Chau Unasur, adiós a la paz, ¿Sudamérica será zona de guerra?/ Com o fim da Unasul, a América do Sul se torna uma zona de guerra?
Aram Aharonian|
En Colombia se respira una atmósfera de zozobra e inestabilidad social, tras el asesinato de 330 líderes sociales, la amenaza permanente a periodistas y el temor a que Iván Duque, el nuevo mandatario, se aventure en dos guerras: una interna y otra contra su vecino, Venezuela.
“La única forma de tratar de unir a la nación es inventando un enemigo externo, para apelar al nacionalismo, una guerra contra los “castrocomunistas” venezolanos, desviando la atención de la continuidad del genocidio interno y la crisis social, económica y financiera”, señala el analista Camilo Rengifo.
Durante cuatro períodos presidenciales, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, quien además fue ministro de Defensa del primero en epócas de los “falsos positivos” –campesinos asesinados y vestidos con ropa de guerrilleros para mostrar a la prensa victorias militares-, la hipótesis del conflicto siempre estuvo en al aire, en guerras de micrófonos o con injerencia directa en asuntos internos del vecino del noroeste.
Y, los mentideros políticos señalan que Santos quiso despedirse del gobierno apoyando el intento (frustrado) de magnicidio del presidente venezolano Nicolás Maduro, el 4 de agosto último. Pero esta última jugada del benemérito Nóbel de la Paz, no le salió bien.
James Mattis, secretario de Defensa de los Estados Unidos visitó a mediados de agosto Braail, Chile, Colombia y Argentina, con una agenda que insistía en el tema de la inestabilidad política y la supuesta crisis humanitaria de Venezuela, que podría afectar el escenario regional, junto al temor por un conflicto armado entre Colombia Y Venezuela tras el atentado fallido -con drones cargados de explosivos- contra Nicolás Maduro.
La gira busca resaltar los vínculos de Washington con lo que considera su patio trasero, según destaca un comunicado del Pentágono, pese a que EEUU no ofreció todavía ninguna agenda positiva de cooperación. Las alianzas panamericanas han sido punto focal de las visitas, este mismo año, del exsecretario de Estado Rex Tillerson, su sucesor Mike Pompeo y del vicepresidente Mike Pence a la región.
El ministro brasileño de Defensa, Joaquim Silva e Luna, dijo que entendió bien lo que quiso decir Mattis, “pero eso es una disputa comercial en todo el mundo; hay una gran reorganización en todo el mundo, en Asia, en la Unión Europea, es una disputa de mercado” y señaló que es posible que Brasil se beneficie de una guerra comercial entre EEUU y China.
Según Mattis, su país apoya “decisiones soberanas de estados soberanos, pero advirtió de “invasiones de otros países. El libreto pareciera convertir a Latinoamérica en un campo del juego geopolítico estadounidense.
Otra preocupación del mandamás del Pentágono es la reunión en Argentina del G-20, donde el anfitrión tiene responsabilidades en defensa y seguridad de los líderes del mundo “desarrollado”, que permitan la asistencia de Donald Trump: cómo participar de manera discreta sin resentir las pasiones nacionales. La propuesta de Mattis fue la posible cesión de equipos para un área específica; la prevención de ciberataques, con “inhibidores” de circulación de drones.
En los países visitados, Mattis auscultó la influencia y presencia en Sudamérica de dos rivales, China y Rusia. Y al respecto señaló que “hay más de una forma de perder la soberanía en este mundo. No es sólo por las bayonetas. Puede ser con países que llegan ofreciendo regalos, préstamos amplios que acumulan deudas masivas en otros países a sabiendas de que no podrán repagarlas, es lo que parecen ser los préstamos chinos a naciones como Venezuela y Filipinas”.
La visita de Mattis a la región se produjo tras el encuentro del titular de la Armada estadounidense con sus pares de Argentina, Brasil y Chile en Cartagena, Colombia, en el marco de la 28 Conferencia Naval Interamericana que congregó a los jeraracas navales de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay.
La fachada para imponer un bloqueo marítimo a Venezuela podría ser el eufemísticamente llamado ejercicio naval multinacional Unitas Lix-2018, del que Colombia será anfitriona en septiembre próximo, señala el analista mexicano-uruguayo Carlos Fazio.
El atentado buscaba que el poder fuera transferido sin demora a las “autoridades civiles legítimas, miembros de la Asamblea Nacional” presidida por Julio Borges, tras “liberar” una zona del país e instalar allí un “gobierno paralelo” que ejerciera funciones de hecho, con el respaldo de Washington, sus socios de la OTAN y el Grupo de Lima.
