Madre Naturaleza
Nieves y Miro Fuenzalida
La sabiduría tradicional siempre ha contenido el mensaje que llama a confiar en la Madre Naturaleza porque es la base de nuestro ser y existencia y cualquier ruptura en esta relación no trae nada bueno. Las ideologías románticas, al parecer, aún gobiernan en gran parte nuestras ideas acerca de la naturaleza.
En “El Jardín”, una historia del escritor y poeta afgano Mozhgan Majoob, el ejército construye un muro alrededor de un hermoso jardín para aislar su belleza. Pero Darya, la heroína, tiene un hermoso sueño que nos cuenta del fracaso de esta barrera. Si los animales y las aves se unen, junto con el agua, las plantas y los árboles, pueden detener el crecimiento de los muros del ejército.
Los pájaros pueden volar por encima y más allá, como hice yo en mi sueño, llevando semillas, mientras las serpientes y los animales excavan debajo y la debilitan, dejando espacio para que el agua fluya a través de ella y destruya los muros. Las hormigas pueden comer todo lo que los ejércitos intentan construir y las abejas zumban llevando el polen de cada hermosa flor para que crezca dentro y fuera, para enterrar todos los muros que la gente codiciosa intenta construir. Cuando la naturaleza se reúne, ningún poder humano es lo suficientemente fuerte como para derrotar su unidad.
¿No es ésta la idea de que la naturaleza es un todo armonioso y hegemónico, idea que también impregna muchas posturas ecológicas? Evo Morales, dirigiéndose a sus hermanas y hermanos decía que “hoy, nuestra Madre Tierra está enferma… Todo comenzó con la revolución industrial de 1750, que dio origen al sistema capitalista. En dos siglos y medio, los llamados países desarrollados han consumido gran parte de los combustibles fósiles generados a lo largo de cinco millones de siglos… Bajo el capitalismo, la Madre Tierra no existe, sólo es materia prima. El capitalismo es la fuente de las asimetrías y los desequilibrios del mundo”.
Esta es la narrativa de la Caída, como dice Zizek, que tuvo lugar en un momento histórico preciso. Una Caída que, según Evo Morales, nos hizo perder nuestras raíces en la Madre Tierra. Es como si el calentamiento global violara la sacralidad del planeta y por ello la humanidad es culpable.
Según Mackenzie Wark, autor de “Molecular Red”, el núcleo de la crisis ecológica es un fenómeno ya señalado por Marx… La llamada “brecha metabólica” es causada por la expansión de la productividad capitalista. El trabajo machaca y manipula rocas y suelos, plantas y animales, extrayendo los flujos moleculares de los que se crea y rehace nuestra vida compartida.
Pero esos flujos moleculares no regresan de donde vinieron. Cuando esta brecha se transforma en una amenaza para la reproducción misma de la vida en la Tierra, llegamos al momento en que la humanidad se convierte literalmente en un factor geológico que inaugura la nueva era del Antropoceno.
Irónicamente Wark describe esta fisura metabólica como “Frente de Liberación del Carbono”, la búsqueda de la vida pasada que tomó la forma de carbono fosilizado para desenterrarlo y quemarlo para liberar su energía. Lo paradójico del Antropoceno es que la humanidad tomó consciencia de su autolimitación como especie precisamente cuando se volvió tan fuerte que influyó en el equilibrio de toda la vida terrestre.
Fue capaz de soñar con ser Sujeto sólo hasta el momento en que su influencia en la naturaleza dejó de ser marginal. Lo que hoy experimentamos es el hecho de que no podemos ejercer pleno control sobre nuestra biosfera, aunque si podemos desestabilizar y perturbar su equilibrio.
Lo que la historia nos revela, entonces, es que nunca nos encontramos con la naturaleza en si. Ella siempre se presenta a través de una interacción antagónica con el trabajo humano colectivo, y la brecha que separa el trabajo humano de la naturaleza, que se resiste a nuestro esfuerzo, es irreducible. La naturaleza no es un “en si” abstracto, sino principalmente la contrafuerza que resiste nuestros proyectos. Los ideólogos del capitalismo tecno-utópico, por ejemplo, para no ir más lejos, han prometido crecimiento e innovación infinitos, pero en la práctica han demostrado ser incapaces de salvarnos del desastre que han provocado.
Las nociones como “ruptura”, “fisuras” o ciclos perturbados parecieran indicar la existencia de algo opuesto, de un estado “normal” donde el ciclo se cierra y el equilibrio se vuelve a restablecer si superamos el Antropoceno y así reinstalamos nuevamente a la especie humana en el equilibrio natural de la Tierra…
¿Cierto? No realmente porque, como dice Wark, nunca ha existido tal equilibrio, la naturaleza en sí misma siempre ha estado desequilibrada. La cosmovisión de una ecología autocorrectiva, auto equilibrada y auto curativa ya no esta en las cartas. Ya no podemos sostener la fantasía de que somos sujetos que persiguen su propio interés en el contexto de un ciclo holístico y organicista que podría perturbar, pero con el que, al final de la historia, puede permanecer en equilibrio y armonía simplemente cancelando ciertos excesos.
