Carlos, 11 de mayo
Jorge Elbaum
Padre de los pibes descalzos, del reino humilde hecho entre nosotros y nosotras, por la presencia del dolor compartido. Hermano de quienes aguantan la escarcha de ojos clavados en el invierno.
Te ruego que comprimas la malignidad lacerante de la carencia. Que logres rodearnos con tu ternura de sudor las noches que pagan las dagas del mal salario.
Te imploro que les expliques la herida con pus, profunda, del desempleo. Que les derogues el agua a borbotones que entra por los techos. Que los salves del contacto punzante con la injusticia terrena, con sus retorcijones del mate solitario.
Te suplico la invisibilidad de la rata muerta donde juegan las niñas y los niños. Deciles de esta poesía que sale solo para gritar vocales de hartazgo. Del sinnúmero de veces que se invoca al cielo sin respuesta.
Convocalos vos, Carlos, a que perdonen nuestra insistencia de bronca estrangulada. A que sean condescendientes con esta efervescencia de daño asimétrico, del perdón a estas ansias atrasadas.
Haceles entender la raíz de nuestro encono son dirección de hospital derruido. La proveniencia de esta angustia atávica –que sabemos de dónde viene–, el espesor de las lágrimas en oleaje dispuesta a convertirse en advertencia.
Contales de esta paciencia de siglos a punto de astillar. De esta ráfaga de pueblos sojuzgados por un norte abismal manchado de metal y sangre.
Explícales sobre el fastidio que late en la impaciencia. De las vértebras de la tierra regada con veneno de agrotóxicos, del desmonte de vidas y pájaros.
Subráyales estas ciénagas cocidas con congoja, las humillaciones taciturnas y las afrentas recibidas en los andenes sucios del desprecio.
Preséntales a la madre golpeada en el pasillo embarrado, al niño de ojos inmensos postrado en la salita sin luz, al hospital sin enfermera.
A la maestra que lleva leche de su casa para que sus alumnos desayunen su mañana.
Señálanos el camino del que está hastiado de acurrucar paciencia. Enseñanos del que duele y del que vuelve.
Nombrá la identidad de cada lastimado, su altivez de vida, para que vuelva a recuperar la esperanza.
A la llaga de una Patria que se desangra una y otra vez en pos de la mezquindad de una pequeña porción enriquecida.
Predicanos tu amor de barro y belleza, Carlos. Dejanos incorporar tu sensibilidad de lágrimas guardadas, tu abrazo a la intemperie.
Y no te olvides de nosotras y nosotros.
Amén.:
Nota del Editor: Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, más conocido como el Padre Mugica, fue un sacerdote argentino fundador del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y del movimiento de Curas villeros, así como partícipe de las luchas populares de la Argentina de las décadas de 1960 y 1970. Fue asesinado el 11 de mayo de 1974 por el grupo parapolicial Triple A, tras celebrar una misa en Villa Luro, Buenos Aires.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)