Hoy la producción de coca alcanza en Colombia niveles record, grupos armados ilegales luchan por territorios en los que el Estado tiene escasa o nula presencia y una oleada de 330 asesinatos de activistas sociales en los últimos meses, mostró que la paz sigue siendo un término relativo.
Si Iván Duque, el nuevo presidente -que quiere reformular el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC que su antecesor Juan Manuel Santos se abstuvo de implementar-no logra llevar el Estado a las zonas rurales, hoy en manos de narcotraficantes y paramilitares (o no está interesado en ello), poco cambiará en Colombia, que registró al menos 260 mil muertos, 60 mil desaparecidos y más de siete millones de desplazados.
¿Fin de la zona de paz?
La coordinación conservadora de varios presidentes suramericanos lograron desmontar los más importantes avances de la integración de los países de América del Sur que conformaron la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) como bloque referente de las relaciones mundiales marcadas por la multipolaridad de potencias y de proyectos integracionistas regionales y declararon a la región como zona de paz.
La potencia económica y política de los gobiernos de Argentina y Brail, respaldados por los presidentes de Perú, Chile, Colombia y Paraguay (el denominado Grupo de Lima), comenzó su tarea destructiva en abril pasado, cuando determinaron “suspender su participación” en el organismo
Y el momento “adecuado” (la asunción de la presidencia pro-tempore de Bolivia) finalizó dos años de sigilosos movimientos de debilitamiento y parálisis de todos los proyectos integracionistas construidos al margen de la influencia y predomino de Estados Unidos: Mercosur, ALBA, CELAC y Unasur.
Desmantelados los organismos de integración horizontal, vuelve el poder del panamericanismo monroista -América para los (norte)americanos-, dejando en pie a la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo la tutela de Washington. Pero no logran consenso, porque Nicaragua, Venezuela y Bolivia, al menos, se oponen a la injerencia en asuntos internos de otros países. Y por eso, EEUU trata de desestabilizar sus gobiernos con todos los medios posibles,
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), creada en 2008, auspició el Consejo de Defensa Sudamericano, integrado por 12 países, que entre sus propósitos principales tuvo consolidar a la región como zona de paz y servir de contrapeso a los afanes intervencionistas del Pentágono en los ejércitos locales, con fines de alineamiento y adoctrinamiento.
Pero la contraofensiva conservadora y del Comando Sur del Pentágono siguió adelamte. En mayo último, Juan Manuel Santos anunció que Colombia – con siete bases estadounidenses en su territorio- se sumaba como “socio global” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, máximo exponente de las intervenciones militares, abiertas y encubiertas, después de la guerra fría. Ahora Chile quiere seguir el mismo camino.
Y ahora, de la mano del embajador de EEUU en Bogotá, Kevin Whitaker el juevo presidente colombiano, Iván Duque, apadrinado por Álvaro Uribe, sindicado como genocida y unido al narcotráifco y el paramilitarismo, quiere ser protagonista del “Golpe Maestro”.
Este plan, fue diseñado por el almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur, quien aspira a que el gobierno bolivariano sea derrocado a través de una “operación militar bajo bandera internacional, patrocinada por la Conferencia de los Ejércitos Latinoamericanos, bajo la protección de la OEA y la supervisión, en el contexto legal y mediático del secretario general, Luis Almagro”.
Según se supo en el Congreso estadounidense, Duque tiene una estrategia para negociar con EEUU una dispensa para Colombia con los aranceles de importación del acero y el aluminio: manejar la guerra encubierta del Pentágono contra Venezuela, desde la frontera colombiana.
A inicios de julio y antes de asumir la presidencia, negoció en Washington con el vicepresidente Mike Pence, el secretario de Estado, Mike Pompeo, la directora de la Agencia Central de Inteligencia, Gina Haspel, el zar antidrogas James Carrol, y el asesor de Seguridad Nacional, el superhalcón John Bolton.
A Pence, “preocupado” por la supuesta amenaza a Colombia de la “dictadura” de Maduro –como ya se lo había manifestado a Santos en su visita a Bogotá y en la reunión cuando la Cumbre de la OEA en Lima- le solicitó apoyo en materia militar, de inteligencia y seguridad.
