Democracia en Peligro, nominada al Oscar, expone la guerra de versiones en Brasil
Luanda Fernandes
Con solo treinta y seis años, la cineasta Petra Costa ya es una veterana. Tras Elena (2012) y O olmo e a gaivota (2015), Costa demuestra con “Democracia en peligro» estar en sintonía con el presente y ocupa un lugar destacado en el debate brasileño.
El olmo y la gaviota, codirigido con Lea Glob, superó el circuito cinematográfico convirtiéndose en un evento gracias a la estrategia adoptada por las directoras para su promoción: un video difundido en las redes sociales en el que celebridades reclaman el derecho sobre sus cuerpos, integrando así una serie de movilizaciones de mujeres articuladas en las redes, pantallas y calles del país que se conocieron como la primavera feminista.
Si consideramos que en 2019 el cine ha sufrido los reveses más duros desde el gobierno neoliberal de Collor de Mello- responsable del apagón en la producción a principios de los 90- podemos tener la dimensión del efecto «Democracia en peligro». No es casualidad por lo tanto que le haya tocado a Petra y su film, producido por el gigante del streaming Netflix, representar a Brasil en los Oscar.
“Democracia” recupera algunos aspectos y señala direcciones que Petra no había transitado en trabajos anteriores. La película comparte una estructura íntima y autobiográfica con Elena. Pero aquí, la voz de la directora se mezcla con otras voces, de brasileños anónimos y célebres, en el período convulso que comprende desde las protestas de junio de 2013 (movimientos masivos en las calles del país después del anuncio del aumento de las tarifas de autobuses en la ciudad de São Paulo) al impeachment de la presidente Dilma Rousseff.
Los registros familiares también se mezclan con los registros históricos, no sólo de ese período, sino también del período de construcción de la capital Brasilia y de la dictadura militar, con énfasis en la huelga de los metalúrgicos de 1979 dirigida por el entonces líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva, una figura que encarna el ideal político no solo de la directora, sino de sus padres.
Más allá de erigir su narrativa a partir del material de archivo, la película en sí misma constituye un registro histórico, y la directora muestra capacidad de reflexionar sobre la historia en el momento en que sucede. Petra tiene acceso a imágenes íntimas de los ex presidentes Lula y Dilma en momentos clave: vemos la celebración de los resultados electorales por parte de los miembros del PT, vemos amigos cercanos que muestran solidaridad con Lula dentro de la sede del sindicato de trabajadores metalúrgicos horas antes de su arresto.
También hay un registro de conversaciones entre la presidente Dilma y la madre de Petra, Marília Costa (ambas ex militantes que fueron encarceladas en la misma prisión durante la década de 1970), entre opositores y simpatizantes de Dilma durante el proceso de impeachment (primeras imágenes capturadas por la directora que le llamaron la atención a la gravedad de la situación), y una conversación esclarecedora con las funcionarias a cargo de la limpieza del palacio durante el cambio presidencial en 2016.
El hilo que atraviesa la narrativa, sin embargo, va más allá del juicio político: el muro que separa a los partidarios y detractores del proceso de destitución presidencial es una fisura que corroe no solo el ciclo del PT en el poder, sino la Nueva República misma, es decir, el pacto que reconcilió a las fuerzas de la dictadura militar y que duró desde la Constitución Federal de 1988 hasta la elección de Jair Bolsonaro.
Es el diputado, residuo de los sótanos de la dictadura, quien, como el eterno retorno, implosiona a los partidos que se alternaron en el poder, el PSDB y el PT, bajo la garantía del PMDB. Aunque la película no se enfoca en ese momento, es muy efectiva para registrar las emociones que conducen a la situación actual.
Una respuesta dividida
La respuesta a la película es tan o más divisiva que el proceso mismo que narra la directora. Después de todo, la película adopta un punto de vista disidente de la narrativa que el gobierno de Bolsonaro trata de imponer al país. La secretaria de comunicación de la Presidencia de la República – Secom- comandada por Flavio Wiengarten, quien está bajo intenso escrutinio después de la revelación de que su empresa se ha beneficiado de millones en contratos gubernamentales, difundió esta semana un video en el que acusa a la directora de «militar en contra de Brasil».
El material es una respuesta a la entrevista que Costa concedió a la red estadounidense PBS, en la cual la directora define «Democracia» como un intento de comprender el crecimiento del fascismo en Brasil.
Pero la furia expresada en relación a la película sugiere un fenómeno más amplio, que va más allá de las columnas del bolsonarismo y produce episodios ilustrativos de la fisura nacional en la semana anterior a los Oscar. El PSDB reaccionó con ironía a la nominación, y aquí nuevamente esta reacción ilumina algo más: el giro a la extrema derecha del partido que nació como una alternativa socialdemócrata, tuvo como referente al sociólogo Fernando Henrique Cardoso, y hoy está dominado por el empresario João Doria.
