DOSSIER 1968: Latinoamérica en el año de la Revuelta Global
Se cumplen 50 años del Mayo Francés, aquella ola de protestas espontáneas que partieron de los movimientos estudiantiles y generaron una inédita rebelión política, social, cultural y generacional. Un acontecimiento histórico que se expandió a nivel global y abrió paso a una época de ascenso de luchas en América Latina.
México 68, la lucha de los estudiantes contra el Estado represor
Fernando Coll|
La revuelta estudiantil de 1968 en México es conocida en todo el mundo por la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco; matanza organizada por el Estado. Hacía más de dos meses que el movimiento estudiantil se enfrentaba al gobierno del priista Díaz Ordaz. Ese día para las 17:30, miles de personas se habían reunido en ese lugar, con el fin de escuchar a los líderes estudiantiles. Nadie imaginaba la causa de presencia de tantas tropas, tanquetas y policías, que se apostaban en los principales puntos de acceso y en los alrededores de la plaza.
Hacia las 18:10 horas inició la llamada Operación Galeana con el lanzamiento de bengalas desde un helicóptero, señal para que francotiradores del Estado Mayor junto a grupos paramilitares emplazados en diferentes edificios circundantes y en el techo del templo colonial, dispararan indiscriminadamente en contra de los manifestantes. Los tanques ligeros del Escuadrón Blindado entraron en la plaza disparando contra todos y en dirección al edificio “Chihuahua”, donde se encontraban los oradores.
Entre fuegos cruzados, los civiles huyeron despavoridos hacia la iglesia, que se convertiría en un paredón de fusilamiento, también trataron de dirigirse hacia la salida lógica, ubicada en el corredor que forman la plaza y el edificio “Chihuahua”, para ser recibidos por soldados que los atacaban con sus bayonetas.
Al mismo tiempo, en el edificio “Chihuahua” los integrantes del Batallón Olimpia, compuesto por diferentes cuerpos del ejército bajo el comando de la Guardia Presidencial, vestidos de civiles y que portaban un guante blanco como distintivo, cumplieron sus órdenes: bloquear el edificio, detener a los miembros del Consejo Nacional de Huelga, tomar el segundo y tercer piso, y disparar sobre la multitud.
Durante horas, el Batallón Olimpia allanó los apartamentos de los edificios donde muchos estudiantes se habían refugiado en las azoteas o encontraron refugio con algunos vecinos: fueron detenidos, golpeados, forzados a quitarse la ropa. Aún continuaba la masacre en Tlatelolco cuando en casi todos los medios informativos se daba a conocer la versión oficial impuesta por el gobierno; el ejército había sido atacado por estudiantes, no hubo más alternativa que iniciar el combate ante la provocación de quienes se decía eran terroristas y comunistas que pretendían derrocar el gobierno de Díaz Ordaz.
Las fuentes coinciden en que en la madrugada del 3 de octubre los soldados estaban apilando infinidad de cadáveres en la Plaza de las Tres Culturas, el objetivo era eliminar en lo posible las evidencias de la matanza y coordinar la limpieza de la plaza donde corrían ríos de sangre. Casi no existen registros fotográficos de las victimas dado que el ejército cerró el área no permitiendo acceder a los medios de prensa
Muchos de los jóvenes activistas que sobrevivieron a la matanza fueron perseguidos, hubo innumerables secuestros, cientos quedaron aislados y detenidos sin orden de aprehensión, en instalaciones militares. Fueron objeto de toda clase de atrocidades y torturas, golpes y presiones morales, para obligarlos a rendir declaraciones que coincidieran con la historia oficial de los hechos; se fabricaron pruebas en su contra.
El saldo de la represión fue de innumerables muertos y heridos. Según los datos aportados por la Comisión de la Verdad el total de víctimas fatales alcanzó a las trescientas, además de cientos de heridos y más de 2.000 personas arrestadas el 2 de octubre, incluidos activistas y miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH) que sufrieron la de tortura, intimidación, secuestro y violencia hacia sus familiares.
Se trataba de un crimen de Estado premeditado, organizado en cada detalle con el objetivo de imponer, una solución definitiva a un conflicto que había puesto en movimiento a cientos de miles de personas y que se ganó la simpatía de amplios sectores sociales en todo el país. El accionar del Estado fue la Persecución generalizada, estado de sitio no declarado, control de los medios de comunicación, suspensión de facto de las garantías constitucionales, contra la subversión imaginada; había actuado con el objetivo de liquidar al movimiento estudiantil.
Esta historia de violencia institucional comienza el 22 de julio. Producto de la rivalidad entre alumnos de dos escuelas, en la Plaza de la Ciudadela se desata una pelea entre alumnos de la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional IPN y los de la preparatoria particular Isaac Ochotorena (afiliada a la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM), en la pelea se interponen dos pandillas.
Al día siguiente, los estudiantes de preparatoria apedrean la Vocacional 2, ese día intervienen las fuerzas policiales que lejos de resolver la situación pacíficamente, la agravan al atacar indiscriminadamente a estudiantes y profesores ingresando violentamente al interior de las vocacionales 2 y 5, donde detienen jóvenes de manera arbitraria. En una primera reacción, al día siguiente la Escuela Nacional de Ciencias Políticas, declara la huelga, en solidaridad con los estudiantes presos. La Federación Nacional de Estudiantes Técnicos llama a una movilización para el 26 de julio.
Ese día, se convertiría en el verdadero comienzo del movimiento estudiantil, la manifestación convocada por los politécnicos contra esta acción se transformó en una demostración de apoyo a la Revolución Cubana, organizada principalmente por los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma. Al mismo tiempo se realizó, como había sido anunciada, la protesta organizada por la FNET, que llamó a protestar por la intervención y la violencia policíaca de los días anteriores. La manifestación es reprimida duramente por la policía.
La policía rodeó todo el antiguo distrito universitario en el centro histórico de la ciudad; para protegerse los manifestantes improvisan barricadas y luego contraatacan, por lo que se intensifica la batalla campal. El Gobierno aprovechando la situación lanza al mismo tiempo, un operativo para encarcelar “subversivos”. La jornada resulta extremadamente violenta y con un saldo trágico; entre los estudiantes hay 8 muertos, 500 heridos y 200 detenidos.
Tan pronto como se conocieron los eventos del 26 de julio, comenzaron las movilizaciones y a buscar modos de ligazón como la creación de un comité de coordinación del IPN y una convocatoria a la huelga general. Desde el día siguiente, los alumnos de las Preparatorias 1, 2 y 3 toman las instalaciones de sus escuelas como protesta por la represión gubernamental y se organizan Comités de Huelga en diversas facultades y escuelas superiores.
En pocos días la huelga involucró a todos los institutos del IPN, la UNAM, el Instituto Nacional de Agricultura Chapingo, el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la Escuela Normal y la Escuela Normal superior. Muchas escuelas y universidades de todo el país pronto se unieron a la huelga, así como también instituciones educativas de gestión privadas.
El gobierno no había previsto la respuesta inesperada y totalmente espontáneas de los estudiantes, la reacción de este fue un ascenso en la represión y una generalización de los enfrentamientos que culminaron con la intervención del ejército en la noche del 29 de julio y la toma de varias escuelas, universidades y politécnicas. Lugares sitiados por la policía, autobuses incendiados convertidos en barricadas, heridos, detenidos, desaparecidos; incluso se habló de muertes al final de esos días.
La violencia del Estado fue el origen del movimiento estudiantil mexicano de 1968. Con actos y comportamientos claramente provocativos por parte del gobierno, que buscaba la confrontación. La potencia y rapidez con que se desenvolvió la movilización asombró al gobierno, como así también al mismo movimiento. La réplica desde el primer momento fue la represión; y lo único que consiguió fue que el movimiento tomara más fuerza.
El día 30 de julio, el rector de la UNAM, ingeniero Javier Barros Sierra llama a defender la autonomía universitaria que ha sido violada Los estudiantes conformaban brigadas de información que, bajo la presión de las circunstancias, se transformaron en brigadas de autodefensa. En ese momento se generaliza la huelga en la UNAM, el IPN, Chapingo, y en universidades de provincia. Al día siguiente comenzó a funcionar una coordinación de escuelas en huelga, formada por estudiantes y maestros de esas instituciones y de las escuelas normales.
Ante la sorpresa del Gobierno y el reconocimiento de la sociedad, el 1 de agosto el rector de la UNAM, encabeza una manifestación de 100,000 universitarios, que parte de Ciudad Universitaria, y recorre varias avenidas de la ciudad, concluyendo con un mensaje del ingeniero Barros Sierra. Al mismo tiempo, en una actitud provocadora, el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en un discurso pronunciado en Guadalajara, ofrece su “mano tendida” a quien quisiera estrecharla.
La organización espontánea de estudiantes en asambleas generales, brigadas y comités de control por establecimiento fue creciendo. Estos esfuerzos de coordinación y centralización lograron que el 4 de agosto la coordinadora estudiantil de la que surgiría el Consejo Nacional de Huelga dieran a conocer un primer manifiesto reivindicatorio unitario con seis puntos: “Libertad de todos los presos políticos. Derogación del artículo 145 del Código Penal Federal, que dictaba el delito de disolución social y sirvió como instrumento legal para reprimir a los estudiantes; Supresión del cuerpo de granaderos, un instrumento directo en represión, sin ser reemplazado por un cuerpo similar; Remoción de generales que han actuado como jefes de policía, Luis Cueto, Raúl Mendiolea y A. Frías.; Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto; Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos. Requerían que el gobierno respondiera dentro de las 72 horas amenazando con generalizar la lucha”.
Ese mismo día las brigadas estudiantiles reparten miles de volantes con sus demandas, éstas se convierten en el vínculo de los estudiantes con el pueblo en general y le dan enorme fuerza al movimiento. La demanda de libertad a los presos políticos incluye a los dirigentes obreros y políticos encarcelados por el Gobierno como Demetrio Vallejo, Valentín Campa y otros sindicalistas presos en 1959-1960. El movimiento rompe el marco estrecho de los centros escolares y se convierte en un movimiento democrático popular y nacional.
El siguiente lunes 5 de agosto se realiza una manifestación de 100.000 personas de Zacatenco al Casco de Santo Tomás. Se le conoce como la “manifestación politécnica”; los estudiantes pasan a la ofensiva, dando un ultimátum de 72 horas al Gobierno para responder a sus demandas al mismo tiempo que llaman a las masas populares a juntarse al movimiento.
El 8 de agosto, siguiente viernes, se organiza la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior por Libertades Democráticas, quienes declaran: “Los maestros entendemos la lección de nuestros alumnos, hemos comprendido que todos los ciudadanos pueden y deben participar en la vida política del país e influir en el mejoramiento de la sociedad”.
El día 9 de agosto surge el histórico Consejo Nacional de Huelga (CNH) con la participación de 38 comités representativos de diversos centros educativos: la UNAM, el IPN, las Normales, el Colegio de México, universidades públicas de provincia y privadas como la Iberoamericana y La Salle. Reunidos en la Escuela Superior de Físico-Matemáticas del IPN, los representantes estudiantiles acordaron ese sábado, que el CNH se integrará con base en tres principios: 1) Que participarán sólo representantes electos en asamblea por las escuelas que estuvieran en huelga y no en paro activo, 2) Que se aceptarán tres delegados por escuela y, 3) Que las decisiones se tomarán por mayoría simple de votos, para lo cual cada representante tenía un voto.
El Consejo Nacional de Huelga (CNH) asumiría la coordinación general y la dirección, promoviendo varias acciones que lo mantendrían a la ofensiva. Su presencia se hizo más fuerte y más legítima a medida que el movimiento alcanzó su apogeo. Seis semanas durante las cuales alimentó su relación con las asambleas estudiantiles, contribuyó al fortalecimiento del trabajo de las brigadas que, invadieron por completo la ciudad, desarrollaron un discurso antiautoritario y democrático que será su identidad. Iba a mantener su desafío al gobierno frente a sus estratagemas, sus amenazas y sus acciones de represión.
Su defensa del diálogo público, establecido como un principio absoluto, permitió mantener la cohesión y la coherencia del movimiento, al tiempo que se preservaba de los mecanismos tradicionales de cooptación del régimen. El debate y la propuesta de diálogo público fue un verdadero desafío para el régimen de control corporativista; y para el gobierno, aceptar tal diálogo equivalía a reconocer la existencia de otro poder, de un actor social independiente incontrolado que exigía transformaciones.
Las asambleas incluyeron un gran número de estudiantes que discutieron y tomaron decisiones colectivas, era una verdadera escuela de politización, reflexión y socialización. La información y las propuestas circularon entre los diversos organismos que favorecieron las discusiones intensas, así como las decisiones y actividades conjuntas, cada vez mejor coordinadas y centralizadas. Al designar los comités de lucha, las asambleas impidieron que estos se convirtieran en instancias monopolizadas por activistas o militantes de los partidos de izquierda, sin ninguna representatividad. Esta operación le dio al movimiento su carácter democrático y le dio una cohesión innegable.
Las brigadas estudiantiles fueron el mecanismo más amplio y efectivo de difusión, movilización y organización política y social. Estas también se volcaron a las fábricas, las zonas industriales, las oficinas, los mercados; también fueron a barrios difíciles, aparentemente impenetrables, donde los estudiantes siempre fueron recibidos con interés y solidaridad. El desafío fue ante todo enfrentar la manipulación de la información ejercida por la prensa, negando las calumnias proferidas por el gobierno y sus portavoces. El papel de las brigadas fue decisivo para la conquista de la opinión pública, para crear conciencia y conducir a la simpatía e incluso a la solidaridad a grupos sociales muy diversos. La difusión del movimiento en todo el país fue en gran parte obra de los brigadistas. Incluyeron los medios de comunicación, especialmente la prensa y la radio, que a pesar de encontrarse presionados pudieron lograr que algunos periodistas hicieran esfuerzos para que los estudiantes, pudieran expresar sus objetivos y hacerse entender. Esto se pudo concretar gracias al impacto obvio de un movimiento como este.
Todo este ímpetu organizacional y participativo no vino de la nada, ni era completamente nuevo. Fue la expresión de un largo proceso de reestructuración social y política de organizaciones estudiantiles y populares anteriores, como la Federación de Estudiantes Socialistas Campesinos, o intentos fallidos como el Centro Nacional para Estudiantes Democráticos (CNED), luchas obreras; o claramente políticas, de índole regional, en donde los estudiantes fueron el centro o uno de los actores, en estados como Chihuahua, Michoacán, Guerrero, Puebla, Sinaloa, Sonora, Nuevo León y Tabasco y en la capital del país , en la UNAM, el IPN y las escuelas normales.
El 13 de agosto se realiza una nueva manifestación, desde el Casco de Santo Tomás al Zócalo de la Ciudad de México, espacio simbólico e histórico por excelencia en México; ese mismo día se realizan manifestaciones en varios estados de la República. También se unen nuevos contingentes estudiantiles de otras instituciones, es importante destacar se suman, obreros y campesinos; se crea una nueva consigna estudiantil: extender el movimiento por medio de brigadas informativas a fábricas y colonias populares; el vínculo con la sociedad se va profundizando.
En los días siguientes la actividad adquiere un mayor ritmo y se realizan los mítines relámpago por toda la ciudad, el CNH invita a diputados y senadores a un debate el 20 de agosto en Ciudad Universitaria, cosa que nunca se concretó, el 16 de agosto se crea la Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores que exige “la inmediata solución al conflicto de acuerdo con el pliego petitorio del CNH”.
La Academia de Danza Mexicana de Bellas Artes y los profesores de la Universidad Iberoamericana se adhieren al movimiento. También lo hacen el 19 de agosto los maestros democráticos del Movimiento Revolucionario del Magisterio, escisión del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación llamando a “hacer suyas las demandas estudiantiles”.
Si el movimiento logró ser considerado un movimiento popular, fue porque el pueblo de la Ciudad de México irrumpió en la política. Maestros, artistas, pequeños comerciantes, familias enteras de la clase media, trabajadores, etc., se manifestaron a favor de los estudiantes. En las asambleas del CNH, cada vez más grupos de todo tipo llegaron para expresar su solidaridad. Este proceso provocó un cambio en el estado de ánimo de los sectores populares. El momento más significativo, el que reveló el giro de la opinión pública a favor de los estudiantes, fue el día 27 de agosto con una la manifestación que trajo el movimiento a la cumbre con una participación multitudinaria. Se ganó la batalla de la opinión pública, el resquebrajamiento del control institucional simbolizó un cambio decisivo que ciertamente influyó en la decisión del gobierno de recurrir a la salida militar del conflicto.
El movimiento crecía, se había fortalecido en pocas semanas, cientos de miles de personas que parten del Museo de Antropología y culmina en el Zócalo, se la llama la “manifestación de las antorchas”, la movilización había crecido como una enorme marea, la opinión pública se iba inclinando a favor de los jóvenes. Los estudiantes apelaban al pueblo ¡Únete Pueblo, no nos abandones! muchas familias de los estudiantes se les unen. En esa concentración además de estudiantes, participaron contingentes de obreros como los electricistas y petroleros. Cuando comenzó a llegar la noche se utilizaron periódicos a los que se prendió fuego para hacer antorchas. Grupos menores realizan actos provocativos como la quema de la bandera mexicana.
El Gobierno por fin contó con su pretexto para contraatacar violentamente durante la misma madrugada del 28 de agosto. Del Palacio Nacional salen tanques para atacar a los que permanecían de guardia en la Plaza de la Constitución desalojando a los manifestantes. Mientras tanto la prensa callaba o falseaba los hechos y realizaba una gran campaña contra los “alborotadores”, “agitadores” y “agentes extranjeros”. Acusan al movimiento de estar manipulado por agitadores comunistas, soviéticos y cubanos y que era un complot para impedir las próximas Olimpiadas en México
La Central Campesina Independiente y diversos sindicatos obreros apoyan abiertamente al movimiento estudiantil, que busca nuevas tácticas para atraer a los trabajadores y a la población, como se vería el 13 de septiembre que se realiza una multitudinaria manifestación silenciosa, que tuvo un fuerte impacto que contrarrestaba la imagen que el Gobierno y los medios querían divulgar, para desprestigiar al movimiento.
El domingo 15 de septiembre, se realiza una gran celebración al conmemorarse el aniversario de la Independencia de México, con una fiesta popular en Ciudad Universitaria y en el IPN. Como respuesta el ejército ocupa la Ciudad Universitaria y son detenidas más de 500 personas. La Cámara de Diputados el PRI apoya la ocupación y la política represiva de Díaz Ordaz, mientras que el rector Javier Barros Sierra la repudia, en respuesta a esto se multiplican los ataques contra su persona por parte del aparato oficial y de la prensa, poco después presenta su renuncia.
El siguiente objetivo es el Politécnico, pero los estudiantes preparan la defensa y la noche del 21 al 22 de septiembre se da un duro enfrentamiento entre estudiantes y vecinos de Tlatelolco contra las fuerzas represivas que querían tomar las instalaciones. El 23 de septiembre se enfrentan las fuerzas del Gobierno y los estudiantes en el Casco de Santo Tomás, luego de largas horas de batalla el ejército logra su objetivo y controla el campus principal del IPN y la Unidad Profesional de Zacatenco.
Tlatelolco se había convertido en un bastión del movimiento democrático y el movimiento estudiantil. A los tres días se realiza un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, ahí se invita a otro para el 2 de octubre, en ese mismo lugar a las cinco de la tarde. Desde que se inició el movimiento estudiantil hasta el miércoles dos de octubre se habían organizado ahí ocho movilizaciones.
La tarde del 2 de octubre la ciudad guardaba silencio y presenciaba una gran movilización militar, a la que ya muchos se habían acostumbrado desde agosto. A pesar de todos los síntomas amenazantes, miles de estudiantes se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas. El autoritarismo gubernamental, ya se había hecho presente en persecuciones, secuestros, torturas y asesinatos contra quienes mostraban públicamente su rechazo, pero ni en las peores pesadillas se podría imaginar la violencia que ejercería el Gobierno durante esa jornada.
Cientos de estudiantes permanecerán en las cárceles; el gobierno, por su parte, repetirá la tesis de un complot internacional para desprestigiar a México. Tres días después se inauguran los XIX Juegos Olímpicos con un sonriente Gustavo Díaz Ordaz en el palco del estadio de Ciudad Universitaria. Los estudiantes hacen volar un papalote en forma de paloma sobre su cabeza, responsabilizándolo de la matanza.En los días siguientes, hubo una reacción internacional con fuerte lazos de solidaridad. El descontento de las bases obreras en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) obliga a la burocracia sindical a declarar como culpable de la masacre al gobierno.
Cuando la Revolución mexicana se institucionalizó en medio de grandes movilizaciones populares en tiempos de Lázaro Cárdenas; el espíritu de lucha, la autonomía, la capacidad de organización y expresión de los trabajadores y campesinos fueron confiscados por el Estado dirigido por el PRI. Cárdenas se balanceó entre las clases en pugna por un lado tomó muchas demandas de los trabajadores, nacionalizó la industria petrolera y los ferrocarriles; sin embargo también se apoyó en los sectores populares para fortalecer una burguesía nacional frente a las potencias imperialistas. Cárdenas retomó la demanda popular de la educación y la utilizó como un instrumento de cualificación de la mano de obra para las demandas empresariales.
La política de incorporar a los sindicatos como parte del Estado fue un duro golpe para los trabajadores que, aunque en aquel momento no se sintió, a lo largo de las diferentes décadas los dejó sin la posibilidad utilizar una herramienta de lucha y organización de los trabajadores; acostumbró a los trabajadores a negociar antes que a luchar por sus derechos.