El 10 de agosto, tres días después de asumir la Presidencia, anunció el retiro “irreversible” de Colombia de Unasur y abogó por la aplicación de la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela, tras prometer que llevaría a Maduro ante la Corte Penal Internacional, la misma “justicia” internacional, donde Uribe, está acusado por crímenes de lesa humanidad, y donde hacen cola los mexicanos Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Un día antes, en la sede de la cancillería colombiana en Bogotá, el nuevo ministro del exterior, Carlos Holmes Trujillo, se reunió con Julio Borges, sindicado como uno de los coautores intelectuales del frustrado magnicidio del presidente venezolano Nicolás Maduro, para expresarle el “apoyo incondicional” del gobierno de Duque para “rescatar la democracia y la legalidad en Venezuela”.
Gustavo Álvarez Gardeazábal, al criticar las declaraciones de Duque en Washington, cuando afirmó que iba a liderar un bloque latinoamericano contra Maduro, en una nota titulada “¿A la guerra?’, advertía que así un presidente no esté de acuerdo con la ideología de una nación, no puede comenzar a hacer declaraciones que vayan en contra del principio del respeto soberano.Y advertía que si la guerra llegase a suceder con el país hermano, Colombia perdería “pues Venezuela está mejor armada que nosotros”.
La periodista María Jimena Duzán, en su última columna antes de que la amenazaran, recordaba las declaraciones del general retirado Leonardo Barrero (“Prepárense porque vuelve la guerra”) y se preguntaba cuál será el blanco principal de esta nueva guerra anunciada: ¿los líderes sociales que están cayendo como moscas, los ocho millones de ciudadanos que votaron por Petro, los diez millones de personas que votaron por Duque y que aún creen en ‘pajaritos en el aire’?
Paralelamente, desde junio está en Cúcuta y Maicao, poblaciones fronterizas con Venezuela, un contingente de “cascos Blancos” de la cancillería argentina. Gabriel Fucks, extitular de estos “contingentes de paz”, señaló que la misión en la frontera colombiano-venezolana, más que una acción de asistencia sanitaria, forma parte de una política de presión contra Venezuela.
No es de extrañar que el gobierno de Mauricio Macri se haya sumado a los planes estadounidense-colombianos, dada su posición subordinada en la OEA. Macri, además, aceptó desplegar en el territorio argentino una nueva red de bases militares estadounidenses: una en Neuquén, en el estratégico sur patagónico, cerca de la reserva gasífera de Vaca Muerta, financiada por el Comando Sur con “ayuda humanitaria” y dos en Tierra de Fuego, la de Tolhuin y la de Ushuaia.
Un vasta frontera caliente
La mayor parte de los problemas que se suscitaron históricamente y se siguen suscitando en extensa frontera común de más de 2.200 kilómetros, los genera la actitud del establishment colombiano, generando tensiones que en algunos casos han estado a punto de desencadenar conflictos de carácter bélico, a veces alegando presuntas reivindicaciones territoriales.
Generar tensiones con Venezuela sirve para desviar la atención de la violencia de seis décadas en Colombia, parte de la normalidad en ese país y que contrasta en las últimas dos décadas por la existencia de sistemas sociales, económicos y políticos contrapuestos. El mensaje de la conducción política colombiana y los medios de comunicación hegemónicos, no ha cambiado: su lenguaje es agresivo, belicoso, xenófobo y permanentemente amenazante.
El periodista José Vicente Rangel, exvicepresidente y excanciller venezolano, señala que la provocación en política siempre ha estado en la base de cualquier aventura. Dos períodos constitucionales de Álvaro Uribe, dos de Juan Manuel Santos y el próximo de Iván Duque, cuyo lenguaje provocador antes de tomar posesión del cargo, es el mismo de sus predecesores.
La oligarquía y la derecha colombianas tienen planes políticos y militares contra Venezuela, no de ahora, con motivo del desarrollo del proceso bolivariano contra el cual aducen razones de carácter ideológico, sino de muy atrás en el tiempo, durante otros gobiernos venezolanos. Desde el intento de usurpación de los derechos venezolanos sobre Los Monjes, la provocación de la fragata Caldas en el Golfo de Venezuela
El poder fáctico colombiano ha estado involucrado en múltiples operaciones contra Venezuela: comerciales financieras en la frontera, con el contrabando de extracción, con la actuación de grupos paramilitares, infiltrando unidades a través de la frontera a fin de generar actos terroristas en territorio venezolano.
