La teoría brasileña de los hechos consumados, enemiga y saboteadora de la integración
Aram Aharonian| El gobierno golpista brasileño, aún siendo interino, ha tomado las banderas de la dictadura en lo que respecto a aplicar la teoría de los hechos consumados y de injerencia en los asuntos internos de los demás países, con su intención manifiesta de ser el “subimperio” regional, al servicio de Washington y de los intereses de las grandes corporaciones trasnacionales.
Hoy, trata de imponer, con el apoyo irrestricto de la prensa hegemónica y cartelizada de la región y la global, del gobierno stronista paraguayo y la cicolotímica política de la canciller argentina Susana Malcorra, el imaginario colectivo de una crisis en el Mercosur, supuestamente provocada por el gobierno constitucional venezolano, como forma de invisibilizar el principal problema de la región, el nuevo golpe de estado en Brasil.
El canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa, quien contó los entretelones de la trama ante la Comisión de Asuntos Internacionales de la Cámara de Representantes (según consta en la transcripción oficial de su comparecencia), afirmó que Paraguay, Brasil y Aregntina le hacen “bullying” a Venezuela y que canciller de Brasil, José Serra, pareció querer “comprar el voto de Uruguay”.
“La decisión adoptada por parte de nuestros socios mercosurianos es eminentemente política: lo digo con todas las letras. Se saltean lo jurídico, y aduciendo razones que no están aquí, quieren eludir, erosionar, hacer bullying a la presidencia de Venezuela. Esa es la pura verdad”, dijo. Serra, sin dudas, es ariete de este intento por convertir a su país en el referente
En Derecho penal, el hecho consumado hace referencia al ya ejecutado por completo que da lugar a un delito consumado, por oposición al no consumado (tentativa, frustración, conspiración, proposición y provocación para delinquir), con diferentes consecuencias penales según el grado de consumación alcanzado.
Sin embargo, y a pesar de estas acepciones jurídicas, donde el hecho consumado adquiere mayor importancia es en el concepto que del mismo elabora la teoría de los hechos consumados. Para ella, que supone el reverso de la teoría del Derecho.
El hecho consumado es aquél que una vez realizado, ya sea de forma legal o ilegal, consolida por el transcurso del tiempo y por la tolerancia de terceros, un determinado estado de cosas. Se trata pues de hechos, actos y situaciones que adolecen de un vicio en la concepción, el origen o en su formación, calificables de ilegales, pero que el amaño, el silencio, la imposición de imaginarios colectivos, el tiempo o la propia fuerza ha sancionado.
A partir del golpe militar de 1964 la política externa brasileña para América del Sur se ha basado oficialmente en la doctrina geopolítica de los «círculos concéntricos» adoptada por el dictador Castello Branco y su canciller Vasco Leitao da Cunha, según la cual América del Sur se constituye en una zona de influencia directa de Brasil, el «primer círculo» de su influencia. Sus corolarios fueron sangrientas dictaduras, torturas, asesinatos y desapariciones y la imposición del llamado Plan Cóndor, coordinado con las otras dictaduras que Brasil ayudó a instarurar en la región.
El resultado para Brasil fue el surgimiento de la imagen de un país con aspiraciones «hegemónicas», y aun incluso de una teoría, la del «subimperialismo», intentando explicar el expansionismo brasileño como consecuencia de una especie de delegación, consciente o no, de los Estados Unidos , sin necesidad siquiera de un trabajo cultural, ideológico y político. La formulación más conocida de esta doctrina se encuentra en «Geopolítica do Brasil» del general Golbery do Couto e Silva.
En Brasil la conciencia de la presencia amazónica se ha manifestado históricamente bajo tres o cuatro formas corrientes, de las cuales las más importantes han sido: a) la de una región que se constituye en un gran vacío y b) la de una región bajo permanente codicia internacional. Es que la Amazonia representa un 32% del territorio brasileño. El primer gran intento reciente de internacionalización de la Amazonia
Un poco de historia
En la década de 1970, el brasileño Paulo Schillig señalaba que la idea de los key countries, de las leading nations, de los delegados de la metrópoli, puesta en práctica en forma intensiva por Henry Kissinger al frente del Departamento de Estado durante los gobiernos de Nixon y Ford, no es en absoluto original: ya en carta a Strangford, en abril de 1808, el canciller inglés Canning proponía «convertir a Brasil en un emporio para las manufacturas británicas destinadas al consumo de América del Sur«. Canning defendía la tesis de establecer en Brasil un imperio fuerte destinado a mantener el «orden» y asegurar los intereses europeos entre las convulsionadas y «anárquicas» repúblicas que habían surgido en Hispanoamérica.
