Las perreras de la civilización: la crisis migratoria y la crueldad de los poderosos/ Os canis da civilização e a crueldade dos poderosos

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Jorge Elbaum|

El desorden mundial planteado por la globalización neoliberal-proteccionista ha mostrado la última semana dos de sus síntomas de crueldad, poniendo en evidencia la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra. Según la ACNUR (la agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados), en la actualidad existen 65 millones de desplazados por guerras, invasiones militares, hambrunas, desertificación y conflictos étnico-religiosos, sin que este registro incomode a las grandes potencias ni que se dispongan conferencias internacionales dispuestas a abordar la tragedia.

En 2015 las publicaciones del mundo replicaron la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio de tres años fallecido en una playa turca. Aylan vivía en Kobane, una ciudad en el norte de Siria donde se enfrentaban el denominado Estado Islámico y los combatientes kurdos. Ante los peligros de bombardeos y persecuciones, la familia de Aylan decidió escapar. Esta semana, Yanele Dennisse Varela Sánchez, una niña hondureña de tres años, fue fotografiada y videograbada mientras detenían a su madre, cuando intentaba ingresar en Texas.

El desorden mundial imperante apenas puede sorprenderse con las lúgubres fotos que sintetizan una descomunal tragedia de la cual los países desarrollados son doblemente responsables: por un lado, por participar de muchos de los conflictos que provocan grandes desplazamientos poblacionales. Y por el otro al no asumir que un mundo crecientemente inequitativo provoca conflictos, resistencias, migraciones y resentimientos sociales explosivos.

Las migraciones sólo pueden reducirse a través de imponer lógicas de paz, la cooperación, de reducción de los conflictos y de programas de desarrollo. Los países que generan migraciones son aquellos en los cuales lo que más circula son las armas en connivencia con empresas extractivas dispuestas a vaciar la tierra (con eficiencia y rapidez) de cualquier riqueza útil.

Existen tres grandes “focos” expulsivos en el mundo y en los tres se observan con claridad actores ligados a los países más desarrollados: en la frontera norte de América Latina se divisa un conflicto armado entre varios ejércitos privados, ligados a empresarios del narcotráfico, que se asocian con vendedores de armas. Estos últimos –radicados en EE. UU. y protegidos por la Asociación del Rifle— ofrecen aparatología bélica a cambio de estupefacientes. [1] En febrero de este año, el New York Times informó que el último año 213.000 mil armas “migraron” desde EE. UU. hacia su frontera sur, permitiendo la continuidad de la sangrienta pandemia criminal que azota ese país. En 2017 se registraron 30.000 homicidios en México, alcanzando uno de los promedios más altos de asesinatos por cantidad de habitantes en toda la región. [2]

El segundo foco desde donde intentan escapar cientos de miles de desplazados es el norte de África. Provienen de países subsaharianos y de aquellos –como el caso de Libia— cuyas redes estatales han sido reducidas a la inexistencia luego de bombardeos e invasiones militares “humanitarias” provocadas por EE. UU. y sus aliados europeos luego de la llamada “primavera árabe”. A eso se le suman las guerras civiles de Sudán y Somalia, enmarcadas en la lógica fundamentalista cuyo origen inicial fue el financiamiento brindado por Occidente para contener procesos políticos nacionalistas, laicos y progresistas. Gran parte del resultado de estas intervenciones “civilizatorias” generaron la implosión de diversos Estados Nacionales, su consiguiente fragmentación territorial, la de sus capacidades gubernamentales (en disolución) y el posterior flujo de armas distribuidas entre grupos en disputa.

El tercer foco es asiático. Se concentra alrededor de las guerras de Siria, Yemen, Afganistán y el conflicto consistente en la persecución a musulmanes en Myanmar (del grupo étnico conocido como Rohingya). En los tres primeros casos existieron intervenciones militares directas de Washington, orientadas a destruir a sus oponentes geopolíticos, elevando los niveles de conflictividad y —en la inmensa mayoría de los casos— provocando mayores dificultades que las que (propagandísticamente) se pretendían evitar.