Las fuerzas colectivas de la sociedad fueron paralizadas por un sistema político extremadamente jerárquico que dividió a la población en diferentes sectores, por un lado, trabajadores, campesinos y pueblo en general; por el otro las diversas corporaciones controladas por la intervención del Estado; donde nunca se permitió la expresión ciudadana. Disciplinada, sujeta a divisiones y jerarquías impuestas que rompieron sus lazos de solidaridad, la sociedad iba a sufrir el desgarro y la distorsión de sus tradiciones comunitarias y asociativas, características de pueblos ancestrales y grupos sociales populares.
El gobierno de Cárdenas realizó una serie de reformas a favor de los trabajadores, sin embargo los presidentes que le siguieron se caracterizaron por todo lo contrario. Las políticas dictaminadas por Ávila Camacho eran encaminadas a minar todas las reformas progresistas del periodo cardenista, entre el 50 y 60% de la inversión pública se destinó a favorecer la iniciativa privada.
En el plano sindical este periodo se caracterizó por afianzar la incorporación de los sindicatos al Estado que había iniciado Cárdenas. La coyuntura internacional de la Segunda Guerra Mundial permitió la expansión de exportaciones y un desarrollo del mercado interno, esto permitió dar concesiones por parte del Estado a los sindicatos incorporados al mismo.
La llegada de Miquel Alemán a la presidencia significó el ascenso de esa burguesía desarrollada bajo los auspicios de la revolución, él representaba a una parte de la burocracia y acaparadores de la revolución que se hicieron ricos durante este periodo. A lo largo de este periodo la industria se desarrolló y la economía siguió creciendo, al mismo tiempo miles de campesinos emigraban del campo a la ciudad para incorporarse al mercado de trabajo en expansión. La industria se versificó y la prosperidad reinaba.
En el periodo conocido como periodo estabilizador la economía crecía, sin embargo como los bienes de capital eran principalmente de capitales extranjeros las importaciones crecieron de forma espectacular y con ellas el endeudamiento externo. Luego de un ciclo de luchas del movimiento obrero durante los años 50, que fueron cerrados con represión. Después de esta escalada de violencia que sufrieron los trabajadores el gobierno cambio de táctica, comenzó a dar ciertas concesiones selectivas que llegaron a la modificación de la Ley Federal del Trabajo y el aumento en el gasto social y educación, esto ayudó a desactivar las protestas.
Durante la década de los sesenta hubo un proceso de masificación en las escuelas; miles de hijos de trabajadores y campesinos que emigraban a la ciudad para buscar trabajo en el proceso de industrialización se incorporaban a las escuelas superiores. Los jóvenes que se incorporaban a las instituciones educativas no escapaban del ambiente general de asfixia que se vivía en la sociedad, algunos de ellos seguramente eran hijos de ferrocarrileros, telefonistas, metalúrgicos o de cualquier otro trabajador que había sido víctima de la brutalidad del gobierno cuando demandaban democracia sindical y cuestionaban el Estatus Quo existente.
Estos jóvenes que emergieron del “desarrollo estabilizador” exigían un lugar en el marco del sistema, sin embargo el sistema no estaba interesado, ni en escuchar, ni en dar ningún tipo de espacio. Si bien hasta el momento los problemas del Estado con respecto a las masas se había arreglado con la incorporación del movimiento de los trabajadores a éste, y que por medio de la violencia había aplastado las voces de la democracia sindical, el movimiento de los jóvenes que se avecinaba provocaría nuevas demandas.
La política en México se limitaba a lo que ocurría en las filas del PRI, una especie de maquinaria política que, bajo mandato del Presidente de la República, se encargada de garantizar el dominio de todo el espacio institucional. La distribución del poder se realizaba entre los actores políticos pertenecientes a la llamada “familia revolucionaria”. Podrían surgir nuevos disidentes y nuevos actores políticos, pero fueron inmediatamente descalificados o cooptados de una manera u otra. Este instrumento era parte de la maquinaria del aparato estatal y sus políticas públicas, para garantizar el orden, la estabilidad e incluso la legitimidad existentes, que todavía estaban instituidas desde la Revolución mexicana.
Cuando los estudiantes y los maestros comenzaron a rebelarse contra la represión arbitraria, las mentiras y la impunidad del Estado; irrumpieron en un espacio reservado para pocos, la actividad política. Rompiendo las reglas que hicieron posible la amplia reproducción de la dominación, y la seguridad del orden económico-social que predominaba. Es por eso que el movimiento estudiantil mexicano apareció desde el principio como un movimiento deliberadamente político, sus demandas iban contra el autoritarismo: liberación de presos políticos, lucha contra la impunidad de las fuerzas represivas y su disolución, rechazo de abusos el poder, la necesidad de justicia y el respeto de las libertades democráticas. Es necesario aclarar que en México, todos los movimientos sociales, invariablemente se politizan, debido a la intervención que el Estado realiza. Es la propia naturaleza del sistema político lo que licúa las diferencias entre lo social y lo político e impone la paradoja de la politización de todos los conflictos sociales debido a que el mismo régimen se asienta en la despolitización.
En los sesenta el capitalismo había suavizado su rostro en occidente, por medio de la política expansiva de la demanda, los subsidios y la acción del Estado que se transformó en propietario de sectores estratégicos de la economía, y con ello afianzó su condición como rector de la misma y regulador del mercado, asunto éste, que generó grandes tensiones y debates, pues los intereses monopólicos habían sido trastocados con la regulación, modificando parcialmente en su funcionamiento al sistema capitalista.
En esos años el Estado mexicano fue endureciéndose en contra de los movimientos laborales y populares. El impulso de éstos fue muy fuerte, hizo que para el Gobierno no fuera fácil controlar a los grandes sindicatos que se consolidaron a lo largo de la primera mitad del siglo xx. Los movimientos de ferrocarrileros y maestros en 1958 y el de los médicos internos y residentes en 1965 fueron movilizaciones muy profundas, que luchaban por derechos elementales y terminaron violentamente reprimidos. La represión era constante, y brutal, no sólo contra los obreros, también contra dirigentes rurales. En mayo de 1962 había sido asesinado en Morelos, Rubén Jaramillo, junto con su esposa embarazada y sus hijos cuyos cadáveres fueron abandonados en Xochicalco.
Así pues, el clima de represión en México, fue uno de los detonantes de la rebeldía en la juventud consciente de todo el país. Los estudiantes, muchos de ellos hijos de obreros y campesinos, tomaron la iniciativa, oponiéndose al autoritarismo de los gobiernos del PRI, hubo en diversos estados de la República movilizaciones de estudiantes. La lucha estudiantil continúa la tradición combativa de los jóvenes en los años cincuenta en la que se destacó el movimiento de los politécnicos en 1956 y 57, contra el alza de los precios del transporte, así como la huelga de la Escuela de Agricultura “Antonio Narro”. De modo que en los años sesenta el movimiento estudiantil tiene continuidad y llegado el momento crucial da un salto cualitativo.
La situación internacional y el ambiente de movilización y protestas previas a las jornadas estudiantiles de la ciudad de México, crearon un ambiente propicio a la toma de conciencia de los estudiantes. Esto tenía muy preocupado al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz que se caracterizaba por su extremo autoritarismo, rigidez y falta de comprensión de los fenómenos sociales. Por su mentalidad, era proclive a creer en “complots” y en la amenaza inminente del comunismo.
En México, antes del estallido del movimiento estudiantil del 68 se habían desatado luchas de gran significado en diversos sectores sociales como los mineros, campesinos, petroleros, electricistas, maestros, ferrocarrileros, y el movimiento médico entre otros. Es importante destacar la formación del Movimiento de Liberación Nacional que se había ido forjando a partir de la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz; asimismo estaban en marcha las luchas guerrilleras en los estados de Chihuahua y Guerrero.
Fueron años de reorganización y, hasta cierto punto, fortalecimiento de la izquierda mexicana. Este proceso de crisis, rupturas y surgimiento de corrientes y grupos izquierdistas innovadores fue en realidad el resultado de las grandes luchas sindicales independientes que terminaron en 1959 con la derrota militar. La crisis del Partido Comunista Mexicano (PCM), en el contexto del triunfo de la Revolución Cubana y el conflicto chino-soviético, condujo al surgimiento de corrientes críticas que abrieron la puerta a otras experiencias.
Las opciones de izquierda, hasta ahora limitadas principalmente al comunismo y el lombardismo, corriente encarnada por Vicente Lombardo Toledano, que era una especie de nacionalismo populista estalinista que jugó un papel fundamental en la formación del régimen empresarial en la década de 1930, convirtiéndose prácticamente en indispensable para Lázaro Cárdenas; siendo promotor de la colaboración de clases, y de la “alianza” subordinada con el régimen de la revolución mexicana. El espartismo, creado por el escritor José Revueltas, fue la corriente más diversificada y extensiva; pero también fue el impulso del trotskismo, el maoísmo y el guevarismo.
Nuevas experiencias generacionales y sociales, que trascendieron a la izquierda, con la integración de muchos jóvenes, principalmente estudiantes e intelectuales que escaparon de las redes institucionalizadas, madurarían bajo la influencia y el aliento de los vientos tumultuosos que conformaban la atmósfera internacional. La revolución cubana, la guerra de Vietnam, la invasión estadounidense en la República Dominicana, la rebelión negra y las Panteras Negras, las revueltas contra el colonialismo, el derramamiento de sangre en Indonesia, la guerra de seis días y la revolución palestina, el símbolo del Che Guevara, la lucha de liberación argelina, la insurrección obrera-estudiantil de mayo francés, las revueltas contra el estalinismo en Praga, las diversas resistencias populares a gobiernos autoritarios en América Latina, las primeras experiencias de lucha armada, los procesos de descolonización, etc.. Junto con esto, la desaceleración de la economía internacional y los primeros síntomas de crisis hegemónica del capitalismo generaron nuevas condiciones para la aparición de procesos de resistencia. Todas estas experiencias alimentaron la experiencia del movimiento estudiantil mexicano.
El régimen de Díaz Ordaz enfrentó problemas políticos muy serios, que agudizaron los conflictos sociales, tanto en el campo como en las ciudades que llevó a una afirmación de los rasgos autoritarios y represivos del sistema, el elemento nuevo fue su capacidad de repercusión en el interior mismo del aparato de gobierno. Esta resonancia se explica porque involucra a uno de los puntales del régimen, que son los sectores medios, varias luchas previas como así también un creciente abstencionismo electoral, indicaban una erosión de la legitimidad del régimen. Es el periodo donde se afirmaron los rasgos autoritarios, represivos y excluyentes del sistema; sin embargo estas tendencias tenían fuertes raíces sociales.
La burguesía y de gran parte de los sectores medios privilegiados tenían temor ante la emergencia de nuevas fuerzas populares que presionaban por una mayor participación política y económica y que aparecen a sus ojos con un carácter subversivo. Se trata del mismo fenómeno, aunque con una importante diferencia de grado, al proceso de radicalización hacia la derecha que experimentaron estos mismos grupos sociales en toda América Latina años después, y que culminó con su apoyo a la instauración de las sangrientas dictaduras militares.
Se produjeron cambios al interior del aparato del Estado, fundamentalmente el control de la cúpula por parte de una burguesía de origen burocrático y que de hecho constituye una fracción de la clase económica dominante; incremento del peso del ejercito debido a su creciente intervención en los conflictos sociales; burocratización de los cuadros políticos y alejamiento de los sectores sociales de donde surgieron. La lógica misma de la estrategia de desarrollo que se ha seguido, exigía asegurar la “paz social” por cualquier medio como condición para que continúe el proceso de acumulación de capital.
En este contexto, el régimen mostró tendencias autoritarias; desde antes de la matanza de estudiantes, se venía utilizando la represión contra las movilizaciones populares, como así también formas más sutiles de represión política e ideológica. Después del sesenta y ocho estas tendencias se acentuaron; aparecieron grupos paramilitares, se multiplicaron grupos de ultraderecha fomentados desde el poder, y se incrementó la hostilidad hacia la poca prensa independiente. En contrapartida, desde los inicios del gobierno de Díaz Ordaz, se habían manifestado dentro y en torno al aparato de estado, tendencias reformistas que replanteaban la política económica, como la relación con la oposición política.
Si bien se acentuaron los rasgos autoritarios del sistema no por ello había renunciado a mantener una cierta política redistributiva, como por ejemplo el reparto de tierras. Y también la integración de todas las confederaciones y sindicatos en un organismo institucional. Esto profundizó la subordinación de la burocracia sindical a la política del régimen del PRI. Los órganos obreros oficiales más importantes, entre ellos el Congreso del Trabajo, apoyaron la política presidencial, incluso la represión al movimiento estudiantil.
Históricamente las respuestas del régimen revolucionario a los conflictos laborales variaron tradicionalmente en cuanto a la flexibilidad y al grado de los alcances represivos; la solución que se dio a todos ellos prueba que el Estado podía ceder en el terreno de las reivindicaciones salariales y en algunos beneficios sociales, e incluso el reparto de tierras entre el campesinado. Pero lo que no toleraría una política independiente y de enfrentamiento directo, como así tampoco direcciones sindicales autónomas al oficialismo.
Una de las banderas de diversos grupos de estudiantes era la democratización del país y ésta implicaba el desmantelamiento del corporativismo y con ello poner fin al control del movimiento obrero; sin embargo, no lo lograron, pese a los afanes por establecer vínculos con organizaciones obreras y en menor medida con campesinas y de colonos.
Por el contrario, el sindicalismo oficial era utilizado por el Estado para acusar al movimiento estudiantil, de estar financiado por el “comunismo y el anarquismo internacional y por la CIA. El “premio” del gobierno de Díaz Ordaz por este hecho, y no haberse involucrado en apoyo al movimiento estudiantil, fue la aprobación y promulgación de la Ley Federal del Trabajo de 1970, que si bien contiene diversos avances en materia individual, también incluye otras normas que coadyuvan al control del movimiento obrero, como: el registro sindical y la toma de nota de las directivas sindicales, la posibilidad legal del mal uso de la renuncia o la expulsión del sindicato.
La violencia fue, una constante del llamado Régimen de la Revolución Mexicana, que se construyó a través de la incorporación obligatoria de las fuerzas sociales en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y una presencia todopoderosa encarnando al Estado y la Nación. El poder centralizado y el orden jerárquico impuesto no toleraron la disidencia ni permitieron el desarrollo de formas democráticas de participación; las elecciones eran rituales sin otro efecto práctico que la legitimación de los candidatos designados con anticipación, por la cúpula del partido.
El terror en todas sus formas, legal y no legal, era la esencia de un orden cerrado, reaccionario y clientelar. Cegado por el auge económico y la consolidación del estado que siguió a las derrotas de las luchas obreras de 1958-1959, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, un extremista tradicionalista, un anticomunismo patológico. No percibió las transformaciones económicas y sociales que trajo consigo el “milagro económico”: urbanización, una fuerte industrialización, mayores desigualdades, crisis agraria, éxodo rural y miseria, cambios culturales, etc. Todos estos elementos estimularon la maduración de una nueva sociedad y por lo tanto un cambio en su relación con un estado y régimen intolerante y de exclusión.
El movimiento estudiantil de 1968 anunció la decadencia del régimen político y el advenimiento de una sociedad que estaba produciendo cambios profundos y rápidos. Sus reclamos de derecho, justicia y libertad, sus prácticas democráticas, el despliegue de su creatividad y su capacidad de comunicación, su autonomía, su valentía, su rápida politización, iban a caer como un ácido corrosivo, sobre la lógica despótica del poder del PRI. Sobre un régimen cerrado, sin ninguna apertura surgió la paradoja de un poder absoluto, conteniendo fuerzas y contradicciones que preparaban su implosión.
Los estudiantes habían reaccionado de manera espontánea, librando un aluvión de movilizaciones que no dejaron de crecer a pesar de las repetidas intervenciones del aparato represivo del Estado. La ciudad de México se encontraba llena de vida, transformada por multitudes de estudiantes. Paulatinamente ella se transformó en un lugar de expresión, protesta, y creación, recuperando espacios públicos como el Zócalo, normalmente reservados a los partidarios del régimen. También las escuelas, mercados, plazas públicas, calles, barrios, transporte, oficinas, negocios, todos se convierten en lugares de diálogo. Las grandes manifestaciones que se organizaron prácticamente sin medios materiales, fueron solo los indicadores de una actividad difusa, que se volvió frenética, de miles e incluso decenas de miles de estudiantes, que llegaron hasta último rincón de la ciudad.
El movimiento estudiantil mexicano fue un despertar de conciencia que tuvo objetivos semejantes a la lucha de los estudiantes de otros países; que se expresa en la lucha contra el autoritarismo, que se refleja en la exigencia de liberación de los presos políticos; contra la represión abierta o disimulada, por la derogación de los artículos 145 y 145bis del código penal (disolución social) que fueron utilizados durante muchos años para perseguir y encarcelar sin fundamento real a los luchadores sociales, al tiempo que se enarbolaban como banderas la democracia real y la justicia social.
La movilización estudiantil personificó para el régimen del partido hegemónico en México un desafío diferente a lo acostumbrado; porque provino principalmente de los jóvenes de las clases populares favorecidas por las políticas desarrollistas instrumentadas por los gobiernos posrevolucionarios; en segundo lugar, porque no planteó demandas gremiales, sino reivindicaciones de índole políticas que apuntaban a debilitar los cimientos del autoritarismo priísta. Lo que en esencia se reclamó fue la vigencia real de las libertades democráticas.
La expresión de descontento de los estudiantes era incomprensible para el gobierno, en el pensamiento del jefe de Estado, solo podía ser el producto de; fuerzas extranjeras, subversivas, del comunismo internacional, destinado a manipular a los estudiantes para desestabilizar el país y sabotear la realización de los Juegos Olímpicos tan queridos por el gobierno.
Al irrumpir en la escena nacional, el movimiento estudiantil ocupó el espacio público, transformando toda la ciudad en un campo de acción y comunicación política. Los lugares de trabajo, educación, vivienda, se convirtieron en territorios de convivencia, de diálogo, de debate; en espacios políticos. Pudo capturar la comprensión del pueblo, su solidaridad, su complicidad, en un contexto donde los medios de comunicación masiva; que siempre habían tenido características totalitarias y sujetos a la censura del Estado y autocensura oportunista, siempre al servicio del régimen político y el poder económico; intentaban ocultar su existencia.
Sin duda, la imaginación de los estudiantes, su sensibilidad, su creatividad y su capacidad para inventar modos de organización y movilización entusiasmaron a una sociedad que estaba sujeta al abuso de poder, la arbitrariedad, la corrupción, las relaciones clientelares. Es por eso que más y más personas de diferentes sectores y niveles sociales comenzaron a escuchar sus demandas, que a pesar de los golpes y las persecuciones seguían expresándolas, desafiando a la persistente parálisis por miedo y persistiendo en la lucha. La indignación de los estudiantes liberó la ira acumulada, alentó el espíritu de rebelión latente en otros sectores del pueblo, como así también profundizó la pérdida de confianza en el gobierno y en el presidente. Un proyecto de politización de las masas comenzó a abrirse camino, gracias a la acción del movimiento estudiantil que desconcertó al poder por su autonomía, su osadía y su determinación.
El movimiento estudiantil de 1968 en México fue ante todo una lucha contra la impunidad, la mentira, la terquedad no solo del presidente Gustavo Díaz Ordaz, sino también del poder institucional, sin representatividad y sin legalidad, sujetas a corrupción y poder discrecional. Los seis puntos de la plataforma tenían que ver con la violación de derechos, con una legalidad punitiva que se superponía a las libertades, las garantías consagradas en la Constitución, y con el deseo de restablecer la legalidad violada por aquellos quienes estuvieron a cargo de garantizar los derechos democráticos y sociales nacidos en la Revolución.
El aprendizaje de la legalidad para los estudiantes, especialmente para los más politizados, fue algo difícil, contra la corriente en un país extremadamente legalista pero sin apego a las leyes; sujeto a la arbitrariedad y la ausencia de un estado de Derecho. El orden constitucional era en sí mismo contradictorio, producto de una Revolución que se había institucionalizado aplastando sus principales fuerzas impulsoras, la parte popular de sus actores. El absolutismo presidencial, consagrado, se había convertido en un régimen político sin equilibrios ni controles, donde predominaban los poderes de los sectores más acomodados de la sociedad.
Los tres poderes (ejecutivo, legislativo, judicial) fueron absorbidos por un poder presidencial único y omnipotente. El gobierno y los jueces carecían de autoridad, estaban acostumbrados a la arbitrariedad, realizaban acusaciones sin sentido y llevaban a cabo juicios basados en mentiras y planes turbios, especialmente cuando había implicaciones políticas o que tocaran a intereses de la burguesía o del capital. Una de las demandas de 1968 incluyó la liberación de líderes sindicales encarcelados sin ningún proceso legal real, como Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Víctor Rico Galán, etc.
El estado diario de las violaciones a la ley por parte del gobierno era asombroso, así como la ausencia de respeto por los derechos democráticos y sociales. Esto, evidenció la existencia de un régimen despótico, omnipotente e intolerante, sin ningún tipo de mediación democrática. Los estudiantes y todos aquellos que recurrieran a la actividad política tuvieron que actuar en forma clandestina. La “violencia institucional” fue complementada por la violencia paramilitar. Durante la revuelta estudiantil, ejecutó acciones atemorizantes, utilizando fuerzas paramilitares, como atacar con fuego de ametralladoras contra escuelas, golpizas a estudiantes, secuestros; una guerra sucia que presagió el 2 de octubre y la violencia institucional ejercida por las dictaduras latinoamericanas durante los años setenta.
