Un nuevo año con renovadas esperanzas y viejas prevenciones para la izquierda

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 Carlos Flanagan|  

El año 2021 se cerró con varios esperanzadores resultados electorales para la izquierda de Nuestra América en Perú, Honduras, Chile y Nicaragua.  A ellos se suman los ya obtenidos en México en 2018, Argentina en 2019 y Bolivia en 2020.  De ellos podemos extraer algunas conclusiones y reflexiones preliminares:

1.- Los resultados favorables logrados en las urnas no surgen de ninguna galera mágica ni son en absoluto casuales. Son la expresión electoral de la toma de conciencia forjada y acumulada al calor de las movilizaciones reivindicativas de masas.  Las grandes movilizaciones en contra de las políticas aplicadas por los gobiernos neoliberales durante el año 2019 y a pesar del paréntesis impuesto por la pandemia en el 2020, fueron en la mayoría de estos países, causa principal de esos resultados electorales.

2.- En consonancia con lo anterior, las próximas elecciones presidenciales de este año en Colombia (29 de mayo) y Brasil (2 de octubre) cobran una gran importancia . Un probable triunfo de Lula en Brasil, nuevamente como candidato presidencial del PT, dado el peso específico del gigante del continente, inclinaría la balanza a favor de los gobiernos progresistas en América del Sur.

Por otra parte, en el ámbito del Mercosur, en coordinación con Argentina podrían  imponer una agenda orientada a avanzar hacia una integración regional fortalecida y     soberana; contraria a la visión que tienen los gobiernos de derecha de Uruguay y Paraguay  de una mera zona de libre comercio, sometida a las grandes potencias. Del mismo modo hay que seguir atentamente el proceso electoral en Colombia, en el cual Gustavo Petro, el candidato de la izquierda tiene posibilidades ciertas de triunfar.

Esta victoria sería un golpe muy duro para los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, ya  que perderían su principal plataforma de intervención en el continente; y asimismo   implicaría el golpe de gracia al ya desfalleciente Grupo de Lima.

3.-  Entrando en conclusiones de carácter más general, nos reafirmamos en la convicción de que  el devenir histórico no es en absoluto lineal, pautado por una sucesión sistemática de etapas;   en la cual a una etapa progresista le sucedería forzosamente una conservadora y viceversa,  tal como algunos suponen.  Por el contrario, los procesos históricos en las sociedades se caracterizan por continuos    avances y retrocesos. Ellos están relacionados directamente con las correlaciones de fuerzas  existentes en la pugna entre las distintas clases sociales

Hoy se ratifica una vez más la vigencia de la afirmación de Karl Marx y Federico Engels de  1848: “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia   de las luchas de clases” [1]

Las diversas crisis capitalistas

El capitalismo – en su ya larga existencia de más de cinco siglos – ha atravesado por varias crisis;  de distinta intensidad y duración. Crisis de sobreproducción como la de fines del siglo XIX, la de fines de los años veinte y comienzo de los treinta del siglo pasado, o la del año 2008, sólo para citar algunas.

Pero más allá de las características puntuales de las mismas y sus consecuencias políticas y sociales (por ejemplo dos guerras mundiales de reajuste de la hegemonía imperialista), todas ellas son de carácter sistémico. Inherente a la propia esencia del capitalismo, a sus contradicciones intrínsecas y a la inevitable tendencia a la baja de la tasa de ganancia.

Son crisis cada vez más severas, de carácter estructural. Pero de ninguna forma podríamos afirmar que estamos frente a una crisis final del sistema capitalista.  En suma, más allá de lo ingenioso del juego de palabras, por lo antedicho no estamos ni ante un cambio de época en especial (entendida como un cambio de sistema), ni en una época de cambios en particular.

Todas las épocas -lucha de clases mediante- son y serán de cambios: a favor de determinados sectores sociales y en detrimento de otros.

Un alternativa de hierro

Estas crisis estructurales obligan a la clase dominante a incrementar la tasa de explotación (plusvalía) a los trabajadores, como única forma de mantener sus ganancias. De ahí su apuesta política a establecer gobiernos que apliquen una estrategia neoliberal de dominación que abarque todos los aspectos que componen la vida social: económicos, políticos, militares, culturales.