Migración y guerra

En este marco de conflictividad global, los medios hegemónicos de comunicación dan cuenta, habitualmente, de las reiteradas tragedias migratorias en las fronteras de los países desarrollados. Paralelamente se muestra a estos últimos como “víctimas” de estos “desórdenes poblacionales”, sin hacer mención a las varias causas que contribuyeron a su desarrollo. No se suele hacer mención que el 85 por ciento de los refugiados de todo el mundo sobreviven en países no desarrollados: Turquía, Paquistán, Uganda, Líbano —y Venezuela dentro de América Latina— son algunos de los países que han dado mayor cabida a desplazados por guerras, generalmente cercanas a sus fronteras. Uno de los casos menos conocidos es el que refiere a la República Bolivariana, que en el marco de una profunda crisis económica (producto del bloqueo comercial y financiero provocado por EE. UU.) ha brindado asilo, según ACNUR, a 200.000 colombianos desplazados en los últimos 50 años, producto de una guerra civil de la que participaron las fuerzas armadas, la FARC, el ELN y los paramilitares.

Bogotá firmó un convenio con Washington en 1999, el mismo año que Hugo Chávez accedió al poder por elecciones. Uno de los puntos de ese acuerdo consistía en reducir sus plantaciones de coca y al mismo tiempo mitigar la presión paramilitar sobre las poblaciones en riesgo. Casi veinte años después de los compromisos asumidos por el presidente Andrés Pastrana –y la sugestiva ampliación de las bases del comando Sur dentro de su territorio— la extensión total de los cultivos de coca se incrementó, solo en el último bienio, un 52 por ciento, multiplicando a su vez la cantidad de población campesina desplazada (3).

Los conflictos bélicos y las invasiones –lideradas por países desarrollados— no han sido solo utilizados para comerciar con armas e implantar gobiernos títeres. También han autorizado el ingreso de corporaciones de seguridad privada (verdaderos ejércitos de mercenarios) que absorben parte de los recursos de esos gobiernos y que al mismo tiempo son su guardia pretoriana y la garantía del ingreso de las corporaciones trasnacionales, ávidas de extraer la mayor cantidad de recurso naturales en el menor tiempo posible.

El otro beneficio de los procesos migratorios (hoy silenciado por los países desarrollados) ha sido la capacidad de regular el valor de la fuerza de trabajo a través de los migrantes. En Alemania los turcos y en EE. UU. los mexicanos han ocupado puestos laborales (durante los últimos cinco decenios) por salarios menores a los demandados por los nativos de esos países, contribuyendo a nivelar hacia abajo el valor de la fuerza de trabajo y garantizando, de esa manera, mejores niveles de rentabilidad a sus empresarios.

Las perreras de Texas

Según el último censo del país de las barras y las estrellas, la población que denominan –con indudable desprecio— hispana, alcanzó en 2016 los 57.5 millones de habitantes, cerca del 17 por ciento de la población total. Entre ese colectivo, 37 millones son estadounidenses de nacimiento, aunque una inmensa porción continúa portando un estatus de ilegales. Esa realidad los convierte en ciudadanos carentes de derechos al voto y al acceso a seguros médicos de salud. Por su parte, aquellos hispanos que gozan de identificación cargan sin embargo con el complejo de ciudadanos de segunda frente a los WASP (blancos descendientes de europeos y protestantes), quienes se atribuyen la identidad legítima, primordial y fundadora de la nacionalidad estadounidense.

Esta escasez de empoderamiento de los hispanos es lo que explica –según las investigaciones más recientes— la desmotivación que los lleva a no inscribirse en los registros electorales. Casi 9 millones de ellos son ciudadanos elegibles (con capacidad potencial de votar y ser votados) que podrían acceder a sus derechos políticos.

A eso se le suma que dos terceras partes de los hispanos se encuentran en situación precaria. Ya sea porque son ilegales, poseen residencias temporarias o porque sienten que traicionarían sus orígenes si asumen otra nacionalidad. Por último, todavía prevalecen sutiles mecanismos dispuestos a mantenerlos alejados de toda asociatividad capaz de plantear reivindicaciones. Los empresarios, de esa manera, cuentan con mano de obra barata y al mismo tiempo disciplinada (en la no sindicalización), claramente incapacitada de defender derechos gremiales (4).

Desde hace un lustro la cantidad de pedidos de asilo y el desplazamiento proveniente de áreas en conflicto se viene incrementado sin solución de continuidad. Según los cálculos de ACNUR, cada minuto 31 personas abandona su lugar de residencia para escapar de matanzas, guerras civiles, bombardeos contra población civil o desplazamientos forzados. Un total de 26 millones de ciudadanos del mundo tienen estatus de refugiados y un 10 por ciento de ellos son latinoamericanos, que también se ven desplazados por la apropiación de tierras para siembras extensivas.

