Un millón de voces contra Duque, el neoliberalismo y las matanzas en Colombia
Camilo Rengifo Marín
Cientos de miles y miles de colombianas y colombianos protagonizaron el jueves 21 de noviembre, a lo largo y ancho del país, un contundente paro nacional en repudio a las políticas económicas, sociales y de seguridad del presidente ultraconservador Iván Duque, debilitado y con una desaprobación del 69% de la ciudadanía tras 15 meses en el poder.
Las masivas marchas (calculan un millón de personas) fueron lideradas en todo el país por sindicatos, estudiantes, jubilados, indígenas, artistas, afrodescendientes, ambientalistas y partidos opositores. El movimiento obrero mostró su rechazo a las reformas para flexibilizar el mercado laboral y cambiar el sistema de pensiones, los indígenas exigieron protección tras el asesinato de 134 dirigentes sociales e indígenas desde que asumió Duque, y los estudiantes demandaron, nuevamente, más recursos para la educación pública.
La tensión social se elevó con los allanamientos «preventivos» en busca de «material terrorista» en medios de comunicación y colectivos ciudadanos y campesinos y con el reforzamiento de la presencia de los militares en las calles, mientras que la frontera con Vnezuela, Brasil y Ecuador estuvo cerrada desde la medianoche del martes.
Todos los manifestantes cuestionan las políticas económicas del gobierno, su proyecto de seguridad enfocado en el guión estadounidense de combate al narcotráfico, el asesinato de decenas de líderes sociales por parte de narcotraficantes y paramilitares y su intento de modificar e incumplir el pacto de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia en 2016.
El gobierno trató de ensuciar las manifestaciones en varios puntos del país: Medellín, Cali, Manizales, Popayán, Santa Marta. En Bogotá, el Escuadrón Móvil Antidisturbios arremetió en la Plaza Bolívar y en la Universidad Nacional contra manifestantes. En distintas ciudades, la policía realizó controvertidos allanamientos contra centros culturales y medios de comunicación alternativos.
En Quibdó y Chocó, lugares más golpeados por la guerra y el paramilitarismo, los jóvenes marcharon con vestidos coloridos y tambores para exigir la protección de sus líderes sociales y pidieron garantías para trabajo, pensión y educación de calidad.
Duque siguió el desarrollo del paro junto a las más altas jerarquías militares y policiales, y los ministros de Defensa e Interior, que dispusieron el toque de queda en la sureña ciudad de Cali. En ciudad de México, Nueva York, Madrid, Berlín y Sidney hubo movilizaciones de colombianos en respaldo al paro.
La incapacidad de Duque para interpretar la complejidad de la Colombia que gobierna y de las élites para comprender el país que explotan y someten, es la principal razón por la cual se buscan fantasmas donde no los hay y por lo que se ataca de manera tan despiadada una expresión pacífica de la inconformidad social. En definitiva, es la reacción de un pueblo a tantos años de políticas represivas y medidas neoliberales.
Paralelo al descrédito de Duque se da la erosión de su mentor, el expresidente Álvaro Uribe,, durante años el gran elector de Colombia, quien ahora deambula por los pasillos del Congreso a la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, con acusaciones de genocidios y sobornos varios.
Hace una década de gobiernos empapados de falsos positivos, o sea asesinatos de campesinjos e indígenas presentados como guerrilleros, marchas populares infiltradas, montajes judiciales, falsos testigos, sabotajes fraguados por autoridades o paramilitares. Si bien el gobierno no tuvo más remedio que respetar el derecho a la marcha, antes se la sazonó con amenazas abundantes y se la espolvoreó con pizcas de pánico.
Obviamente, a un gobierno inmóvil no le gusta que la gente se mueva. Y que se moverá por más que presidente, ministra, generales y funcionarios de variadas pelambres, y la totalidad de los grandes medios de comunicación, amenacen a los organizadores de la marcha, a los que marchan y a cualquiera que opine distinto que la ultraderecha.
El paro nacional terminó la noche del jueves en Bogotá con un hecho sin mayores antecedentes. El sonido de las ollas y las cacerolas hizo que millones de bogotanos, incluso algunos que no habían salido a las calles, terminaran siendo protagonistas de una de las jornadas más vibrantes y a su vez con más tensión que ha vivido la ciudad en los últimos años.
* Economista y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)