Uruguay: El retorno de Lord Ponsonby como testaferro del Tío Sam
Luis Vignolo| Casi dos siglos después de la Convención Preliminar de Paz con la que el Imperio Británico -mediante la acción de Lord Ponsonby- inventó el Uruguay como estado tapón, Tabaré Vázquez informó sin anestesia que se está a la búsqueda de un Tratado de Libre Comercio con el Reino Unido de Gran Bretaña. Así, mediante declaraciones realizadas en Nueva York, desde el corazón del poder imperial, se conoció el retorno formal de los intereses británicos al Uruguay, es decir a “la llave de la Cuenca del Plata y el Atlántico Sur”. Intereses ingleses ya no sólo limitados al tema de las conexiones aéreas, marítimas y comerciales de Montevideo con Malvinas.
La noticia se difundió al mismo tiempo que el gobierno argentino da señales de claudicar ante los ingleses por la soberanía de las Malvinas en función de acuerdos petroleros, y se habla de instalar bases militares “logísticas” norteamericanas en Misiones y Tierra del Fuego (mirando por un lado al corazón continental sudamericano y por otro a las Malvinas, la Antártida y la ruta bioceánica). Tello, el viceministro de Defensa del muy conservador gobierno encabezado por Macri, al mismo tiempo que reivindicó el estatus de Argentina como socio extra OTAN de Estados Unidos -haciendo recordar los tiempos de las “relaciones carnales”-, informó que la colaboración en materia de Defensa con la potencia norteamericana incluirá la cooperación antártica y que Ushuaia se convertiría en una base logística con esa finalidad.
En realidad, el TLC pretendido con y por los ingleses no es una vuelta del Imperio Británico al Plata sino el retorno del arruinado Lord Ponsonby como testaferro del Tío Sam. Con el Brexit los ingleses debieron decidir entre Estados Unidos y Europa, como Eric Hobsbawm predecía que debía ocurrir. Y eligieron sin dudas por la potencia norteamericana, por la “relación especial” anglo-americana, liderados en la campaña por el norteamericano-británico Boris Johnson, nacido en Nueva York.
La unión angloamericana que Churchill bautizó como “relación especial”, tiene en el plano militar la antigüedad y la profundidad de una alianza que atravesó dos Guerras Mundiales y la Guerra Fría, formalizada por los tratados y acuerdos militares entre EE.UU. y Reino Unido vigentes desde hace unos 70 años, antes de nacer la OTAN.
Con posterioridad al Brexit y la elección de May como Primera Ministra, la más importante decisión del parlamento británico ha sido la renovación del programa nuclear del Reino Unido, con votos conservadores y laboristas. Lo que casi no se ha informado es que el armamento atómico británico depende esencialmente de los norteamericanos.
El Acuerdo de Defensa Mutua de 1958 entre Estados Unidos y el Reino Unido destinado a la cooperación en armamento nuclear, regula desde entonces el apoyo norteamericano en esa materia, incluido el intercambio de materiales nucleares. En la década del 70 un informe sobre proliferación señaló que en muchos casos la tecnología nuclear y de misiles británica depende de la tecnología norteamericana y no puede ser usada sin permiso de los Estados Unidos. Por otra parte, la construcción de la primera bomba atómica fue el resultado de un proyecto angloamericano, en el que cooperó también Canadá. De modo que la reciente decisión del parlamento británico sobre el tema nuclear es una reafirmación implícita pero evidente de la alianza con el poder norteamericano.
Desde antes aún, el acuerdo angloamericano BRUSA de 1943, seguido por el UKUSA de 1946 (extendido con carácter pan-anglosajón a Canadá, Australia y Nueva Zelandia), rige la cooperación militar en materia de operaciones de inteligencia, espionaje satelital y de comunicaciones, incluidos Internet y las redes sociales. Es el Club de los Cinco Ojos revelado por Snowden. Mediante estos sistemas Estados Unidos cooperó con los ingleses contra Argentina durante la Guerra de las Malvinas y espía actualmente a nuestros gobiernos (como se supo especialmente que hizo con los gobiernos brasileños de Lula y Dilma, para luego darle información reservada a los opositores golpistas).
Otra señal importante de la geopolítica británica posterior al Brexit fue la duda del gobierno de May acerca del proyecto de central nuclear Hinkley Point financiado parcialmente por China, argumentando el riesgo de sabotaje informático de la central por parte de empresas dependientes de Estados extranjeros. Aunque el proyecto se desbloqueó tras imponerle nuevas condiciones, el gobierno británico anunció un nuevo marco legal para las inversiones extranjeras en infraestructuras estratégicas, preocupación que evidentemente no tiene respecto de Estados Unidos.