Las brigadas, las reuniones diarias, las asambleas; con o sin ataques policiales, llevaron finalmente a que se ejercieran derechos democráticos establecidos legalmente, siempre condicionados y cancelados por el gobierno. Gradualmente se entendió y aceptó que la exigencia por el cumplimiento los derechos establecidos legalmente en la Constitución, podría ser también un medio de denuncia al régimen, un refugio democrático, exigencia por las libertades socavadas, protesta contra la impunidad y la ilegalidad del poder. El movimiento adquirió así un aspecto legalista por el requisito de respeto a la Constitución y la ley ultrajada por el régimen que los había instituido. Por lo tanto, el movimiento estudiantil también fue el precursor de la lucha por los derechos humanos en México y la lucha por la democracia.
Hasta la noche de Tlatelolco, cuando toda la nación se sintió avergonzada a causa de la matanza del gobierno; las casi diez semanas durante las cuales se desarrolló la rebelión fueron intensas y largas jornadas de politización masiva. Sobre todo, la de los estudiantes y profesores que escaparon a la inercia y los impedimentos que sometieron durante muchos años al conjunto del pueblo, a la apatía, el conformismo, la reproducción de las relaciones jerárquicas, la falta de comunicación y el aislamiento.
El movimiento fue un aliento igualitario que desató relaciones de solidaridad, cooperación y cordialidad. Los debates en asamblea, la conquista de las calles, el aprendizaje de la libertad, el encuentro vital con personas de todos los orígenes sociales y culturales, el reconocimiento de la ciudad en su diversidad, el despliegue de capacidades de comunicación insospechadas y especialmente el movimiento colectivo que confrontaba con el gobierno, su aparato, las manipulaciones de los medios. La capacidad de respuesta que el movimiento construyó, a esto significó un proceso de politización, conciencia, cambio cultural irreversible para toda una generación.
La sociedad con sus diferencias y desigualdades, descubrió manifestaciones y prácticas políticas, opiniones y críticas hacia el régimen que reunió a innumerables grupos sociales no solo estudiantes en el ejercicio de la política. Fue también por esta razón que el movimiento apareció como una posibilidad de devolver a la política su dignidad, como algo necesario y respetable, que podría conducirse con procedimientos diferentes a los del PRI, como una práctica de confrontación con esta política institucional que todavía se referenciaba en la Revolución mexicana.
Ciertamente, muchos estudiantes se politizaron en las distintas instancias del movimiento, hicieron sus armas y luego ingresaron al mundo de la política. Pero muchos actores del movimiento venían de otras luchas, de experiencias que los habían capacitado en prácticas políticas y sociales, clandestinas o semiclandestinas. La mayoría de los líderes más destacados del CNH fueron activistas de organizaciones de izquierda y sociales, así como muchos miembros de los comités de lucha, animadores de las asambleas y brigadas. En cierto modo, representaron la memoria, y la continuidad de un legado teórico y político que de alguna manera había sobrevivido y se modelaba contra la corriente de un régimen aplastante que había surgido desde la primera Revolución del XX siglo basado en mitos populares y nacionalistas.
Todas las corrientes que se desempeñaban dentro del movimiento estudiantil, llevaron al Consejo Nacional de Huelgas (CNH) sus planteos, a pesar de que esto las arrastró, las desorganizó, y las transformó y el desenlace de la rebelión eventualmente las terminó. Después de la masacre de 1968, el colapso de estas organizaciones fue seguido a diferentes ritmos y niveles y trajo una nueva configuración de la izquierda. Pero durante el movimiento el CNH se enriqueció con debates y contribuciones que estas aportaban, a menudo polarizados, pero que colectivamente favorecían la construcción en el centro de los acontecimientos de una estrategia que inicialmente organizó el movimiento, lo proyectó a la sociedad y también logró aislar y mostrar al gobierno del PRI en su verdadera luz.
A pesar de la diversidad de su composición, en el Consejo se formó un liderazgo, totalmente legitimado como un cuerpo colectivo, independientemente del peso real de algunos de sus miembros como Raúl Álvarez Garín o Gilberto Guevara Niebla. El problema más significativo, fue la incapacidad para percibir el cambio de la situación política después del 13 de septiembre con el redespliegue militar y la guerra sucia. Fue la prueba final para la consagración del CNH como una dirección consumada del movimiento político-social más importante de México de la segunda mitad del siglo XX. La masacre del 2 de octubre con el arresto de los principales líderes del CNH y la persecución que no se detuvo incluso durante los Juegos Olímpicos, eliminaron la dirección del movimiento, que perdió su capacidad de iniciativa.
El movimiento estudiantil reveló las debilidades del régimen cuando este último estaba en su apogeo, y al mismo tiempo descubrió libertades y prácticas sociales, mostró la posibilidad de vivir lo político de otra forma, democráticamente, sin subordinaciones impuestas. El movimiento estudiantil fue aplastado militarmente, brutalmente, por el aparato estatal. Toda la nación estaba avergonzada por la bajeza del Genocidio nocturno de Tlatelolco. En el largo plazo, en la perspectiva histórica, el movimiento estudiantil popular de 1968 ha triunfado poniendo de manifiesto las verdaderas características de los regímenes sustentados en él capital.
Brasil 1968: El asalto al cielo, la bajada al infierno
Mario Maestri|
El comienzo de los 60 había sido contradictorio para las luchas sociales en el mundo. En 1964, bajo la orientación colaboracionista del Partido Comunista, el movimiento popular brasileño fue derrotado sin luchar. En 1965 y 1966, la misma política facilitaría la masacre de un millón y medio de comunistas y la consolidación de la dictadura en Indonesia. El asesinato del líder marroquí socialista Ben Barka, en Francia, en octubre de 1965, y la sustitución de Ben Bella por Boumedienne en Argelia en junio del mismo año también mostraron hasta donde llegaba el compromiso de lucha por la independencia social, bajo la dirección de las clases burguesas nacionales consideradas como progresistas.
La década se inició con señales premonitorias. En las barbas del gigante imperialista, en 1959, a partir de Sierra Maestra, un grupo de jóvenes revolucionarios reavivó a la población de la pequeña isla y tumbó a la dictadura odiada. Dos años más tarde, la revolución cubana tomaba un tinte claramente socialista. En abril de 1961 el fracaso de la invasión imperialista en Bahía Cochinos hizo crecer la humillación estadounidense. Sobre todo en Indochina, donde avanzaba sin descanso la lucha armada de las fuerzas populares vietnamitas, a pesar de los enormes recurs La derrota brasileña
La derrota en Brasil había pesado mucho sobre la coyuntura mundial. A comienzos de los 60, amplios sectores de clase media y baja se habían enrolado en las vagas propuestas de reformas de base que, según prometían, rescatarían a los marginados de las ciudades y del campo y volverían a promover la industrialización que, en las tres décadas anteriores, había modernizado relativamente la anacrónica estructura rural de la nación. En 1964, el proyecto nacional-reformador fue abortado violentamente. En nombre de las clases proletarias del país, los militares impusieron la dictadura y reprimieron duramente al movimiento popular. La derrota fue todavía más dolorosa porque se dio sin ningún tipo de resistencia, precisamente cuando muchos se creían a un paso de la victoria.
Los grandes líderes populares — Jango, Brizola y Arraes — abandonaron el país sin oponer resistencia. Brizola había propuesto, inútilmente, una oposición de última hora, lo que fue totalmente rechazado por el presidente João Goulart, su cuñado. El Partido Comunista Brasileño (PCB), la gran organización de la izquierda, de orientación prosoviética, mantuvo hasta el triste final del gobierno constitucional su dominación sobre el populismo nacionalista, entorpeciendo la organización autónoma de los trabajadores. Después del golpe de 1964, el Partidão (PCB) reafirmó sin ninguna autocrítica su política colaboracionista.
Sin embargo, en Brasil la euforia de los vencedores sería corta. A través del mundo, la crisis capitalista mundial, que se asomaría en las principales economías mundiales en 1967, por primera vez después de largos años de crecimiento ininterrumpido, exigía que trabajadores y asalariados se apretasen el cinturón, para que el gran capital sacara sus castañas del fuego. Desde abril de 1964, los militares brasileños intervinieron en los sindicatos, se le negaron los derechos políticos a parlamentarios populares, los militares demócratas fueron sustituidos, las conquistas sociales fueron suprimidas, la renta de la clase media y de los trabajadores cayó profundamente debido a la violencia política recesiva dictada por el gran capital al gobierno sumiso del dictador Castelo Branco [1964-1967].
El paro aumentaba. La inflación crecía. Las clases medias se pasaban, desilusionadas, a la oposición, después de haber desfilado en marzo de 1964 con Dios, por la patria y por la familia, convocados por el imperialismo, por la Iglesia y por los partidos de derecha, preparando la intervención militar que salvaría al país de la “dictadura sindicalista”. Políticos de ideas no populares, o que habían apoyado el golpe, como Carlos Lacerda y Juscelino Kubitschek, marginados en el poder, se unieron a João Goulart en un efímero “Frente Amplio”, a finales de 1966, al percibir que la intención de los militares era eternizarse en el poder.
Poder Negro
La situación internacional era tensa y dinámica. Después del fracaso de los regímenes árabes conservadores, especialmente Egipto, Siria y Jordania, en la Guerra de los Seis Días contra Israel, a principios de junio de 1967, la guerrilla palestina asumía la lucha antisionista reemplazando las corrientes conservadoras desmoralizadas. Con la crisis económica que llegaba a los Estados Unidos., en gran medida debido a los gastos de la guerra, que anteriormente sólo habían garantizado beneficios al gran capital, el movimiento pacifista estadounidense criticaba duramente la intervención en Vietnam y los valores del american way of life. El imperialismo yankee sufría un golpe en su mismo vientre. Malcom X fue asesinado en febrero de 1965, en Nueva York, pero el black power se iba fortaleciendo y los barrios negros ardían bajo el fuego del odio de la población humillada. Los hispanos estadounidenses y los mismos grupos amerindios también levantaban su cabeza. En Vietnam, el 30 de enero de 1968, murieron los sueños de la victoria militar, con la Ofensiva del Tet, durante la cual los vietcongs atacaron más de treinta ciudades vietnamitas del sur y la misma embajada estadounidense, en Saigón. Mientras tanto, la clase obrera estadounidense seguía inmovilizada bajo la hegemonía del gran capital.
Del 31 de julio al 10 de agosto de 1967, se celebró en La Habana, Cuba, el primer encuentro internacional de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Después de teorizar resumida y superficialmente la experiencia vivida en la isla, la dirección cubana proponía claramente la generalización incondicional de la lucha guerrillera rural; “Crear un, dos, muchos Vietnams”. Si bien de forma confusa y voluntaria, la OLAS rompía el monopolio político soviético, que defendía, en América Latina y por todo el mundo, la colaboración y subordinación del movimiento popular a las burguesías nacionales, presentadas como progresistas. La presencia de Carlos Marighella en el encuentro de OLAS, difundida ampliamente, al llegar a Brasil, supuso la expulsión del conocido militante comunista del PCB. La captura y muerte de Guevara, el 8 de octubre de 1967, en la selva boliviana, fue vista como un duro mazazo en el largo camino a ser recorrido, y no como el resultado de las inconsecuencias de propuesta de inicio de lucha armada por pequeños grupos al margen de las luchas y de la consciencia real de los trabajadores.
Tanto en Brasil, como en Italia, en la Alemania Federal, en Japón, en México y en tantas otras regiones del mundo, el 1968 comenzaba con la marca de la resistencia explícita. La crisis económica de 1967 hizo que el movimiento obrero brasileño, luchando contra la represión salarial, se recuperase un poco de los golpes sufridos. El 16 de abril mil doscientos trabajadores de la siderúrgica Belgo-Mineira paraban de trabajar, en Contagem, Minas Gerais. En un abrir y cerrar de ojos, eran dieciséis mil los trabajadores que se estaban en huelga. El movimiento se disolvió, al inicio del mes siguiente, al conseguir un aumento salarial del 10%. El 1 de mayo de 1968 representó otra nueva victoria. El gobernador Abreu Sodré y su equipo, tras haber sido invitados por agentes infiltrados como sindicalistas y del PCB a subir a la tribuna de la Praça da Sé, fueron abucheados, increpados y obligados a refugiarse en la catedral de São Paulo. Los participantes del acto quemaron la tribuna y marcharon en una manifestación. El mes siguiente se dieron breves cortes en las fábricas de montaje de São Bernardo.
Paris brûle-t-il?
En mayo, fortísimos vientos europeos avivaron el brasero nacional. La ciudad de París, y a continuación toda Francia, se convulsionó por el estudiantado universitario enragé. Seguidamente, el movimiento obrero empezó una dura y larga huelga general. El gobierno de De Gaulle dio marcha atrás, la burguesía tembló, se llegó a hablar de un gobierno popular, antes de que el Partido Comunista Francés encauzase la manifestación callejera y las ocupaciones de fábricas hacia la lucha institucional, enterrándolas bajo un estrepitoso fracaso electoral. El mayo francés reavivó al mundo, casi ensombreciendo las luchas estudiantiles y obreras también muy duras en Italia y en la misma Alemania Federal, avivada en éste último país por al atentado al líder estudiantil Rudi Dutschke el 11 de abril de 1968. El mismo mes asesinaron a Martin Luther King, en Memphis, Tennessee. En Francia se luchaba contra el autoritarismo, contra la discriminación, contra los privilegios, por el socialismo obrero y democrático. Una generación de líderes de veinte años contagiaba a la juventud del mundo con su radicalismo, inconformismo, autonomía, coherencia — Daniel Cohn-Bendit, Alain Krivine, Jacques Sauvageot, Alain Geismar etc.
La victoria cubana impuso el principio de que la revolución comenzaría por las gestas ejemplares de algunos guerrilleros. En 1967, el foquismo sería teorizado en Revolución en la revolución, por el joven francés Régis Debray, intelectual de rápida vocación guerrillera de poco éxito. Si el origen no podía comenzar en el campo, comenzaría en la ciudad. Desde enero de 1967, el activismo de los Guardias Rojos contra la restauración capitalista, hoy totalmente victoriosa, prestigiaba el maoísmo, sobre todo entre jóvenes católicos radicalizados. La acción de las organizaciones trotskistas en Francia hizo propaganda del marxismo revolucionario, el antiestalinismo, la antiburocracia, volviendo a seguir a Ernest Mandel, referente público mundial.
Debilitado por la derrota de 1964, el PCB explotó en una constelación de grupos radicalizados. Jóvenes llegados en gran parte de la Juventud Universitaria Católica (JUC) y de la Juventud Obrera Católica (JOC) se unían a la lucha antiimperialista y anticapitalista. Entonces, Brasil tenía un gran número de pequeñas organizaciones revolucionarias — ALN (Acción Libertadora Nacional), BCPR (Agência para Prevenção e Recuperação de Crises), AP (Ação Popular), POLOP (Política Operária), VAR-Palmares (Vanguarda Armada Revolucionária Palmares), POC (Partido Operário Comunista), Fração Bolchevique-Trotskista, MRT, etc1. – con algunas centenas de militantes, generalmente de los 17 a los 25 años, con cobertura normalmente regional. La juventud universitaria y de grado medio era partidaria de la lucha política, cultural e ideológica, con coraje, generosidad e impaciencia. Salía a las calles garabateando “Más gasto social y menos cañones” [“Mais verbas e menos canhões”]; “Un, dos, muchos Vietnams” [“Um, dois, mil Vietnãs”], “El pueblo unido tumba a la dictadura” [“O povo unido derruba a ditadura”], “Viva la alianza obrero-estudiantil” [“Viva a aliança operário-estudantil”]. Conscientes de que no hay práctica sin teoría, los jóvenes militantes leían sin descanso, sobre todo historia, economía, sociología, — La revolución rusa de Trotsky; El diario de Bolivia, de Guevara; Los tres profetas de Isaac Deutscher; La revolución brasileña de Caio Prado Júnior; El libro rojo, de Mao; los Poemas de la cárcel de Ho Chi Minh.
En 1968, por primera vez en Brasil, la Civilização Brasileira publicaba El capital, de Kark Marx. Militantes imberbes devoraban los gruesos volúmenes, de cabo a rabo, página por página, sin entender mucho. Se estudiaban y debatían los mínimos detalles de la revolución rusa, china y cubana, aunque fuese mucho mejor el interés por la historia de Brasil, sobre todo en el período anterior a 1930, durante el cual las categorías de sociología del capitalismo no eran del todo funcionales. Fuera del país, se discutían y se desarrollaban duras polémicas. El futuro estaba al alcance de la mano. Se abrazaban las nubes, en un asalto al cielo.
La cultura es del pueblo
La explosión de creatividad invadió las artes, sobre todo la música, el teatro, el cine y la producción editorial nacional. Una estética radical de raíces indígenas tupiniquim aseguraba momentos de gloria al cine nacional. Nélson Pereira dos Santos grabó el clásico Vidas Secas, en 1963, y Anselmo Duarte conquistó Cannes con El pagador de promesas en 1962. El casi niño Glauber Rocha dirigió Tierra en trance en 1967, y terminó en 1969 El dragón de la maldad y el santo guerrero. Beltor Brecht era fijo de los teatros nacionales — Los fusiles de la Sra. Carrar, Galileo Galilei; La ópera de tres centavos; Madre Coraje y sus hijos. La dramaturgia nacional echaba raíces propias con Libertad, libertad y Arena conta Zumbi, en 1965, Arena conta Tiradentes, en 1967, y puestas en escenas explosivas como Roda Viva en 1968, que fue objeto de ataques de grupos paramilitares de derechas.
En un país con pocos lectores y con la televisión todavía en pañales, la lucha cultural mostraba los dientes en el terreno de la música popular. Sólo parcialmente inconscientes del papel que cumplían, Roberto Carlos, Erasmo Carlos, Vanderléia y el grupo de la “Jovem Guarda” pregonaban a favor de la despolitización y sólo pedían “que tú me arropes en este invierno, que todo lo demás se va al infierno”. La izquierda dominaba totalmente el campo musical, con una selección que sólo aceptaba craques: Caetano Veloso, Chico Buarque, Elis Regina, Jair Rodrigues, Gilberto Gil, Geraldo Vandré, Vinícius de Morães, etc., cuando en los festivales de música, la lucha politizada se convertían en casi una batalla campal.
A través de la música se debatían los proyectos para el futuro del país. En una época sin ceremonias, iconoclasta, el público se revelaba contra los monstruos sagrados que construía, en caso de que osasen salirse de la línea a seguir, o de lo que se pensase que era la línea. El 28 de marzo de 1968, tres días antes del cuarto aniversario del Golpe, la policía militar del Ejército y la Aeronáutica invade el restaurante Calabouço, en Rio de Janeiro, disparando a quemarropa contra los estudiantes y matando a Édison Luís de Lima Souto, de 18 años. El día siguiente, un viernes, la antigua capital de la República se detiene para que sesenta mil personas despidan al estudiante de grado medio.
La respuesta es violenta. Durante varios días, la ciudad se convierte en un campo de intensiva batalla. Por un lado, estudiantes y gente común. Por el otro, la policía y el ejército. Son asesinados universitarios, estudiantes de grado medio y civiles. Al desplazarse por las calles del centro, los soldados se protegen bajo las marquesinas de los objetos lanzados desde los edificios. Un policía militar a caballo muere al caerle en la cabeza un pesado cubo cargado con cemento todavía fresco, lanzado desde un edificio en construcción.
Cien mil contra la dictadura
La agitación estudiantil se extiende por Brasil, con manifestaciones en las principales capitales. El miércoles 26 de junio el movimiento alcanza su punto álgido. En Río de Janeiro, cien mil manifestantes se concentran en Cinelândia y marchan por el centro, en una manifestación permitida por el gobierno. Cincuenta mil personas protestan en las calles de Recife. Las grandes manifestaciones alcanzaban el efecto deseado. Algunos días más tarde, una comisión de “La marcha de los cien mil”, en Río de Janeiro, es recibida en Brasilia por el dictador Costa e Silva. Entre los miembros de la delegación se encuentra un representante de la UNE (Unión Nacional de Estudiantes), grupo ilegalizado inmediatamente después del Golpe. Sin embargo, el encuentro no tiene consecuencias.
La movilización obrera llevó a la oposición sindical a planificar un amplio movimiento de huelga para finales de año, momento clave de importantes categorías. La explosión de las manifestaciones de junio aceleró la huelga. El 16 de julio José Ibrahim, presidente del Sindicato de los Metalúrgicos, de Osasco, de 20 años, vinculado a la organización militarista VPR (Vanguarda Popular Revolucionária), se pone al frente de una paralización de la COBRASMA (Companhia Brasileira de Materiais Ferroviários), con ocupación de la empresa y retención de dos trabajadores de grado, a la cual se unen diez mil trabajadores de otras industrias. El movimiento exige un reajuste del 35%, restitución salarial cada tres meses y otras reivindicaciones.
La dictadura militar responde violentamente. Cientos de trabajadores son arrestados y despedidos. COBRASMA es invadida. José Ibrahim es, acto seguido, detenido y condenado al destierro en Chile. Zequinha Barreto, un dirigente trabajador de COBRASMA, es arrestado y torturado. Después de cinco días, se suspende la huelga. Una segunda paralización, en Contagem, Minas Gerais, en octubre, fue reprimido con facilidad. La huelga general de fin de año no sería convocada jamás.