Uribe instrumentó una alianza con la oposición venezolana golpista, a la que orientó y financió abiertamente, e incluso se lamentó, en una insólita declaración, no haber tenido tiempo –siendo presidente– para atacar militarmente a Venezuela (a lo cual, por cierto, Chávez le contestó que lo que le faltó fueron cojones).
Santos, sibilino y de la aristocracia bogotana, intrigó en organismo internacionales y en gobiernos de la región para adelantar una campaña consistente en afirmar que con motivo de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, Maduro había acabado con la democracia venezolana, y se negó a reconocer su reelección.
El atentado que quiso acelerarlo todo
El 4 de agosto, durante la parada militar por el aniversario de la Guardia Nacional un grupo terrorista atentó con drones DJI M600 -de última generación, con un rendimiento de vuelo mejorando y una mayor capacidad de carga, utilizados con fines industriales y profesionales de diversos rubros, incluidos los militares- cargados de explosivos contra el presidente Maduro, para intentar conseguir por la vía del magnicidio lo que la oposición de ultraderecha no ha podido conseguir en una veintena de elecciones.
Tampoco lo logró con el golpe de Estado de 2002 contra el presidente Hugo Chávez, ni con el sabotaje petrolero de 2002-2003, ni con la desestabilización y las guarimbas de 2014 y 2017 desarrolladas éstas por sectores radical proestadouniodenses de la oposición venezolana, con el apoyo y financiamiento de Washington, Madrid y Bogotá , el aliento de la jerarquía conservadora de la Iglesia católica y los medios hegemónicos cartelizados, nacional y trasnacionales.
Ni siquiera con las sanciones y la guerra económica, y la guerra de Cuarta generación, con campañas de intoxicación mediática, sabotajes y actos violentos, con apoyo de la Organización de Estados Americanos y los gobiernos del llamado Grupo de Lima.
Según los expertos, uno de los drones usó como explosivo pólvora y pentrita y el otro pólvora y C-4 (explosivo plástico de uso militar utilizado en las operaciones de bandera falsa de la Red Gladio de la OTAN y también por agentes de la CIA para derribar la aeronave de Cubana de Aviación sobre Barbados, en 1976 (murieron 73 personas), y en el asesinato del excanciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, en Washington, ese mismo año.
Obviamente el Comando Sur estadounidense no detuvo sus planes por el fracaso del atentado con drones, que debía provocar –de acuerdo al plan- un asesinato en masa de líderes civiles y militares en Venezuela, el caos social y una guerra civil, sino que sigue tratando de generar divisiones en las Fuerzas Armadas bolivarianas, para impulsar algún levantamiento en guarniciones castrenses, como lo intentaran en el Fuerte Paramacay.
Los frustrados magnicidas confesaron que recibieron entrenamiento en la finca Atalanta en el departamento colombiano Norte de Santander, donde aprendieron a manejar drones, a cambio de 50 millones de dólares y residencia en Estados Unidos (no en Guantánamo).
Tras el atentado terrorista, la mayoría de los presidentes (¿conocían el plan?), mantuvieron silencio, minimizaron el incidente con drones, relativizaron el atentado o silenciaron la tentativa de magnicidio y el acto de terrorismo, y cuándo no, recuperando las nociones oscurantistas de siempre, lo calificaron como un “montaje”, “autoatentado” o “maniobra”. En los hechos estaban validando el (su) fracaso..
Colofón
Quedan muchas interrogantes: ¿Qué pasaría con los pueblos: aceptarían una guerra? ¿Es este todo el escenario deseado por todo el gran capital? ¿Qué actitud tomarían China y Rusia, por ejemplo? ¿Qué pasará en EEUU con las elecciones parlamentarias? ¿El gran capital seguirá apoyando a Trump o preferirá su reemplazo por Pence?
Sin duda hay que llamar a una actitud activa por la paz, crear conciencia de los peligros que corre Latinoamérica toda. Es la paz o la destrucción. Es el futuro de la región.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
VERSIÓN EN PORTUGUÉS
Com o fim da Unasul, a América do Sul se torna uma zona de guerra?
Aram Aharonian
Na Colômbia se respira uma atmosfera de ansiedade e instabilidade social após o assassinato de 330 líderes sociais, ameaça permanente aos jornalistas e o temor a que Iván Duque, o novo mandatário, se aventure em duas guerras: uma interna e outra contra a vizinha Venezuela.
