Chile, en busca de un futuro, que hoy se avizora negro
Cecilia Vergara Mattei| El mensaje cívico de las elecciones municipales, que tuvo participación de apenas el 35% del electorado, no deja lugar a dudas: es el repudio a la casta política y su corrupción y, con un poco de especulación, puede ser expresión del reclamo por una política distinta, decente, leal al pueblo y sobre todo participativa.
Lo cierto es que en Chile hay una verdadera retahila de marchas, movimientos, peticiones, demandas, concentraciones y declaraciones de índoles diversas que demuestran cuán atomizada políticamente está hoy la sociedad pero, hasta ahora, no ha servido para provocar los cambios de fondo que esa sociedad requiere. Quizás, porque no existe una orgánica en la cual puedan insertarse tales demandas, así como tampoco hay un liderazgo que las guíe.
Hoy, la que fuera la institución más prestigiosa, que luchó contra los abusos de la dictadura de Pinochet, la Iglesia Católica, carece de credibilidad a causa de los escándalos de pedofilia y sostén al Opus Dei y a la derecha económica.
La resignación ante la interminable “transición a la democracia” ha llevado a la despolitización a vastos sectores populares, víctimas indefensas de una estrategia de dominación implacable que busca estrujar hasta la última gota las energías del pueblo y hasta el último gramo las riquezas de la montaña, del campo y del mar de Chile.
La casta política se ha esmerado en apuntalar la institucionalidad y el sistema capitalista desorbitado que implantó la dictadura. Ese caserón desvencijado amenaza desplomarse y descargar una nueva tragedia sobre el pueblo.
Aquellos que diseñan el imaginario colectivo desde el poder fáctico y las concentrados y cartelizados medios de comunicación, no tienen intención de que nada cambie y por eso siguen lanzando candidatos que la gente ya desprecia. La clase política –también aquellos que se dicen progresistas, de izquierda- transitan por el mismo andarivel: hoy hay 22 candidatos presidenciales que las encuestadores ya miden con guarismos muy bajos.
La derecha chilena siempre ha sabido sacar ventaja de todas las situaciones en las que se derraman escandaleras públicas. Si la derecha se separa no significa que se atomice dispuesta a experimentar el requiescat in pace partidista, sino para repartir sus huevos en varias canastas y sin renunciar jamás a su objetivo común y principal, el control fáctico y formal del país.
Hoy, en medio de la crisis integral que sacude a la actividad política, y del vendaval electoralista que tiene a la derecha chilena con bajos índices de aprobación ciudadana, los viejos patricios conservadores, y sus ahijados pinochetistas entienden que la moda necesaria se llama “republicanismo”, señala Arturo Muñoz. Pero habría que definir bien a la derecha: es la misma que, en la alternancia, ha seguido desde la caída de la dictadura, consolidando la supremacía de las 12 familias que realmente tienen el poder en Chile.
Una izquierda sin rumbo
Para la izquierda, dispersa y sin rumbo, se vuelve a plantear la oportunidad de levantar una alternativa de cambio, que conduzca a una Asamblea Constituyente para echar las bases de una nueva institucionalidad, democrática y participativa, saliendo definitivamente de las imposiciones de una Carta Magna dictada por Augusto Pinochet. Para cambiar la Constitución, dice ella misma, se necesitan dos tercios de los votos del Congreso.
No existe una alternativa nacional en las urnas, y ejemplo de ello ha sido el “batacazo” de la triunfante candidatura independiente del joven Jorge Sharp en Valparaíso: existe un rechazo a la politiquería.
Los medios hegemónicos insisten en que la realidad impone a la izquierda un repliegue indefinido, borrando del vocabulario y del pensamiento cualquier referencia al socialismo, sometiéndose a la voluntad del capitalismo ¿Una mea culpa por el fracaso de la Unidad Popular de Salvador Allende? Lo malo de todo eso, es la derrota cultural de la izquierda tradicional, que ha “comprado” esta “realidad”.
Para la izquierda, el desafío consiste en retomar la iniciativa que la violencia reaccionaria y golpista asesinó hace 43 años. No se trata de repetir una historia sino escribir la propia y nueva historia y, en la práctica, corregir los errores del pasado y los de ahora. El desafío es construir la fuerza social y política que permita reorganizar la izquierda. Las instituciones y partidos del neoliberalismo están agotados por la corrupción y por su distanciamiento del pueblo.
Gabriel Boric, un exdirigente estudiantil devenido diputado, reivindica los derechos de las regiones frente al centralismo y afirma que a la izquierda emergente le falta imaginación para construir propuestas destinadas a superar el modelo neoliberal. Añade que debe superar su tendencia a desarrollar identidades cerradas, y afirma que la política debe hacerse de forma mucho más horizontal, en unidad con los movimientos sociales.
