperiosa necesidad de alimentar a nuestros pueblos, uno de los enormes desafíos que atravesamos.
La pandemia es el gran mal de males, pero solo es un fetiche, lo que hay detrás es un sistema que está en las antípodas de ser “bioético”. Necesitamos un plan productivo y sustentable, que apueste a una nueva ruralidad, donde no se lleve puesto todo como el fuego, sino que transforme potencialmente, desde lo local hacia lo global.
El problema es el sistema y como tal necesita de una política con visión de largo plazo, que combine el conocimiento de punta, la tecnología y las capacidades técnico-productivas de nuestros países latinoamericanos para abatir el hambre pero sin dañar la Biósfera y su biodiverisdad.
Podemos construir un nuevo sistema y una nueva normalidad, donde no se queme la naturaleza por el fuego, ni las vidas de las y los trabajadores, de las y los productores, de las y los Pymes, de las y los campesinos, de los pueblos originarios, las cooperativas, en definitiva que nunca más se queme la vida de quienes trabajan y producen para sostener la avara y opulenta vida de los ricos, del uno por ciento de acomodados.
Aún estamos a tiempo.
*Médico veterinario, Maestranda en Desarrollo Regional y Políticas Públicas de FLACSO, y co-Directora del Centro de Estudios Agrarios, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)