“A única forma de tentar unir a nação é inventando um inimigo externo, para apelar ao nacionalismo, uma guerra contra os “castrocomunistas” venezuelanos, desviando a atenção da continuidade do genocídio interno e a crise social, econômica e financeira”, analisa o cientista político Camilo Rengifo Marín.
Durante quatro períodos presidenciais (dois de Álvaro Uribe e outros dois de Juan Manuel Santos, que também foi ministro da Defesa do seu antecessor), em época de “falsos positivos” (camponeses assassinados e vestidos com roupas de guerrilheiros para mostrar à imprensa supostas vitórias militares), a hipótese do conflito sempre esteve no ar, em guerras de microfones, e a melhor chance para isso é a intromissão direta em assuntos internos do vizinho do noroeste.
O manipulado noticiário político indica que Santos quis se despedir do governo apoiando a tentativa (frustrada) de magnicídio do presidente venezuelano Nicolás Maduro, no dia 4 de agosto passado. Mas essa última jogada do benemérito vencedor do Prêmio Nobel da Paz (2016), não saiu bem.
James Mattis, secretário de Defesa dos Estados Unidos visitou alguns países neste mês de agosto: Brasil, Chile, Colômbia e Argentina, com uma agenda que insistia no tema da instabilidade política e a suposta crise humanitária da Venezuela, que poderia afetar o cenário regional, junto com o temor por um conflito armado entre a Colômbia e a Venezuela após o fracassado atentado com drones explosivos contra Nicolás Maduro.
A turnê de Mattis visou reforçar os vínculos de Washington com o que considera o seu quintal continental, e o comunicado do Pentágono a respeito indica isso, apesar de que o país do norte não ofereceu ainda uma agenda positiva de cooperação. As alianças pan-americanas tem sido o ponto focal das visitas estadunidenses neste ano: o ex-secretário de Estado Rex Tillerson, seu sucessor Mike Pompeo e o vice-presidente Mike Pence fizeram o mesmo em suas passagens pela região, meses atrás.
O ministro da Defesa brasileiro, Joaquim Silva e Luna, disse que entendeu bem o que Mattis quis dizer: “há uma disputa comercial em todo o mundo, uma grande reorganização em todo o mundo, na Ásia, na União Europeia, é uma disputa de mercado” e acredita que é possível que o Brasil se beneficie de uma guerra comercial entre os Estados Unidos e a China.
Segundo Mattis, seu país apoia “decisões soberanas de Estados soberanos”, mas advertiu sobre as “contravenções de outros países”. O script parece ser o mesmo já usado em outras regiões, e buscará transformar a América Latina em um campo de jogo geopolítico estadunidense.
Outra preocupação do Pentágono é a reunião do G20 na Argentina, com um anfitrião que tem responsabilidades em defesa e segurança com os líderes do mundo “desenvolvido” de forma a permitir a presença de Donald Trump: como realizar um evento desse tamanho de forma discreta, sem deixar que as paixões nacionais se façam presentes? A proposta de Mattis foi a possível cessão de equipamentos e tropas para área específica, prevenção contra ciberataques e utilização de rastreadores de drones.
Nos países visitados, Mattis criticou a influência da presença dos rivais China e Rússia nos países da América do Sul. Afirmou que: “há mais de uma forma de se perder a soberania neste mundo. Não é só pelas baionetas. Pode se perder a soberania com países que chegam oferecendo presentes, grandes empréstimos de se transformam em dívidas massivas que depois não poderão ser pagas, como os entregues pela China a Venezuela e Filipinas”.
A visita de Mattis à região se produz após o encontro do principal comandante da Marinha estadunidense com seus colegas de Argentina, Brasil e Chile, em Cartagena, na Colômbia, durante a 28ª Conferência Naval Interamericana, que congregou os hierarcas navais dos quatro países mencionados, além do anfitrião, e também Canadá, Honduras, México, Nicarágua, Panamá, Paraguai, Peru e Uruguai.
Segundo o analista mexicano-uruguaio Carlos Fazio, a fachada para impor um bloqueio marítimo à Venezuela poderia ser o eufemisticamente chamado exercício naval multinacional Unitas Lix, do qual a Colômbia será anfitriã em setembro.
O atentado contra Maduro buscava transferir o poder sem demora às “autoridades civis legítimas da Assembleia Nacional”, presidida pelo opositor Julio Borges, após “liberar” uma zona do país e instalar ali um governo paralelo” que exerça funções determinadas por Washington, seus sócios da OTAN (Organização do Tratado do Atlântico Norte, que agora conta com a participação da Colômbia) e do Grupo de Lima.