La corrupción reina
A las permanentes denuncias de corrupción de empresas, empresarios y corporaciones, se suman miles de documentos con los timbres “Secreto”, “Confidencial” y “Reservado” que han impedido o dificultado el control de innumerables actividades ilegales realizadas por el ejército, entre ellas las adquisiciones y transacciones de materiales bélicos, múltiples provisiones y servicios de todo tipo requeridos por los diversos comandos y direcciones de la institución castrense.
La falta de auditorías periódicas y los obstáculos puestos a la Contraloría General de la República desde los albores de la dictadura militar que derribó al presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, sembraron los gérmenes de la corrupción que se ha extendido por más de 40 años.
La podredumbre del sistema salta por todos lados, en un país-casino, lleno de salas de juego, donde los pobres tienen la posibilidad de devolverles su salario a sus patrones. Toda la estructura político-administrativa del país más desigual del mundo está diseñada contra la gente humilde, los sindicatos, los trabajadores, los campesinos, los pueblos originarios. el más desigual del mundo.
La libertad a la chilena, significa que la posibilidad de transitar por las carreteras dependa de pagar peaje a empresas privadas –obviamente aliadas al poder político- que han decaduplicado el capital invertido. En Chile, el Estado no puede participar en nada, porque el Tribunal Constitucional (que no elige la ciudadanía sino que es impuesto por la constitución pinochetista), se lo impide.
Los bancos y las instituciones que prestan dinero practican usura, con un mínimo de 20% de interés anual en un país con una inflación del tres por ciento. Miles de estudiantes quedan endeudados por los créditos que pidieron para poder estudiar (sigue vigente la lucha por la educación gratuita, laica y pública), con créditos usurarios avalados por el Estado.
Es un país por demás centralizado, con un Santiago donde se siguen construyendo grandes torres, comprando cada vez más vehículos, con un aumento permanente de una contaminación que asesina a miles de personas al año: la nube de smog no deja ver el cerro San Cristóbal.
Todo (o casi) está en manos privadas: agua, salud, alcantarillado, electricidad, los puertos -muchos en régimen de monopolio- y sin control. El 70% del cobre está en manos de privados y de multinacionales, que no pagan casi impuestos, con royalties muy pequeños, pese a que la Constitución lo prohíbe. Al cobre se lo llevan de Chile en bruto, sin valor agregado, pero junto a él, contrabandean el moliteno y el oro, por los cuales no pagan un centavo.
Las empresas casi no pagan impuestos, porque el sistema permite crear Fondos de Utilidades Tributables para hacer uso del dinero principalmente en actividades usureras, hasta el momento de la repartición de esas utilidades. También el dinero de las AFP –privadas, en manos del multinacionales estadounidenses-, de las jubilaciones, entra en el sistema de la usura: cobran por especular con el dinero del aporte de los trabajadores, recursos que muchas veces van a parar a paraísos fiscales.
Según estudios académicos, el 80% de los chilenos no entiende lo que lee (analfabetismo funcional), la mayoría carece de dinero para comprar los diarios ni tiempo para leerlos. La TV, las radios, los diarios, están en manos de los mismos grupos dueños de los bancos. Las grandes cadenas de distribución y los grandes almacenes, tiene sus propios bancos, porque ganan más dinero financiando las compras que vendiendo los productos.
El país está en manos de 12 familias y un Parlamento corrompido sigue aprobando leyes escandalosas a favor de “los 12 apóstoles” del establishment. Por ejemplo, la Ley de Pesca entegó los recursos del mar de Chile ad eternum a tres grupos económicos. Hoy, la sobrexplotación de los recursos marítimos ha llevado a que Chile a que casi no tenga pescados, mientras los criaderos de salmón han producido enfermedades en el mar del sur de Chile, que impiden la extracción de mariscos.
Los monocultivos forestales están destruyendo y desertificando las tierras del sur de Chile, con subvenciones estatales. La empresa nacional de petróleo está impedida de distribuir directamente la nafta (gasolina, bencina) y el diesel: se lo tiene que entregar a los monopolios privados para que lucren.
Los problemas persisten: segregación urbana, mala calidad de la salud pública y la educación, la imposición de centrales hidroeléctricas o de proyectos mineros que afectan a las comunidades, un país radicalmente desigual, la concentración mediática, el escaso patrimonio industrial
La opción es, hasta ahora, más de lo mismo, sea el candidato de los partidos socialista, radical, democristiano, de los distintos grupos de la derecha. Al menos hasta que se configure, que se construya una alternativa clara, evitando que la fragmentación del llamado campo popular se consolide, trabajando una unidad política y sobre todo programática.