Venezuela, otra vez en la mira

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Observatorio en Comunicación y Democracia – Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA)

El 6 de diciembre de 1998 Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela con el 57 por ciento de los votos. Ese país, alguna vez comparado con Arabia Saudita porque nadaba en petróleo, no estaba en el radar de los grandes medios de comunicación y casi no hubo presencia periodística para cubrir el triunfo de ese personaje bizarro rebautizado como “el huracán Chávez”.

Para esa época no parecía importar demasiado que unos 200 mil millones de dólares hubieran ingresado a las arcas por la venta de petróleo y que el 80 por ciento de la población viviera en condiciones de pobreza. Durante la campaña electoral Chávez dijo que el gran “misterio” era descubrir qué había pasado con ese dinero. La respuesta era sencilla: alcanzaba con recorrer los barrios ricos de Caracas y caminar por Miami para tener dimensión de lo sucedido.

En ese entonces Venezuela no estaba en el radar. Unos años antes de la elección de 1998 Venezuela había sido noticia cuando en 1989 miles de personas salieron a las calles a protestar contra el alza del precio del combustible. El “Caracazo”. La represión hizo estragos. Hay quienes dicen que mataron unas 3.000 personas. Ni el gobierno, ni los medios de comunicación nacionales o extranjeros estuvieron interesados en averiguar la cifra exacta.

Pobres sin nombre ni apellido. Además, en esos años, Carlos Andrés Pérez era un socialdemócrata respetado y ponderado en el mundo, así que después de unos días el país caribeño dejó de ser noticia.

El 2 de febrero de 1999 Chávez asumió la presidencia y juró sobre la “moribunda constitución”. Comenzó otra historia. Chávez se propuso modificar las estructuras sociales y políticas y aquellos que se habían enriquecido durante los últimos 40 años no se lo perdonaron.

Y Venezuela entró en el radar. De allí en más no se mueve una hoja en Caracas o Maracaibo sin que aparezca en los principales medios de comunicación del planeta. Aunque se conozca poco y nada del país se opina sobre su economía o sus leyes, y cada elección pasó a ser escrutada con lupa. Y muchos “descubrieron” que había pobreza.

Desde que Chávez asumió, los principales sectores opositores hicieron todo lo posible para derrocarlo. Poco importaba que hubiera triunfado legítimamente en las urnas en 1998.

En abril de 2002, apenas tres años después de que asumiera como presidente, lo derrocaron con un golpe de Estado. Los influyentes New York Times y Washington Post, así como los principales diarios de Venezuela lo celebraron con grandes titulares.

Los golpistas nombraron al empresario Pedro Carmona Estanga como presidente a través de un “Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional” que destituyó a todos los diputados de la Asamblea Nacional. Entre las firmantes del Acta se destacaban los nombres de Leopoldo López y Manuel Rosales. Y por sobre ellos, María Corina Machado. Sí, la que es presentada como una gran “demócrata”.

Estaban tan seguros de su triunfo y de que Chávez estaba fuera de juego, que ni siquiera hicieron el esfuerzo por ocultar su alegría. Nunca imaginaron que las movilizaciones populares lo devolverían al Palacio de Miraflores en apenas 48 horas. No podían comprender la popularidad de ese militar de bajo rango que había osado desafiarlos.

¿Acaso el “dictador” Chávez fusiló a los golpistas? ¿Los encarceló por décadas como se hizo en el Reino de España en 1981 cuando condenaron a treinta años a los golpistas liderados por Tejero? Nada de eso. La inmensa mayoría de los golpistas ni siquiera fue procesado. Carmona estuvo en arresto domiciliario unos días, y huyó para encontrar refugio en Colombia y dedicarse a la docencia. En una reciente entrevista reivindicó lo que hizo en 2002.

De allí en más la oposición boicoteó varios procesos electorales. Como esa estrategia fracasó volvieron a presentarse proclamando a los cuatro vientos que el 90 por ciento de la población los apoyaba. Lo repetían como un mantra aunque perdieran una y otra vez. Como ahora.

La última elección que ganó Chávez sirve para comprender la actualidad. En las semanas previas al 7 de octubre de 2012 hubo una gigantesca operación mediática internacional que consignaba un “empate técnico” entre él y Henrique Capriles. Un documento confidencial titulado “Avalancha” –y preparado por gente muy cercana a Capriles- analizó los comportamientos electorales para llegar a la conclusión que “la gente no vota por el ganador, la gente vota por el que cree que va a ganar.”