Hoje, a produção de coca na Colômbia alcança níveis recorde, grupos armados ilegais lutam por territórios nos quais o Estado tem escassa ou nula presença e a onda de assassinatos de líderes e ativistas sociais nos últimos meses mostrar que a paz continua sendo um termino relativo.
Iván Duque, o novo presidente, quer reformular o acordo de paz com a guerrilha das FARC, que seu antecessor Juan Manuel Santos se absteve de implementar. Se não consegue levar o Estado às zonas rurais, hoje dominadas pelos narcotraficantes e paramilitares – ou no está interessado nisso – pouca coisa mudará nos país que registrou ao menos 260 mil mortes, 60 mil desaparições e mais 7 milhões de deslocados em toda a história do conflito.
Fim da zona de paz?
A coordenação conservadora entre vários presidentes sul-americanos foi capaz de desmontar os mais importantes avanços da integração entre os países de América do Sul, plasmada na conformação da União de Nações Sul-Americanas (Unasul) como bloco referencial das relações, reforçando a multipolaridade dos projetos integracionistas regionais e a declaração da região como zona de paz.
A potência econômica e política dos governos da Argentina e do Brasil, respaldados pelos presidentes do Peru, Chile, Colômbia e Paraguai (o denominado Grupo de Lima), começou sua tarefa destrutiva no último mês de abril, quando todos esses países determinaram “suspender sua participação” no organismo
O momento adequado para fazer esse movimento foi a assunção da Bolívia à presidência pro tempore da Unasul, após dois anos de sigilosos movimentos de fragilização e paralisia de todos os projetos integracionistas construídos à margem da influência e predomínio dos Estados Unidos: além da Unasul, o Mercosul (Mercado Comum do Sul), a ALBA (Alternativa Bolivariana para os Povos da América) e a CELAC (Comunidade dos Estados Latino-Americanos e Caribenhos).
Desmantelados os organismos de integração horizontal, regressa o poder do pan-americanismo idealizado pela Doutrina Monroe: a América para os (norte)americanos, administrado pela OEA (Organização dos Estados Americanos), sob a tutela de Washington. Contudo, mesmo esse organismo não é capaz de alcançar consensos, pois ao menos Nicarágua, Venezuela e Bolívia se opõem à intervenção em assuntos internos de outros países. E por isso os Estados Unidos tenta desestabilizar os governos com todos os meios possíveis,
A Unasul foi criada em 2008 e gerou dentro de si o Conselho de Defesa Sul-Americano, integrado por 12 países. Entre os seus propósitos principais estava o de consolidar a região como zona de paz e servir de contrapeso aos anseios intervencionistas do Pentágono nos exércitos locais, com fins de alinhamento e doutrinação.
Mas a contraofensiva conservadora e a ação do Comando Sul do Pentágono seguiram adiante. Em maio passado, Juan Manuel Santos anunciou que a Colômbia – que tem sete bases militares estadunidenses em seu território – havia sido aceita como “sócio global” da OTAN, máximo expoente das intervenções militares, abertas e encobertas, depois da Guerra Fria. Agora, o Chile quer seguir o mesmo caminho.
Com a ajuda de Kevin Whitaker, embaixador estadunidense em Bogotá, o novo presidente colombiano, Iván Duque (apadrinhado por Álvaro Uribe, o ex-mandatário ligado ao narcotráfico e ao paramilitarismo), quer dar o que ele considera ser um golpe de mestre: um plano desenhado pelo almirante Kurt Tidd, chefe do Comando Sul, que espero derrubar o governo bolivariano através de uma “operação militar sob a bandeira internacional, patrocinada pela Conferência dos Exércitos Latino-Americanos, sob a proteção da OEA e a supervisão, no contexto legal e midiático do secretário-geral desse organismo, o diplomata uruguaio, Luis Almagro”.
Segundo o que se sabe no Congresso estadunidense, Duque tem uma estratégia para negociar com os Estados Unidos uma dispensa para a Colômbia das taxas de importação de aço e alumínio: usar como moeda de troca a colaboração na guerra encoberta do Pentágono contra a Venezuela, através da fronteira colombiana.
No começo de julho, antes de assumir a Presidência, Duque foi a Washington negociar com o vice-presidente Mike Pence, o secretário de Estado, Mike Pompeo, a diretora da Agência Central de Inteligência (CIA, por sua sigla em inglês), Gina Haspel, e o assessor de Segurança Nacional, o superfalcão John Bolton.
