El austericidio, el incendio del Museo Nacional de Río y la destrucción de la memoria
Juraima Almeida|
En la noche del primer domingo de septiembre, un incendio destruyó el bicentenario Museo Nacional de la Universidad Federal de Rio de Janeiro y puso en primer plano la indignación por los recortes presupuestarios puestos en marcha por el gobierno de facto de Michel Temer. Se trató de un austericidio que destruyó parte de la memoria colectiva brasileña.
El Museo, fundado en 1818, era una de las principales instituciones de investigación, enseñanza y cultura del país, con un acervo de más de 20 millones de piezas entre colecciones de geología, paleontología, etnología e historia y 530 mil libros. Como muchas otras instituciones, desde el advenimiento del gobierno de facto, dos años atrás, el Museo pasaba por una dura situación financiera, con falta de recursos incluso para su mantenimiento.
Momentos de tristeza y tensión, con forcejeos entre manifestantes y policías, se vivieron frente al Museo Nacional de Río de Janeiro, devastado por un incendio que colocó en primer plano el debate sobre los recortes presupuestarios en Brasil. “No sirve solo llorar. Es necesario que el gobierno federal, que dispone de recursos, ayude al Museo a reconstruir su historia”, afirmó el director de la bicentenaria institución, Alexandre Keller.
La Unesco lamentó “la mayor tragedia para la cultura brasileña en los últimos tiempos” y denunció que el incendio “expone la fragilidad de los mecanismos nacionales de preservación de sus bienes culturales”.
El gobierno de facto de Michel Temer, cuestionado por los recortes, anunció la creación de una “red de apoyo económico” con grandes empresas públicas y privadas para facilitar la reconstrucción de esta joya del acervo brasileño, aunque sin detallar los recursos previstos.
El incendio, que significa una pérdida irreparable para la ciencia, educación y memoria de Brasil, es consecuencia clara de la política de austeridad estructural del gobierno de facto de Michel Temer, consagrada en la enmienda constitucional 95, que congeló los gastos de la Nación por 20 años, limitados por la tasa inflacionaria.
Así, las llamas que corroyeron y transformaron en humo la memoria de toda una sociedad, simbolizan, de manera trágica, las consecuencias del austericismo y de la despfreocvupación por la educación superior y la investigación. Además de eso, son reveladoras de algo más profundo y funesto: la destrucción de una nación aún en construcción, señaló el académico de Unicamp, André Kaysel.
Vinculada a la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ), la institución había sufrido recortes en la financiación, que le obligaron a cerrar al público varios de sus espacios, y estaba pendiente de recibir un patrocinio por unos 5,3 millones de dólares firmado en junio por el BNDES (el banco de fomento brasileño).
El siniestro se declaró el domingo hacia las 19.30 locales por causas por el momento desconocidas, cuando ya había cerrado las puertas al público. Sus cuatro vigilantes consiguieron salir y no se ha dado parte de víctimas. Pero las llamas se extendieron rápidamente por sus tres plantas, que contenían materiales altamente inflamables. La veintena de cuarteles de bomberos movilizados tardó seis horas en controlarlo.
La destrucción es una pérdida inconmensurable para Brasil y también para el planeta, porque en el desastre se perdieron piezas únicas e insustituibles procedentes de muchos naciones y representativas de múltiples culturas de América, Europa, África, Asia y Medio Oriente. Entre ellas muchas que se encontraban agrupadas en la mayor colección arqueológica del antiguo Egipto que existía en este hemisferio y más de 700 piezas de las civilizaciones griega, romana y etrusca. Se trata de un golpe devastador para el conocimiento científico de todo el mundo.
Varios empleados del museo denunciaron que había muros agrietados y descascarados, instalaciones eléctricas al descubierto, carencia de dispositivos contra incendios, así como una vigilancia que resultó del todo insuficiente (cuatro personas para una construcción de 20 mil metros cuadrados), que no fue capaz de detectar el fuego en sus momentos iniciales.
Matar el pasado para impedir el futuro
Desde 2014 el museo dejó de recibir los menos de 130 mil dólares anuales que tenía asignados para su conservación y restauración. Mientras, Brasil invertía seis mil millones de dólares en la compra de 36 aviones de combate –los Saab 39 Gripen de fabricación sueca–, su principal recinto museográfico dedicado a la ciencia acumulaba condiciones de catástrofe.
La preservación y protección del patrimonio científico e histórico debiera ser un rubro presupuestal prioritario, sólo antecedido por la seguridad y el bienestar de las poblaciones. La trágica pérdida del Museo Nacional de Brasil debiera, al menos, servir como una señal de alerta para todos los gobiernos neoliberales, sumidos en el austericidio del capitalismo trasnacional.
El incendio que el domingo consumió parte fundamental de la memoria colectiva brasileña es el más cruel síntoma de la destrucción a la cual viene siendo sometido el país por las elites que administran el país en nombre de la rentabilidad.
Si la voluntad democrática del pueblo no logra derrotar a la reacción, el país seguirá el rumbo de una sociedad atomizada, prisionera de sus miedos e inseguridad presentes, sin pasado y, por eso mismo, incapaz de tener futuro, señala Kaysel.
* Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)