La movilización decrece en el país. El 12 de octubre el movimiento estudiantil, espina dorsal de la oposición, recibe un fuerte golpe. Subestimando la represión, la dirección de la UNE reúne en su 30º Congreso en un lugar de Ibiúna, una pequeña ciudad del interior de São Paulo, a miles de delegados de todo el país. La detención de los participantes permite el arresto de los cabecillas y la localización de los líderes estudiantiles de norte a sur del país. El mismo día en que caía el Congreso de Ibiúna, era acribillado por un comando militar de la VPR, delante de su residencia en São Paulo, el capitán estadounidense Charles Chandler, trabajador de la CIA, que estaba estudiando sociología en Brasil.
Los dos acontecimientos reflejaban la orientación que adoptaría la resistencia en los años siguientes. Acciones armadas de grupos de valientes jóvenes militantes, aislados socialmente, pretendían ocupar el lugar del movimiento de masas en retroceso. El 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en la capital mexicana, de doscientos a trescientos manifestantes fueron masacrados por el ejército y la policía, diez días antes del inicio de los Juegos Olímpicos, que se celebraron sin ningún tipo de remordimientos.
Especialmente entre 1969 y 1973, organizaciones de izquierda militaristas, inspiradas en el foquismo guevarista, lanzarían acciones espectaculares –asaltos a bancos, secuestros de embajadores y de aviones, ejecuciones de torturadores, guerrillas rurales, etc.- sin que los trabajadores urbanos y rurales se unieran a la propuesta de lucha armada inmediata, quienes estaban a millones de años luz de sus consciencias, necesidades y capacidad de organización de la época.
Aisladas, las organizaciones serían diezmadas, una tras otra, por la represión, que se extendería tanto a los militantes sublevados como a las clases populares. En esos años, los coches de la nueva clase media emergente invadían las calles con una pegatina que decía “Brasil: ámalo o déjalo”, repartida por la represión; un calco de la consigna derechista estadounidense America love it or leave it..
El 28 de septiembre de 1968, en el III Festival Internacional da Canção, de la cadena Globo, en São Paulo, acompañado por Mutantes, Caetano Veloso presenta la canción “É prohibido, prohibir” [“Está prohibido prohibir”], vestido con ropas de plástico de colores, con collares exóticos, mientras que un joven estadounidense, aún más psicodélico, sube y grita en el escenario como si formara parte de la coreografía. En la competición participaba la canción finalista “Caminhando”- “Para Não Dizer que Não Falei das Flores” [Caminando – Para no decir que no hablé de las flores], de Geraldo Vandré, que se convertiría en una especie de himno de la resistencia. “Vem, vamos embora/ Que esperar não é saber/ Quem sabe faz a hora/ Não espera acontecer” [Ven, marchémonos/ Que esperar no significa saber/ Quien sabe se adelanta al tiempo/ No espera a que ocurra].
Geraldo Vandré – Pra Não Dizer Que Não Falei Das Flores (Caminhando)
Los históricos abucheos que recibió Caetano Veloso mostraban fielmente la conciencia del público, formado prácticamente sólo por jóvenes, de la distancia cada vez más grande de parte de la intelectualidad de la resistencia en regresión. En 1972, Elis Regina cantaría que sólo quería “uma casa no campo, do tamanho ideal…”. [“una casa en el campo, del tamaño justo…”]. La deserción de su compañero Jair Rodrigues – “O morro não tem vez/ e o que ele fez já foi demais/ Mas olhem bem vocês/ Quando derem vez ao morro/ Toda a cidade vai cantar.” [“El morro no tiene voz/ y lo que hizo ya fue muchísimo/ Pero prestad atención/ Cuando den al morro una oportunidad/ Cantará toda la ciudad”] – sería todavía más bucólica.
En los años siguientes, sólo algunos artistas continuarían con pies de plomo y jugando con fuego. Entre ellos destacaba Chico Buarque, que bien atacando con un ritmito simple de rock con “você não gosta de mim, mas sua filha gosta” [“a ti no te caigo bien, pero a tu hija sí”], o con composiciones clásicas y duras como “Fado tropical” junto con Ruy Guerra en 1972-73, o con “Cálice” en 1975 junto con Gilberto Gil. Su “Apesar de você”, en 1970, se convirtió en el himno de la lucha final contra la Dictadura y de la esperanza de una disculpa pública por los crímenes cometidos bajo ésta, retractación que hasta hoy no se ha producido – “Hoje você é quem manda/ Falou, tá falado/ Não tem discussão”; “Você vai pagar e é dobrado/ Cada lágrima rolada/ Nesse meu penar” [“Hoy eres tú quien manda/ Has hablado, está todo dicho/ No hay más que hablar”; “Vas a recibir tu merecido con creces/ Por cada lágrima caída/ En mi mar de penas”].
El año, que había nacido bajo el signo del deseo del pueblo, se cerraba bajo el despotismo militar. La resistencia comenzó su bajada a los infiernos. El 29 de agosto de 1968, tropas policiales y militares, fuertemente armadas, invadieron la Universidad de Brasilia. Las imágenes difundidas por la prensa recordaban las acciones de las tropas de ocupación nazi. Los estudiantes eran obligados a marchar con las manos en la cabeza y a tirarse al suelo, a punta de pistola.
El golpe sería proclamado días más tarde. Un anodino pronunciamiento del diputado Márcio Moreira Alves, el 2 y 3 de septiembre, que pedía el boicot de la población al desfile del Siete de Septiembre [conmemoración de la independencia brasileña], sirvió para que los militares presentaran la petición de levantamiento de la inmunidad parlamentaria, para instaurar el proceso que repararía el honor militar mancillado.
El 12 de diciembre el Congreso Nacional rechazó la petición humillante. El día siguiente, 13 de diciembre de 1968, el gobierno liquida lo que quedaba de la libertad democrática. El caso Márcio Moreira Alves era la disculpa. Al comienzo del año, en abril, el oficial comandante de brigada João Paulo Burnier había propuesto al Parasar, servicio de salvamento de Aeronáutica, una amplia campaña terrorista, con ejecuciones individuales y atentados en masa, para cerrar del todo el régimen.
El plan se frustró por la oposición del capitán aviador Sérgio Ribeiro Miranda de Carvalho, castigado y retirado por su coraje. El Acto Institucional nº 5 cerró el Congreso, las Asambleas Legislativas, suspendió el habeas-corpus, fortaleció la censura, preparó el camino para la represión, para el encarcelamiento, para la tortura, para la eliminación de los opositores.
El retroceso de la movilización popular tenía raíces mucho más profundas que la represión. Habían pasado desapercibidas a una oposición formada, en su gran mayoría, por jóvenes que acababan de despertar para la vida política. Desde comienzos de 1968, después de años de retroceso, la economía nacional crecía. La extrema explotación a los trabajadores, la entrada de capitales internacionales, la reorientación de la producción para la exportación, la apertura a nuevos mercados, etc. provocaba un relanzamiento de la producción interna. El paro caía, crecía la acumulación de capitales, el empresariado nacional se respaldaba en el régimen que le permitía aumentar ostensiblemente sus ganancias.
Ahora, para los empresarios, hablar de democracia y de derechos sindicales era una indecencia. Al contrario, pedían, con insistencia, más represión, financiando incluso y participando directamente en la tortura, junto con policías y militares. En las décadas siguientes, la población nacional pagaría patéticamente la cuenta social y económica del Milagro. A mediados de 1968, la expansión económica y la represión policial conseguían la adhesión de amplios sectores sociales, sobre todo de las clases medias, mostrando éstos una postura apática e, incluso, de tibio apoyo a un régimen militar que les prometía cumplir sus soñados deseos.
El caída de la inflación, financiamientos accesibles para la vivienda y préstamos a bajo coste permitían que importantes sectores de las clases medias alcanzasen el sueño de la casa propia, el primer coche, el primer viaje a Europa. En los años siguientes, al visitar el Viejo Mundo, los hijos del Milagro se distanciaron de los apestados extraditados y exiliados que encontraban por casualidad.
En 1969, en “Pequeno burgués”, Martinho da Vila criticaba al movimiento estudiantil, que celebraba el poder estudiar en las universidades privadas financiadas por la Dictadura: “Dizem que sou burguês/ Muito privilegiado /Mas burgueses são vocês.” [“Dicen que soy burgués/Muy privilegiado/Pero vosotros sois los burgueses”]. También explícitos eran Dom y Ravel en 1970 con “Eu te amo, meu Brasil, eu te amo/. Meu coração é verde, amarelo, branco, azul-anil./ Ninguém segura a juventude do Brasil.” [“Te amo, mi Brasil, te amo/. Mi corazón es verde, amarillo, blanco, azul añil. /Nadie garantiza la juventud de Brasil”]. El claro éxito entre el público de esas canciones mostraba los nuevos vientos.
En un escenario de progresión social, las clases medias cerraban normalmente los ojos frente ante la extrema explotación que sufrían las clases obreras y frente a la represión de la oposición. Los militantes que se habían encontrado como pez en el agua, entre la población sublevada contra el régimen militar, se sentía ahora que el horno no estaba para bollos. En las Universidades, eran señalados con el dedo, antiguos compañeros se cambiaban de acera para no hablar o ser vistos junto con el tristemente célebre subversivo.
La expansión económica neutralizaría importantes sectores obreros. Los bajos salarios y los altos ritmos de producción fueron vistos como casi una liberación por los trabajadores recién llegados del campo. Jornadas de doce o más horas de trabajo les permitían comprar productores no perecederos que antes estaban fuera del alcance de los bolsillos populares — televisor, frigorífico, etc. Principalmente la expansión de la industria metal-mecánica creó una joven aristocracia obrera, relativamente bien pagada. La cual más tarde se confrontaría fuertemente contra el régimen, a finales de los 70, cuando el regreso de la inflación perjudicaría los salarios.
La modernización conservadora del país originaría una administración pública federal bien remunerada, empleados en las grandes capitales, en expansión. El crecimiento salvaje de la enseñanza privada superior disminuía la presión social provocada por la falta de plazas en las universidades públicas. Se reorganizaron las universidades federales, siguiendo modelos estadounidenses. Por primera vez, se creó una burocracia académica bien pagada y bien financiada, una gran parte de la cual se sumergiría durante más de una década en un tranquilo y cómodo apoliticismo disfrazado de un neutro cientificismo.
Aisladas socialmente, insensibles al nuevo contexto nacional, las organizaciones armadas se aferraron, a partir de 1969, a la lucha en las tinieblas a la que se refiere Jacob Gorender en su libro homónimo, pequeño clásico en aquellos duros años. Acorraladas entre el enfrentamiento de los grupos armados y la represión, las organizaciones que no se habían dejado arrastrar por la aventura militarista tuvieron duramente recortadas sus posibilidades de intervención en el contexto de enfrentamiento armado que se vivía en el país.
Incapaz de presentar un proyecto político que representase las necesidades de las amplias masas, ni de proponer formas de lucha y de organización que estuvieran a la altura de la época, la militancia de la izquierda, fuertemente aislada, cayó luchando, fue encarcelada, se exilió o intentó sobrevivir en el duro contexto de la dictadura. En los momentos más duros, angustiados por el peso de la derrota, centenares de militantes permanecieron en el país organizando la resistencia como bien podían.
La dictadura del capital, que si bien en 1968 parecía tambalearse, aún se mantendría durante largos años hasta 1985, cuando la movilización obrera y popular conquistó, finalmente, la redemocratización, pero sin obtener, en el momento de la transición, el derecho a elecciones directas. Este hecho acarreó una nueva derrota, al substituirse el régimen militar del gobierno que mantuvo lo esencial en las modificaciones institucionales emprendidas durante los veinte años de la dictadura, que perjudicó a las clases subalternas y favoreció los privilegiados. En cierto modo, simplemente “se cambiaba todo, para que todo quedara igual”.
Agravada por la victoria de la ofensiva neoliberal internacional de finales de los 80, la derrota de 1968 pesa todavía muchísimo sobre la vida nacional. Aquellos días memorables son recordados para, todavía con nostalgia condescendiente, señalar los muchos errores, los innumerables engaños, para señalar que jamás se debía haber luchado, que la batalla estaba perdida de antemano – como en el caso de Zuenir Ventura, en su best-seller 1968: el año que no terminó.
Se mantiene curiosamente vigente el concepto de que sin “osar luchar”, no es posible vencer y que no hay peor derrota que la que se sufre sin luchar. Los días de 1968, en Brasil y en el mundo, no son simples hechos históricos para ser narrados.
1968 sigue siendo la esfinge enigmática que exige que sean desvelados sus lados más complejos. Como un poderoso faro, todavía sigue indicando, aunque desde muy lejos, en el horizonte, el camino seguro que hay que seguir.
Tres inviernos que transformaron al Uruguay (1967 -1969)
El sepelio y entierro de Líber Arce se constituiría en el acto de masas más grande de la historia hasta el momento. Las condiciones de vida de las familias trabajadoras empeoraban rápidamente, al tiempo que las huelgas obreras se multiplicaban. Compartimos nuevamente este texto de Raúl Zibechi, que es un extracto modificado de su libro “De multitud a clase: formación y crisis de una comunidad obrera, Juan Lacaze (1905-2005)”, y proponemos a través de estas líneas recorrer estos años de intensificación de la lucha social.
Ayer marchamos con Liber, Susana, Hugo y todas y todos los mártires estudiantiles. Aquellos días, cuando la clase dominante apuntaba y el terrorismo de estado disparaba sobre quienes luchaban, no fueron días cualquiera en el largo empeño por construir nuevos mundos.
El ciclo 1967 – 1969.
En 1967 se rompieron los equilibrios que habían dominado la década. Entre las clases dominantes se desató una lucha abierta por el control del aparato estatal, que se zanjó con el triunfo del sector ligado al capital financiero, que propiciaba la redistribución de los ingresos fomentando la especulación y la inflación: entre agosto de 1967 y julio de 1968, los precios al consumidor crecieron un 182%. El salario real del conjunto de los trabajadores era, entre 1961 y 1966, el 80% del de 1957, fecha que registró el pico más alto del salario en el siglo; descendió al 76% en 1967, para bajar abruptamente al 61% en el primer semestre de 1968. Cuando el gobierno impuso la congelación de precios y salarios, en junio de 1968, el salario real era de apenas el 53% del de once años atrás, siendo los funcionarios estatales los más perjudicados, ya que percibían apenas un tercio del salario de 1957.
La conflictividad social dio un salto espectacular. Destacó ese año la huelga que durante 114 días mantuvieron los gráficos, periodistas y canillitas y la lucha de los 200.000 funcionarios públicos. La CNT convocó seis paros generales. El gobierno envió soldados al puerto para forzar a los huelguistas a retornar al trabajo, ocupó militarmente el Correo y el 9 de octubre decretó medidas de seguridad, clausurando el diario El Popular, el semanario Marcha y Verdad, publicado por los huelguistas de la industria gráfica.
En 1968 la ofensiva de las clases dominantes treparía un peldaño más. Ante la creciente conflictividad estudiantil, se volvieron a implantar medidas de seguridad el 13 de junio, que regirán de forma casi permanente hasta 1972. A fines de ese mes, el gobierno decretó la congelación de precios y salarios, en un momento en el que muchos gremios estaban a punto de concretar aumentos salariales. La medida no sólo golpeó los salarios, sino que introdujo un factor de división entre los gremios que habían conseguido aumentos y los que los tenían pendientes.
El período de intensificación de las luchas sociales y políticas que se abrió hacia 1967, tuvo un clímax en el invierno de 1969, cuando se registró el momento de mayor y más concentrada conflictividad en muchas décadas. En 1968 hubo 351 paros, 134 huelgas y 7 ocupaciones en las oficinas y empresas públicas; 95 paros, 130 huelgas y 80 ocupaciones en empresas privadas y 56 huelgas, 40 ocupaciones y 220 manifestaciones protagonizadas por el movimiento estudiantil. La CNT convocó cinco paros generales, casi todos los sectores públicos estuvieron en conflicto así como gran parte de las grandes empresas. Algunas medidas adoptadas por los trabajadores marcaron un punto alto del conflicto social: el puerto fue bloqueado por los obreros portuarios, los bancarios y los públicos resistieron la militarización, la clausura de numerosos locales y la prisión de dirigentes y afiliados que fueron internados masivamente en cuarteles. Tres estudiantes fueron muertos por la represión policial, generando un clima de estupor e indignación en una población que nunca había asistido a semejante escalada represiva, en tanto el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) realizó dos secuestros y numerosas acciones armadas de pequeña envergadura.
1969 fue el año decisivo, que marcó el rumbo de la confrontación de clases. El gobierno levantó las medidas de seguridad el 15 de marzo pero las reimplantó el 24 de junio; en enero fue muerto un obrero municipal durante una manifestación de estatales y en abril comenzó la huelga de toda la industria frigorífica (14.000 obreros), la más importante del país y el sector obrero con mayor capacidad de movilización. Durante la huelga frigorífica se desarrolló el I Congreso de la CNT, donde se registró un duro debate sobre táctica sindical, y comenzó la huelga de los bancarios, de la prensa y de los funcionarios de UTE, entre muchos otros. El gobierno respondió militarizando a los funcionarios públicos y a los bancarios, siendo declarados “desertores” más de 2.000 de los 8.500 empleados bancarios al resistir la militarización. Fueron detenidos 800 dirigentes sindicales y a lo largo de los 15 meses de medidas de seguridad fueron encarcelados un total de 5.614 obreros, estudiantes, empleados y profesionales, centenares fueron destituidos y decenas de miles sometidos al rigor de la disciplina militar en sus puestos de trabajo.
La villa obrera del Cerro fue militarizada de hecho y la policía atacó campamentos de huelguistas, la CNT convocó ese año tres paros generales, algunas fábricas textiles fueron ocupadas y desalojadas por la policía. En setiembre fue levantada la huelga frigorífica, el principal gremio del país había sido derrotado y se abrieron de par en par las puertas a la reestructuración ya en marcha de la industria, según los deseos de los ganaderos y el capital financiero. El objetivo estratégico fue cerrar las plantas del Cerro, donde la clase obrera había erigido el enclave más sólido del país y dificultaba la circulación y acumulación del capital, para redistribuir la industria en diversos sitios del Interior donde no existía tradición ni organización obrera.
En 1969 la guerrilla realizó una de sus acciones más ambiciosas con el intento de copamiento de la ciudad de Pando, realizó numerosas acciones y atentados, entre ellos la muerte del comisario Héctor Morán Charquero, acusado de estar implicado en torturas.
En el seno de la CNT, y de todos los sindicatos, se desató una agria polémica que fue sintetizada por el documento del COT titulado “Las experiencias de 1968 y 1969”, y que se expresó en la polémica entre Héctor Rodríguez y Mario Acosta, dirigentes textil y de la construcción, reflejadas en Marcha y El Popular.
La posición mayoritaria en el COT (defendida por independientes y socialistas) sostenía que a mediados de 1969 había condiciones para lanzar una huelga general, que existía ya de hecho en el país, y que era posible quebrar la política gubernamental. La posición contraria, defendida por la minoría comunista, decía que no había condiciones para lanzar una huelga general y que debía trabajarse para acumular fuerzas. La polémica en el seno del congreso textil fue la más importante y de mejor nivel y altura realizada nunca por el movimiento sindical uruguayo. En ella se enfrentaron dos concepciones opuestas: la que ponía en primer lugar la necesidad de una organización extensa, bien aceitada, centralizada y jerárquica, y la que apostaba a la movilización como forma de modificar la relación de fuerzas a escala nacional pero también para llegar a los sectores más amplios de trabajadores.
El documento de la mayoría sostenía que durante 1968 y 1969 la mayoría comunista de la CNT había cometido “gravísimos errores de conducción” que “terminaron por desviar, limitar o paralizar” la voluntad de lucha de los trabajadores. Hacía hincapié en la falta de un plan de lucha con medidas “crecientes y decisivas” y en que a mediados de 1969 la dirección de la CNT “sacrificó con un solo gran error todas las luchas del año”. En efecto, el 28 de junio rechazó la propuesta del COT de lanzar la huelga general, cuando los principales gremios del país estaban en huelga y se registraba un enfrentamiento entre el gobierno y el parlamento. El análisis señalaba que “aún en caso de resultar derrotada, hubiera acumulado nuevas fuerzas, enseñanzas y reservas morales para el futuro del movimiento sindical”. Sostenía que las causas de esos errores radicaban en la subestimación de los comunistas de la importancia del movimiento sindical y en la falta de confianza en su capacidad de lucha. Pero, sobre todo, sostenía que “han pretendido transferir al campo electoral enfrentamientos que sólo podía –y puede–definir la lucha popular encabezada por los sindicatos y los estudiantes en las circunstancias de 1968 y 1969”.
La minoría comunista tenía otras prioridades. La preocupación principal de ese sector era evitar el aislamiento del movimiento obrero, “acercar a la CNT a un conjunto de fuerzas progresistas” y “aislar políticamente al gobierno”. Sostenía que el objetivo de conseguir “la unidad del pueblo en torno al movimiento sindical” aún no se había logrado y que el nivel de organización y preparación del movimiento “no está a la altura necesaria para una confrontación decisiva con todo el aparato represivo del estado”, haciendo hincapié en las dificultades que existían en el Interior. Criticaba la “táctica ciega del todo o nada” que creía ver en la propuesta de la mayoría y sostenía que “solo con condiciones organizativas y de preparación excepcionales” era posible enfrentar al enemigo. Luego de repasar las dificultades organizativas por las que atravesaba el propio gremio textil y de señalar que la mayoría de los obreros sólo se movilizaba por “reivindicaciones inmediatas”, concluía que una medida como la huelga general tendría como saldo “el aislamiento y la destrucción de lo más combativo y organizado del movimiento sindical, que es lo que persigue el gobierno”.