Se fomenta la privatización de las empresas estatales estratégicas, que pasan a formar parte de grandes conglomerados trasnacionales. Al mismo tiempo se reducen al mínimo las políticas sociales de los estados; otrora basamento del llamado “Estado de bienestar” de los principales países occidentales, presentado como modelo de desarrollo a seguir a los países dependientes de América Latina y el Caribe.

Este estado de cosas condujo por un lado a cada vez mayores movilizaciones de protesta y por otro a expresiones de xenofobia que ambientaron tanto la instauración de gobiernos de ultraderecha como en Bulgaria y Hungría, o que partidos de ultraderecha integren coaliciones de gobierno como en Letonia y Estonia, o en su defecto que encabecen las encuestas de cara a las próximas elecciones en Italia, Suecia o Eslovenia.

En consecuencia, en perspectiva se vislumbra de forma cada vez más nítida una alternativa de hierro, para la humanidad: socialismo o neofascismo.

Algunas precisiones necesarias

Mucho se ha hablado y se habla de socialismo. A menudo se le endilgan “apellidos” diversos, tales como “revolucionario”, “democrático”, “del siglo XXI”, etc. De hecho pasa a un segundo plano su descripción como organización social en la cual la propiedad colectiva de los medios de producción, su administración y distribución están en manos del Estado socialista, en pos del bien común.

El socialismo nació plebeyo; sin “apellidos”. Es por su propia esencia revolucionario y democrático; o no es socialismo. Es y será del siglo y el lugar específico en donde surja; siempre con características propias y por ende intransferibles.

Las viejas prevenciones

Estas conquistas electorales (reconquistas en algunos casos) de partidos o coaliciones de sectores progresistas – que siempre serán avances democráticos frente al neoliberalismo imperante – nos llevan a preguntarnos si ante algunas similares circunstancias dadas, se volverán a repetir las mismas  insuficiencias y errores ya cometidos.

En muchos casos el triunfo se produce en segunda vuelta. Mecanismo bastante cuestionable por el cual las dos candidatas o candidatos presidenciales más votados en la primera instancia, pero que no lograron la mayoría absoluta, dirimen entre sí la Presidencia en una segunda ronda.

Para lograr el triunfo, no dudan en buscar el apoyo de los partidos derrotados que consideran más   cercanos. Esto conlleva a febriles negociaciones que siempre se traducen en concesiones políticas: sean cargos en el gobierno o modificaciones en el programa del mismo.

De ahí que la o el candidato, comprometido por esas negociaciones y con el manido pretexto de captar al electorado del centro, termina moderando su discurso en la segunda vuelta; limando las aristas de izquierda que pudiera haber tenido el mismo en la primera. En definitiva vale preguntarnos: ¿cuál será la propuesta de gobierno a ser aplicada? ¿La de la primera o la de la segunda vuelta?

Las infundadas y lamentables declaraciones de Gabriel Boric, Presidente electo de Chile sobre Cuba, Nicaragua y Venezuela son preocupantes en tanto podrían ser un ejemplo de esa dicotomía. A lo anterior se le agrega la debilidad de no tener mayorías parlamentarias propias; que obligará al gobierno electo a negociar cada proyecto de ley con distintos sectores de la oposición para obtener los votos necesarios para su aprobación en cada Cámara. Ni que hablar cuando no se puede mantener una mínima disciplina partidaria en la propia bancada parlamentaria.

En Honduras, el desacato de los veinte parlamentarios del Partido LIBRE al mandato partidario para elegir al Presidente del Congreso – consecuencia del compromiso asumido previamente por la futura Presidenta Xiomara Castro con sus aliados – es un escandaloso ejemplo.

Considerando todo lo expuesto, será un gran desafío implementar medidas de fondo que restañen las heridas producidas por el neoliberalismo en el tejido social. Fortalecer las empresas estatales estratégicas, fomentar las actividades productivas y diseñar planes de distribución de la riqueza generada.

Pero para que las mismas sean eficientes y no puedan ser revertidas, se requiere, entre otras cosas, una profunda reforma fiscal que grave en forma sustantiva a los que más tienen, combata el agio y la especulación en los precios, incentive la revaluación salarial y las actividades que generen nuevos puestos de trabajo.

