La «sorpresa» chilena

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Pedro Brieger|
Las recientes elecciones en Chile son un buen ejemplo de cómo las encuestas definen el estado anímico de políticos, periodistas, académicos y del público en general, frente a un hecho tan relevante como un proceso electoral. Por dicho motivo, a medida que se iban conociendo los datos oficiales la palabra “sorpresa” pasó a estar en boca de todos. La sociedad chilena parecía convencida de que el expresidente Sebastián Piñera (2010-2014) lograría cerca del 44 por ciento de los votos, y algunos analistas y consultores incluso se atrevieron a vaticinar en público su triunfo en primera vuelta.

 

Las encuestas diseñaron una realidad virtual que convenció a propios y ajenos del inexorable triunfo de Piñera. Cuatro de las encuestadoras más importantes y conocidas le auguraban entre el 40 y el 45 por ciento de los votos (CEP 44%, CADEM 45%, ADIMARK 40%, CERC-MORI, 44%). Las cuatro sostenían que Piñera obtendría más votos que Alejandro Guillier -continuador de Michelle Bachelet- y de Beatriz Sánchez del Frente Amplio de izquierda juntos. Sin embargo, la suma de Guillier y Sánchez superó el 42%, seis puntos más que el magro 36% obtenido por Piñera.

No es este el lugar para examinar la metodología de las encuestadoras, pero sí para resaltar que los medios de comunicación y las encuestadoras –en su inmensa mayoría opositores al gobierno de Bachelet- fueron montando durante meses un escenario de una sociedad inclinada hacia la derecha a tono con un magro 23% de aprobación a la gestión de la presidenta, tal como señaló en una encuesta el Centro de Estudios Públicos (CEP) días antes de las elecciones. En dicho relevamiento, el 53% desaprobaba su gestión, el 21% no aprobaba ni desaprobaba y el 3% no sabía ni contestaba. De la misma manera que en Brasil las encuestas contribuyeron a minar el gobierno de Dilma Rousseff, la poca aprobación de Bachelet parecía indicar el fin de su gobierno y el retorno de la derecha al poder.

La conclusión lineal de los datos aportados por las encuestadoras era que esta desaprobación se trasladaría en votos a Piñera. Empero, estos análisis no tomaron en cuenta que en los últimos años crecieron diferentes movimientos y expresiones sociales que le pedían a Bachelet una definitiva ruptura con el andamiaje político y social construido por la dictadura de Pinochet entre 1973 y marzo de 1990.

Apenas Bachelet asumió como presidenta en 2006 tuvo que enfrentar una importante protesta de los estudiantes secundarios que pedían una reforma educativa que nunca llegó. Tres años después, Marco Enríquez Ominami rompió con el Partido Socialista porque le negaron la posibilidad de competir internamente la candidatura presidencial con Eduardo Frei -quien fue derrotado por Sebastián Piñera en 2009- y su candidatura independiente obtuvo el 20% de los votos, lo que ya reflejaba el desarrollo de nuevas alternativas políticas. En 2011, ya con Piñera presidente, los estudiantes universitarios (apoyados por los secundarios) se movilizaron masivamente durante meses para pedir una profunda reforma del sistema educativo, lo que fue respondido parcialmente por Bachelet en su segundo mandato que comenzó en marzo 2014.

Pero las movilizaciones no cesaron y aparecieron nuevas demandas, como una reforma estructural del sistema de pensiones privados (AFP) impuesto durante la dictadura y que, en vez de garantizar un retiro satisfactorio para sus aportantes, resultó ser un gran negocio para un puñado de empresas. Y a esto se le sumó la creciente demanda de una Asamblea Constituyente para dejar definitivamente en el pasado el andamiaje construido por la dictadura de Augusto Pinochet y refundar la Nación sobre nuevas bases. Son estos elementos los que explican la aparición del Frente Amplio como tercera fuerza política en el país y cuyo anticipo fueron las elecciones municipales de 2016 y la elección de Jorge Sharp como alcalde de Valparaíso, la tercera ciudad en importancia de Chile.

Esto quiere decir que las encuestas le presentaron a la sociedad un rechazo a las reformas políticas que impulsó Bachelet por considerarlas demasiado “radicales”, a tono también con las críticas de la Democracia Cristiana que marchó por separado de la coalición gobernante y obtuvo apenas el 5,7% de los votos. Pero la mayoría de los analistas ignoraron -y menospreciaron- el deseo de radicalización de los cambios que se expresaban dentro de la coalición que apoya a Bachelet y por fuera con el 20% de los votos que sumó el Frente Amplio y el 7% que recibieron otras fuerzas de izquierda sumadas, entre ellas el propio Ominami. Por esta razón, El Mostrador se atrevió a titular el lunes 20 de noviembre que Chile había amanecido “mirando a la izquierda”.

Si bien en política uno más uno no siempre es dos, ahora Guillier aparece como el favorito para el 17 de diciembre porque todas las fuerzas que rechazan a Piñera suman cerca del 55% de los votos. Claro que una segunda vuelta entre dos candidatos es una nueva elección, y Guillier debería aprender de las huestes de Piñera que se apresuraron a vender la piel del oso antes de cazarlo.

*Sociólogo, analista internacional argentino, director de Nodal

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