Ambas posiciones tenían sólidos asideros en la realidad. Quienes defendían la huelga general habían captado con entera claridad que el invierno de 1969 presentaba una oportunidad única para quebrar al gobierno del capital financiero mediante la movilización callejera, las huelgas y los paros. Era ese el momento de mayor aislamiento del gobierno y, sobre todo, el de mayor y más profunda movilización obrera. Por el contrario, quienes apostaban a “transferir” el conflicto social al campo electoral, visualizaban las debilidades del movimiento y se situaban en sintonía con las tradiciones políticas del país y del propio movimiento sindical, que no tenía experiencia de huelgas generales en situación de represión aguda. Unos apostaban a la fuerza de la movilización, a las nuevas tendencias que despuntaban en el país en los últimos años y pretendían desbordar a las clases dominantes apoyándose en los sectores más activos; los otros creían en la fuerza de la organización, se situaban en las tradiciones sociales y políticas, y visualizaban la acumulación de fuerzas como un proceso gradual, sin grandes sobresaltos.
Sin embargo, el triunfo de la orientación comunista no se debió sólo a la mayoría que ostentaba en la dirección de la CNT. Ningún sector “desobedeció” la decisión de la dirección de la central, ni los grandes sindicatos ni los obreros que estaban en huelga; unos y otros esperaban la decisión de las jerarquías para lanzarse o no a la huelga. En la tradición del movimiento obrero uruguayo las bases nunca desbordaron a las direcciones, y esa tradición se mantuvo en pie aún en los momentos más álgidos de las luchas sociales. Los patrones de acción acuñados por el movimiento, no parecen proclives a cambiar en el corto plazo que rige las cambiantes coyunturas político–sociales, y muestra tercas continuidades capaces de resistir el voluntarismo de los actores. Para la inmensa mayoría de los trabajadores, parecía natural y en perfecta consonancia con su historia personal y colectiva la idea de “transferir al campo electoral” los conflictos sociales. De ahí que esa acusación que se realizó a los comunistas, aun siendo cierta, no haya mellado la fuerza de esa estrategia, sobre todo cuando los cauces electorales no estaban cerrados.
Héctor Rodríguez y la mayoría de los textiles, acertaron en un punto esencial: desaprovechada la ocasión del invierno de 1969, el gobierno y las clases dominantes pasaron a la ofensiva y la clase obrera sufrió una derrota en el único terreno en el que podía obtener victorias. De ahí en más, todas las luchas obreras fueron defensivas y el campo social que llamamos clase obrera comenzó un lento desfibramiento, hasta su ocaso tras el golpe de Estado y la huelga general de 1973.
Fuente: http://www.zur.org.uy/content/tres-inviernos-que-transformaron-al-uruguay-1967-1969
La revolución de 1968 transformó América Latina
Una lista de las nuevas organizaciones sociales surgidas en esos años, sorprendería aún a los propios protagonistas. Fue el período en el que se activaron los pueblos originarios y afroamericanos, pero también los campesinos y estudiantes, los sindicatos obreros y las guerrillas que siguieron el camino del Che Guevara, caído en combate en octubre de 1967 en Bolivia. En su homenaje, Cuba proclamó 1968 como ‘Año del guerrillero heroico’.
Entre las grandes acciones populares, en el imaginario colectivo aparece en lugar destacado la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, en la Ciudad de México, el 2 de octubre, que puso fin a las masivas protestas estudiantiles contra el régimen que debió asesinar a cientos de jóvenes para que no perturbaran la realización de los Juegos Olímpicos, inaugurados días después de la masacre de Tlatelolco.
Desde la óptica obrera, la acción más importante sucedió tres meses después del fin de ese año, en marzo de 1969, cuando unos 40.000 trabajadores automotrices de la ciudad de Córdoba (Argentina), desafiaron al régimen militar de Juan Carlos Onganía en las calles. Apoyados por estudiantes, los obreros ocuparon el centro de la ciudad el 29 de marzo, corrieron a la policía que agotó los gases lacrimógenos, asaltaron comisarías, tomaron edificios públicos y se enfrentaron a las tropas que el gobernador debió llamar para reponer el orden.
El Cordobazo fue la insurrección obrera más notable del período, que no triunfó pero forzó a la dictadura a emprender la retirada. Lo más destacable es que en los meses siguientes se produjeron 15 levantamientos populares en una decena de ciudades argentinas, entre ellas Rosario y Córdoba, que volvió a protagonizar una nueva insurrección en 1971. Los obreros manuales desbordaron el control en las fábricas y en las calles.
En Colombia los campesinos protagonizaron un desborde similar. El presidente Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) ensayó una política reformista en sintonía con la Alianza para el Progreso, para lo que necesitaba el apoyo del campesinado para promover una reforma agraria desde arriba que neutralizara a los terratenientes, refractarios al menor cambio. Para eso impulsó la creación de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC), que en su criterio debía “institucionalizar las relaciones del Estado con las clases populares, en particular con el campesinado, que en la década del 60 comenzaba a dar muestras de creciente iniciativa política a través de organizaciones gremiales, movilizaciones espontáneas por la tierra y apoyo directo o indirecto a la guerrilla”.
Pero el campesinado aprovechó la oportunidad para desprenderse de la tutela del Gobierno reformista de Lleras. En una clara ruptura con los terratenientes y también con el Gobierno que intentaba conciliar intereses antagónicos, ocuparon 645 fincas de grandes propietarios en los últimos meses de 1971.
El tercer gran desborde fue el estudiantil, que tuvo en Uruguay una de sus mayores expresiones. En los cinco meses que transcurrieron entre la marcha del 1 de Mayo del 68 y la clausura de los cursos en la Universidad de la República, la Universidad del Trabajo y los colegios secundarios, decretada por Jorge Pacheco Areco el domingo de 22 setiembre, se produjeron: 56 huelgas, 40 ocupaciones, 220 manifestaciones y 433 atentados con bombas Molotov y de pintura, según cifras aportadas por Jorge Landinelli en su libro ‘1968: la revuelta estudiantil’.
En mayo había 10 liceos ocupados, dos cerrados por huelga, tres cerrados por el Gobierno para evitar ocupaciones y los enfrentamientos con la policía eran casi diarios. En julio el Gobierno decreta la militarización de los funcionarios estatales de electricidad, agua, petróleo y telecomunicaciones que estaban en conflicto y se produce la confluencia entre obreros y estudiantes.
Tanto el Estado como las propias organizaciones estudiantiles y sindicales fueron desbordadas por el activismo de base. Ese año fueron asesinados los estudiantes Líber Arce, Susana Pintos y Hugo de los Santos, algo inédito en la historia del Uruguay.
En torno a 1968 emergió una nueva generación de movimientos y de activistas, mucho más politizados y activos que los anteriores. Buena parte de las organizaciones que en los años siguientes jugaron un papel social y político destacado, nacieron en esos años. Vale mencionar el Movimiento Julián Apaza en Bolivia, cuna del katarismo; la Federación de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (Fucvam) en Uruguay; el Consejo Regional Indígena del Cauca en Colombia y la Ecuarunari en Ecuador, entre los más destacados. Años después, pero también influidos por la oleada de 1968, nacen Madres de Plaza de Mayo en Argentina y el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil.
En 1968 Paulo Freire redacta su libro ‘Pedagogía del oprimido’, que es la carta de nacimiento de la educación popular y el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez pronuncia una conferencia titulada ‘Hacia una teología de la liberación’, con la que nace esta corriente religiosa. En el terreno del pensamiento crítico, son los años de elaboración y difusión de la teoría marxista de la dependencia por los brasileños Ruy Mauro Marini y Theotonio dos Santos, y de la formulación de la teoría de marginalidad por Aníbal Quijano, José Nun y Miguel Murmis.
Con este conjunto de autores, el pensamiento latinoamericano se presenta ante el mundo con personalidad y perfiles propios, del mismo modo que el movimiento social adquiere madurez y modos diferenciados de los del primer mundo.
Este ciclo virtuoso en torno a 1968 fue interrumpido brutalmente por los golpes de Estado en Chile y Uruguay (1973), y en Argentina (1976), y por la represión en casi todos los demás países. Pero provocó cambios muy profundos, tanto en las sociedades como en el sistema político.
En primer lugar, deslegitimó a las viejas oligarquías y a las derechas, y a buena parte de las fuerzas que apoyaban a los Estados Unidos. Aunque los cambios no fueron inmediatos, las bases sobre las que gobernaron aquellas oligarquías fueron erosionadas por la irrupción de las nuevas generaciones de jóvenes.
En segundo lugar, la irrupción de nuevos sujetos colectivos, entre los que destacan mujeres, indígenas, afros y jóvenes, comenzó un largo cuestionamiento del patriarcado y de las relaciones coloniales de poder. Como destaca el sociólogo Immanuel Wallerstein, después de 1968 “los ‘pueblos olvidados’ empezaron a organizarse como movimientos sociales y también como movimientos intelectuales”.
La tercera cuestión son los cambios culturales generados a partir de la década de 1960, que pueden sintetizarse en una menor legitimación del imperialismo, del autoritarismo y de todas las formas de dominación, en un amplio espectro que va desde la familia y la escuela hasta los lugares de trabajo y las instituciones.
Aún estamos viviendo, o sufriendo, si se prefiere, las consecuencias de 1968. En adelante nada volvió a ser igual. Los poderosos tuvieron más dificultades para imponer su voluntad; los dominados tienden a salir de ese lugar. El mundo, para bien o para mal, es un lugar menos estable y más caótico; pero los cambios se han convertido en norma en nuestras sociedades.
*Raúl Zibechi, periodista e investigador uruguayo, especialista en movimientos sociales, escribe para Brecha de Uruguay, Gara del País Vasco y La Jornada de México, autor de varios libros
La hora de los hornos: cine para militantes, no para espectadores
José Martí
Por su concepción política y cinematográfica la película La hora de los hornos, de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino como integrantes del Grupo Cine Liberación, es un hito en la cinematografía nacional. Filmada en condiciones de clandestinidad bajo la dictadura de Onganía y como parte de la lucha contra ella, fue concebida como cine para la acción política en momentos en que parte del ámbito cinematográfico latinoamericano revisaba el lenguaje y la función social del cine. Se basaba en rechazar el arte cinematográfico que se dirigía a un espectador pasivo al que, por el contrario, buscaba interpelar e invitar a involucrarse en las luchas sociales y políticas de los pueblos.
De cuatro horas de duración la película se presenta dividida en tres partes: Neocolonialismo y violencia; Acto por la liberación, dividida a su vez en dos partes: Crónica del peronismo (1945-1955) y Crónica de la resistencia (1955-1966); y Violencia y liberación. Aquí, una reseña.
Viviana Vallejo|
La hora de los hornos es un documental (un film–ensayo) y una reflexión crítica sobre el neocolonialismo en Argentina, que Solanas filmó y Octavio Getino escribió entre 1966 y 1968 (…) El film de Solanas está atravesado por la doctrina peronista, la militancia política de aquellos años de dictadura y el fenómeno de la violencia.
Construida formalmente en base a fragmentos de diversa índole, en La hora de los hornos hay entrevistas, secuencias de noticieros, reconstrucción de escenas, fotos fijas, imágenes tomadas de revistas y del discurso publicitario (que era el ámbito en el que Solanas trabajaba), pero también fragmentos de otros filmes, como “Tire Dié” (1960), de Fernando Birri. Según dice Solanas, el cine ruso de Sergei Eisenstein, Dziga Vértov y Vsévolod Pudovkin fue su máximo modelo. Pero también apunta que fue fuertemente influenciado por “Noche y Niebla” (1955), de Alain Resnais, los cortos de Santiago Álvarez y el cine de Glauber Rocha. Además, desde la literatura y el pensamiento político, “Los condenados de la tierra” (1961), de Frantz Fanon, los diferentes documentos sobre la Revolución Cubana y los escritos de Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrós, textos que revalorizaban y reivindicaban el movimiento peronista, tuvieron un peso ideológico contundente en la intelectualidad de Solanas y Getino. (…)
Imposibilitada de ser estrenada en salas hasta 1973 la película fue presentada en el Festival de Pesaro, Italia, en junio de 1968, donde ganó el Gran Premio de la Crítica, primero de otros que recibió. “Mientras que en Europa la película pisaba fuerte y las revistas más prestigiosas del cine-arte -como Cahiers du cinema, Positif, Cinema Nuevo y Cine 60- le dedicaban espacio en sus páginas, la situación en Argentina era contrastante: imposible organizar un estreno a nivel nacional. Sin embargo, “La hora de los hornos” circuló de forma clandestina, y miles de personas en el país también pudieron verla: bajo la denominación de Grupo Cine Liberación (CL), Solanas y Getino entregaban la película a las organizaciones que la solicitaban. “Estábamos juntos en una batalla en contra de la dictadura”, afirma Solanas”. (…) Las organizaciones proponían ver esta película como otra más de las actividades militantes e impulsaban el surgimiento de grupos para proyectarla y difundirla.
La hora de los hornos es una película fundacional que se pensó como un fenómeno orientado hacia la acción política de descolonización cultural, y que dio origen al llamado Tercer Cine (distinto del Primer Cine -producto de Hollywood-, y de un Segundo Cine, más vinculado a las realizaciones de autor). Este proyecto del grupo Cine Liberación impulsó la formación de otros grupos de cine involucrados en la política, que usaban el lenguaje cinematográfico para promocionar y propagar ideología: Grupo Cine de la Base y Realizadores de Mayo, entre otros. Es que, precisamente, esta película realizada y exhibida durante sus primeros años en total clandestinidad, representa un hito dentro del cine militante argentino: “Contribuyó al debate y rompió el ‘en sí’ del cine, porque lo más importante era el momento mismo de la proyección”, como indica Pino Solanas.
fuente: http://www.diariopublicable.com/cultura/910-solanas-la-hora-de-los-hornos.html
fragmentos
película completa
El 68: ¿revolución o rebelión?
Renán Vega Cantor y Luis Eduardo Bosemberg-Nodal|
¿Cuál es el lugar de los años sesenta en el siglo XX?
Renán Vega Cantor: En la década de 1960 adquieren relieve algunos procesos interrelacionados, inscritos en el ámbito de un ciclo revolucionario que se había iniciado en 1945. En esta perspectiva, esos procesos no pueden analizarse de manera aislada sino en relación directa con dicho ciclo revolucionario, en el cual fue protagonista central lo que por entonces se llamó el Tercer Mundo. No por casualidad este término, acuñado en 1952, se generalizó en la década de 1960 para hacer referencia a la mayor parte del mundo periférico, dependiente y/o colonial, donde se libró la Guerra Fría. Como parte de ese ciclo revolucionario deben destacarse la Revolución China (1949), la guerra de liberación de Vietnam (que se extiende hasta 1975), la Revolución Cubana (1959) y, sobre todo, el movimiento anticolonialista, que abarca desde la India (1947) hasta África, en donde en 1975 cayeron los últimos reductos del decrepito imperio portugués.
Puede decirse, en este sentido, que a mediados del siglo XX la dinámica de la historia mundial se desplazó al Tercer Mundo, donde se produjeron los principales acontecimientos de transformación social, política y cultural, que están asociados a un hecho central y definitivo, no sólo de la década de 1960 sino de todo el siglo XX: el anticolonialismo. Yo creo que éste es el elemento distintivo y más importante de esa década y el más perdurable hasta el día de hoy. El anticolonialismo significó el fin de vastos imperios coloniales, hegemonizados por potencias europeas como Inglaterra, Francia, Bélgica y Portugal, y esa liberación nacional implicó la aparición en la palestra histórica de pueblos y naciones que habían sido sojuzgados y esclavizados, en algunos casos, desde el siglo XVI. Ese vasto movimiento anticolonial movilizó a los pueblos de varios continentes que lucharon para conseguir independencia y/o liberación nacional, soberanía y reconocimiento como seres humanos. En la década de 1960 ese movimiento de liberación nacional adquirió su máxima extensión y radicalidad y emergen nuevos países en el panorama político del mundo.
Esas luchas de liberación nacional no fueron fáciles, ya que implicaron, en la mayor parte de los casos, la represión violenta por los diversos países colonialistas, como se evidenció en Vietnam, Congo y Argelia, para señalar los hechos más emblemáticos. Millones de personas pagaron con su vida el intento de librarse del yugo colonial y de acceder a la independencia nacional, porque los sectores más reaccionarios de las clases dominantes de los países imperialistas se negaban a reconocer la autodeterminación de todos aquellos a los que seguían considerando, en forma racista, como salvajes, bárbaros e inferiores. Otra pretensión, en la guerra que se empezó a librar contra el antiguo mundo colonial por parte de las potencias imperialistas, ahora hegemonizadas por Estados Unidos, era asegurarse el control de esos territorios para seguir apropiándose de sus recursos naturales, bajo nuevas formas de sujeción neocoloniales, e impedir que en esos lugares se consolidaran procesos revolucionarios.
Al respecto, debe recordarse lo sucedido en dos países, uno en África (Congo) y otro en Asia (Indonesia), en donde en 1961 y 1965, respectivamente, se libraron acciones contrarrevolucionarias y contrainsurgentes, con la derrota de proyectos nacionalistas, que dejaron un saldo trágico de miles de muertos. Recuérdese que en 1965, en Indonesia, una antigua colonia holandesa, un golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos instauró una dictadura sangrienta, la cual se mantuvo durante más de 30 años, y asesinó a un millón de militantes del Partido Comunista de ese país en pocos meses. Otro tanto sucedió en Congo, donde, luego de su independencia de Bélgica, fue asesinado el líder nacionalista Patrice Lumumba y se desató una guerra civil, auspiciada por la antigua metrópoli en alianza con la ONU y Estados Unidos, que dejó miles de muertos, y luego se entronizó una dictadura prooccidental que se prolongó hasta 1997.
Mientras que esto sucedía en el Tercer Mundo, en algunos lugares de Europa se había construido el Estado de Bienestar, con la intención de contener el posible ímpetu revolucionario de los trabajadores, tras la derrota del fascismo en 1945, y se estableció un pacto tácito entre el capital y el trabajo que se constituyó en la base de la estabilidad laboral y social de Europa, lo cual en gran medida explica los Treinta Gloriosos (1945-1973) de crecimiento espectacular del capitalismo, consolidación del fordismo y del Estado keynesiano. Fue la época del “pleno empleo”, cuando la clase obrera mejoró sus condiciones de vida hasta el punto que importantes sectores de ésta empezaron a identificarse con la “clase media”, y se rompió en forma temporal el nexo entre trabajo y pobreza. Al mismo tiempo, se presentaron avances científicos y tecnológicos que fueron posibles por la existencia de petróleo barato y abundante, sin lo cual no se hubiera consolidado el fordismo. Todo esto fue factible en Europa, Estados Unidos y Japón, porque en ese mismo momento se presentaba la destrucción criminal del Tercer Mundo, con el fin de evitar la consolidación de proyectos nacionalistas o revolucionarios que pudieran convertirse en modelos que incentivaran a otros pueblos a seguirlos. Este elemento explicó el surgimiento de la Contrainsurgencia y la Doctrina de la Seguridad Nacional, proyectos hegemonizados por Estados Unidos y sustentados en un feroz anticomunismo, que se desplegaron por todo el mundo periférico originando golpes de Estado, dictaduras prolongadas, torturas y desapariciones forzadas, que en muchos casos, como en la República Democrática del Congo y Colombia, se prolongan hasta el día de hoy.
Desde luego, el anticolonialismo no logró erradicar por completo la dominación colonial en todo el mundo, porque siguieron existiendo, hasta hoy, enclaves coloniales en distintos lugares. En ese sentido, pueden mencionarse tres casos dramáticos: el apartheid en Sudáfrica, reforzado en la década de 1960 con varias matanzas y la persecución contra los dirigentes del Congreso Nacional Africano y el encarcelamiento de su máximo líder, Nelson Mandela; Puerto Rico, colonia de facto de Estados Unidos desde 1898, luego de su independencia de España, y que, en forma eufemística, ha sido denominada por Estados Unidos como “Estado Libre Asociado”; y Palestina, sucesivamente ocupada y sus habitantes expulsados de sus tierras por el Estado sionista de Israel desde 1947 y que en 1967 invadió los territorios de Gaza y Cisjordania, invasión que se mantiene hasta hoy.
Pese a estos hechos, la dominación colonial fue herida de muerte y es dudoso, aunque algunos intenten revivirla (como Estados Unidos, en Irak y Afganistán), que pueda volverse a la situación existente antes de 1945, aunque un personaje como el epistemólogo Karl Popper haya dicho en 1992, en su libro La lección del siglo XX, poco antes de morir, que el mundo occidental nunca debió aceptar la descolonización, que ése ha sido un trágico error, porque esos pueblos no estaban preparados para la libertad y la democracia.
Habiendo señalado todo lo anterior, puede afirmarse que 1968, fecha emblemática de la década de 1960, fue importante porque se constituyó en el punto de llegada y de confluencia de un amplio espectro de luchas sociales y políticas en el mundo, pero con la particularidad de que los acontecimientos del año mencionado se generaron primordialmente en Europa, con la participación de los estudiantes y los trabajadores, en el marco de los Treinta Gloriosos, que se levantaron contra las nuevas formas de dominación del capitalismo tardío. Esta circunstancia llevó en cierta forma a ignorar la magnitud e importancia de los acontecimientos que se libraban en la periferia capitalista, en donde la guerra no fue tan fría.