Teniendo en cuenta las limitaciones mencionadas, pasa a un primer plano el desafío de lograr la hegemonía social que asegure la buena marcha del proceso de cambios. Esto será posible si se cuenta con el apoyo consciente de los sindicatos y los movimientos sociales movilizados y en estado de alerta. Esta tarea primordial no le corresponde al gobierno como tal, sino a la fuerza política que gobierna.,

Hasta el presente, en casi todos los procesos progresistas, se cometió el grave error de subsumir a la fuerza política y sus principales cuadros dirigentes en la tareas de gobierno. De esta forma la fuerza política se fue desdibujando y no llevó adelante las tareas propias que garantizaran junto con los sindicatos y organizaciones sociales, la hegemonía del proyecto.

Difundir y explicar los objetivos del gobierno; no solamente como información a la sociedad en general y rendición de cuentas a la militancia, sino como una forma de educación política de masas (esto cobra especial relevancia en las capas medias).

La integración regional fue otro de los debes en la gestión de los gobiernos progresistas. Si bien el tema siempre estuvo presente en los discursos de los gobernantes, y se impulsaron y crearon instituciones como UNASUR y la CELAC, faltó consolidar la contrapartida económica que las hiciera funcionar a pleno.

El Banco del Sur se constituyó en setiembre del año 2009 y tuvo su primera reunión en el 2013. Este proyecto de crear una institución que en su carácter de banco de desarrollo apuntalara la integración regional, liberándonos del FMI y el BM, fue promovido por el Presidente Néstor Kirchner y tuvo el inmediato apoyo del presidente Lula Da Silva. Se constituyeron como miembros: Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela. Chile y Perú participan como observadores, mientras que Colombia nunca se incorporó.

Más tarde, en marzo de 2020, el gobierno de Uruguay decidió retirarse de la organización alegando que el país «no integrará iniciativas basadas en afinidades ideológicas». En los hechos, nunca funcionó, ya que del capital inicial de 20.000 millones de dólares con el que debería contar, sólo llegó a reunir menos de 7.000 con los aportes de Argentina, Brasil y Venezuela (2.000 millones cada uno), Ecuador 400 millones, Bolivia y Paraguay 100 millones cada uno.

¿Hacia dónde quiere ir el progresismo?

Los señalamientos efectuados de los errores e insuficiencias que tuvieron los gobiernos progresistas en nuestra región, no son nuevos. Parte de ellos han sido mencionados en algunos (todavía pocos) documentos de balance autocrítico desde algunos sectores.

Pero pasa el tiempo y aún ante la perspectiva de recuperar el gobierno a corto y mediano plazo en muchos de nuestros países, la izquierda sigue sin impulsar la verdadera discusión de fondo sobre el motivo fundamental subyacente bajo estos errores y carencias tantas veces apuntados: ¿qué  sociedad superadora de la actual – capitalista, explotadora, discriminadora y excluyente –  en la que malvive la enorme mayoría de la población mundial proponemos?

No se trata de que no existan ámbitos de intercambio y coordinación de estos partidos de izquierda y progresistas para llevarla a cabo. El Foro de Sao Paulo, creado para ello en los años 90 cuando arreciaba la ofensiva neoliberal, dados su representatividad, su poder de convocatoria y su funcionamiento sistemático es tal vez el más apto para ello.

Esta discusión no dada, existe como vieja contradicción desde fines del  siglo XIX. Soterrada a veces, más explicitada en otras, con la que Rosa Luxemburgo titulara una de sus obras y aportes fundamentales: “Reforma o revolución”.

En definitiva: ¿existen sectores dentro del progresismo que consideran posible la vuelta atrás mediante reformas parciales a un llamado “capitalismo con rostro humano”, como el ya mencionado, existente en algunos países a fines de la Segunda Guerra Mundial en competencia con los países socialistas? Sería bueno que se explicitase para el debate.

Otros consideramos que eso no es posible y que hay que avanzar – en  las formas y los tiempos de acuerdo a las condiciones en cada país – hacia una sociedad superadora del capitalismo: el socialismo.  Por el bien de todos, por favor, discutámoslo.

Nota

[1]Manifiesto del Partido Comunista: primera frase del capítulo I “Burgueses y proletarios”

*Miembro de la Comisión de Asuntos y Relaciones Internacionales del Frente Amplio. Ex-Embajador de Uruguay ante el Estado Plurinacional de Bolivia. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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