Jaulas y pateras

Donald Trump firmó el último miércoles 20 de junio una orden ejecutiva dispuesta a retrotraer la separación de menores migrantes de sus adultos acompañantes, pero advirtió que tendrá tolerancia cero con quienes intentan ingresar en territorio estadounidense. La inmensa mayoría de quienes arriesgan sus vidas para cruzar la frontera sur de EE. UU. proceden de las Antillas, Centroamérica, Colombia y México. En todos esos países de proveniencia, el narcotráfico, las fuerzas irregulares a su servicio y el aluvión de armas norteamericanas han generado en los últimos años millones de desalojados que buscan espacios para acceder a empleos y educación para sus hijos.

Uno de los objetivos de Trump para imponer su campaña anti-inmigratoria es (según los parlamentarios demócratas) una forma de extorsión para concederle poderes especiales para reducir el asilo y otorgarle, a través del congreso, la facultad para disponer de 25.000 millones de dólares necesarios para emplazar su ansiado muro fronterizo, que originalmente exigió que fuese abonado por México. Este es el marco dentro del cual uno de los países más poderosos y ricos del mundo encerró hasta el último miércoles a 2000 niños, separados de sus familiares adultos, en jaulas que fueron bautizadas por las guardias fronterizas como “perreras”.

Simultáneamente, en el Mediterráneo, un buque, el Aquarius, logró arribar a Valencia –con 629 migrantes a bordo— luego de ser rechazado por el principado de Malta y por el nuevo gobierno italiano comandando por la “Liga Norte”, uno de los partidos de derecha que agitan la bandera de la crisis económica como mecanismo para instaurar campañas xenófobas. El último capítulo de su propaganda racista fue divulgado el último jueves 21 por el propio líder de esa formación política, Matteo Silvani (también ministro del interior), quien propuso un censo de la población gitana radicada en la península con el objeto de detectar a quienes deberán ser expulsados.

Este es también la misma impronta del gobierno húngaro y el austríaco quien proponen instalar fuerzas armadas de ocupación en el norte de África para impedir que las balsas y pateras se lancen al Mediterráneo con destino de muerte o de ansiada costa europea. Las crónicas trágicas sumaron en los últimos 6 meses de 2018 un total de 771 personas fallecidas en ese mar. La primera semana de junio fueron rescatadas 68 personas de una balsa a la deriva en la costa de Túnez. Además fueron hallados 52 cadáveres y otras 60 personas permanecen desaparecidas.

El 13 de mayo de 1939 el buque Saint Louis zarpó de Hamburgo. Llevaba 930 refugiados judíos (principalmente alemanes) que escapaban de la persecución nazi, buscando asilo. Llegaron a Cuba y fueron rechazados por presiones del Departamento de Estado estadounidense que exigió que no fueran aceptados. En La Florida sucedió lo mismo. Luego se intentó en Canadá y el fracaso se repitió. Tuvieron que volver a Europa. Gran parte de sus pasajeros fueron enviados a los campos de exterminio.

La civilización occidental suele catalogar de barbarie a todo aquello que le es ajeno. Quizás esa sea la causa por la que Trump decidió abandonar esta última semana el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El ombligo engreído de la civilización occidental parece estar más sucio de lo que sus propios portadores logran advertir. Lo que no pone en jaulas lo transforma en peligroso o lo invisibiliza. Esta última es la motivación racista que niega la conformación multi-étnica de la Argentina, tal cual lo enunciado por Mauricio Macri, al describir su imaginario país como compuesto por “descendientes de europeos”.

Hay infinidad de fotos colgadas en las paredes de la historia. Pero en estos días solo se divisan aquellas que grafican la muerte y el llanto. Las primeras acompañando las olas que mojan el cuerpito aun tibio de Aylan Kurdi. Y las segundas, arrasadas por las lágrimas punzantes –en la consciencia del mundo— de Yanele Dennisse Varela Sánchez. Las paredes donde cuelgan esas fotos son la pretendida civilización. Solo que están cada vez más descascaradas.

