Un mundo Trump (oso)
Observatorio en Comunicación y Democracia (Comunican)
De manera explícita, Donald Trump ha recuperado la doctrina del Destino Manifiesto para fundamentar su política internacional, apelando también al excepcionalismo y el providencialismo, y restablecer una relación de subordinación con lo que Washington denomina «el hemisferio occidental», un construcción geopolítica en la que se atribuye una posición de primacía.
Lo que ofrece Trump es intimidación más que cooperación; palo, más que zanahorias; exigencias imposibles, más que apoyo efectivo.
La opinión sobre Trump, incluso de excelsos académicos, es que Trump está loco, seguramente basados en un comportamiento tan opuesto al de dirigentes y líderes mundiales: es errático, estrambótico, grosero, inculto, mentiroso compulsivo, desvergonzado, matón y carece de la más mínima empatía con los débiles y alardea de gobernar al país más poderoso del mundo como si fuese su empresa inmobiliaria.
Mientras recita sobre la defensa de la democracia occidental y cristiana y lo valores morales (esos que no se cotizan en bolsa), es conocida su relación con prostitutas. Reconoce que desea ser un dictador, y por ende se salta las decisiones judiciales en su contra, insulta a sus adversarios sin mesura y -como si eso no fuera suficiente- amenaza, desprecia y humilla a sus propios socios, entre ellos al aún presidente ucraniano Voldomir Zelenski.
También amenazó con anexionarse Canadá, el canal de Panamá y Groenlandia, además de prometer que convertirá la Franja de Gaza en un destino turístico a costa del destierro de cientos de miles de palestinos, sobrevivientes del genocidio israelí. Su visión expansionista y transaccional preanuncia el fin del orden internacional liberal.
Es básicamente ignorante, carece de principios y de límites, obsesionado por ganar a cualquiera que se le ponga por delante. Sin embargo, es difícil asumir que lo que hizo y está por hacer es una simple expresión de un multimillonario loco, acostumbrado a permitirse cualquier capricho, mientras se pavonea con el poder que tiene.
Trump no esconde su ambición expansionista, hace tratos con otras grandes potencias a costa de países más pequeños y trata de imponerse por la fuerza. Esta política imperialista es una oportunidad para China y a largo plazo perjudicará a Estados Unidos, que renuncia a defender el orden liberal que el propio Washington impulsó e impuso a sangre y fuego.
Los perdedores de este sistema son, como siempre, los países más débiles. Si sus opciones eran limitadas en el mundo liberal, con la lógica imperialista se reducen todavía más. En el nuevo imperialismo, el poder duro se vuelve una prioridad y la desconfianza, la norma.
Es más: la tensión entre potencias propicia carreras armamentísticas que aumentan el riesgo de una escalada bélica, que llene aún más las arcas de los grandes fabricantes de armas. Sus críticas a Ucrania y la Unión Europea acelerarán la inversión europea en defensa e incluso puede impulsar a que Irán apueste por las armas nucleares, y a que Corea del Norte continúe sus ensayos atómicos.
Pero también puede llevar a que China aumente su expansionismo territorial, o que países como Japón y Corea del Sur se militaricen rápidamente
Esta lógica es la de la paz a través del uso de la fuerza. Solamente los países con la suficiente fuerza militar y económica podrán imponer sus condiciones a otros: Rusia a Ucrania, Estados Unidos a Canadá o México, o Panamá, al que anunció que recuperaría el canal por “haberlo cedido al control chino”.
Otro ejemplo de la visión transaccional son los recortes, la USAID, la agencia de ayuda humanitaria estadounidense que en la última década ha invertido más de 45mil millones de dólares en todo el mundo (muchas veces en la desestabilización de gobiernos nacionalistas). Trump anunció que también abandonará -nuevamente- el Acuerdo de París para la lucha contra el cambio climático y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Este nuevo imperialismo anuncia un mundo más fragmentado y egoísta, en el que los grandes problemas comunes, como el cambio climático o la desigualdad y las hambrunas, desaparecen de la agenda internacional de las potencias.
O al menos, ya desaparecieron de la agenda de Donald Trump.
* Colectivo del Observatorio en Comunicaciòn y Democracia (Comunican), Fundaciòn para la Integraciòn Latinoamericana