Esta semana extractos de la entrevista al periodista y presentador de la red Globo Pedro Bial (biógrafo de Roberto Marinho, propietario de la red Globo, que se expandió por todo el país con el apoyo de la dictadura militar), en la que llama al documental de «ficción alucinante» -haciendo eco de la postura oficial del PSDB- explotó como una bomba en las redes sociales, con el nombre de Bial llegando a los trending topics de Twitter Brasil. Críticas como esta exponen la incomodidad de las elites rente a la circulación en el contexto internacional de la denuncia de un golpe contra Dilma.
Antes de eso, la revista Piauí hizo una revelación intrigante sobre la edición de fotos de militantes muertos que se muestran en la película: las armas que aparecen junto a los militantes en la foto original se borraron en la película porque habrían sido plantadas por los militares, como sostiene la Comisión Nacional de la Verdad. Editarlas sería una forma de restaurar la verdad, según la directora.
La película inspira el debate sobre el tratamiento ético de las imágenes históricas, pero señala algo más: la relación problemática del «país del futuro» con su pasado, pero sobre todo las disputas sobre la memoria, especialmente en un momento en que el capitán retirado Bolsonaro, un crítico feroz del trabajo de la Comisión de la Verdad (solo recuérdese sus recurrentes homenajes al torturador Brilhante Ustra y a los ex policías que trabajan en el crimen organizado en Río de Janeiro), actúa para reescribirla como política de Estado.
Finalmente, la película es divisiva entre las propias fuerzas progresistas. La crítica en este caso acentúa la voz de la directora. Petra ocupa un lugar de discurso que es el de heredera de la burguesía nacional, un sujeto político que hegemoniza sistemáticamente la narración en detrimento de la polifonía de clase y raza. La mención al pasar en la película a la constructora fundada por su abuelo -Andrade Gutierrez, una de las más grandes de Brasil e involucrada en el Lava-Jato- parece insuficiente dado el grado de participación de su familia en las prácticas que caracterizan al brasileño capitalismo de amigos.
Una vez más, la película ilumina un fenómeno más amplio: la voz de la directora aún representaría una postura típica del relato psicoanalítico elevada a la «estética de la resistencia» que al personalizar un proceso amplio, ocultando así su carácter colectivo, reduciría el poder político de la lucha progresista a un sinfín de quejas y frustraciones de quienes se pusieron «del lado correcto de la historia».
Todas estas reacciones plantean preguntas importantes sobre la relación entre el arte y la política. Por un lado, el argumento de que la película produciría una distorsión de la verdad reaviva una vieja discusión sobre la relación entre ficción y documental. Como se trata de los problemas que afectan a muchos o incluso la vida de personajes reales, el documental constituye un régimen de verdad.
Menos que hablar de lo real, sin embargo, los regímenes de verdad son estrategias que producen efectos de verdad. Los documentales brasileños constantemente ponen en crisis este régimen, subvirtiendo sus estrategias. Petra no ignora esta tradición al componer una narrativa de eventos bajo la temporalidad difusa de su memoria íntima que se entrelaza con la temporalidad no menos difusa de la memoria colectiva.
Al contrario de lo que dice Pedro Bial, Petra produce una cadena coherente de hechos. La secuencia en la que analiza la disposición de los cuerpos de Dilma, Lula, Marisa -la fallecida esposa de Lula- y Temer en la rampa del palacio presidencial es muy esclarecedora en este sentido.
El entonces vicepresidente que durante la inauguración de la fórmula no entra en la foto (necesita desplazarse para ingresar al cuadro que registra la espontaneidad del vínculo entre los otros tres personajes), será el mismo que, beneficiado por la coyuntura de hechos antes y después de ese registro -las protestas masivas que despertaron el humor social, la aprobación de ley de «delación premiada»,el no reconocimiento de los resultados de las elecciones por el opositor Aécio Neves, la embestida de la operación Lava Jato contra el PT y la filtración del audio de Lula y Dilma-, finalmente podrá encontrar una ventana de oportunidad al alcance de sus ambiciones políticas.
La voz de Petra también nos lleva a indagar una cuestión fundamental: en los regímenes de verdad, las voces predominantes son masculinas y se refieren a la credibilidad (son las voces autorizadas) y a la universalidad (son la norma, mientras que la mujer es la diferencia). No es casualidad que la organización de hechos de Costa (y el increíble trabajo de erigir una narrativa principalmente a partir de material de archivo, rechazando el recurso de las cabezas parlantes) sea puesta bajo sospecha por observadores de todo el espectro político.
Se reduce su reflexión y crítica a la queja de una «pobre niña rica», que hace todo lo posible para «impresionar a la madre» (como argumentó el periodista Bial).
Este domingo, “Democracia”, Petra y su voz «inapropiada» pueden hacer historia en la ceremonia de los Oscar en la categoría de mejor documental, junto con otras tres películas dirigidas por tres directoras. Más que imponer la urgente cuestión de difundir la voces de las mujeres, este hecho inédito impone la cuestión urgente de los oídos dispuestos a escucharlas.
* Periodista e investigadora de cine brasileña. Colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, CLAE (www.estrategia.la)