Al mismo tiempo la alianza angloamericana apoya el fortalecimiento de la OTAN en la Europa post Brexit con el despliegue de cuatro batallones multinacionales en los países bálticos, encabezados tres de ellos respectivamente por EE.UU., Reino Unido y Canadá (los tres miembros del Club de los Cinco Ojos que integran a la vez la OTAN). Se estimula así la lógica de nueva Guerra Fría contra Rusia, mencionada porBrzezinski, que es utilizada para dominar a Europa. Mientras tanto Estados Unidos y el Reino Unido se oponen enérgicamente a la creación de una fuerza militar europea al margen de la OTAN.
En nuestra región, el Atlántico sur es surcado por submarinos norteamericanos e ingleses y los gobiernos estadounidense y canadiense bloquearon una declaración del Atlántico sur como zona de paz, libre de armamento nuclear.
No en vano el recordado general Licandro decía en sus últimos años que los ingleses hacían tareas para los norteamericanos en el Atlántico sur y en el cono sur sudamericano. Ya sostenía Methol Ferré que los verdaderos ocupantes de las Malvinas son los estadounidenses y que los ingleses fueron los gurkhas de los estadounidenses en la guerra por las islas del 82.
En el orden de los tratados comerciales el Reino Unido post Brexit tendrá que negociar un TLC con Estados Unidos, como proponen políticos republicanos norteamericanos, independientemente de si para ello los ingleses quedan al final o al principio de la cola. Se puede apostar con total seguridad, que a pesar de las palabras de Obama anteriores al Brexit y cualquiera sea el resultado de la elección entre Trump y Hillary Clinton, no quedarán últimos los británicos entre los pretendientes de acuerdos económicos con Estados Unidos.
También buscarán otros TLC por fuera de la UE
En lo que a América Latina se refiere, ya se maneja la hipótesis de un TLC británico con la Alianza del Pacífico en conjunto o tratados con cada uno de sus miembros. Se reforzaría así, con la acción inglesa, la política norteamericana de apoyo a la Alianza del Pacífico como una especie de ALCA en menor escala, a su vez orientado al estratégico TPP (Tratado Transpacífico).
El anuncio en Uruguay del pretendido TLC con los británicos se suma a un tsunami de tratados de libre comercio bilaterales que estaría procurando el gobierno: con la Unión Europea, Chile, Perú, Colombia y China. No sería raro que en poco tiempo conozcamos negociaciones similares con otros países. De concretarse tal estrategia se estaría liquidando el Mercosur como bloque, reduciéndolo a una zona de libre comercio en la que cada país negociaría individualmente TLC bilaterales y plurilaterales. Sería la desintegración de la integración. La sustitución del proyecto de integración para la liberación por la integración para la dependencia, al decir de Vivian Trías.
El sometimiento a la lógica de las transnacionales que dominan y redactan los textos de estos tratados. Así como la supeditación a la voluntad de poder norteamericano que desde su documento Estrategia de Seguridad Nacional, firmado por Obama en febrero del 2015, enuncia como objetivos el TPP (el tratado transpacífico), el TTIP (tratado transatlántico) y los acuerdos para la liberalización del comercio de servicios, es decir el TISA. Por si fuera poco, el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, dijo en Montevideo unos meses atrás, que el TPP es “la versión siglo XXI de la Guerra del Opio” y que ese tratado no estimulará el comercio, sino que impulsará una catarata de demandas contra los Estados por parte de las transnacionales.
La restauración oligárquica e imperial en la mayor parte de América Latina, con Temer y Macri a la cabeza, impulsa la descomposición política y comercial del Mercosur. Para colmo el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso dijo recientemente en Montevideo: “Brasil es un animal grande que pisa fuerte porque tiene pata grande” y “viene con pata pesada para la región”.Semejante expresión de prepotencia descarada hace recordar el subimperialismo brasileño del que hablaba Vivian Trías en otras épocas. De paso quieren echar a Venezuela a las patadas, violentando todas las normas e inventando un “consenso” por votación mayoritaria, inaudito, grotesco e indefendible.
En este contexto la propuesta de TLC con el Reino Unido no puede ser considerado un mero asunto comercial. No es libre comercio, ni siquiera es mero comercio, porque implica limitaciones a la soberanía, la democracia y los derechos de los ciudadanos. Sí es parte del proyecto geopolítico norteamericano y de los intereses de las transnacionales del complejo industrial-militar-financiero centrado en Washington, embarcados en la nueva Guerra Fría, a favor de una especie de ALCA global y de la globalización de la OTAN. Por eso el retorno de Lord Ponsonby al Plata es un riesgo para la paz de América del Sur.