En 1968, cuando se produjo lo que Immanuel Wallerstein ha denominado la Segunda Revolución Mundial –la primera había sido la Primavera de los Pueblos, en 1848–, confluyeron luchas, protestas y rebeliones en todo el mundo, incluido el Este de Europa, catalizadas por un acontecimiento que tenía que ver con el Tercer Mundo y la dominación colonial: la guerra de Vietnam. En las barricadas del barrio latino de París, en las fábricas tomadas en Italia por los obreros, en la Plaza de Tlatelolco en México –donde fueron masacrados cientos de estudiantes–, en las calles de las propias ciudades de Estados Unidos resonaban las consignas de solidaridad con Vietnam y de oposición a la guerra de agresión por parte del imperialismo estadounidense. Incluso entonces, en el máximo momento de esplendor y de efervescencia social, en 1968, el mundo periférico emergía como el epicentro de las reivindicaciones, lo cual demostraba la importancia que había adquirido la lucha anticolonial.
Luis Eduardo Bosemberg: Son muchas las cosas que allí sucedieron. En la historia de Occidente, los años sesenta hacen parte de todo un despegue socioeconómico, de prosperidad y de pleno empleo. Intelectuales como Bourdieu postulaban que se habían creado nuevas posibilidades, una nueva libertad para definirse a sí mismo y para configurar identidades. La prosperidad había creado espacios y expectativas. Pero a pesar de la prosperidad, en aquella época había críticas desde la izquierda, como aquellas de los intelectuales alemanes adheridos a la Escuela de Frankfurt, que planteaban que del ciudadano políticamente movilizado, de la época del siglo XIX y de entreguerras, se había pasado al consumidor pasivo y conformista que ya no marchaba con el fin de apoyar un sistema político sino que ahora lo hacía para comprar en las tiendas, símbolos de la renovada sociedad capitalista.
Es una década de grandes intentos de emancipación, como la primavera de Praga y las revueltas estudiantiles de Berlín, México, París y Berkeley; las mujeres luchando, no solamente por una cuestión económica, sino por su rol en la sociedad; y movimientos de minorías, como el de los negros en Estados Unidos. También es una época de búsqueda del cambio revolucionario, no solamente en Cuba, sino también de revoluciones árabes nacionalistas que, si bien dos de las más importantes se dieron en la década anterior, mantuvieron su auge en los sesenta con el triunfo del Frente de Liberación Nacional (FLN) en Argelia, la fundación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el ascenso al poder de Gadaffi en Libia, la guerra de independencia de Yemen y la llegada al poder del Baaz en Irak.
La movilización de los jóvenes fue un fenómeno que tuvo lugar en otros lugares, como la Revolución Cultural en China, aunque de otra naturaleza. Menos conocido es el hecho de que los inicios de ciertos fundamentalismos religiosos, que se autoconsideraban emancipatorios, se situaran a finales de aquella década. Lo que hoy llamamos fundamentalismo islámico –con unas juventudes que deseaban reislamizar su región– tuvo sus inicios, en parte, cuando Israel, en 1967, aplastó en una semana a los ejércitos de Egipto y Siria, dos de los países que lideraban las revoluciones árabes nacionalistas. Se cuestionó así a los gobernantes que se manifestaban con un lenguaje laico y revolucionario occidentalizante y quedaba abierta la propuesta de la vía religiosa. Más aún, el fundamentalismo judío tiene también sus raíces a finales de la década, cuando muchos jóvenes buscaron las especificidades de ser judíos y abandonaron el hippismo y las alianzas contra el establishment anglosajón que se tenían con los movimientos por la igualdad en los derechos civiles y contra la discriminación racial.
La rebelión juvenil y su contracultura, que tuvieron gran resonancia, sobre todo en países occidentales, merecen especial atención. La prosperidad causó un revuelo en la población estudiantil y en los profesionales, que eran un sector explosivo, transnacional, viajero, entusiasta e inquieto. Se trataba de una nueva generación de estudiantes que afluían a la universidad y unas instituciones que no estaban física ni institucionalmente preparadas para recibirlos. Surgieron resentimientos contra la guerra en Vietnam o la obligación del servicio militar. Se resaltaba la juventud como un fin en sí mismo. Después de todo, los que gobernaban eran los viejos y la propuesta provenía de unos jóvenes divorciados del pasado que conocieron sus padres. Había una brecha generacional entre los que vivieron la pobreza y las guerras y los que sólo vivieron la prosperidad. Pusieron sobre el tapete que había un vacío en las creencias, en la subjetividad, que el consumo no lo era todo. Criticaron los centros de poder militar, económico y político y mitificaron a otros, como las luchas populares en América Latina y Vietnam. Recordemos la famosa figura del Che. Criticaron los fundamentos morales de la sociedad mayoritaria y quisieron trastocar todos los valores; se propuso, por ejemplo, la vida en comunidades –junto con la droga– o la militancia política en organizaciones revolucionarias que querían acabar con el orden establecido.
Se abogó porque no hubiera leyes ni jerarquías, todo un programa anarquista que ya se había visto, por ejemplo, en la Inglaterra de siglo XVII. Se trató de un movimiento independiente, liderado por jóvenes, que enriquecía a la industria del disco y del entretenimiento y que tuvo héroes románticos, individuos que simbolizaron una juventud cuya vida y juventud acababan al mismo tiempo: cantantes y músicos como Janis Joplin, Jimmi Hendrix, Brian Jones y Jim Morrison murieron jóvenes y se convirtieron en íconos. Se propuso un estilo informal con los blue jeans, la música y sus conciertos masivos y un lenguaje donde se utilizaban las groserías (que eran acervo de sectores populares) como reacción a lo que representaban sus padres. Se reivindicaban nuevas formas de relacionarse que incluían el sexo y las drogas, se hablaba de liberación personal, de “prohibido prohibir”. Recuerdo que en Alemania, hasta la década de los sesenta los estudiantes no se tuteaban entre sí, y mucho menos se tuteaba a un profesor joven. Eso cambió en ese momento. Se trataba del abandono de ciertas formas de relación personal.
No podemos, como hacen algunos, condenar al movimiento juvenil como época de drogas y de vanas ilusiones; también debemos tener en cuenta su energía, sus sueños, que, como en tantas otras oportunidades, han hecho parte del ser joven. En Europa, por ejemplo, hubo protestas estudiantiles ya en el siglo XII.
-¿Considera usted que los problemas de finales de los años sesenta mantienen alguna vigencia?
Renán Vega Cantor: Hace muy pocos meses, cuando se cumplían 40 años de los acontecimientos de 1968, Daniel Cohn-Bendit (El Rojo), principal líder estudiantil en esa época, publicó un libro con el revelador título de Forget 68, en el que invitaba a olvidarse de ese hecho, renegando de su propia historia. Hasta el nuevo presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, se fue lanza en ristre contra Mayo del 68, responsabilizándolo de todos los males que habían asolado a Francia en las últimas décadas, llegando a sostener que “los herederos de Mayo del 68 nos impusieron la idea según la cual ya no hay diferencia entre el bien y el mal, la verdad y la falsedad, la belleza y la fealdad. La herencia de Mayo del 68 introdujo el cinismo en la sociedad y la política”. Según el derechista presidente francés, que en la primavera de 1968 se hubieran atacado los valores éticos contribuyó a “debilitar la moral del capitalismo, a preparar las bases del capitalismo sin escrúpulos de paracaídas de oro para jefes pícaros”. Estas interpretaciones no son excepcionales, ya que se han convertido en la pauta dominante entre antiguos participantes en los acontecimientos de 1968, como sucedió con aquellos que en 1978 se llamarían a sí mismos los “Nuevos Filósofos” (nunca fueron nuevos y mucho menos filósofos), y que desde entonces, y hasta la fecha, se han convertido en los principales defensores del imperialismo estadounidense y del Estado sionista de Israel. Los dos más conocidos entre esos seudofilósofos son dos personajes maoístas del 68, AndréGlucksmann y Bernard-Henri Lévy.
Este cambio de postura de la intelectualidad francesa la ha situado en la vanguardia de la reacción mundial, habiendo abandonado el tercermundismo, el antiimperialismo y el anticapitalismo, para convertirse en los portavoces del Consenso de Washington, de las guerras “preventivas” y “humanitarias” (¡como en Irak!) y en los adalides de condenar como anacrónica toda lucha librada en el mundo periférico y neocolonial.
Hemos hecho referencia a este cambio de mentalidad para resaltar cómo esa transformación se ha ido ajustando a los cambios geopolíticos posteriores a 1968, entre los cuales los más espectaculares han sido la desaparición de la URSS y el socialismo burocrático en Europa Oriental, la destrucción criminal del Tercer Mundo y el fin del proyecto socialdemócrata en Europa Occidental. Estos procesos están inscritos en el marco de la reestructuración del capitalismo y de la recuperación de la hegemonía imperialista de Estados Unidos en los últimos 20 años. Pero esto no significa, ni mucho menos, que los problemas de la década de 1960 hayan desaparecido, sino más bien que, como nos encontramos en un ciclo contrarrevolucionario –a diferencia de la década de 1960, cuando nos hallábamos en la cresta de un ciclo revolucionario–, las ideas de derecha y conservadoras se han impuesto, aunque los problemas de hace medio siglo no hayan desaparecido ni se hayan solucionado, sino que antes, por el contrario, se hayan agravado en un nuevo contexto dominado por la lógica neoliberal, de tipo individualista y hedonista. En forma breve, examinemos algunos de ellos.
Para comenzar, las guerras de agresión contra el antiguo Tercer Mundo (hoy convertido en cuarto, quinto o sexto mundo…) no han desaparecido, como se demuestra en Afganistán e Irak, siendo notable que el agresor sea el mismo de hace medio siglo, Estados Unidos, que no ha dudado en utilizar, como lo hizo en Vietnam, la tecnología de guerra más sofisticada, con la participación consciente de científicos e investigadores en el arte de refinar los instrumentos de muerte y sufrimiento. La diferencia ahora radica en que no se ha podido constituir un poderoso movimiento antibélico similar al que se construyó, en los propios Estados Unidos, en la década de 1960, lo cual facilita esas agresiones militares.
Un segundo aspecto es que, a pesar del eclipse de la dominación colonial, ésta se mantiene y refuerza en aquellos lugares donde se preservó, como en Palestina, cuyo pueblo sufre la más vergonzosa y criminal ocupación, como se evidenció a comienzos de este año con el bombardeo a escuelas, hospitales y mezquitas, con la operación “Plomo fundido”, en la que fueron asesinados centenas de niños, mujeres y ancianos. De paso, valga recordar que entre algunos de los defensores de ese crimen se encuentran antiguos revolucionarios de la década de 1960, como los mencionados Glucksmann y Henri Lévy. Este último escribió hace poco tiempo una vergonzosa justificación de tales crímenes, viajando al “campo de batalla” en uno de los tanques del ejército de Israel.
En tercer lugar, las protestas que se dieron en Francia en 1968 atacaban las nuevas formas de alienación y sometimiento generadas por el capitalismo tardío, relacionadas con el culto al consumo, la posesión de bienes materiales como norma de vida (es decir, la crítica al fetichismo mercantil), el autoritarismo y la explotación de los seres humanos, y ya se esbozaba en forma tímida una referencia a la destrucción de la naturaleza. Hoy todos esos elementos tienen más vigencia que nunca, porque la universalización del capitalismo no los ha atenuado sino que los ha exacerbado, como nadie se lo imaginaba en 1968. En efecto, hoy la mercancía se ha generalizado hasta abarcar todo lo existente, desde lo más pequeño –como los genes– hasta lo más grande –como selvas, páramos, ríos, playas e islas–, como resultado del “triunfo” del capitalismo en 1989 y la imposición de todo su proyecto deshumanizador. El consumo se ha ampliado de tal manera que ni siquiera los teóricos más lúcidos de la década de 1960, como los de la Escuela de Frankfurt, lo habían conjeturado. Ese consumo voraz y depredador está destruyendo los ecosistemas, arrasando las especies vivas, contaminando campos y ciudades, para beneficio de unas minorías opulentas en todos los continentes que reproducen el insensato American Way of Life.
En estas circunstancias, hoy, como en la década de 1960, se requiere con urgencia un proyecto de sociedad diferente al del capitalismo realmente existente, porque éste ha puesto en riesgo la misma supervivencia de la vida en el planeta; un proyecto que replantee las relaciones del hombre con la naturaleza, para que ésta no desaparezca, que ponga límites al dominio mercantil, reconstruya un proyecto humano socialista y democrático, como el que se buscaba en la década de 1960, y reconozca la categoría de límites (a la técnica, al consumo, al derroche) como una condición humana para sobrevivir. Todo esto, si se mira entre líneas, no sólo era el mensaje práctico de las acciones revolucionarias de la década de 1960, sino que constituía el centro de las reflexiones de algunos de los más importantes teóricos de ese entonces –tales como Franz Fanon, AiméCésaire, Herbert Marcuse, Jean-Paul Sartre–. Esto significa que, aunque se les cambie el nombre a las cosas, se requiere mantener la misma lucha de la década de 1960, por supuesto que teniendo en cuenta las nuevas condiciones de nuestro presente histórico, o como lo dijo William Morris a finales del siglo XIX: “los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo cual habían luchado se logra a pesar de su derrota, y cuando esto llega resulta ser diferente de aquello que se proponían y otros hombres han de luchar por aquello que ellos se proponían alcanzar bajo otro nombre”.
Un último punto sobre la permanencia de las reivindicaciones de 1968 está relacionado con la educación, aspecto que debe subrayarse, porque al fin y al cabo la movilización de ese año se relaciona en el imaginario social con luchas estudiantiles. En el fondo, los movimientos de jóvenes universitarios de ese trascendental año querían democratizar la educación, garantizar una formación integral de los seres humanos, eliminar las discriminaciones sociales en el terreno de la instrucción y evitar que la educación se convirtiera en una mercancía. Hoy este programa tiene más vigencia que nunca, puesto que en nuestros días la educación es un vulgar negocio, como vender salchichas, con el que se lucran todo tipo de mercachifles de la ignorancia ilustrada en cada país y mundialmente; el Estado se ha retirado o se está retirando para darle paso al sector privado, y ahora se reivindica como normal que la educación sea un servicio privado y costoso.
En concordancia con este último aspecto, hoy tiene sentido luchar por la educación como derecho colectivo y no como servicio mercantil, reivindicar el importante rol del Estado como financiador de la misma, para que sea laica, gratuita, popular y democrática. Tal es el espíritu de 1968, como el de Córdoba (Argentina) en 1918, que emerge como una necesidad para la educación latinoamericana y mundial en estos momentos de auténtico darwinismo pedagógico, en el que sobreviven no los más aptos sino los que más tienen, porque la educación ahora presenta un más acentuado sello de clase que antes.
Luis Eduardo Bosemberg: Creo que si no hubieran tenido lugar los años sesenta, no hubiéramos vivido que entre los candidatos finalistas a la Presidencia de Estados Unidos se encontraran un negro y una mujer y, finalmente, un presidente de color con una ministra de Relaciones Exteriores a bordo. Porque las luchas de los afroamericanos y por la igualdad en los sexos tuvieron allí momentos importantísimos. Si bien no todos vieron sus esperanzas realizadas, por lo menos fueron influenciados, por ejemplo, por Mayo de 1968, de tal manera que ese espíritu libertario, esas ganas de transformar las cosas, siguieron acompañándolos el resto de su vida en su oficio profesional o en su vida familiar. Se convirtieron en políticos que presentaban alternativas, en artistas con propuestas novedosas, en profesores que enseñaban formas críticas de pensar y no sólo una sola forma de reflexionar.
Si la década tuvo un fuerte carácter emancipatorio, eso no ha desaparecido. No quiero decir, ni mucho menos, que la emancipación haya nacido en ese momento, pero sí que allí hubo puntos culminantes que continuarían en las décadas posteriores. En Estados Unidos se inició el movimiento por las libertades civiles, en donde las negritudes exigían justas reivindicaciones que complementaban lo que la guerra civil del siglo XIX había iniciado. Sin embargo los prejuicios no han desaparecido del todo, a pesar de la victoria de Obama.
No olvidemos la música: nació el rock, del cual hoy en día tenemos varios de sus derivados. Así como tampoco debemos olvidar el surgimiento de los estudios sobre la mujer que hoy en día conocemos como estudios del género –además de la utilización de esta última palabra–.
¿Cuáles cree usted que fueron las implicaciones de esta década para Latinoamérica o especialmente para Colombia?
Renán Vega Cantor: El hecho más importante de la década de 1960 para América Latina fue, sin duda, la Revolución Cubana, aunque ésta se haya iniciado en la década anterior, pero el perfil de este acontecimiento, así como sus repercusiones, se dieron desde comienzos de 1960; cuando Estados Unidos consolidó su campaña contrarrevolucionaria, que condujo al bloqueo económico de la Isla, aún vigente, y financió y preparó la invasión a bahía de Cochinos, en abril de 1961, que terminó siendo un terrible fiasco para el imperialismo estadounidense. Aunque América Latina en general no padecía el problema colonial, salvo Puerto Rico y las colonias europeas en las Antillas y el Caribe, el caso de Cuba actualizaba a su modo la lucha contra la dominación semicolonial y neocolonial ejercida por Estados Unidos desde las primeras décadas del siglo XX en lo que consideraba su “patio trasero”. En este sentido, la lucha adelantada por Cuba tenía un fuerte sabor anticolonial, inscrita en el contexto de destrucción de los sistemas coloniales del cual hemos hablado al principio.
La Revolución Cubana impactó a todo el continente de muy diversas formas, en lo ideológico, político, económico y social, por la sencilla razón de que se produjo en las propias barbas de la primera potencia del mundo. Por ello, Estados Unidos y las clases dominantes de la región no sólo sintieron temor ante el influjo contagioso de esa revolución sino que procedieron a erigir una doctrina y una práctica contrainsurgentes que condujeron a las dictaduras anticomunistas que se sucedieron en América del Sur después de 1964, cuando se dio el golpe militar en Brasil para derrocar el gobierno populista de João Goulart. En adelante, la Doctrina de la Seguridad Nacional, junto a la contrainsurgencia, ambas de clara estirpe estadounidense, van a estar presentes en los más importantes procesos sociales y políticos desarrollados en el continente, los cuales van a terminar en forma sangrienta, porque Estados Unidos no estaba dispuesto a tolerar un proceso nacionalista como el adelantado en Cuba, incluso cuando ese proceso se hiciera en nombre de la democracia liberal y de la Alianza para el Progreso, como se demostró en 1963 en República Dominicana, cuando fue derrocado el gobierno constitucional y legítimo de Juan Bosch, crisis que condujo finalmente a la intervención militar de Estados Unidos en 1965 en territorio dominicano, en nombre de la defensa del “mundo libre” y para evitar la formación de otra Cuba. Algo similar sucedió en Chile en 1973, cuando fue derrocado el gobierno de Salvador Allende.
Al mismo tiempo, y como consecuencia de los sucesos de Cuba, en diversos lugares del continente se organizaron guerrillas castristas, las cuales fueron sucesivamente derrotadas en países como Venezuela, Perú y Bolivia, donde en 1967 fue asesinado Ernesto “Che” Guevara, que se convirtió en el símbolo de rebeldía social más importante de la segunda mitad del siglo XX no sólo en América Latina sino en el mundo. Con la muerte del Che entró en crisis el foquismo y se reforzaron los regímenes dictatoriales en buena parte del continente. Esto no quiere decir que todas las guerrillas hubieran sido derrotadas, pues siguieron existiendo en países como Nicaragua, donde en 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional, fundado en 1961, derrocó la dictadura de los Somoza, sostenida y apoyada por Estados Unidos desde 1934. También se mantuvo el movimiento guerrillero en Guatemala, organizado, entre otros, por unos antiguos militares de ese país que habían ido a estudiar tácticas y métodos de lucha contrainsurgente en Estados Unidos pero que, sensibilizados por el terrorismo de Estado imperante desde 1954, organizaron la resistencia armada, que nunca fue derrotada militarmente. Otro tanto ocurre en Colombia, donde en la década de 1960 surgieron diversas guerrillas, algunas de las cuales persisten hasta el día de hoy.
Pese a la demagogia de la Alianza para el Progreso, cuyo carácter reformista fue puramente nominal, Estados Unidos, en connivencia con las clases dominantes de cada país de América Latina, recurrió a la violencia abierta para evitar que se repitiera algo similar a la Revolución Cubana, llenando de sangre y terror al continente, en un ciclo represivo que se prolongaría hasta comienzos de la década de 1990 y que en Colombia aún se mantiene.
En la década de 1960 en Colombia no se necesitó una dictadura militar abierta porque en su lugar se erigió un sistema antidemocrático y excluyente de tipo civil –una de las fuentes de la violencia actual en nuestro país–, como fue el Frente Nacional (1958-1974), un pacto bipartidista concebido para borrar las huellas de la primera Violencia (1945-1965) de tipo partidista, reconciliar a los bandos enemigos de los partidos Liberal y Conservador para repartirse milimétricamente el poder mediante procedimientos clientelitas y reprimir cualquier obstáculo de tipo social o político que se pudiera interponer en sus propósitos. Ese Frente Nacional no sólo fue profundamente antidemocrático, rubricado con un abierto anticomunismo, sino que reforzó y amplió las bases de la desigualdad que históricamente ha caracterizado a la sociedad colombiana, tanto en el campo como en la ciudad.
Pese a ello, o en razón de ello, en Colombia, desde el punto de vista de la lucha social y popular, la década de 1960 fue muy importante porque cubrió los más diversos espectros de la sociedad, ya que participaron trabajadores, campesinos, indígenas, estudiantes, mujeres y pobladores pobres de las ciudades. Estas luchas, que en el fondo buscaban la ampliación de la democracia, siempre fueron vistas por las clases dominantes de este país, empotradas en el Frente Nacional, como expresión de las fuerzas disolventes del “comunismo internacional” y, en lugar de asumirlas como una parte consustancial de cualquier sistema democrático, fueron violentamente reprimidas por las Fuerzas Armadas, recurriendo al estado de sitio y a las normas de excepción. No era de extrañar, en consecuencia, que cualquier protesta, por legal y ordenada que fuera, ocasionara la represión y persecución violenta por parte del Estado colombiano, como lo experimentaron en carne propia trabajadores, campesinos, indígenas y estudiantes.