En el documento auguraban un contundente triunfo de Capriles. Por esta razón hubo una fuerte campaña mediática internacional para instalar que Capriles iba a triunfar. Impulsado por los grandes medios de comunicación venezolanos, y apoyado por los españoles y latinoamericanos, se instaló la idea del fin de Chávez. Además, que no aceptaría la derrota.

Fue tan intensa la campaña que propios y ajenos creyeron que Capriles arrasaría. La noche de las elecciones, mientras se esperaban los datos oficiales, el diario español ABC se apresuró a reproducir los datos de aquel documento confidencial y tituló “El primer sondeo a pie de urna da la victoria a Henrique Capriles”. Sin embargo, Chávez fue reelecto con unos “inesperados” diez puntos de diferencia a su favor.

Para quienes estaban en Venezuela y siguieron el proceso electoral de cerca sin anteojeras ideológicas y prejuiciosas no hubo sorpresa. El chavismo se había convertido en un verdadero movimiento de masas. El resultado fue tan contundente que se les hizo difícil denunciar fraude, lo que sí hicieron en 2013, cuando Capriles compitió frente a Nicolás Maduro y perdió otra vez, aunque por escaso margen.

Perdidos por perdidos, en 2014 impulsaron violentas protestas con el objetivo explícito de derrocar a Maduro. Lo llamaron “La Salida”, liderada por María Corina Machado, que se jacta de ello en su propia biografía.

En diciembre de 2015 la oposición ganó ampliamente las elecciones a la Asamblea Nacional con el mismo sistema electoral de siempre. Nadie habló de fraude y el chavismo reconoció la derrota.

El 5 de enero de 2016 Henry Ramos Allup –histórico dirigente de Acción Democrática, el partido de Carlos Andrés Pérez- asumió la presidencia de la Asamblea. Entusiasmado por la victoria, anunció que en seis meses acabarían con Maduro. Nada de cohabitación. ¿Qué debía hacer el gobierno? ¿Ceder el poder en bandeja a la oposición?

Maduro, desde la presidencia, resistió el embate apelando a todos los artilugios legales, habidos y por haber.

La coronación en una plaza pública de Juan Guaidó como “presidente” en enero de 2019 fue tal vez la más audaz -y grotesca- jugada de la oposición, ya que Guaidó ni siquiera había sido candidato presidencial en las elecciones del año anterior.

Quisieron aprovechar una coyuntura internacional que parecía favorable. En Estados Unidos gobernaba Donald Trump, en Argentina Mauricio Macri, en Brasil Jair Bolsonaro y las derechas parecían avanzar en toda la región. Guaidó se paseó por todo el mundo y consiguió un importante reconocimiento internacional.

Pero su “presidencia” fue absolutamente testimonial y no controló ni una porción del territorio. Por eso, con el correr de los meses su “presidencia” se fue desvaneciendo. Maduro, reelecto al año anterior, siguió el frente del país.

Entre el 28 de julio de 2024 y el 10 de enero de 2025 la campaña internacional contra el chavismo recrudeció. En primer lugar hay que señalar que los sistemas electorales y la forma de transmitir los resultados varían de país en país, y hay que tener un gran conocimiento específico para comprenderlos y poder evaluarlos.

En Venezuela no hay boca de urna ni se brinda ningún resultado antes de que comparezca el Consejo Nacional Electoral (CNE) algunas horas después de que se cierren las urnas. Esto es respetado incluso por los medios de comunicación opositores. Solo el CNE está autorizado a dar los resultados y así sucedió el 28 de julio cuando proclamó el triunfo de Maduro.

La oposición, que ya había adelantado su triunfo como en 2012, desconoció el resultado. Con el apoyo de una gran campaña internacional y sin la necesidad de mostrar documentación legal anunció que había ganado.

Los detalles en una elección importan, pero un poco de contexto ayuda a comprender cómo piensa y actúa la oposición venezolana que nunca reconoció que el chavismo surgió como movimiento popular de los sectores más desclasados y empobrecidos del país. En realidad, lo desprecia justamente por eso, por intentar representar a esos sectores que no tenían voz ni voto antes de 1998.

Su único objetivo fue y es derrocarlo. Otorgarle credenciales democráticas a la oposición es –como mínimo- una falacia y desconocer la historia de las últimas décadas.


 

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