Entre Marx y Stonewall Inn, el antifascismo argentino como orgullo

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Víctor Ego Ducrot

Es cierto que sus dichos y acciones execrables vienen desde mucho antes que asumiera la presidencia de la Argentina, pero las manifestaciones enfermizas con las que acometió en Davos rebalsaron la paciencia. El psicópata Javier Milei lo hizo posible. Fue el catalizador de una movilización antifascista de nuevo tipo que convocó a cientos de miles de personas; algunos hablan de millones.

Tomaron las calles por asalto el 1 de febrero pasado para repudiar las políticas racistas, discriminatorias, homofóbicas y de ajuste y empobrecimiento bestiales que imperan aquí desde hace algo más de un año.

Sin duda que el arribo de un lunático y sospechado de pedófilo a la Rosada sólo fue posible porque, como dicen los jóvenes en la lengua coloquial de los barrios, millones de argentinos están “limados”, es decir enfermos, alienados, idiotizados y ostentan una suerte de filo fascismo de violencia inaudita que los llevó a consagrar jefe de Estado a un sujeto de semejante calaña.Marcha Federal LGBT contra Javier Milei este 1º de febrero, EN VIVO:  críticas al Presidente, fuerte

No reaccionaron ni convocaron los partidos políticos de la oposición que en todas sus versiones políticas e ideológicas guardan silencios cómplices, pues como herencia cultural de la dictadura de los ’70 y más allá de sus matices, todos se disputan un lugar entre los favores de las distintas facciones del poder económico.

Tampoco lo hicieron las centrales obreras ni los movimientos sociales tradicionales; ni siquiera las legendarias organizaciones defensoras de los derechos humanos.

A duras penas y con diversos grados de oportunismo, todos esos espacios manifestaron sus tardías adhesiones, y tanto fue así que el día de la marcha del orgullo antifascista apenas si mostraron escuálidas representaciones.

Fueron sí los miles y miles de pibes y pibas de los movimiento LGTB + quienes asumieron la responsabilidad histórica y moral de sacudir la mata. Fueron las diversidades sexuales, culturales e identitarias las que se transformaron en sujetos activos y conscientes del antifascismo.

Como quizás lo hubiese explicado Carlos Marx, esas masas con transversalidad etaria y de clases tomaron una suerte de “conciencia en sí”, reconociéndose en la necesidad de dar el combate contra el fascismo, contra las derechas provocadoras y sicopatizadas.

Y no fue cualquier toma de conciencia. Por primera vez quienes se erigieron como antifascistas en acción lo hicieron con “orgullo”, un orgullo que fue verbalizado en la propia convocatoria a las calles.

Marcha del 1 de febrero: Neuquén finalmente marchará para repudiar los  dichos de Milei - Diario Río NegroHay que hacer un esfuerzo de memoria para encontrar rastros de “orgullo” como categoría, como expresión sentida a la hora de enfrentar al fascismo, y resulta que la idea proviene del “orgullo gay”, expresión también de lucha social y por los derechos surgida hace más de medio siglo cuando en junio del ’69, en el bar Stonewall Inn de Nueva York, gays, lesbianas, trans e individuos de otras diversidades se alzaron contra la represión policial.

En buena hora entonces, una nueva semántica para esta nueva generación de libertarios en serio – la ultraderecha expropiadora de toda producción social, incluso de las lenguas y los sentidos, se dicen “libertarias” pero adoran la muerte y los campos de concentración – , teniendo en cuenta que el fascismo está inscripto en el mapa de origen mismo del capitalismo desde su primera etapa imperialista – aquella “superior” de la que hablaba Lenin- y se prolonga hasta la actualidad, la era de la mercancía globalizada y totalitaria, tecnológica y comunicacional; y esencialmente extractivista entre los países y sociedades dependientes.

El alumbramiento de este antifascismo enarbolado por las diversidades debe implicar tanto optimismo como cautela a la hora de reflexionar acerca de sus causas, actualidad y posibles desarrollos.

En términos estructurales, en última instancia, los giros fascistas, violentos y belicistas que registra el mundo – desde el genocidio que sufre el pueblo palestino hasta la flamante guerra comercial cacareada por Donald Trump- responden a los niveles nunca vistos de concentración económica global y a la capacidad de disciplinamiento y control social que posibilita la comunicación perpetua  en red, convirtiendo en mercancía hasta las propias conciencias individuales y colectivas.

Argentina, país dependiente y con una burguesía lumpen y proxeneta no escapa de esa realidad estructural pero ofrece un fenómeno propio y trágico.

Tras la derrota política y militar sufrida por las diversas organizaciones de izquierdas y revolucionarias a mediados y fines de los ’70 del XX, “la política” post dictadura se profesionalizó, dejo de debatir proyectos colectivos para convertirse en una suerte “empresa corporativa” generadora de negocios.

Ello llevó al alejamiento y repudio paulatino de la política por parte del conjunto de la sociedad, que ni siquiera pudo ser superado en forma sostenible en el tiempo cuando el surgimiento del kirchnerismo en el seno de peronismo tradicional, tras la dramática crisis de diciembre del 2001.

Surgió entonces el caldo de cultivo perfecto para la aparición de un sujeto como Milei, un supino ignorante, arrojado y excéntrico panelista de TV, asesorado por sus perros muertos y de un delirio rampante que si “la política” y las instituciones de esta caricatura de democracia cumpliesen con su obligaciones constitucionales lo someterían a juicio político y lo pondrían bajo tratamiento siquiátrico.

Cuando asumió la presidencia confesó que su intención es cometer un delito gravísimo, pues se definió como “topo” con la misión es destruir el Estado. Se rodeo de aventureros, fascistas y delirantes, como su hermana y mujer fuerte del gobierno, que desde su profesión de tarotista delira con ser estadista.

Pero detrás de esa especie de jauría siniestra operan las grandes empresas y sus agentes de especulación financiera, endeudamiento y fuga de capitales. Comentar las aristas del descalabro económico argentinos excede el propósito y los límites de este texto.

Para el final un interrogante: ¿Se transformó el tablero político argentino tras la masiva manifestación de orgullo antifascista del 1 de Febrero? Muy difícil es contestar esa pregunta sin antes ciertos análisis realizados con detenimiento, pero a primer vista pero podrían arriesgarse dos consideraciones preliminares.

Para que esa “conciencia en sí” que se expresó entre los movimientos y colectivos de las diversidades se convierta en acción con capacidad de transformaciones políticas debe seguir ampliándose, con una convocatoria creciente a los más amplios sectores de la sociedad y darle forma a una vocación de poder.

Debe convertirse en una alternativa a la escuálida, desprestigiada y corrupta “política tradicional” poblada de oportunistas y fascistas encubiertos y no someterse a los dictados de sus cánones palaciegos de cara a cada proceso electoral. En tanto ¡qué conmovedor fue escuchar en las calles cientos de miles de jóvenes entonar…”alegría, alegría a mi corazón…vamos a llenar de fachos el paredón”!.

* Periodista, escritor y profesor universitario argentino. Docente de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).

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