La realidad es que la naturaleza ya está en sí misma perturbada, descoordinada y contiene una gran cantidad de destrucción… ¿No es irónico que el petróleo y la energía de la cual la civilización contemporánea depende es producto de un desastre natural previo de dimensiones inimaginables? Incluso si vamos más lejos, podríamos decir que el “big bang” es producto de una catástrofe o error cósmico. Según la física cuántica el universo es un vacío, pero con carga positiva. Cosas particulares aparecen cuando se altera el equilibrio del vacío. Es decir, cuando la “armonía” se interrumpe.
La lección que tenemos que aprender de la crisis ecológica, dice Stavoj Zizek, es que debemos renunciar a todas las ideas sentimentales acerca del universo. La humanidad no tiene, ni nunca tuvo, un fundamento ni un equilibrio natural al que regresar. Nuestra existencia es completamente contingente y escapa a nuestro control. El reconocimiento de esta situación, por drástica que sea, permite afrontar el cambio global de una manera mas abierta y flexible.
En lugar de darnos vuelta en el sin sentido de la existencia o caer en la melancolía -o no pensar en ello por mucho tiempo porque es demasiado deprimente-, lo que nos queda es continuar con el activismo ecológico simplemente porque necesitamos hacer algo urgente frente a la crisis.
Pero, ¿qué hacer?
¿Simplemente ignorar la crisis como si fuera un fenómeno marginal porque finalmente la naturaleza se cuidara a si misma? ¿Confiar que la ciencia y la tecnología nos salvarán? ¿Dejar la solución al mercado e imponer impuestos a los contaminadores o ¿enfatizar la responsabilidad personal como reciclar, consumir menos, etcétera, en lugar de cambiar el sistema?
Honestamente, hasta ahora, ninguna de ellas nos ha sacado del atolladero en que estamos y sólo muestran la incapacidad o indiferencia de los políticos de llevar a cabo la tarea con eficacia. Probablemente ya hemos superado el punto en el que podríamos haber hecho algo. Desde la perspectiva de muchos expertos en políticas, científicos del clima y funcionarios de seguridad nacional, la preocupación no es si el calentamiento global existe o cómo podemos prevenirlo, sino cómo nos adaptemos a la vida en el mundo cálido y volátil que hemos creado.
Según el Banco Mundial, un calentamiento de 2,7 grados Fahrenheit parece inevitable, incluso si dejáramos de emitir dióxido de carbono a nivel mundial ahora mismo. Y la evidencia creciente indica que los cambios provocados por el calentamiento global afectaran no solo el clima y la biodiversidad del mundo, sino también su propia estructura geológica, no durante siglos, sino durante milenios.
El intento de recuperar el equilibrio natural de la Tierra, el de volver a una vida tradicional más modesta mediante la cual renunciamos a la arrogancia humana y volvemos a ser hijos de nuestra Madre Naturaleza está ya fuera de lugar… ¿Cómo vivir entonces frente a la posibilidad del colapso de la civilización global? ¿Cómo tomamos decisiones significativas ante la inminencia de nuestro fin? ¿O es que estas preguntas ya no tienen respuestas lógicas o empíricas?
La psique humana naturalmente se rebela en contra de la idea de su fin. Si por un momento, por ejemplo, nos detuviéramos a mirar el mundo, nuestras acciones darían testimonio de nuestro estúpido deseo de seguir como hasta ahora quemando petróleo, envenenando los mares, exterminando y devorando otras especies, ignorando el humo planetario en favor de la fantasía digital.
Si volvemos a Zizek, él cree que nuestras dificultades presentes exigen medidas extremas en nombre del bien común para combatir las despiadadas fuerzas del mercado que están profundizando la crisis ecológica. En su manifiesto ecológico llama a imponer normas mundiales de consumo energético per cápita y emisiones de dióxido de carbono.
Y castigo implacable a quienes violan las medidas de protección impuestas, incluyendo severas limitaciones a las libertades liberales y el control tecnológico de los posibles infractores, así como el despliegue de decisiones colectivas a gran escala destinadas a contrarrestar la lógica espontánea del desarrollo capitalista para detener el tren de la historia que se precipita al abismo de una catástrofe global. Y todo esto combinado con la confianza en el pueblo que va a apoyar estas medidas severas y participar en su aplicación.
Ingenuamente todavía pensamos, los que sufrimos las consecuencias del cambio climático, que si detenemos ciertas acciones la ecología se recuperara y volverá a la homeostasis o algo parecido. Pero… ¿y si no es así? ¿Y si sólo existe una naturaleza siempre inestable y cada vez más destructiva? Entonces, ¿qué?
* Profesores de Filosofia chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses preso en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesia.