Encrucijada de la izquierda uruguaya: resistir y mirar el futuro con perspectiva
Enzo Machado
Como es costumbre, las elecciones del 24 de noviembre en Uruguay se desarrollaron con normalidad. No obstante, la importancia fue tal, que reconfiguraron el tablero político interno para por lo menos, los próximos cinco años, en el marco de un escenario global complejo, con una guerra comercial entre China y EEUU, retracción de las principales economías regionales y conflictos sociales en todo el continente, sumadas a la avanzada de las ultraderechas y a variables estrictamente nacionales.
Una primera reflexión al golpe de los hechos, es la notoria radicalización por derecha de una parte importante del electorado, que le permite al sector conservador (Herrerismo) del Partido Nacional, volver a controlar los resortes del gobierno.
Con el comienzo del mandato de Luis Alberto Lacalle Pou, y la coalición formada con sectores que van desde el centro a la extrema derecha del espectro ideológico, se terminan 15 años de gobiernos progresistas del Frente Amplio, donde se redujo la pobreza y la indigencia a niveles históricos, aumentó el gasto público, aumentaron los salarios reales de forma sostenida, se diversificó la matriz productiva, se ampliaron derechos sociales como el aborto, el matrimonio igualitario y el sistema nacional de cuidados, entre otras políticas.
Y es aquí, en las derrotas electorales, de las que la izquierda uruguaya está curtida, donde la autocrítica se vuelve un imperativo y donde las preguntas sobre el presente y el futuro son un lente clave para leer, releer e incidir sobre alguna de las caras de la realidad política y social que vendrá.
Aprendizajes para la izquierda
Hay varios planos que atender para comprender la actualidad, que deben partir de pensar con autocrítica el retorno de la derecha política al gobierno, y de la tarea de la izquierda y de los sectores subalternos en esta nueva coyuntura.
Esto puede habilitar caminos para subvertir los condicionamientos de la realidad, hacia condiciones de posibilidad. Esto es, en un lenguaje bastante sartreano, ser sujeto de las propias condiciones, mirar la realidad como condiciones sobre las que se puede trabajar.
Uno de los costos políticos de los que tuvo que hacerse cargo el Frente Amplio en estas últimas elecciones, además de la mediatizada inseguridad ciudadana, fue la soberbia y la falta de autocrítica. Es un argumento martillado hasta el hartazgo por los sectores conservadores, poco analizado por los dirigentes de la izquierda y que no deja de ser un aspecto sobre el que hay que revisar teoría y práctica.
El Frente Amplio sigue siendo la fuerza política más importante y es un actor con el que todos deben dialogar. Por eso, se debe un debate serio y profundo en torno a la ética militante, que permita dar repuestas claras ante hechos de corrupción o desvíos en la función pública y que a su vez incorpore nuevas agendas y reivindicaciones que forman parte del arco político plebeyo, a organizar y movilizar en los próximos años. Estos son los movimientos por los derechos humanos, los feminismos, los movimientos LGBTI, las comunidades afros e indígenas.
En ese sentido, el primer aprendizaje de la izquierda en este ciclo electoral que pasó, es que no siempre está del lado correcto de la historia, que no está vacunada contra las conductas humanas y que no siempre sabe lo que viene, como una bola teleológica.
Gramsci advertía a fines de los años 20, que toda avanzada político-electoral es precedida por victorias en el plano cultural, que pueden ser grandes o pequeñas. Con esa referencia, es clara la advertencia de estos últimos comicios de que no alcanza con ganar elecciones.
Las victorias en el imaginario colectivo previas al triunfo de Tabaré Vázquez en 2004 fueron superficiales, no lograron obturar las estructuras de la cultura hegemónica, ni mucho menos. Solo alcanzó para ganar elecciones. Y cuando los dispositivos y horizontes que articulaban las expectativas de los sectores populares se agotaron, el FA fue sorprendido sin alternativas.
La conversión discursiva por abajo de la derecha en estas elecciones y la llegada a zonas donde se concentran los cinturones de pobreza, dejan al desnudo esta realidad: se fueron quince años en los que no se abonó en la construcción de sensibilidades alternativas a la racionalidad liberal. Administrar los humores ciudadanos, las crisis de expectativas impuestas por las grandes corporaciones mediáticas y mitigar los excesos del capitalismo salvaje, parecen haber agotado las energías prospectivas del progresismo.
El segundo aprendizaje entonces, es la necesidad de articular las narrativas superadoras con la movilización social. Esto es, la urgencia de trabajar en la edificación de imaginarios sociales contrahegemónicos, en horizontes superadores del actual estado de cosas y en un lenguaje performativo que se convierta en movilización social y ésta en hecho político.
La necesidad de recomponer el bloque social de los cambios es el tercer aprendizaje de estas elecciones y aparece como otro de los nodos conflictivos para el futuro de la izquierda y de la resistencia en los próximos cinco años. La disociación entre las estructuras partidarias y los movimientos sociales, los artistas, los intelectuales, la academia, hicieron perder pie en esa construcción por abajo, que fue una insignia característica de la historia del FA como oposición y en las narrativas para alcanzar el gobierno.