En Colombia no se realizó una verdadera Reforma Agraria en la década de 1960, antes por el contrario, se reforzó el poder de los grandes terratenientes y ganaderos, lo cual pesa hoy sobre nuestra existencia, porque en gran medida el problema estructural de violencia está relacionado con el despojo de tierras a que han sido sometidos los pobres del campo. Este solo hecho muestra que los problemas no solucionados hace medio siglo en este país gravitan decisivamente sobre nuestra cotidianidad actual y todavía tenemos que soportar, como si estuviéramos en el siglo XIX, a los grandes terratenientes, hacendados y ganaderos no sólo controlando el Estado, sino manejando a su antojo la vida material y espiritual de los colombianos, como si fuéramos peones y estuviéramos en una gran hacienda rodeada de alambradas y limitando con otros países. Con esto se demuestra que en Colombia, en contravía de lo que sucede en otros lugares de América Latina, se mantiene y se conserva la misma estructura social, desigual e injusta, ya no sólo de la década de 1960 sino del siglo XIX, en razón de lo cual no es extraño que perdure la violencia que se generalizó con el asesinato de Gaitán en 1948 y que durante la década de 1960 se reforzó por la constante persecución y despojo de que fueron víctimas colonos y campesinos, algo que hoy ha adquirido ribetes demenciales, porque en Colombia en los últimos años les han sido arrebatadas casi seis millones de hectáreas a cuatro millones de campesinos, que la literatura social denomina en forma benigna como “desplazados”, cuando son en realidad desterrados a sangre, fuego y motosierra.
Luis Eduardo Bosemberg: Se ha llegado también en Colombia a defender los derechos de minorías o de género que, en ocasiones, son cuestionables y van en contravía de la igualdad que muchos pregonamos. Por ejemplo, si se proclama que en una determinada institución deba existir un porcentaje o número determinado de mujeres, entonces ellas se convierten en un grupo privilegiado, en detrimento de los hombres. Lo que se debe tener en cuenta es el reconocimiento de los talentos de los implicados e implicadas. En alguna ocasión le comentaba a una amiga que si existía el día de la mujer, por quéno, entonces, festejar el del hombre. A mi interlocutora no le agradó mi comentario. Me quedépensando en que del machismo del hombre que reivindicaba su puesto se estaba pasando al de las mujeres.
Las relaciones interpersonales trastocadas por los sesenta tienen gran vigencia porque, si bien se impusieron novedades en Occidente, en Colombia falta mucho por recorrer. Por ejemplo, en cuanto a la igualdad entre los sexos, todavía nos queda un largo, muy largo camino. No solamente existe un machismo explícito sino muchas mujeres que fácilmente lo aceptan; el problema es de los dos géneros. Fuimos influenciados por la liberalización sexual pero en Colombia todavía existen ciertas reticencias, aunque sí vivimos un aumento de las mujeres en la población universitaria. Otro legado consiste en que desde entonces se comenzó a fumar marihuana, que hoy en día hace parte de la cultura de diversos grupos sociales, entre otros, del estudiantil.
Las representaciones estudiantiles que existen en determinadas universidades colombianas son producto de aquella época, aunque no surgieron de forma inmediata, pues en ocasiones han tardado décadas en convertirse en realidad. Pero se despolitizaron las juventudes, por lo menos en el mundo occidental, y en este caso habría que incluir a América Latina; tan sólo quedan unos cuantos movimientos universitarios en ciertas universidades públicas que todavía sueñan de forma ingenua con la revolución.
Pocos tienen en cuenta la cotidianización de las llamadas groserías o las tales malas palabras. Basta con que, por ejemplo, te pasees por esta universidad y pongas atención a la gran cantidad de palabras que escuchas. “Marica” ya no significa, en muchas ocasiones, homosexual, es simplemente una forma de saludo o de dirigirse al otro. Que una mujer se lo diga a otra, o que a un profesor le digan “profe”, o por su nombre, eso sí es novedoso. Es un tratamiento más informal.
Por allí rondan todavía esa imagen del Che que se ve en ciertas camisetas o los carteles de Jim Morrison.
Como fruto de esto, en ciertos espacios, obviamente no en todos, se creó una pluralidad o aceptación del otro, aunque no de forma inmediata. No estoy diciendo que Colombia sea un país tolerante pero sí lo es en ciertos espacios. Por poner un ejemplo muy personal: que en algunos lugares la corbata ya no se use, o que el pelo largo no sea motivo para que no te den empleo es una pequeña pero significativa contribución. ¿Usted se imagina hace cuarenta años en Colombia, una candidata a la Presidencia, parlamentarios indígenas y un profesor de pelo largo, arete y blue jeans?
* Renán Vega Cantor es economista, Universidad Nacional de Colombia; Luis Eduardo Bosemberg es historiador, Universidad de Heidelberg, Alemania, y Universidad de la Amistad de los Pueblos, Moscú;
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Mayo y la idea de la revolución
Aos dezoito anos, em 1965, li um pequeno volume publicado pela Zahar em 1964, titulado “Três Táticas Marxistas”, de Stanley Moore. Ali descobri uma simplificação teórica sedutora, não só a respeito das intricadas questões da teoria marxista como súmula da revolução -simplificação que me acompanharia por um largo tempo de vida militante- mas também que me ajudaria na movimentação, nem sempre cordial, dos debates filosóficos da esquerda pensante.
O autor apontava como as ” três táticas” (na verdade seria melhor dizer três estratégias para o socialismo), as que se apoiavam nas teses marxianas da tendência à “miséria crescente” que desgastaria a legitimidade do sistema capitalista, levando-o a sua derriocada, as que se fundamentavam na disputa dos “sistemas concorrentes” entre o capitalismo e a suposta superioridade do socialismo soviético, e a terceira “tática”, que concebia -dada a eterna “crise final” do sistema do capital- o transcrescimento de uma “revolução permanente”, que acabaria, por saltos, em definitivo com a sociedade opressora.
Lembrei-me deste livro e da segurança emocional -traduzida em empáfia juvenil- que me causou a sua leitura, porque ele se ligou ao choque cultural e político que me causou -alguns anos depois- a revolução de Maio de 68, que agora completa 50 anos. Quando aquele movimento cresceu tentei enquadrar o que chamávamos de “nova revolução proletária em andamento”, numa das hipóteses táticas analisadas por Moore. Era uma vã tentativa de classificar a força demolidora dos fatos em andamento, principalmente em Paris, na tese da “revolução permanente”, ou na disputa entre os “sistemas concorrentes”, ou ainda num derradeiro apelo à emergência da “miséria crescente”.
Meu objetivo era, a partir da opção por uma das táticas, sustentar que se erguia no horizonte a luz da nova revolução mundial, já prevista, desta feita num país capitalista de proa, depois da gloriosa exceção da Petrogrado de Lenin e Tróstky. O “Quartier Latin” traria o verdadeiro marxismo “às falas”, afinal ali estavam Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, misturados ao legado de Politzer e da Rresistência comunista à ocupação nazista. A revolução faria as pazes com a civilização na sua ponta mais avançada, como queria Marx.
Para o meu desespero epistemológico, todavia, nenhuma das teses “táticas” conseguia enquadrar o que ocorria naquele maio insano para a burguesia francesa e, no mínimo libertário e anarco-democrático, para juventude francesa e depois mundial. A movimentação não vinha do revolucionarismo “permanente”, cuja eficácia exigiria a força de uma vanguarda proletária, que dirigisse e operasse a estabilidade de um novo poder ditatorial de classe, nos moldes trotstkistas, que inclusive mais tarde militarizaria os sindicatos; a suposta “revolução” também não estava se dando pelo confronto dos dois sistemas que “concorriam”, pois França renascia da ocupação nazi, com um estranho vigor capitalista, que começava a dar saúde, viço e estudos, para aquela juventude revolucionária supostamente ingrata com o General De Gaulle.
Era uma revolução que tinha como uma das suas consignas “é proibido proibir”, em que os proletários ficavam estáticos -na sua amplíssima maioria- dentro das fábricas, aguardando a linha dos seus sindicatos -indiferentes aos convites dos jovens para fazerem a revolução-; uma revolução na qual a revolta mirava mais os vetustos professores e o conservadorismo da classe média francesa, atravessada pela solidariedade com a revolução vietnamita, mas que dizia -ao mesmo tempo- “faça amor, não a guerra”. Esta revolução poderia ser tudo, mas não poderia ser propriamente enquadrada como uma revolução “soviética”, pois nesta -em qualquer hipótese das três táticas- o assalto ao poder deveria ser comandado pelo o Partido e a classe básica -esteio do novo poder- seria o proletariado fabril, não o generoso e politicamente viril, estudantado maoista e anarquista.
Maio de 68, todavia, foi o apogeu e a crise da ideia da revolução, nos moldes soviéticos. A URSS tentava, neste período -de forma artificial- ao mesmo tempo que preservar o stalinismo como uma “crua necessidade”, libertar-se dele, preparando timidamente as condições para recuperar a democracia soviética, utopia de curta duração, fulminada pelas urgências da Guerra Civil. No entanto, o fuzilamento das melhores cabeças do Partido pela Polícia de Stalin, a instauração do partido único durante um longo tempo, o sacrifício do povo trabalhador na produção, para enfrentar a besta nazista, proporcionou que a Revolução Russa salvasse o mundo do nazismo, mas o fez com a perda -nas brumas da sua história- do seu sentido impossível. Maio de 68, portanto, foi o espasmo brilhante que testemunhou o esgotamento das energias utópicas da revoluções do Século passado e abriu um caminho para a imaginação, não para novas revoluções.
Gravo muitos nomes de Maio, mas quatro deles mantenho na retina da memória: De Gaulle, majestoso e autoritário, falando em nome da suposta salvação da nação burguesa contra a ideia do caos, ensejada por todas as revoluções; Daniel Cohn-Bendit, revolvendo a memória do anarquismo, para extrair dele algo que apontasse para a um novo poder estudantil-proletário, inalcançável e etéreo, como formulação revolucionária; André Malraux, antigo revolucionário chamando a ordem a se movimentar, em nome da “paz” social e da cultura; e, como efeito reflexo -dois anos depois- lembro-me da foto de Jean Paul Sarte, vendendo nas esquinas de Paris, o jornal proibido da extrema-esquerda proletária, “La Cause du Peuple”.
Em maio de 1970, este jornal maoista tinha cassada a sua circulação, por Decreto do Ministro do Interior Raymund Marcellin, e seus diretores foram presos. Quando Sarte assumiu a direção do jornal, em solidariedade aos militantes e jornalistas que dirigiam aquela iniciativa de resistência, De Gaulle é perguntado. numa entrevista, se também Sarte “seria preso”, ao que o velho General respondeu: “on ne met pas Voltaire en prison”. Estas são as minhas memórias de Maio de 68, o ano que que revolução morreu. E também renasceu, com outros horizontes, cuja definição pode estar, simbolicamente, tanto na ousadia de Sarte vendendo o “Cause de Peuple”, como na respeitosa resposta de Gaulle -reverente à cultura democrática da nação- afirmando que um país minimamente sério não põe Voltaire na cadeia.
Cincuentenario del 1968. América Latina y el Caribe: el detonante cubano
Hace cincuenta años no existían ni Internet ni las redes sociales pero esto no fue obstáculo para que la rebelión política, social, cultural y generacional del 68 se expandiera como un fenómeno global. América Latina y el Caribe no estuvieron al margen de esa gran convulsión mundial.
Las circunstancias regionales eran muy distintas a las que vivía Asia, África o Europa, pero todas parecían contagiarse entre sí.
En el subcontinente americano como en Europa la izquierda de los 60 leía a los clásicos, a Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Mao, Gramsci, Mariátegui, pero también a contemporáneos como los vietnamitas Ho chi Minh o Giap, al Che Guevara, y también a Régis Debray, Frank Fannon, a Louis Althuser, Herbert Marcuse, Ernest Mandel, Pierre Frank, Livio Maitan, en busca de análisis, interpretaciones, recetas.
Era una búsqueda ansiosa y voraz de herramientas que permitieran definir la etapa que se vivía, la estrategia y las tácticas a seguir para enfrentar al omnipresente y asfixiante imperio estadounidense y las dictaduras militares criollas lacayas.
¿Movimiento o partido, autodefensa de las manifestaciones obreras, alianza de obreros y estudiantes, creación de organizaciones político-militares, insurrección o guerra de guerrillas, guerra del campo a la ciudad, revolución permanente?
Esas eran algunas de las muchas preguntas que se preguntaba el activismo, la militancia de izquierda, cuya vertiente más radical, clandestina y armada, fue tomando cada vez más protagonismo a partir de la segunda mitad de la década, a medida que la situación política y social se hizo cada vez más insostenible y la vida parlamentaria y las libertades democráticas fueron desapareciendo velozmente y las protestas sociales reprimidas brutalmente.
La revolución cubana, un inesperado nuevo faro mundial
Si la guerra revolucionaria de los vietnamitas se convirtió en un referente mundial desde mediados de la década del 60 y la ofensiva conjunta del Tet del Ejército de Vietnam del Norte y el Vietcong sobre Vietnam del Sur lanzada a fines de enero de 1968 representó un impresionante estímulo para las luchas de liberación en Asia, África y América Latina, la revolución cubana triunfante produjo nueve años antes igualmente un brusco cambio geopolítico en plena Guerra Fría y un verdadero terremoto en América Latina y el Caribe.
La llegada al poder de los revolucionarios cubanos en la pequeña isla caribeña a escasas millas de Estados Unidos supuso un golpe en el tablero mundial y trastrocó el pulso entre la URSS y EE UU.
La gran mayoría de los PC de América Latina y el Caribe -con la excepción del de Colombia, Guatemala y Venezuela- seguían a pie juntillas la doctrina del socialismo en un solo país, de la revolución por etapas de la URSS y sus directrices de luchar por la coexistencia pacífica en alianza con la burguesía nacional.
El propio PC cubano, que pasó a llamarse luego Partido Socialista Popular, nunca se autocriticó de haber apoyado la dictadura de Fulgencio Batista entre 1939 y 1944, ni tampoco de haber calificado de putchista, “reflejo de una pequeña burguesía sin principios y comprometida con el bandolerismo”, el asalto al Moncada de 1953 de Fidel Castro y sus compañeros.
Solo en 1958, pocos meses antes del triunfo de la revolución cubana, el PSP autorizó a sus militantes a integrarse individualmente al Movimiento 26 de Julio, pero aún así y durante muchos años desde entonces, los estalinistas cubanos trataron de moderar el curso de la revolución.
El antagonismo de posiciones era evidente, los jóvenes revolucionarios cubanos habían derrocado la tiranía pro imperialista de Fulgencio Batista siguiendo una estrategia totalmente opuesta a la que pregonaba la URSS y los PC latinoamericanos fieles: la habían tirado abajo por medio de las armas.
Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Alan Ginsbergh, Graham Greene y cientos de intelectuales de todo el mundo, sociólogos, filósofos, escritores, periodistas, cineastas, fundamentalmente europeos y latinoamericanos, acudían a La Habana atraídos por ese nuevo faro antiimperialista a discutir con los revolucionarios cubanos sobre el camino a seguir a nivel económico, social, el modelo de sociedad, el hombre nuevo preconizado por el Che, el contexto regional y mundial.
Durante 1963-1964 tuvo lugar en Cuba un histórico debate sobre las soluciones económicas para la isla de gran importancia en el que participó el Che Guevara, junto a Ernest Mandel, Charles Bettelheim, Miguel Cossó, Alexis Codina, Joaquín Infante Ugarte, Alberto Mora, Luis Álvarez Rom, Mario Rodríguez Escalona y Marcelo Fernández Font, cuyo contenido, con nuevas aportaciones -incluso una de Fidel- fue publicado en La Habana en 2003.
Aquellos años 60 de cambio y esperanza en la región coincidieron con la década del boom literario latinoamericano, con las obras de comprometidos autores como Gabriel García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Leopoldo Marechal y tantos otros.
El politizado cine latinoamericano vivía también su momento de auge.
El llamado Nuevo Cine Latinoamericano produjo valiosas películas, cortos y documentales; Revolución, La Sangre del cóndor o El enemigo principal, del boliviano Jorge Sanjinés; La hora de los hornos de los argentinos Fernando Pino Solanas y Octavio Getino; Dios y el diablo en la tierra del sol, del brasileño Gaubrer Rocha; Liber Arce y Me gustan los estudiantes, del uruguayo Mario Handler; El chacal de Nahueltoro, del chileno Miguel Littin.
Era un cine comprometido que se difundía en circuitos alternativos, con copias que se veían en muchos sótanos y casas particulares, en la clandestinidad, y del que se hacían eco festivales europeos.
Ese entonces llamado cine político rechazaba el mero espectáculo ofrecido por Hollywood y se reconocía en el cine de Eisenstein o Vertov pero también en el neorrealismo italiano de Visconti, Fellini, De Sica, Rosellini, De Santis, o en la Nouvelle Vague de Godard, Truffaut, Chabrol, Melville, Rohmer, Resnais, o en Bergmann.
El rebelde patio trasero de EEUU
Desde aquel enero de 1959 hasta el 68 la región ya había experimentado un gran cambio, se había convertido en un verdadero polvorín.
Los golpes de Estado militares fueron desde inicios del siglo XX una tradición en la zona, una interrupción violenta y constante de todos aquellos procesos democráticos que se atrevieron a perfilar planes reformistas que afectaran los intereses de las oligarquías criollas.
La mayoría de esos golpes estuvo bendecido cuando no instigado directamente por Estados Unidos, y apoyado en decenas de ocasiones por ataques de su flota naval -las famosas cañoneras– e invasiones terrestres de sus marines.
Ya en 1823 la Doctrina Monroe advirtió a los imperios europeos que América Latina y el Caribe eran zona de influencia de EE UU, y en 1846 el imperio naciente lanzaba contra México su primera guerra de rapiña en la región, terminando por arrebatar a ese país buena parte de su territorio original.
Fue la zona del mundo donde más intervenciones militares realizó EE UU desde poco después de convertirse en nación independiente.
La Guerra Fría hizo que EE UU intensificara aún más su actitud injerencista en lo que siempre reclamó como su patio trasero pero aún así no pudo impedir el triunfo de la revolución cubana en sus propias narices.
Poco después de la llegada al poder de los barbudos, Eisenhower ordenaba a la CIA preparar una amplia operación encubierta para derrocar al flamante gobierno revolucionario, a pesar de que el propio Fidel Castro decía públicamente en 1959 ante las cámaras de todo el mundo: “We are not communists”.
La CIA entrenó en Miami y en Guatemala a opositores y ex militares de Batista organizándolos en la Brigada 2506. John F. Kennedy continuó con los planes desestabilizadores al llegar a la Casa Blanca el 20 de enero de 1961.
Menos de tres meses después la Brigada 2506 atacaba con ocho aviones aeropuertos militares cubanos y la ONU hacía caso omiso a las denuncias de Cuba ante la Asamblea General.
Fue el 16 de abril, al día siguiente del ataque, cuando un enfurecido Fidel Castro declaró por primera vez públicamente el carácter socialista y marxista leninista de la revolución.
Solo un día después se iniciaba la invasión de Cuba, en Playa Girón y Playa Larga, con 1300 mercenarios de la Brigada 2506, escoltados por varios barcos y siete aviones estadounidenses B26.
El objetivo era crear una cabeza de playa donde constituir rápidamente un gobierno provisional al que inmediatamente pudiera reconocer EE UU y sus aliados.
El plan fracasó y tras tres días de intensos combates, las recién constituidas Fuerzas Armadas Revolucionarias, apoyadas por miles de milicianos, lograron derrotar a los invasores y capturar a más de 1100 de ellos.
Aquellos hechos conmocionaron al mundo y precedieron a la crisis de los misiles que se desataría en octubre de 1962, poniendo al mundo al borde de la III Guerra Mundial.
Aviones espía de la CIA descubrieron que la URSS había instalado poderosos misiles en Cuba apuntando a Estados Unidos. Tras diez días de extrema tensión mundial la crisis se resolvió con la retirada de los misiles por parte de Moscú, en unas negociaciones exclusivamente bilaterales entre la URSS y EE UU que La Habana siempre criticó a Krushov por haber sido marginada.
John Kennedy decidió implantar un férreo bloqueo a la isla para intentarla asfixiar económicamente, penalizando a todos los países que osaran comerciar y aprovisionar de cualquier producto a la isla.
Nada fue igual en la región a partir de esos acontecimientos. La llamada Doctrina de la Seguridad Nacional de Estados Unidos veía en cualquier movimiento social un potencial enemigo, un elemento subversivo, y por ello justificaba que los militares de la región impusieran su peso en las instituciones públicas.
Esta doctrina se cristalizó en una oleada de golpes militares de nuevo tipo en América Latina y el Caribe. En aras de la salvación nacional frente a un enemigo externo, el comunismo, la subversión, los militares pasaron a controlar en muchos países nuevas áreas, la economía, la política exterior o la cultura, imponiendo rectores militares en las universidades y censores en los medios de comunicación.
Ese mismo año 1962 la CIA preparó un golpe contra el presidente ecuatoriano, el reformista Velazco Ibarra, por mantener excelentes relaciones con el nuevo gobierno cubano.
