Eduardo Camin|
Tiempos de incertidumbre son estos que vivimos, en los cuales la reflexión humana se ve afectada en un torrente de palabras usadas recorriendo viejas heridas. Hoy, la introducción de la robótica, al transformar la realidad del trabajo, ofrece el contexto idóneo al capitalista para justificar la destrucción del empleo y la incertidumbre del trabajador.
La incertidumbre está relacionada con esa necesidad que tenemos de saber qué va a pasar a continuación, de forma que nos podamos anticipar, o controlar y no nos tome desprevenidos. La incertidumbre es entendida como aquella que nos incita, por ejemplo, a confirmar que lo que pensamos o lo que nos dictan nuestros sentidos es cierto. Pero, en el bajo fondo de la injusticia social ésta aparece como un elemento emocional que produce niveles de estrés y angustias de otra dimensión.
Las injusticias que vivimos día a día y que vemos cómo otras personas sufren pueden generarnos grados importantes de incertidumbre, si no somos capaces de solventarla. La falta de control sobre esas injusticias hace que dudemos de nuestra capacidad para proyectarnos al futuro. En el desafío de nuevas tecnologías se cobija la incertidumbre en el mundo del trabajo, sin olvidar que el hombre canta y sueña a pesar del miedo.
¿Un robot reemplazará mi trabajo?
La praxis nos indica que el cambio en la industria ya es innegable, patente y profundo: las antiguas tareas más mecánicas, más repetitivas y más pesadas ya han sido asumidas por las máquinas. En esa transformación, nuevas tareas han ido apareciendo: tareas que pueden ser igual de agotadoras y repetitivas, y que se encuadran en una dinámica general de trabajo «a destajo» alentada por los directivos de las empresas.
Ésto lleva a muchos a pensar que esta automatización no sólo no ha facilitado la vida a los obreros, pero en realidad en muchos casos incluso se la ha dificultado.
No obstante, la ansiedad respecto de que las máquinas podrían eliminar millones de puestos en nuestros lugares de trabajo globalizados es verdadera, y llega en un momento en el que la economía mundial capitalista navega en un mar de “dificultades” enfrentando una importante crisis de empleo.
La tecnología ha reducido la labor requerida para la producción masiva y está vaciando el mercado laboral aún más, al automatizar incluso tareas administrativas y de contabilidad rutinarias. Estos temores acerca del impacto de la tecnología en el mercado laboral no son nada nuevo.
El ejemplo de los luditas
La historia nos recuerda que mucho antes de que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) naciera en 1919, existieron un grupo de trabajadores ingleses del inicio del siglo XIX denominados los luditas (1), que destruyeron máquinas textiles que reducían la mano de obra y estaban reemplazando sus puestos de trabajo.
Por ese entonces, la clase trabajadora sufría una fuerte crisis económica y los dueños de la potente industria textil del norte de Inglaterra buscaron reducir costos mediante la bajada de los salarios de sus trabajadores y la introducción de nueva maquinaria que suponía prescindir parte de la mano de obra para obtener un producto más barato, aunque de peor calidad.
Hoy en día aún se sostiene la leyenda negra de esta acción de los artesanos ingleses de la época. Al menos así lo manifiesta la Fundación para la Tecnología de la Información e innovación de Estados Unidos (ITIF), un ‘lobby’ financiado por grandes compañías tecnológicas como Google, Dell, y Microsoft.
La ITIF considera a la innovación tecnológica “la fuente de progreso económico y social”. Bajo las condiciones actuales del capitalismo, si te opones a la implantación de algún tipo de tecnología por los motivos que sea, eres un luditas que cuestiona el progreso.
Tecnología digital, en lugar de trabajo humano
El discurso oficial o políticamente correcto nos muestra, cómo en las naciones desarrolladas o aquellas en vías de desarrollo, la globalización adquiere, una velocidad de crucero añadiendo más cadenas de suministro que operan en entornos normativos más complejos con borrosas fronteras geográficas, y que ningún país puede ignorar el mundo digital “sin quedar fuera de la economía mundial”.
Un discurso-pretexto algo maquiavelista repetido como un karma sobre las poblaciones, cada vez que una inversión extranjera o un Tratado de Libre Comercio con sus prerrogativas, asoma a las puertas de un país.
Algunos expertos de la OIT se cuestionan cómo adaptar el mercado laboral de la mejor manera y crear trabajo decente. Y el organismo reconoce que, de manera esencial y crucial, “debemos anticipar los cambios tecnológicos por venir y abordar el desajuste de la educación y las destrezas en los mercados laborales.”