 

Notas

[1]. https://nyti.ms/2nJNIOQ

[2]. https://bit.ly/2K7VeMP

[3]. https://bit.ly/2MaPe6p

[4]. https://bit.ly/2KfbKOa

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*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la). Publicado en cohetealaluna


EN PORTUGUÉS

Os canis da civilização e a crueldade dos poderosos
 Por Jorge Elbaum

A desordem mundial planteada pela globalização neoliberal protecionista mostrou na última semana dois de seus sintomas de crueldade, pondo em evidência a maior crise humanitária desde a II Guerra Mundial. Segundo Agência das Nações Unidas para os Refugiados (ACNUR), existem na atualidade 65 milhões de deslocados pelas guerras, invasões militares, pela fome, pela desertificação e pelos conflitos étnico-religiosos, registro que parece não incomodar as grandes potências, ainda que se disponham a realizar conferências internacionais para abordar essas tragédias, mas sem mostrar resultados aceitáveis, e muito menos ações para solucionar os problemas.

Em 2015, as publicações do mundo replicaram a foto de Aylan Kurdi, o menino sírio de três anos falecido numa praia turca. Aylan vivia em Kobane, uma cidade no norte da Síria onde o denominado Estado Islâmico enfrentava os combatentes curdos. Devido aos perigos dos bombardeios e perseguições, a família de Aylan decidiu escapar. Esta semana, Yanele Dennisse Varela Sánchez, uma menina hondurenha de três anos, foi fotografada e videogravada enquanto sua mãe era presa ao tentar entrar nos Estados Unidos, no Texas.

A desordem mundial imperante nos apresenta lúgubres fotos que sintetizam uma descomunal tragédia da qual os países desenvolvidos são duplamente responsáveis: por um lado, por participar de muitos dos conflitos que provocam os grandes deslocamentos populacionais. E por outro ao não assumir que um mundo crescentemente desigual provoca conflitos, resistências, migrações e ressentimentos sociais explosivos.

As migrações só vão ser reduzidas através de uma lógica de paz, de cooperação, de redução dos conflitos e dos programas de desenvolvimento. Os países que geram essas migrações são aqueles nos quais o que mais circula são as armas, em conivência com empresas extrativas dispostas a esvaziar a terra (com eficiência e rapidez) de qualquer riqueza útil.

Existem três grandes “focos” de expulsão de habitantes no mundo, e nos três se observam com claridade a participação dos países mais desenvolvidos: na fronteira norte da América Latina há um conflito armado entre vários exércitos privados, ligados a empresários do narcotráfico, que se associam com vendedores de armas. Estes últimos – radicados nos Estados Unidos e protegidos pela Associação do Rifle – oferecem o aparato bélico em troca das drogas. Em fevereiro deste ano, o jornal The New York Times informou que 213 milhões de armas “migraram” dos Estados Unidos à sua fronteira do sul do país no último ano, permitindo a continuidade da sangrenta pandemia criminosa que assola o país vizinho. Em 2017, se registraram 30 mil homicídios no México, alcançando uma das médias mais altas de assassinatos por quantidade de habitantes em toda a região.

O segundo foco de onde tentam escapar centenas de milhares de pessoas é o norte da África. Provêm de países subsaarianos e daqueles que – como no caso da Líbia – tiveram suas redes estatais reduzidas à inexistência, após os bombardeios e invasões militares “humanitárias” provocadas pelos Estados Unidos e seus aliados europeus, a partir da chamada “primavera árabe”. Além disso, houve guerras civis no Sudão e na Somália, marcadas pela lógica fundamentalista cuja origem inicial foi o financiamento dado pelo Ocidente para conter processos políticos nacionalistas, laicos e progressistas. Grande parte do resultado destas intervenções “civilizatórias” geraram a implosão de diversos Estados nacionais, sua conseguinte fragmentação territorial e de suas capacidades governamentais (em dissolução), além do fluxo de armas distribuídas entre os grupos participantes das disputas.

O terceiro foco é o asiático. Se concentra ao redor das guerras da Síria, do Iêmen, do Afeganistão e do conflito consistente na perseguição dos muçulmanos em Myanmar contra os Rohingya. Nos três primeiros casos, existiram intervenções militares diretas de Washington, orientadas a destruir seus oponentes geopolíticos, elevando os níveis de conflito e – na imensa maioria dos casos – provocando maiores dificuldades que as que (propagandisticamente) se pretendiam evitar.

