Eduardo Camín-CLAE
El globo era antaño el símbolo del misterio que incitaba a pensar. Ahora lo global ha dejado de ser un misterio. Constituimos una civilización que se apoya en la tecnología y está virtualmente entrelazada. En realidad el hombre tiene que vérselas cada vez más y en todo momento consigo mismo, es decir, con las huellas de su actividad, de manera que se mueve en el mundo de sus propios signos, un mundo que aparece enredado en la inminente posibilidad de que algo peor suceda. }
Tal vez, sea la paradoja de nuestro tiempo, que aquellos que detentan el poder se sienten demasiados cómodos, como para preocuparse del dolor de quienes sufren, y quienes sufren no tienen el poder.
Este es el sentimiento que genera, a la vez que interpela, el conflicto que mantienen los trabajadores del gas, en Uruguay con la multinacional brasileña Petrobras. Condenados desde el inicio, más allá del movimiento de solidaridad que puede suscitar la causa o la justicia de su lucha por las fuentes laborales.
Hechos que sugieren la necesidad de realizar un análisis comparativo entre el marco en el que ayer se desarrollaban los conflictos, y otro muy diferente en el que hoy lo hacen, esto podrá darnos una idea de la magnitud de los cambios en curso.
Recordaremos que en el pasado, si el personal de una fábrica o una empresa determinada iniciaban un conflicto por reivindicaciones salariales, éste podía ser rápidamente extendido a otras fábricas o empresas del sector.
Existía, además una unidad sindical capaz de incorporar a ese reclamo a todas las unidades productivas de una específica rama de la actividad lo que implicaba la posibilidad de extender las mejoras salariales a todas las unidades de producción competitivas dentro del mismo mercado económico.
Eventualmente las organizaciones sindicales en su conjunto podían convocar medidas de fuerza, en apoyo a las reivindicaciones sectoriales, o en reclamo de la ampliación de las mismas a todos los trabajadores del país, sin olvidar la ocupación de la propia empresa.
Pero la asombrosa velocidad del proceso de trasnacionalización del capital ha hecho estallar este modelo y por ende el acuerdo implícito en que se basaba el poder de los sindicatos. No deja de ser llamativo que cuando los trabajadores del sindicato de Ancap, insinuaron esta posibilidad de apoyar el conflicto, la burguesía nacional puso el grito en el cielo y la central sindical unitaria (PIT-CNT) desarticuló la medida.
En realidad este discurso del miedo, muchas veces planteado y sostenido por dirigentes del progresismo, no es la inconsciencia política, sino por el contrario la plena conciencia de la realidad de estos planteos, que son la concertación con los capitalistas.
En un marco de fragmentación social, pasividad política y desocupación en aumento, las injusticias más profundas se hacen difíciles de explicar. A pesar que de una manera u otra estamos familiarizados, no es difícil de convencerse, ya que hablamos de desempleo, de la pérdida de la fuente de sustento de muchos trabajadores.
Se trata de racionalizar, dicen los patrones (curioso verbo que ayer significaba riqueza y hoy miseria), de disminuir salarios, de aumentar ritmos de trabajo, de invertir menos en seguridad laboral, con el objetivo de ganar competitividad frente a las demás empresas con la dudosa promesa de que serán mantenidos los ya magros niveles ocupacionales.
Por eso resulta pertinente ampliar el diagnóstico de dicho conflicto. No debemos olvidar que la apuesta más corriente que generó el gobierno progresista a la obtención de capitales es la de las inversiones extranjeras directas. Ha sido y es el elemento central del proceso económico, la panacea para la creación de empleos y la mejor estabilidad económica de la región.
En este escenario los métodos con que el capital trasnacional puede ser seducido y localmente capturado son la promesa de bajos salarios, baja conflictividad social, baja tasación fiscal, total libertad de exportación de las ganancias, zonas francas, flexibilidad laboral.
Una flexibilización laboral, que por otra parte, es impuesta globalmente por organizaciones e instituciones financieras mundiales y regionales (FMI, Banco Mundial, BID en particular), y que implica en determinado momento, la caducidad de los acuerdos sindicales nacionales por rama de actividad, que a la vez fragmenta ulteriormente la unidad sindical e introduce el principio de competitividad al interior de las propias fronteras nacionales.
Entonces tenemos una crisis de identidad y legitimidad frente a las instituciones políticas nacionales, rehenes del furor de los mercados trasnacionales del gran capital. En la actual situación de fraccionamiento político y sindical no parece casual el giro a la derecha de vastos sectores de los trabajadores de baja calificación, arrinconados en una situación económica cada día más grave, con enormes amenazas para el nivel de ocupación, ante la pérdida de la centralidad política (imaginaria o real) de la clase obrera
Al interior de la clase obrera, se hace cada día más clara una división neta entre sectores laboralmente calificados de ella – que en su mayoría mantiene posiciones reformistas – y una base de baja calificación cada vez numéricamente mayor, y a la que la miseria, la desocupación y el aislamiento político cultural y social arrastran, no ya a la revolución, sino a posiciones conservadoras.
Así, y mientras la producción se ha mundializado, la prédica por la competitividad intenta volver a reducirla en el imaginario social a su escala nacional o local. Con estos métodos, el trabajador es obligado a competir con otros trabajadores y la conciencia generalizada de tal situación se convierte en un ulterior impulso, entre otras cosas, hacia la baja global de los salarios.
Salarios fuertemente decrecientes o niveles de desempleo explosivos clama globalmente la voz del sistema económico capitalista a través de sus voceros. Más allá de toda profecía, el ya inocultable aumento de la marginalidad y de la exclusión en las mismas metrópolis del Primer Mundo sirven para mostrar con cierto dramatismo las consecuencias terribles de una fragmentación social similar a las de las crisis de inicios de siglo XX.
En la antesala de la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT, se hablaba de las virtudes del diálogo social tripartito… Algunas empresas hacen oídos sordos… Mientras tanto, el movimiento sindical se reforma. En esta lógica de conciliación la vieja locomotora del progreso social (la clase obrera) se transformara en un melancólico vagón de cola.
*Periodista uruguayo. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)