A partir de ese momento los planes de contrainsurgencia se ampliaron más y más.
Estados Unidos redobló a partir de los años 60 los planes de adiestramiento militar, contrainsurgencia y formación para la tortura en la Escuela de las Américas (SOA en inglés) situada hasta 1984 en la zona del Canal de Panamá, por la que pasaron 61 000 alumnos, entre ellos muchos de los oficiales que después encabezarían golpes de Estado en distintos países.
En 1962 se sucedieron golpes de Estado en El Salvador y en Perú, seguidos en 1963 por otro golpe en Honduras y en 1964 en Brasil contra el presidente Joao Goulart, que se atrevió a anunciar una profunda reforma agraria y la nacionalización del petróleo.
En 1965 Estados Unidos invadió República Dominicana con miles de marines para impedir que se restaurara en el poder al progresista presidente Juan Bosch, derrocado en un golpe de Estado.
En 1966 tuvo lugar también un nuevo golpe de Estado militar en Argentina encabezado por el general Onganía, que derrocó al legítimo presidente Illia e instauró una dictadura durante siete años.
La intervención militar de la Universidad, con su punto más álgido en aquella Noche de los Bastones Largos, cuando el ejército entró violentamente en la Facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires golpeando con sus porras, destruyendo laboratorios y arrasándolo todo a su paso, acabó con la Reforma Universitaria que establecía un gobierno autónomo tripartito entre profesores, estudiantes y graduados.
La dictadura provocó la partida al exilio en el extranjero de miles de profesores y alumnos y obligó al paso a la clandestinidad de muchos activistas y militantes.
Ese mismo año Washington envió miles de boinas verdes a Guatemala para aniquilar focos guerrilleros y en 1967 desató en Bolivia una amplia operación para perseguir a la guerrilla que comandaba el Che Guevara al descubrir su presencia la CIA.
Tras negarle su apoyo el PC boliviano, la guerrilla del Che quedó aislada y sucumbió al férreo cerco del Ejército apoyado por boinas verdes estadounidenses y agentes de la CIA.
La muerte del Che el 8 de octubre de 1967 supuso un duro golpe para la revolución no solo en Bolivia sino en toda América Latina y el Caribe. Cuba decretó en su memoria 1968 como Año del Guerrillero Heroico. La UNESCO declaró por su parte 1968 Año Internacional de los Derechos humanos’.
La edición masiva de El Diario del Che en Bolivia trascendió las fronteras cubanas, provocó una verdadera conmoción. La famosa foto del Che que le hizo Korda fue convertida en cartel con fondo rojo por el artista irlandés de izquierda Jim Fitzpatrick, pasando a ser un símbolo presente tanto en el Mayo del 68 francés como en América Latina y en todo el mundo.
Tensión entre Cuba y la URSS
A pesar de que el gobierno de Fidel Castro por su propia subsistencia había pasado a ser cada vez más dependiente económica y militarmente de la URSS y de los países del Pacto de Varsovia y del COMECON, mantuvo en muchas ocasiones posiciones propias en política exterior que le llevaron a no pocas fricciones con Moscú.
La activa participación de las tropas cubanas en África; su apoyo a numerosas guerrillas latinoamericanas críticas con los PC locales, y su gran protagonismo en el Movimiento de No Alineados, provocó numerosas contradicciones entre los gobiernos de La Habana y Moscú.
Conocidas son las críticas del Che a la URSS sobre economía, sobre la burocracia, o su crítica por comprar a Cuba su azúcar a precio de mercado y venderle cara la tecnología soviética.
En su carta a la Tricontinental de 1967, pocos meses antes de morir, el Che, tras denunciar al imperialismo y abogar por “crear dos, tres, muchos Vietnam”, decía cosas como esta sobre el papel de China y la URSS en el conflicto: “También son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista”.
Muchas veces se ha criticado a Cuba por haber apoyado -tras fuerte discusión interna- la invasión soviética de Checoslovaquia en ese 1968, pero menos quieren recordar los nostálgicos del estalinismo que en ese mismo discurso de Fidel del 23 de agosto en el que anunció ese apoyo, también dijo cosas como esta: “¿Serán enviadas también las divisiones del Pacto de Varsovia a Vietnam si los imperialistas acrecientan su agresión y el pueblo vietnamita solicita su ayuda? ¿Se enviarán las divisiones del Pacto de Varsovia a Cuba si los imperialistas yankis atacan a Cuba?
La tensión entre Cuba y la URSS fue máxima aquel 1968. En enero la URSS había reducido su suministro de petróleo a la isla en una evidente muestra de su desacuerdo y presión por el cariz independiente en política exterior que pretendía mantener La Habana, que chocaba frontalmente con la postura soviética de coexistencia pacífica.
Poco después y ante el Comité Central del PCC Fidel Castro denunció con dureza la acción de la llamada Microfracción prosoviética surgida en su seno y liderada por Aníbal Escalante , sumamente crítica con el gobierno revolucionario cubano, al que seguía llamando pequeño burgués y contra el que conspiraba.
Toda esa polémica era seguida de cerca por la izquierda latinoamericana. En varios PC de la región se produjeron escisiones que terminaron convergiendo con otras fuerzas de izquierda en la formación de nuevas organizaciones político-militares.
La militarización cada vez mayor en los países latinoamericanos y la brutal represión a los movimientos sociales hicieron que las organizaciones armadas se convirtieran en los principales protagonistas de la oposición radical a los regímenes autoritarios y militares, movilizando a miles y miles de jóvenes.
La capacidad de movilización del Movimiento por los Derechos Civiles liderado por Luther King -Premio Nobel 1964 asesinado el 4 de abril de 1968- ; el auge del Black Panther Party -que llegó a tener miles de militantes radicales en 43 Estados-; el Mayo francés y las revueltas en cada vez más países, extendieron la idea de que una revolución mundial estaba en marcha y que la victoria era posible.
Paradójicamente, mientras buena parte de América Latina vivía desde mediados de los 60 bajo la bota militar, México era considerado todavía un país relativamente estable políticamente, junto a Costa Rica y Chile.
Gobernado por el populista, corrupto y cada vez más autoritario Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde 1929, ya antes de Tlatelolco el Estado había comenzado a reprimir brutalmente protestas de los trabajadores ferroviarios y asesinado a líderes agrarios, dejando claro que no aceptaría que nadie alterara sus propias reglas de juego. El PRI se mantuvo en el poder 71 años continuados.
México, la matanza de Tlatelolco
Los primeros incidentes graves de 1968 empezaron con una provocación, ataques de pandillas de delincuentes a grupos de estudiantes universitarios, que dieron lugar a una represión generalizada por parte de los temidos antidisturbios, el Cuerpo de Granaderos, y a la detención de numerosos estudiantes.
La injustificada acción provocó una respuesta masiva de los estudiantes que se lanzaron a la calle y las manifestaciones se hicieron cada vez más multitudinarias y radicales. Nunca antes una convocatoria espontánea como aquella adquiría tal magnitud.
La burocracia política y sindical lo controlaba todo.
Los sindicatos oficialistas, el Congreso del Trabajo, la CTM y la CROM, emitieron comunicados a favor del Gobierno y llegaron a ofrecerse para organizar grupos de choque contra los estudiantes.
El 30 de julio de aquel año la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la más poderosa de América Latina, fue asaltada por el Ejército, deteniendo ese día y los siguientes a miles de estudiantes.
Estimulados por el clima general de movilizaciones estudiantiles en varios países latinoamericanos en ese momento, en El Salvador, Colombia, Brasil, Argentina, los enfrentamientos de miles de estudiantes de la Universidad de Lovaina con la policía en enero, la batalla campal de policías y estudiantes en Roma y Milán en marzo, y el sorpresivo e impresionante Mayo francés, al que seguirían protestas en otros países, los estudiantes mexicanos pasaron a cuestionar completamente el sistema de su país.
El Consejo Nacional de Huelga reclamó la liberación de los detenidos, la sustitución de todos los oficiales participantes en la represión, la supresión del Cuerpo de Granaderos y reformas del Código Penal. El 31 de julio los estudiantes ocuparon la Universidad de Tabasco y días después ya fueron 300.000 los que se manifestaron en el Zócalo.
El 18 de septiembre miles de soldados, apoyados por carros blindados, tomaron por asalto de forma simultánea varias facultades que permanecían ocupadas desde hacía meses, dando muerte a 18 estudiantes desarmados. La violencia se generalizó, los detenidos se contaban por miles.
Pocos días después, a las siete de la tarde de ese fatídico 2 de octubre de 1968 nuevamente miles de estudiantes se dieron cita para protestar en la Plaza de las Tres Culturas -conocida como Tlatelolcopor estar situada allí la iglesia de Santiago de Tlatelolco- y poco después de empezar a hablar el primer orador comenzó sorpresivamente el fuego graneado de los fusiles y ametralladoras semipesadas de cientos de soldados y miembros del Cuerpo de Granaderos apostados en los cuatro accesos de la plaza.
Fue una ratonera. Según el parte posterior del Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, las fuerzas de seguridad habían sido “atacadas por estudiantes con armas de fuego” -hubo solo un militar herido, y por fuego amigo– y en su represión cayeron muertos 20 estudiantes, otros 75 resultaron heridos, y 400 fueron detenidos.
Según The Guardian sin embargo fueron 325 los muertos, cifra que el Consejo Nacional de Huelga elevó a 500.
El gobierno mexicano logró opacar mediáticamente en cierta medida esa matanza con los fastos con los que solo diez días después inauguró los XIX Juegos Olímpicos en el Estadio México 68.
Aún así los propios Juegos no estuvieron exentos de protestas.
Los deportistas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos subieron al podio tras ganar el oro y el bronce respectivamente de la carrera olímpica de 200 metros llanos, y cuando sonaron las primeras estrofas del himno nacional de Estados Unidos levantaron su puño enfundado en guantes negros y la cabeza baja en señal de duelo y a su vez símbolo de los Black Panther. Ambos fueron expulsados de los Juegos Olímpicos y vieron arruinadas sus carreras deportivas. Pero su gesto, recogido por las cámaras de todo el mundo, al que siguió días después el de varios otros deportistas afroamericanos, luciendo boinas o calcetines negros, tuvo un gran valor político y mediático.
La impotencia que quedó en el movimiento estudiantil y en las fuerzas de izquierda tras la matanza de Tlatelolco y las miles de detenciones, dio lugar a un auge de las opciones armadas, entre las que destacaron las guerrillas rurales del Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas, y la de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, liderada por Genaro Vázquez.
Fueron precedentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que irrumpiría en escena públicamente muchos años después, el 1 de enero de 1994.
Las puebladas de Argentina, el Rosariazo’ y el Cordobazo
En Argentina, como en varios otros países de la región, también los estudiantes jugaron un papel protagónico -compartiendo en muchas ocasiones las calles con los obreros- en las manifestaciones contra la dictadura militar de Onganía, instalada desde 1966.
Las protestas populares contra la dictadura fueron creciendo durante 1968, aunque fue un año más tarde, en 1969, cuando terminaron estallando violentamente.
Durante ese año -y hasta 1972- tuvieron lugar 19 puebladas, levantamientos populares locales, y en mayo de 1969 fue cuando las protestas callejeras por demandas salariales de obreros de vanguardia de la industria automotriz de la ciudad de Córdoba pertenecientes a la corriente clasista y enfrentada a la mafiosa burocracia sindical peronista, coincidió con las masivas manifestaciones de los estudiantes de la Universidad Nacional del Nordeste en la ciudad de Corrientes.
En esa protesta estudiantil murió un joven estudiante por disparos policiales.
Allí se desató el Rosariazo. Miles de estudiantes de la Universidad Nacional de Rosario salieron en masa también a la calle, y se produjo un segundo muerto, otro estudiante alcanzado por disparos policiales. Tiraban a matar.
Las refriegas con la policía duraron tres días y en ellas murió un tercer estudiante, tras lo cual los estudiantes de Córdoba estallaron también, salieron a la calle en solidaridad con ellos y con los trabajadores cordobeses del combativo SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor). En los choques callejeros con la policía murió el primer estudiante cordobés y con ello se desató el Cordobazo.
La batalla generalizada en la ciudad, con barricadas e incendios en los que lucharon codo a codo estudiantes y obreros, fue sofocada a sangre y fuego, provocando cerca de 30 muertos, numerosos heridos y centenares de presos.
En septiembre de ese año fueron los ferroviarios los que protagonizaron una violenta huelga y ese mismo mes se produjo un segundo Rosariazo.
Se generalizan los grupos guerrilleros
A pesar de que en Argentina ya había precedentes de grupos guerrilleros desde 1959 en zonas rurales del norte del país -los Uturuncos, peronistas, y el Ejército Guerrillero del Pueblo, integrado por argentinos y cubanos que seguían un plan diseñado por el propio Che-, es entre 1967 y 1970 cuando se produce una verdadera explosión de nuevos grupos decididos a enfrentar a la dictadura militar con las armas en la mano.
En 1967 nace el FAL (Frente Argentino de Liberación); en 1968 las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), y en 1969, al calor de las movilizaciones de obreros y estudiantes y la brutal represión aparecen las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
En 1970 surgen Montoneros (izquierda peronista), y el PRT-ERP, marxista y originalmente trotskista aunque termina renegando del trotskismo, dando lugar a escisiones como el Grupo Obrero Revolucionario, la Fracción Roja o ERP-22 de Agosto.
En Montoneros y PRT-ERP se integrarían posteriormente varios de los grupos armados existentes, pasando a ser los dos principales referentes en el campo de la lucha armada antigubernamental.
Todas estas organizaciones terminaron aniquiladas en la segunda mitad de la década del 70, durante el genocidio que llevaría a cabo una nueva dictadura militar a partir de 1976 y hasta 1983, la encabezada por el general Videla.
Si tanto en México como en Argentina tomaron auge los grupos armados tras la impotencia de la izquierda frente a la brutal represión de las protestas sociales y el generalizado recorte de libertades, el proceso no fue diferente en el resto de la región.
El primer -y único- congreso de la OLAS (Organización Latinoamericano de Solidaridad) que tuvo lugar en La Habana en agosto de 1967 ya había evidenciado la tendencia predominante que seguía la izquierda en esos años 60 posteriores al triunfo de la revolución cubana.
En 1964 habían nacido las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), como respuesta a los bombardeos aéreos ordenados por el gobierno del conservador León Valencia contra las rebeldes repúblicas independientes campesinas y sus milicias armadas, en los que murieron miles de campesinos. Uno de aquellos dirigentes campesinos era Manuel Marulanda, que luego se convertiría en líder máximo de las FARC.
El ELN (Ejército de Liberación Nacional) y el EPL (Ejército Popular de Liberación), ambos también de Colombia, comenzaron a operar en 1965. En Uruguay se desarrolló el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros; en Venezuela el ELN y las FALN; en Ecuador el MIR, en Brasil el MR-26, Ala Roja, el MR-8, el ALN, el MAR y el PRT; en Chile el MIR y el VOP; en Bolivia el ELN del Che; en Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN); en Guatemala las FAR, el PGT y ORPA; en El Salvador las Fuerzas Populares de Liberación Frabundo Martí (FPL) y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y otras numerosas organizaciones armadas que surgirían durante la década de los 70 y parte de los 80 aún.
Los sacerdotes de la Teología de la Liberación
Es también durante el año 1968 cuando aparecen los primeros textos de lo que pasaría a llamarse la Teología de la Liberación, resultante de las puertas que abrió el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965); del surgimiento de las Comunidades Eclesiales de Base y de la Conferencia de Medellín (1968).
Todos estos acontecimientos eran reflejo de esa nueva fuerte corriente que irrumpió en el seno de la Iglesia católica apostando por los pobres y su liberación de la opresión económica y social. Pretendía dar respuesta a los problemas reales de la sociedad, priorizando estas a los abstractos temas teórico filosóficos tradicionales.
En 1968 Nelson Rockefeller, vicepresidente de EE UU durante el Gobierno de Richard Nixon, hizo una amplia gira por América Latina para valorar el estado de las relaciones de los países latinoamericanos con su país, y en el conocido como Informe Rockefeller que presentó en 1969 recomendó muy especialmente estar alertas frente al proceso que se vivía en el seno de la Iglesia católica: “En verdad, la Iglesia puede estar en una posición algo semejante a la de los jóvenes, con un profundo idealismo, pero como resultado de ello, en algunos casos, vulnerable a la penetración subversiva, pronta a llevar a cabo una revolución”.
Rockefeller sostenía que a pesar de que “en el pasado los militares y la Iglesia han defendido codo con codo los valores conservadores” eso había cambiado y que ya solo se podía confiar en los militares.
Dos años antes de su viaje había muerto en combate contra el Ejército colombiano el sociólogo y sacerdote Camilo Torres, el cura guerrillero, un hecho que conmocionó a la sociedad y a la Iglesia, pero que no sería el único caso.
Otros tres sacerdotes, los tres aragoneses, decidieron seguir sus pasos.
Se enrolaron en las filas del ELN en 1969. Eran Domingo Laín, Manuel Pérez y José Antonio Jiménez. Pérez llegó a ser el comandante del ELN durante 15 años y mantuvo una relación dentro de la guerrilla con una monja combatiente, Mónica, con la que tuvo al menos una hija.
Un documental, Liberación o Muerte, recoge sus historias,
Todos ellos formaban parte del grupo Golconda creado por los curas rojos en Colombia.
En 1967 tuvo lugar el encuentro de Obispos del Tercer Mundo, en el cual obispos como los brasileños Heber Cámara o Monseñor Fragoso escandalizaron con sus posturas al clero más conservador. Fragoso llegó a decir: “No tengamos miedo de ser llamados subversivos si nuestra conciencia nos dice que estamos tratando de subvertir un desorden moral que está ahí”.
Esa corriente se confirmaría en 1968 durante la celebración de la Segunda Conferencia del Episcopado Latinomericano que tuvo lugar en Medellín, mientras, con su otra cara, la Iglesia católica daba a conocer la encíclica Humanae Vitae con la que Pablo VI demonizaba el aborto y la píldora anticonceptiva que ya usaban desde hacía años millones de mujeres latinoamericanas .
Dos corrientes internas antagónicas coexistían en la Iglesia católica en aquellos años 60 y 70.
Las Conferencias Episcopales de algunos países, como Canadá o Suecia, criticaron la posición de la Curia romana.
Todavía en el grupo Golconda creado por los curas rojos en Colombia había muchos sacerdotes en los 80. El espionaje militar identificó con nombre y apellidos a al menos otros diez sacerdotes españoles y 19 colombianos integrados supuestamente en la guerrilla, lista que fue reproducida por El País y otros medios españoles en octubre de 1989.
En Guatemala moriría también en 1979 el sacerdote español Gaspar García Laviana, combatiendo en las filas del FSLN contra la dictadura de Anastasio Somoza.
Fueron muchos los curas rojos asesinados por identificarse con la iglesia de los pobres, entre ellos el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, en 1980, o los cinco jesuitas españoles y un salvadoreño asesinados en El Salvador en 1989.
En 1984 el cardenal Joseph Ratzinger, al frente en ese momento de la Congregación para la Doctrina de la Fe -heredera de la Inquisición-, decía en un documento sobre aquellos años de auge de la Teología de la Liberación de los 60 y 70 y parte de los 80: “Fueron el marxismo y el neomarxismo las doctrinas que sirvieron a los nuevos teólogos para sustituir el magisterio eclesiástico por una nueva interpretación del evangelio”.
El hombre que persiguió más tenazmente a los sacerdotes obreros, a los curas rojos, se convertiría 21 años después, en 2005, en Benedicto XVI, el nuevo papa.
La dura derrota que las dictaduras militares lograron infligir a esa izquierda radical de los 60, 70 y parte de los 80 dejó profundas secuelas en la región. El movimiento de la Teología de la Liberación también sufriría un gran declive.
A la represión de las dictaduras locales sufrida por los religiosos que se unieron a esa corriente se sumó la contraofensiva de los sectores más conservadores de la Iglesia católica por un lado y la expansión generalizada de las iglesias ultraconservadoras evangélicas por otro.
Es difícil encontrar un claro hilo conductor entre aquella rebeldía, aquellas izquierdas radicales anticapitalistas de los 60 y 70 y parte de los 80 a la ola que desde fines de los años 90 y por más de una década llevó al poder a gobiernos progresistas en buena parte de los países de América Latina y el Caribe.
Sin embargo, su influencia parece innegable, y parte de esa generación se integró en los nuevos movimientos sociales y políticos años después.
De hecho, José Mújica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, fue miembro del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros en los años 60 y 70 y pasó 15 años en la cárcel; Dilma Roussef, presidenta de Brasil entre 2011 y 2016, fue miembro de COLINA y VAR Palmares, organizaciones armadas referentes de la izquierda brasileña y estuvo tres años en prisión; Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia desde 2006, fue cofundador en los 80 del Ejercito Guerrillero Tupak Katari; Daniel Ortega fue en los años 70 y 80 líder máximo líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional; Salvador Sánchez Cerán, presidente de El Salvador, perteneció en los 70 y 80 a las Fuerzas Populares de Liberación Farabundo Martí (FPL); Raúl Castro, presidente de Cuba, también tiene un pasado guerrillero, como lo tenía su hermano Fidel.
Esos son hechos que dan por tierra con esa idea que muchos pensadores neoliberales han intentado transmitir de que aquella rebelión global del 68 fue solo un iracundo brote juvenil, pasajero e irrepetible.
Texto completo en: https://www.lahaine.org/cincuentenario-del-1968-america-latina
Cepal: Informe económico de América Latina 1968
CEPAL|
Ver http://archivo.cepal.org/pdfs/EEAL/1968.pdf