La OIT agrega, que “la educación y las destrezas adecuadas para los países en todo nivel de desarrollo aumentan sus capacidades de innovar y adoptar nuevas tecnologías. Esto determina la diferencia entre el crecimiento incluyente y el crecimiento que deja fuera a grandes segmentos de la sociedad. Una fuerza laboral que se ha capacitado apropiadamente y que puede continuar aprendiendo aumenta la confianza de inversionistas y, por ende, el crecimiento de empleo”.
La otra lectura: más robotización capitalista
De un tiempo a esta parte se vienen produciendo una serie de transformaciones en el sector manufacturero, cuyos resultados están siendo agotadores para los trabajadores. Una de las consecuencias más evidentes de estas transformaciones es la destrucción de puestos de trabajo. Aunque las fábricas mantengan espacios en los que se concentra un gran número de trabajadores, este se viene reduciendo año tras año.
Diversos factores, entran en línea de cuenta. Uno de ellos es la externalización de los servicios. La organización de la estructura jurídica de la producción ha cambiado, de forma que la cadena de valor, que antes se concentraba casi en su totalidad en una única empresa, ahora está distribuida entre varias empresas (matriz-auxiliares) y en muchas ocasiones entre varios centros de trabajo.
Este es el caso evidente del sector automovilístico: a la fábrica llega prácticamente todo preparado para que sólo haya que montarlo y darle salida al vehículo.
Lógicamente, eso repercute en una reducción del número de trabajadores concentrados en cada planta, al mismo tiempo que aumentan el número de plantas en una estructura empresarial globalizada: es el fenómeno de la automatización, es decir la introducción de máquinas de todo tipo que asumen cada vez más tareas ha generado una reducción del número de empleos.
O, más bien, ha facilitado que esa reducción se produzca: y es que, si bien las máquinas simplifican el trabajo, no destruyen empleo per se. La destrucción del empleo es el efecto colateral de la automatización, cuando ésta se lleva a cabo en base a los intereses de la maximización de beneficios de los grandes empresarios, los accionistas y los directivos.
La introducción del robot, al transformar la realidad del trabajo, ofrece el contexto idóneo al capitalista para justificar la destrucción de empleo. Y así, refugiándose en la eliminación de una tarea, el capitalista elimina un puesto de trabajo. El resultado es que el trabajador restante tiene que encargarse de lo que ya se encargaba, además de lo que se encargaba su compañero despedido, y de las tareas anexas que surgen a raíz de la introducción del robot.
Para los trabajadores de la industria, la introducción de máquinas en sus espacios de trabajo no ha resultado en una simplificación del empleo, sino más bien en todo lo contrario: mayor agotamiento, ritmos más exigentes, disciplina cuasi militar. El fenómeno que se está produciendo con la automatización no es una robotización del trabajo, sino una robotización del trabajador.
Las condiciones cambian
Cada vez son más los trabajadores que ingresan al mercado laboral de la precariedad, cuyo denominador común son los contratos a corto plazo o temporales, y a menudo se les obliga a aceptar empleo informal. Esto está exacerbando las tendencias hacia las desigualdades de ingreso.
Los valores establecidos del “mundo predigital”, que están codificados en los estándares de trabajo de la OIT, siguen aún vigentes en la era posdigital. En realidad, se vuelven de hecho más relevantes, si la relación tradicional de empleado-empleador, (obrero-capitalista), se erosiona cada vez más en el futuro. Estas complejidades en evolución del mundo laboral requerirán soluciones complejas.
Nuestro mundo ha cambiado vastamente durante el último siglo y no sólo debido a la tecnología. Para 2050, la población mundial superará los nueve mil millones de habitantes. El número de personas de 60 años o más se habrá triplicado. Tres cuartos de las personas mayores estarán viviendo en los que son ahora países en vías de desarrollo y la mayoría serán mujeres.
Más allá de capacitar a los empleados para la era digital, las economías sostenibles requieren protecciones para los trabajadores, tanto en los buenos, como en los malos tiempos. Junto con sistemas adecuados de prestaciones de desempleo, o las protecciones sociales, como la atención médica y las pensiones, forman la base de una seguridad general para el trabajador.
No obstante, hoy día sólo el 20% de la población mundial cuenta con una cobertura de seguridad social adecuada y más de la mitad no tiene cobertura alguna. Entonces surgen estas cuestiones tan “absurdas”, en tiempos de incertidumbre: ¿Cómo mantener la dimensión humana en un mundo de trabajo donde los robots están a cargo cada vez más?
Nota
1.-El ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses en el siglo XIX; que protestaron entre los años 1811 y 1816 contra las nuevas máquinas que destruían el empleo. Los telares industriales y la máquina de hilar industrial introducidos durante la Revolución Industrial amenazaban con reemplazar a los artesanos con trabajadoras menos cualificadas y que cobraban salarios más bajos, dejándolos sin trabajo.
*Analista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)