Migração e guerra

Em meio a este conflito global, os meios hegemônicos de comunicação mostram habitualmente as reiteradas tragédias migratórias nas fronteiras dos países desenvolvidos. Paralelamente, se mostra a estes últimos como “vítimas” destas “desordens populacionais”, sem fazer menção às várias causas que contribuíram ao seu desenvolvimento. Não se fazem menção a que 85% dos refugiados de todo o mundo sobrevivem em países não desenvolvidos: Turquia, Paquistão, Uganda, Líbano e até a Venezuela são alguns dos países que mais vem dando abrigo aos deslocados pelas guerras, geralmente próximas às suas fronteiras. Uns dos casos menos conhecidos é o que se refere à República Bolivariana, que mesmo enfrentando uma profunda crise econômica (causada pelo bloqueio comercial e financeiro dos Estados Unidos) já deu asilo a 200 mil colombianos que fugiram da guerra civil do país no país nos últimos 50 anos, segundo a ACNUR.

Bogotá assinou um convênio com Washington em 1999, o mesmo ano em que Hugo Chávez chegou ao poder eleitoralmente. Um dos pontos desse acordo consistia em reduzir as plantações de coca e ao mesmo tempo mitigar a pressão paramilitar sobre as populações em risco. Quase 20 anos depois dos compromissos assumidos pelo então presidente Andrés Pastrana – e a sugestiva ampliação das bases do Comando Sul dentro do seu território – a extensão total dos cultivos de coca cresceu 52% só no último biênio, multiplicando também a quantidade de população camponesa que migrou.

Os conflitos bélicos e as invasões – lideradas por países desenvolvidos – não só foram utilizados para comercializar armas e implantar governos títeres, como também foram a justificativa para autorizar a entrada de corporações de segurança privada (verdadeiros exércitos de mercenários) que absorvem parte dos recursos desses governos e que, ao mesmo tempo, são sua guarda pretoriana, e a garantia da entrada das corporações multinacionais, ávidas de extrair a maior quantidade de recurso naturais no menor tempo possível.

O outro benefício dos processos migratórios (hoje silenciado pelos países desenvolvidos) tem sido a capacidade de regular o valor da força de trabalho através dos migrantes. Os turcos na Alemanha e os mexicanos nos Estados Unidos ocuparam muitos postos de trabalho durante as últimas cinco décadas, por salários menores aos demandados pelos nativos desses países, fazendo com que o valor da força de trabalho seja nivelado por baixo, e contribuindo com melhores níveis de rentabilidade dos empresários.

Os canis do Texas

Segundo o último censo do país das listras e das estrelas, a população que denominam (com evidente desprezo) como “hispana”, chegou a 57,5 milhões de habitantes em 2016, cerca de 17% da população total. Entre eles, 37 milhões são estadunidenses de nascimento, embora uma imensa porção continue portando status de ilegal. Essa realidade os torna cidadãos carentes de direitos, que não podem votar e sem acesso ao seguro de saúde. Por sua parte, aqueles hispanos que possuem identidade registrada carregam o complexo de cidadão de segunda categoria em comparação com os WASP (sigla de white anglo saxon protenstants, os brancos protestantes descendentes dos anglo-saxões), que atribuem a si a identidade legítima, primordial e fundadora da nacionalidade estadunidense.

Esta escassez de empoderamento dos hispanos é o que explica – segundo as investigações mais recentes – a desmotivação que os leva a não se inscrever nos registros eleitorais. Quase 9 milhões deles são cidadãos elegíveis (com direito a votar e serem votados) que poderiam exercer seus direitos políticos.

Além disso, duas terças partes dos hispanos se encontram em situação precária, seja porque são ilegais, possuem residências temporárias ou porque sentem que trairiam as suas origens se assumissem outra nacionalidade. Por último, ainda prevalecem os sutis mecanismos dispostos a mantê-los afastados de toda e qualquer associatividade capaz de plantear reivindicações. Dessa forma, os empresários contam com mão de obra barata e ao mesmo tempo disciplinada (e não sindicalizada), claramente incapacitada de defender seus direitos coletivos.

Há cerca de cinco anos, a quantidade de pedidos de asilo e o êxodo proveniente das árias em conflito vem se incrementando. Segundo os cálculos da ACNUR, a cada minuto 31 pessoas abandonam seus lugares de residência para escapar de matanças, guerras civis, bombardeios contra a população civil ou deslocamentos forçados. Um total de 26 milhões de cidadãos do mundo têm status de refugiados e 10% deles são latino-americanos, que também são expulsos de suas terras por grandes fazendeiros que buscam estender os seus cultivos.