El imperio esclavista brasileño actuaba como delegado, «gendarme» de la corona británica, , representante de la civilización europea, encargado de la manutención, a lo largo de todo el siglo XIX, de la «paz británica» y de los intereses europeos en el subcontinente.
Cuando esa paz y esos intereses eran amenazados por el surgimiento de un gobierno con tendencias nacionalistas, que con su barbarie intentaba impedir el pleno dominio europeo- como Rosas en la Argentina y Solano López en el Paraguay-, el imperio de los Braganças intervenía para restablecer el orden y mantener abiertos los conductos de la expoliación. Era una estrategia inteligente, eficiente, cómoda y barata (para el imperialismo de turno, es obvio) y ello explica que un siglo después se tornara en uno de los puntales de la estrategia global de Kissinger.
En la segunda mitad del siglo XIX empiezan a producirse cambios en ese simple y eficiente sistema de poder imperial. Brasil, después de haber vivido los ciclos económicos del palo brasil, del azúcar y del algodón, del oro, pasó a vivir el auge del café. Se transformó en el gran productor y exportador del producto. Y Estados Unidos, en su gran consumidor. Como los ingleses seguían tomando té, el centro exterior de poder y decisión de Brasil pasó a dislocarse gradual, pero firme e irreversiblemente, de Inglaterra hacia Estados Unidos.
Estados Unidos, al conseguir desarrollar su propia revolución industrial, surgía a los ojos del continente americano, como una potencia emergente, sobre todo a partir de la asunción al mando de Theodore Roosevelt, cuando pasó a actuar en nuestra región un nuevo y agresivo imperialismo: el estadounidense.
Pero –explica Schilling- Uruguay y Argentina consolidaban su posición en el seno del Imperio Británico, por motivos económicos de origen alimentario. Los ricos campos uruguayos y la pampa húmeda argentina proveían dos productos decisivos para aquella etapa de la revolución industrial y del imperialismo inglés: carne barata para la población inglesa (que significaba salarios baratos para la burguesía industrial británica) y lana barata que permitía que la industria textil inglesa dominase el mercado mundial.
Esas vinculaciones económicas determinaron posiciones políticas diametralmente distintas de Brasil y de la Argentina dentro del sistema interamericano. Así, los representantes diplomáticos de las clases dominantes de Buenos Aires se negaban a aceptar la hegemonía norteamericana sobre todo el continente, fundada en la Doctrina Monroe, y la plena aceptación de las clases dominantes brasileñas de esa dominación.
La réplica argentina a la doctrina yanqui era expresada por Domingo Faustino Sarmiento: «Argentina para el mundo», significando Europa y especialmente Inglaterra. Ya en la 1ª Conferencia Panamericana, realizada en 1889 en Washington, el canciller argentino Roque Sáenz Peña se oponía vigorosamente a las iniciativas hegemónicas del secretario de Estado yanqui James G. Blaine.
El documento final de la conferencia consignó que «una nación no tiene, ni reconoce en favor de los extranjeros, ninguna obligación o responsabilidad que no sean las establecidas para los ciudadanos, en casos semejantes, por la Constitución y las leyes»
A esa sumisión política de Brasil se sumaba la siempre creciente dependencia económica. Esa múltiple situación de dependencia generaría una nueva serie de privilegios en favor de los capitales norteamericanos. El estado de Amazonas fue prácticamente «loteado» entre subsidiarias de la Standard Oil. La Ford consiguió enormes concesiones territoriales para efectivar plantations de «Hevea brasiliensis», el árbol del caucho.
Los más grandes yacimientos de hierro del mundo fueron entregados a empresas como Itabira Iron. Brasil era un país en remate. Si se hubiese mantenido por algunas décadas más la evolución «entreguista», Brasil habría sido una estrella más en la bandera norteamericana, asegura Schilling..
Sin embargo, con la revolución liberal de 1930, que puso fin a la dominación política de las oligarquías de los estados de São Paulo y Minas Gerais (el llamado «eje café con leche»), comandada por Getúlio Vargas, empezó una reacción nacionalista a la avasallante ocupación económica del país. La anulación de las concesiones territoriales para la explotación de petróleo y del mineral de hierro; la elaboración de los códigos de Aguas y Minas de neta influencia nacionalista; la estatización del subsuelo; una adecuada política de protección aduanera y de incentivos internos a la industrialización; la nacionalización y la estatización de los sectores fundamentales de la economía, etcétera, volvieron a restablecer en lo fundamental la soberanía nacional.
Después de haber sido forzado a entrar en la Segunda Guerra Mundial como abastecedor de materiales estratégicos y alimentos por precios ridículos a EE.UU., Brasil fue utilizado por Washington para presionar a la Argentina, que resistía firmemente en su neutralidad. El secretario de Estado Cordell HulI, en sus «Memorias», nos informa que Estados Unidos llegó a armar tres divisiones blindadas del ejército brasileño para la invasión del territorio argentino. Brasil volvía a actuar como «gendarme», al servicio del imperio de turno.