Um Pence “preocupado” pela suposta ameaça à Colômbia por parte da “ditadura” de Maduro – como já havia manifestado a Santos em sua passagem pela reunião da Cúpula da OEA, em Lima – solicitou o apoio do presidente Trump em matéria militar e de inteligência.
Em 10 de agosto, três dias após assumir a Presidência, Duque anunciou a saída “irreversível” da Colômbia da Unasul e advogou pela aplicação da Carta Democrática da OEA contra a Venezuela, prometendo que levaria Maduro à Corte Penal Internacional – mesma instância onde Uribe está acusado por crimes de lesa humanidade, assim como os mexicanos Felipe Calderón e Enrique Peña Nieto.
Um dia antes, na sede da chancelaria colombiana em Bogotá, o novo ministro de Relações Exteriores, Carlos Holmes Trujillo, se reuniu com Julio Borges, apontado como um dos coautores intelectuais do frustrado magnicídio do presidente venezuelano Nicolás Maduro, para expressar o “apoio incondicional” do governo de Duque para “resgatar a democracia e a legalidade na Venezuela”.
Gustavo Álvarez Gardeazábal, ao criticar as declarações de Duque em Washington – quando esse afirmou que lideraria um bloco latino-americano contra Maduro – advertiu sobre o fato de que um presidente assim não está de acordo com a ideologia de uma nação, e não pode começar a fazer declarações contra o princípio do respeito soberano mútuo. E afirmou que se chegar a acontecer efetivamente uma guerra contra o vizinho, o mais provável para ele é que a Colômbia seja derrotada, “pois a Venezuela está melhor armada que nós”.
A jornalista María Jimena Duzán, em sua última coluna antes de ser ameaçada, recordava as declarações do general da reserva Leonardo Barrero (“preparem-se, porque voltaremos à guerra”) e se perguntava qual será o alvo principal deste novo conflito anunciado: os líderes sociais que já estão morrendo como moscas, os oito milhões de cidadãos que votaram por Petro, as dez milhões de pessoas que votaram por Duque e que ainda acreditam nos “passarinhos no céu” (figura usada pela campanha eleitoral de Duque para mostrá-lo como uma figura menos belicista)?
Paralelamente, desde junho há um contingente de “capacetes brancos) da chancelaria argentina atuando em regiões fronteiriças com a Venezuela, como Cúcuta e Maicao. Gabriel Fucks, ex-líder desses “contingentes de paz”, afirmou que a missão na fronteira colombiano-venezuelana, mais que uma ação de assistência sanitária, forma parte de uma política de pressão contra a Venezuela.
Não é de se estranhar que o governo de Mauricio Macri queira participar dos planos estadunidense-colombianos, tendo em vista sua posição subordinada na OEA. Macri também distribuiu pelo território argentino uma nova rede de bases militares estadunidenses: uma em Neuquén, no estratégico sul patagônico, perto da reserva de gás de Vaca Muerta, financiada pelo Comando Sul e por grupos de “ajuda humanitária” e duas na Terra do Fogo, a de Tolhuin e a de Ushuaia.
Uma vasta fronteira em chamas
A maior parte dos problemas ocorridos historicamente – e que continuam ocorrendo na extensa fronteira comum de mais de 2,2 mil quilômetros entre Venezuela e Colômbia, é gerada pela atitude do establishment colombiano, que em alguns casos parece buscar a instalação de conflitos bélicos, às vezes alegando supostas reivindicações territoriais.
Essas tensões servem para desviar a atenção da violência de seis décadas na Colômbia, que já é parte da normalidade nesse país, e que contrasta com a existência de sistemas sociais, econômicos e políticos contrapostos. A mensagem da política colombiana e dos meios de comunicação hegemônicos não mudou: sua linguagem é agressiva, beligerante, xenófoba e permanentemente ameaçadora.
O jornalista José Vicente Rangel, que já exerceu os cargos de vice-presidente e de chanceler da Venezuela, comenta que a provocação na política sempre configura a base das posturas aventureiras.
A oligarquia e a direita colombianas têm planos políticos e militares contra Venezuela, que não nasceram agora, e que são estimuladas de alguma forma pelo processo bolivariano, contra o qual dizem ter discrepâncias de carácter ideológico. Esses interesses vêm de muito tempo atrás, desde a tentativa de usurpação dos direitos venezuelanos sobre o arquipélago de Los Monjes.