Jaulas e balsas

Donald Trump assinou no dia 20 de junho uma ordem executiva que extingue o protocolo de separação de menores migrantes de seus adultos acompanhantes, mas advertiu que seguirá com sua tolerância zero com aqueles que tentam entrar no território estadunidense. A imensa maioria dos que arriscam suas vidas para cruzar a fronteira sul estadunidense procedem das Antilhas, da América Central, da Colômbia e do México. Em todos esses países, o narcotráfico, as forças paramilitares a seu serviço e a grande presença de armas norte-americanas são os fatores que fazem com que, nos últimos anos, milhões de pessoas busquem outros lugares para ter seus empregos e dar educação aos seus filhos.

Um dos objetivos de Trump ao impor sua campanha anti imigratória é (segundo os parlamentares democratas) uma forma de extorsão para conceder a ele poderes especiais para reduzir o asilo e outorgar, através do Congresso, a faculdade para dispor dos 25 bilhões de dólares necessários na construção de sua maior promessa de campanha: o muro fronteiriço, que ele originalmente exigiu que fosse financiado pelo México. Este é o cenário que levou um dos países mais poderosos e ricos do mundo a manter cerca de 2 mil crianças presas em jaulas – chamadas pelos guardas fronteiriços de “canis” –, separadas dos seus familiares adultos, até a semana passada.

Simultaneamente, no Mediterrâneo, o navio Aquarius chegou ao porto de Valência, na Espanha com 629 migrantes a bordo, depois de ser rejeitado pelo principado de Malta e pelo novo governo italiano, comandando pela Liga Norte, um dos partidos de direita que agitam a bandeira da crise econômica como mecanismo para instaurar campanhas xenófobas. O último capítulo de sua propaganda racista foi divulgado na última quinta-feira (21/6) pelo próprio líder dessa formação política, Matteo Silvani (também ministro do interior), quem propôs um censo da população cigana radicada na península, com o objetivo de detectar aqueles que devem ser expulsos.

Esta também é a postura dos governos húngaro e austríaco, que propõem instalar forças armadas de ocupação no norte da África para impedir que as balsas e navios se lancem ao Mediterrâneo. As crônicas trágicas aumentaram nos 6 meses de 2018, chegando a um total de 771 pessoas falecidas. A primeira semana de junho teve 68 pessoas resgatadas numa balsa à deriva na costa da Tunísia. Ademais foram achados 52 cadáveres e outras 60 pessoas permanecem desaparecidas.

Em 13 de maio de 1939, o navio Saint Louis zarpou de Hamburgo levando 930 refugiados judeus (a maioria alemães) que escapavam da perseguição nazi, buscando asilo. Chegaram a Cuba e foram rechaçados por pressões do Departamento de Estado estadunidense que exigiu que não fossem aceitos. Na Flórida aconteceu a mesma coisa. Logo tentaram o Canadá, e o fracasso se repetiu. Tiveram que voltar à Europa. Grande parte dos seus passageiros foram enviados aos campos de extermínio.

A civilização ocidental costuma catalogar como “barbárie” tudo aquilo que lhe é alheio. Talvez seja a causa pela qual Trump decidiu abandonar o Conselho de Direitos Humanos das Nações Unidas na última semana. O umbigo da civilização ocidental parece estar mais sujo do que aquilo que os seus próprios portadores conseguem perceber. O que não se pode por jaulas é transformado em perigoso ou invisível.

A mesma motivação racista nega a conformação multiétnica da Argentina, como foi explicado por Mauricio Macri, ao descrever seu imaginário país como composto por exclusivamente por “descendentes de europeus”.

Há uma infinidade de fotos penduradas nas paredes da História, mas nestes dias só se podem ver aquelas que mostram a morte e as lágrimas. A primeira, acompanhando as ondas que molham o corpinho ainda tíbio de Aylan Kurdi. As segundas, arrasadas pelas lágrimas de Yanele Dennisse Varela Sánchez, que atravessam a consciência do mundo como um punhal. As paredes onde essas fotos estão penduradas são as da pretendida civilização, e estão cada vez mais descascadas.

Jorge Elbaum é sociólogo, doutor em Ciências Econômicas e analista sênior do Centro Latino-Americano de Análise Estratégica (CLAE)

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