El envío de la Fuerza Expedicionaria Brasileña a combatir en los campos de Italia significó a la vez la «pentagonización» de los militares brasileños. De retorno de los campos de batalla derrocaron al gobierno nacionalista de Vargas y lanzaron las bases -en especial la Escuela Superior de Guerra, una réplica del National War College de Washington- del régimen que a partir del 1º de abril de 1964 se caracterizaría como el más antipopular y antinacional de la historia.
Eliminada la figura incómoda de Vargas, la unidad con Washington en la euforia de la posguerra fue prácticamente total. El mariscal Eurico Gaspar Dutra hizo enormes concesiones a los monopolios y entregó prácticamente como un enorme feudo a la Bethlehem Steel Corporation el territorio del Amapá con 140.276 km² y sus enormes yacimientos de manganeso.
Pero fue fundamentalmente el general Golbery do Couto e Silva quien trató mejor el problema. Dentro de lo que él denominaba barganha leal (canje leal), el general Ernesto Geisel proponía que Brasil aceptase la total hegemonía de Estados Unidos en cambio de que ella fuese ejercida en América latina por intermedio de Brasil, que pasaría a ser el socio menor del imperialismo norteamericano, el delegado de la metrópoli y, si fuera necesario, el gendarme mantenedor del orden y de la paz imperiales En varias otras oportunidades, Kissinger señalaría a Brasil como el key de América latina: «Estados Unidos debe promover la aparición de líderes locales -como, por ejemplo, Brasil- que puedan reemplazar el liderazgo político de Estados Unidos«.
En febrero de 1976, durante su visita a Brasil, Kissinger resolvió consagrar a Brasil como potencia y atribuirle una especie de tutela, a ser ejercida en nombre de Washington, sobre toda América latina.
Al analizar fríamente las consecuencias de lo acordado en Brasilia se concluía que el clásico sistema interamericano -multilateral (y aparentemente igualitario) – estaba seriamente afectado, ya que Brasil y Estados Unidos decidirían a más alto nivel los grandes problemas -no solamente los bilaterales sino los multilaterales (conforme lo establecido en el protocolo), la Organización de los Estados Americanos, la Junta Interamericana de Defensa y otras organizaciones de carácter continental perdían su razón de existir.
Se concretaba la aspiración máxima del general Golbery do Cauto e Silva y de los militares de derecha brasileños: un nuevo esquema de poder en el continente americano que asegurase a Brasil un papel privilegiado, el de principal satélite de Estados Unidos. El propósito era establecer que el camino más corto hacia Washington, desde cualquier república latinoamericana, pasase necesariamente por Brasilia.
Se intentaría la integración con base en esquemas bilaterales, protagonizada por Brasil, actuando en nombre de Estados Unidos y de las empresas transnacionales. Es más, otro dictador, Geisel refairmó ante la reina de Inglaterra que Brasil asumiría el papel de intermediario entre el Tercer Mundo y el «Club de los Ricos». Claro, sin consultar a ningún otro país sobre si lo aceptaban como mediador en su lucha en contra de la expoliación a que los someten los países capitalistas centrales.
La estrecha alianza establecida entre Argentina y Brasil durante los gobiernos de Lula y Nestor Kirchner, que asumieron que las dos naciones tenían destinos e intereses comunes, rompió con el largo proyecto estadounidense de afianzar su poder sobre el continente jugando a un país en contra del otro. A partir de esa alianza se fortaleció el Mercosur y se expandieron los procesos de integracion regional hacia Unasur, Banco del Sur, Consejo Sudamericano de Defensa y Celac, marcando –con el apoyo y el ímpetu de Hugo Chávez desde Venezuela- un creciente aislamiento de EE.UU. en Latinoamérica.
No es casualidad que la oleada neoconservadora para asaltar los gobiernos de los dos países haya tenido un apoyo tan inmediato y entusiasta por parte de Washington, con el fin concreto de debilitar los procesos de integración: Mercosur, Unasur, Celac y dar oxígeno a la Alianza para el Pacifico. Tampoco es casualidad que Uruguay, Bolivia, Ecuador y Venezuela, reaccionen a estas operaciones, asumiendo que estos cambios ponen en duda los destinos soberanos individuales y del conjunto de la región.
Esta ofensiva contra Venezuela no sólo amenaza la integración regional, sino que vulnera el principio no intervención en los asuntos internos cuyos antecedentes de alteración en las últimas décadas siempre implicaron la conducción directa de EE.UU. y ahora, ésta es la novedad, se realiza a través “hermanos latinoamericanos», tratando de aplicar nuevamente la teoría del hecho consumado.