Cuando el Frente Amplio se constituyó como unidad diversa de las izquierdas, tenía dentro de sus objetivos ser el resumen político de una cantidad inmensa de experiencias y sensibilidades políticas acumuladas. Las elecciones eran un medio, no un fin en sí mismo.
El proyecto del Frente Amplio buscaba ensanchar las bases populares de la izquierda, alcanzar las órbitas de gobierno a través de un frente electoral, pero el objetivo de fondo era ser un instrumento para la justicia social.
Si esto último, logra tener un correlato con lo antes expuesto, podríamos decir que un cuarto aprendizaje de estas elecciones, y quizá el más importante porque condiciona a los otros de cara al futuro, es que hay reservas éticas y políticas en la militancia frenteamplista, que le resultan creíbles a un importante número de ciudadanos uruguayos y que la izquierda debería capitalizar políticamente de forma urgente.
Lo demostró en el último mes que separó a las elecciones primarias del 27 de octubre con las del balotaje de noviembre, a través de un despliegue territorial puerta a puerta, casa a casa, voto a voto, que sólo la militancia del Frente Amplio puede instrumentar en Uruguay.
Algunas consideraciones finales
Si en este complejo tablero geopolítico global y regional, las tensiones entre democracia-ciudadanía, entre estado-mercado y entre capital-trabajo van a entrar en un proceso de agudización, no sabemos exactamente de qué manera se van a traducir en Uruguay.
Y, aunque podamos esbozar algunas posibilidades que se desprenden de los propios programas y acuerdos de la coalición de derechas que va a gobernar, lo mejor es prepararse desde el pie, en la micropolítica, en el barrio, en la calle. La izquierda debe volver a jugar un partido por abajo, con el bloque social de los cambios de la que es orgánica.
En ese aspecto, una de las derrotadas en la elección es la teoría del centro ideológico como clave discursiva, política y electoral. El clima de campaña dejó ver algunos cambios, que se vienen dando de forma lenta pero continua en el electorado uruguayo, y que responden a un corrimiento hacia la derecha en las preferencias políticas.
El centro del electorado y los sectores identificados como «clase media» siguen representando una parte importante de la pecera electoral, pero hay otras opciones que ahora también son relevantes y en donde el partido también debe que ser jugado con astucia para poder ganar.
La derecha nos imprime un lenguaje y una narrativa que es la del neoliberalismo, el individualismo, la meritocracia, el «hacé la tuya» y la cultura empresista. Para el mercado todos tenemos la capacidad de ser emprendedores, simplemente hay que despertar esa vocación para salir de la pobreza y la improductividad. Si no te interesa, dicen, seguramente vendiste el alma a la pasta base y a la delincuencia.
Esta máxima del éxito personal e individual supone que otros fracasen y una lógica de la competencia en todos los órdenes de la vida. Jugamos con sus reglas, por eso es necesario construir narrativas contrahegemónicas para torcer las correlaciones de fuerza a favor de los más débiles.
La violencia social y el aumento de los delitos contra la propiedad son el botón de muestra; la inseguridad es traducida como un otro ajeno a vínculos cercanos, perfectamente identificable, que viste de determinada manera, es joven, vive en zonas rojas y es capaz de matarte por 10 pesos.
No es un síntoma saludable responsabilizar a la ciudadanía de los resultados electorales, hay que entender las tecnologías que le fueron impuestas y por que votó lo que votó.
Así como Hayek (padre de la teoría neoliberal) en los 70’ estaba dispuesto a ceder democracia a cambio de libre mercado, el votante de la tercera ola del neoliberalismo está dispuesto a ceder su propio nivel de vida a cambio del sufrimiento de aquellos grupos construidos como sujetos odiables.
Por ello, el odio no es un simple sentimiento individual, sino, más bien, un dispositivo político que tiende a universalizarse. En otras palabras, el triunfo de gobiernos neoliberales no garantizará una vida mejor para sus votantes, pero garantizará una vida peor para aquellos a quienes odia.
Algunos politólogos plantean una progresiva erosión entre la pertenencia social y la fidelidad electoral. Hay vínculos cada vez menos fuertes entre lo que hace el elector en el ámbito productivo y lo que hace en el cuarto oscuro. También es fácilmente constatable que existen nuevos espacios de socialización que influyen en el quehacer político y otras formas de participación que fertilizan el terreno para el surgimiento de outsiders como Bolsonaro.
Pero en Uruguay, esta elección y sobre todo la militancia frenteamplista, dejaron claro que las estructuras partidarias, los espacios convencionales de participación y las maquinarias electorales son todavía fundamentales a la hora de la definición.
En síntesis, las transformaciones sobre la realidad son posibles a pesar del escenario complejo. Se debe trabajar sobre las contingencias y comprender las nuevas formas de ciudadanía. Si los cambios en la realidad se dan por oleadas que van, vienen y se retroalimentan, o si se dan por ciclos que se superponen, es un debate a saldar.
En cualquiera de los casos, hay firmes reservas militantes en la izquierda uruguaya para ponerse al hombro las tareas. No se trata de otra cosa que prepararse para resistir al neoliberalismo, para volver a gobernar y más concretamente aun, para cepillar la historia a contrapelo, como enseña Walter Benjamin.
* Docente de Historia, egresado del Cerp-Centro Florida. Militante del Frente Amplio e integrante de Periferia. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)