O poder fático colombiano está envolvido com muitas operações contra a Venezuela: disputas comerciais na fronteira, com o contrabando de extração de petróleo, com a atuação de grupos paramilitares, infiltrando unidades no país vizinho através da fronteira, a fim de gerar atos terroristas em território venezuelano, entre outros.
Uribe instrumentalizou uma aliança com a oposição venezuelana golpista, a qual orientou e financiou abertamente, e inclusive se lamentou, numa insólita declaração, por não ter tido tempo, quando foi presidente, de atacar militarmente a Venezuela – o que, por certo, Chávez respondeu que foi por causa de sua falta de colhões.
Santos, representante da aristocracia bogotana, apostou em intrigas dentro dos organismo internacionais e junto aos demais governos da região para conformar uma campanha consistente contra a Assembleia Nacional Constituinte lançada por Maduro, a qual dizia que “acabou com a democracia venezuelana”.
O atentado que quis acelerar tudo
Em 4 de agosto, durante a parada militar pelo aniversário da Guarda Nacional Bolivariana (GNB), um grupo terrorista atentou contra a vida do presidente venezuelano Nicolás Maduro, com drones DJI M600 de última geração, rendimento de voo melhorado e maior capacidade de carga, e que levavam explosivos tentar, pela via do magnicídio, o que a oposição de ultradireita é foi capaz de conseguir pela via eleitoral.
Direta essa que tampouco obteve sucesso através do golpe de Estado de 2002, contra o presidente Hugo Chávez. E tampouco com a sabotagem petroleiro (2002-2003), ou com a desestabilização social e as barricadas entre 2014 e 2017, impulsadas pelos setores mais radicais e pró estadunidenses da oposição venezuelana, com o apoio e financiamento de Washington, Madrid e Bogotá, o estímulo da hierarquia conservadora da Igreja Católica local e os meios hegemônicos cartelizados, dentro e fora do país.
Não se conseguiu nem mesmo com as sanções e a guerra econômica, ou a guerra de quarta geração, com campanhas de intoxicação midiática, sabotagens e atos violentos apoiados pela OEA e pelos governos do Grupo de Lima.
Segundo os especialistas, um dos drones usava como explosivo materiais como pólvora e pentaeritrina, e outro trazia pólvora e C-4 – explosivo plástico de uso militar utilizado nas operações de bandeira falsa da OTAN, e também por agentes da CIA para derrubar a aeronave da empresa Cubana de Aviação, no atentado terrorista em Barbados, em 1976, no qual morreram 73 pessoas, além do assassinato político do ex-chanceler de Salvador Allende, Orlando Letelier, em Washington, também em 1976.
Obviamente, o Comando Sul estadunidense não freou seus planos por causa do fracasso do atentado com drones – que deveria provocar, segundo o plano um assassinato em massa de líderes civis e militares, o caos social e uma guerra civil. As operações continuam buscando semear a divisão dentro das Forças Armadas bolivarianas, para promover algum levantamento das guarnições como o que tentaram fazer no ano passado, no Forte Paramacay.
Os magnicidas frustrados confessaram que receberam treinamento em um sítio no norte da Colômbia, onde aprenderam a manejar os drones, em troca de 50 milhões de dólares e a garantia de residência nos Estados Unidos (não em Guantánamo).
Após o atentado terrorista, a maioria dos presidentes (conheciam o plano?), mantiveram silêncio, minimizaram o incidente, relativizaram o ataque ou silenciaram a tentativa de magnicídio e o ato de terrorismo. Quando não, recuperando as noções obscurantistas de sempre, o qualificaram como uma “montagem”, “auto atentado” ou “manobra”. Na prática, confirmaram que todos participaram do fracasso.
Conclusão
Ficam abertas muitas interrogações: o que aconteceria com os povos se o conflito realmente se tornar concreto? Aceitariam a guerra? Esse é o cenário desejado por todo o grande capital? Que atitude tomariam China e Rússia, por exemplo? O que aconteceria com os Estados Unidos, que terá eleições parlamentares este ano? O grande capital seguirá apoiando Trump ou preferirá sua substituição Pence?
Sem dúvida, será preciso apelar a uma postura mais ativa em favor da paz, criar consciência sobre os perigos que a América Latina toda enfrenta. É a paz ou a destruição. É o futuro da região que está em jogo.
Aram Aharonian é jornalista e comunicólogo uruguaio, fundador do canal TeleSur e presidente da Fundação para a Integração Latino-Americana (FILA)